viernes

Pentagramas

En el patio empezaron a aparece colillas de cigarrillos con marcas de pintalabios.

La profesora Lina Villegas fue la primera que se dio cuenta, pronto empezó a agacharse y recogerlas. Las iba metiendo en una bolsita negra, como si fuera de la policía científica. Cuando se agachaba se le veía el final de la espalda de donde asomaba la goma de unas braguitas rojas.

No sé la edad que podría tener la profesora Villegas por entonces, a mí me parecía mayor, pero seguro que no llegaba a la edad que ahora tengo yo. Puede que yo también sea mayor para llevar unas braguitas de color rojo, como las que ella usaba.

Esta vez no fue Lupe, ni tan siquiera a mí se me ocurrió una de mis ideas de loca, como decía mamá. Fue cosa de los chicos.

No recuerdo sus nombres, pero uno había estado con Lupe en la caseta del jardinero unos días antes de la Pascua. Lupe hizo algún comentario, seguramente hiriente sobre él, y al pobre imbécil se le ocurrió lo de las colillas.

Panchito Seara, que era un poco autista y que  jugaba a ser detective, lo averiguó todo. Al parecer el novio despechado y su amigo compraron un pintalabios y un paquete de cigarrillos Pall Mall y se dedicaron a pintarse los labios y a fumar. Después dejaron las colillas por todo el patio.

La Villegas decidió sacar la bolsita de las colillas tras la clase de música. Había sido una clase espléndida en la que nos habló de Bach con tanta pasión que todos estábamos deseosos de salir del colegio y correr  a la tienda  de discos a comprar la Pasión según San Mateo.

En lugar de eso sacó la bolsa con las colillas y mientras miraba a Lupe se le encendía la carita que tomaba el mismo color rojo de sus braguitas. Yo no podía evitar pensar en la profesora vistiéndose, mientras se me iban quitando las ganas de Bach.

Todos pensábamos hacia donde iría aquella charla ¿echaría a Lupe del colegio? ¿pediría que alguien delatara a los culpables? Desde hacía tiempo en el colegio se premiaba las delaciones, no tenía más que pedirlo. 

Pero la madeja que estaba hilando la Villegas se vino abajo cuando Panchito Seara se levantó y, colorado como un tomate, dijo que él lo había visto todo.

Panchito explicó con serenidad cómo había visto a aquellos dos estúpidos pintándose los labios y fumando Pall Mall.

La clase estalló.

Hubo risas, hubo gritos, Lina Villegas no sabía qué hacer y Bach escapó de allí para siempre. Solo Lupe seguía impasible, jugando con su encendedor y escribiendo algo en medio de los pentagramas de su cuaderno de música.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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