sábado

Una aproximación de todo

— En el suelo puedes encontrarlo todo.
— Defíneme todo.
— Todo no se puede definir, deberías saberlo señora periodista.
— Dame una aproximación.

Darío ríe.

— Está bien, te daré una aproximación de todo.
— De casi todo, entonces.

Carolina Suances se siente a gusto. Han tomado vino durante la cena y su cabeza está en un momento óptimo entre la melancolía y la curiosidad.

— En el suelo encuentras la parte que nunca ves de de la gente, encuentras basura, papelitos, chicles pegados, insectos, perritos, grietas y agujeros.

— ¿Agujeros?
— El suelo es la parte de abajo de la gente y la parte de arriba de un gran agujero.

— Me interesa más la gente.
— Allí abajo se ven toda clase de zapatos, ves tobillos y dedos asomando por las sandalias.
— Y las piernas de las muchachas.
— Y sus formas de caminar... El suelo es el reflejo del cielo.
— Pensaba que era su reverso.
— Yo también lo pensaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Wealthy

Sonia llamaba con los nudillos en la puerta de H. dos veces que es la llamada mínima, la más discreta, la que no presupone prisa ni obligación. H. esperaba detrás, la mayoría de los días oía como se acercaba y adivinaba la ropa que llevaba por el roce de las prendas al caminar.

Desde que Sonia lee para H, ya no se quita la ropa en el baño. 

Ahora, mientras se desnuda, Sonia habla de cosas sin importancia. A H. le gusta preguntarle algo corriente, cotidiano y ella le sigue la conversación de forma fluida. 

H. quería que todo fuera de esa manera y si se desviaba mínimamente, con alguna alusión a ellos dos o aquella situación, H. se descomponía y a veces hacía que Sonia se vistiera y volviera a repetir toda la escena.

— Buenos días, lo siento hoy llego un poco tarde.
— No importa ¿ha pasado algo fuera de lo común?
— Ha sido culpa mía, me levanté tarde porque anoche me acosté a las tantas.
— ¿Y eso?

Sonia se ha situado junto a la cama, ya se ha quitado la chaqueta y comienza a desabotonarse una falda de color verde que le llega un poco por encima de las rodillas.

— Tomás y yo estuvimos ensayando una escena de la obrita que está escribiendo.
— ¿Una obrita?
— Sí — Sonia sonríe mientras coloca la falda en el respaldo de una silla de madera— él la llama así porque la idea es hacer una obra corta, en un solo acto donde sean los personajes los que marquen el paso del tiempo.

H, no quiere que le cuente nada de la obra, ni de Tomás, solo desea oír cosas cotidianas de ella, cosas vulgares; qué le diga, por ejemplo, si antes de salir de casa ha puesto la lavadora, si ha tenido que desayunar deprisa, si algún pasajero del metro le ha pedido dinero, o si ha recibido una llamada ofreciéndole trabajo.

— Y se te pegaron las sábanas.

Sonia quiere seguir hablando de la obra de Tomás y del ensayo, pero ve que la conversación está girando y trata de no salirse del carril mientras se quita la blusa de color blanco con cuello Mao. Cuando termina con el último botón, el inferior, la deja junto a la falda.

— Apagué la alarma y seguí durmiendo, es algo que no hay que hacer.
— ¿Estabas en medio de un sueño?
— Siempre estoy en medio de un sueño.

Sonia sonríe contenta por su última frase, se desabrocha el sujetador y lo coloca con mimo sobre la falda. A H. le parece que las areolas de sus pechos tienen el color de las manzanas Wealthy,

— Menos mal que conseguiste despertarte.
— Me avisó Tomás.

H. se queda pálido, mira a Sonia que está delante, a un metro escaso,  junto a la silla, con el pecho desnudo, sin saber qué decir.

— ¿Sabe que vienes aquí?

Sonia recoloca su ropa. Después se quita los zapatos (negros, relucientes, con poco tacón) sujetándose primero con una pierna y luego con la otra, haciendo equilibrios de forma un tanto cómica, cuando termina responde a H. mirándose los pies.

— Claro que no.
— Yo creo que sí.

Sonia da media vuelta y retira hacia atrás la ropa de la cama.

— Tomás y yo tenemos un pacto, él no me pregunta dónde voy o qué hago cuando no estamos juntos, ni yo le pregunto a él.

H. se sienta en el sillón mirando a Sonia de frente, coloca su mano izquierda sobre la cara antes de hablar de forma despreocupada, como si aquello no le importara realmente.

— Es un hombre de teatro, estaría encantado de que le contaras esta representación.
— Estoy segura, pero como ya te habrás dado cuenta yo cumplo siempre mi palabra.

Sonia se quita las bragas que deja junto al resto de la ropa, después se echa encima de la cama, coloca la cabeza sobre las almohadas, se estira y cruza las piernas.

— ¿Y tú que has hecho hoy? ¿Has traído la pistola?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





Lo parece

A Darío le gustaría volver a los días en que era un policía novato y  recogía colillas del suelo. 

Le gustaría porque estaría rodeado de gente, porque vería pasar a alguna muchacha bonita, porque sentiría el sol y el aire entrando por su laringe y llenando sus pulmones.

Estar vivo no es fácil. volver a estar vivo parece imposible. Solo lo parece.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Puntales

Notas del cuaderno de Tomás.


La idea básica es que todo sea un decorado. Una ciudad entera con las fachadas de cartón piedra sujetas por detrás con grandes puntales.


Pistolas de plástico con detonantes, sangre sintética y retroproyecciones para simular el movimiento de los automóviles.

Y en vez de moral un guion.
Y en vez de leyes escenas.
Y en vez de ciudadanos actores.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El artificio del azar

Si bien el artificio siempre ha estado presente a la hora de elaborar una película. Ahora, más que nunca, desarrollado técnicamente de un modo que el azar no intervenga, y si lo hace que sea del modo más leve o insignificante posible. 

La intervención del azar es fundamental tanto en la vida como en la creación cinematográfica. Cerrar los ojos debe muchas cosas al azar.

Elsa Fernández Santos entrevista a Víctor Erice, El País, 23/09/2023

jueves

Posibles pedazos de amor

A Linda Firenze le enseñó a cocinar su madre, y a esta su abuela, y así se remontaban a tiempos en los que cocinar era lo mismo que amar.

Después el amor se convirtió en costumbre y más tarde en obligación. Aún así todas ellas, abuelas, madres e hijas siguieron cocinando, cada vez más platos, más recetas, algunas de ellas se remontaban tanto en el tempo que no sabían quién las inventó ni cuando llegaron a la familia.

Eran recetas con ADN mitocondrial.

Con el amor también había recetas, pero aquí cada una dependía de cada hombre con el que el azar premiaba o castigaba a estas mujeres. A pesar de los consejos, susurros y órdenes dadas de madres a hijas, todo salía hecho pedazos cuando ellos llegaban a la cama, a las camas.

Linda sería la última de la saga, con ella se acabaron las recetas, las hijas y el amor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Viajar solo

Todos los viajes son viajes al interior. Michaux viaja solo y sin guías, tanto en las selvas como en los laberintos de la psique. 

Juan Arnau, Henri Michaux: el lejano espacio interior. El País 27/09/2023

Cruzando al otro lado

Los reflejos de los viajeros en las ventanillas son más reales que los viajeros. 

Me gusta ver cómo flotan en el exterior, a unos centímetros de su asiento, cómo avanzan despreocupados entre postes del tendido eléctrico, y árboles, y señales.

Ojalá los demás viajeros también puedan verme cruzando al otro lado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


A la salida del cine

Henry y Charly a la salida del cine.

Henry: Lloré cuatro veces.
Charlie: Yo también. Quizá fueron las mismas cuatro veces.

Historia de un Matrimonio (Marriage Story),  de Noah Baumbach (2019)

miércoles

Un tono informe

Cuando H. sale de casa por las mañanas, Linda saca sus botellitas de licor y las coloca sobre la mesa de la cocina como si fueran soldaditos de vidrio.

Sabe que su ejército puede con todo, pero también que es indisciplinado y se rebela ante la menor dificultad.

En efecto, cuando da la voz de mando ni uno solo de sus hombres se mueve. 

Linda, que ha escuchado su propia voz muy baja, trémula y destemplada, intuye que a un ejército no se le dirige con un tono informe, pero no sabe dónde buscarlo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Contar las horas

Varias veces Linda ha pegado a H. con todas sus fuerzas. H. no se inmuta, los golpes de su esposa son rabiosos pero no causan efecto en su cuerpo. Es como si un niño de cuatro años le diera puñetazos a un peso pesado de boxeo.

H. tiene que hacer esfuerzos para no burlarse de ella. Piensa que le gusta sentir sus golpecitos porque es lo único que siente de ella y quizás por ella.

Cuando se cansa, Linda sale de casa jurando que encontrará a alguien con el que engañarle. H. busca entonces su pistola, lo hace con la mente, hace memoria para saber dónde la dejó y sentirse tranquilo. Cuando la visualiza hace como que no ha oído a su mujer y cuando ella se va H. mira el reloj y calcula las horas que quedan para volver a la pensión de Carem.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

El cariño

A veces Linda, la mujer de H., estalla. 

H. supone que se guarda durante mucho tiempo su indiferencia (la de él) y entonces un día salta una chispa minúscula y todo se inflama. Cuando ocurre esto Linda se pone violenta, excepto si ha bebido mucho, entonces se pone cariñosa. 

Porque la bebida saca lo más profundo de nosotros y a Linda le saca el cariño.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Imágenes rayadas

H. nunca piensa en su esposa. El olor del calefactor le ha llevado hasta ella. No la tiene en cuenta, pero se esconde de ella en la pensión, quizás eso implique algo aunque no sabe bien el qué.

Si mira muy atrás pueden verse en momentos más o menos felices, pero están tan atrás que parecen imágenes descoloridas de una película. Fotogramas rayados en las que sus rostros a penas se distinguen.

H. hace un esfuerzo y rememora el rostro joven de su esposa. La ve sonriente, hermosa, esperándole en la esquina donde siempre se citaban. La ve tan joven que nota un inmenso sentimiento de culpa en el estómago, como si él fuera el culpable del paso del tiempo.

Y sabe que sí, que él es el culpable del paso del tiempo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Una ecuación seca

Yo era joven, un hombre me gustaba, otro me amaba. Tenía que resolver uno de esos estúpidos conflictos de joven. Me consideraba importante. Había incluso un hombre casado, otra mujer, un verdadero juego de cuatro que se desarrolla en una primavera parisina. 

Me hacía de todo ello una ecuación seca, cínica en deseos.

Françoise Sagan, Cierta sonrisa


lunes

Dar la vuelta

Cuando era adolescente y subía al autobús, o si viajaba en tren, siempre procuraba sentarme al lado de algún desconocido o desconocida. 

Durante el viaje lo miraba través del reflejo en la ventanilla o directamente, a hurtadillas, y me imaginaba que viajábamos juntos, que era alguien importante en mi vida, un amigo, un jefe, un amante o un proxeneta. 

A veces me bajaba en su parada y lo seguía unos metros hasta que se metía en una tienda, en una oficina o en un portal y yo, excitada y avergonzada, miraba mi reloj y daba la vuelta.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Esquinazos

Un cuento de la Doña que me gustó fue el de la ruleta rusa. Era un historia original, un relato bien planteado y mal rematado, o demasiado rematado que viene siendo lo mismo.


Trata sobre un barrio, parecido al mío o a cualquier otro, un barrio con calles mal trazadas, con avenidas que no vienen, plazas en cualquier esquina y esquinazos sin salida.


Las calles de ese barrio inventado eran un arma en los pies de los viandantes. Todos los días salían de sus casas y en una de las calles, nadie sabía cual, alguien encontraría la muerte.


No hay remedio, no hay solución, el que sale por la mañana puede volver a casa por la noche o puede quedarse por el camino. Es trágico, pero irremediable.


Entre los vecinos de esa barriada hay de todo, la escritora se recrea enseñándonos a gente que a punto están de caer en el cliché y que se salvan porque mueren al doblar cualquier esquina y eso nos conmueve. Algunos no quieren salir de casa, pero se pudren dentro y los que salen no quieren que el número de posibilidades aumente. Hay peleas, hay chantajes, hay venganzas.


No desvelaré el final, pero piensen en la ruleta rusa clásica y arriésguense, o, mejor, disparen en medio de la frente al que ha organizado todo esto.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Humor profundo

— Atrapé a delincuentes de muchas maneras, algunas absurdas. A uno le pillamos porque escribía en el espejo del cuarto de baño el nombre de su víctima y su mujer lo leía cuando se duchaba, y el vapor hacía salir lo que él había escrito.

Carolina ríe de forma estrepitosa.

— ¡No me lo puedo creer!
— ¿Creías que no había humor en mi trabajo?
— Había perdido toda esperanza de encontrarlo.
— Supongo que pensabas que era un hombre triste, una especie de inspector de cine negro con pensamientos profundos y sin sentido del humor.
— Creo que tienes un sentido del humor profundo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La obsesión por el tema

Los pintores, y especialmente Édouard Manet, que es un pintor analítico, no comparten la obsesión de las masas por el tema: para ellos, el tema es solo un pretexto para pintar, mientras que para las masas solo existe el tema.

Émile Zola

domingo

Curiosa indiferencia

En algún momento, tras escuchar la música del violín, H. es consciente de algunas cosas que ignoraba de sí. El espejo situado en la puerta del armario de su habitación, salpicado por pequeñas estrellitas en los ángulos le devuelven su imagen destartalada.

No le preocupa el deterioro de su cuerpo, aunque siente una especie de nostalgia, sin duda por culpa de esa música y no de los recuerdos de una juventud que en absoluto tiene idealizada.

Es consciente, sin embargo, de que está ante una persona con la que no se encuentra a gusto, un hombre al que ahora reconoce y que le disgusta. Lo acepta, no tiene otro remedio, pero su imagen reflejada, tanto en el espejo como en los ojos de los demás le produce rechazo. Sabe que él mismo no sería amigo, ni amante, ni siquiera compañero de alguien como ese gordo con cara de actor secundario de película muda que le mira con curiosa indiferencia.

No se enfada, ni se entristece más de lo que estaba, piensa en Sonia Ricco, en cuánto dinero le quedará para seguir pagándole por verla. Intuye que, quizás, el cuerpo de Sonia, tan bello y tan lejos de él, es lo que le permite continuar chapoteando.

Sabe que eso también es una acción miserable, pero ya se ha aceptado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Polvo

Hoy, a primera hora, en la pensión, hay un ambiente lento, como de fiesta patronal después del almuerzo. 

H. ha llegado pronto, con su bolsa azul en la mano, ha saludado levemente a Carem que lleva un delantal en tonos verdes. H. ya conocía ese delantal. Se encuentra la habitación fría porque la noche pasada llovió y la temperatura ha bajado dos o tres grados.

H. le pide un calefactor a Carem que, sin decir nada, acude a un pequeño cuarto junto a la cocina y saca un pequeño aparato de aire, lo limpia con una bayeta y lo lleva hasta la habitación de H. que está mirando por la ventana. Cuando está justo detrás de él suena como un caricia ajena el violín de la joven vecina. Carem se estremece, carraspea para que H. la vea, H. da la vuelta y sonríe, "Gracias, Carem". "¿Se lo enchufo?" Carem ya se ha agachado, conecta el calefactor a la red y gira la pequeña ruleta. El calor empieza a salir del aparato junto a un olor a quemado.

"Se ha acumulado polvo durante el verano, se pasará enseguida, si quiere puede abrir la ventana un momento". H. asiente, abre la ventana y ve cómo los peatones que cruzan el semáforo comienzan a abrir sus paraguas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Una no se puede fiar

Darío Varona parecía mucho más atractivo desde que estaba obsesionado por el caso. Su cabello estaba revuelto y miraba todo escrutando, desnudando cada idea y masticando cada segundo.

Acudió a mi invitación, a pesar de que el vino no le gustaba. Ante su confesión yo utilicé una frase manida del tipo "Una no se puede fiar de un hombre al que no le gusta el vino" y él, que parecía otro hombre, respondió diciendo que no estaba allí para que me fiase de él sino para que le ayudara a resolver el caso.

No sabía muy bien qué pretendía, yo no era más que la vecinita despistada, pero me sentí alagada por Varona y sus ademanes de inspector obsesionado.

Comenzó a poner orden a sus ideas desde el sofá de mi apartamento y, mientras yo apuraba mi copa, sacó un plano.

— Es el edificio. 

Miré sin entender nada, parecía el dibujo de una máquina, tenía demasiados recuadros, demasiadas cotas, números que no decían nada.

— No lo reconozco.
— Es fácil — dijo señalando con el dedo índice—  nosotros estamos aquí.

Siempre me hace gracia cuando alguien me dice que estoy "aquí".

— ¿De verdad estamos ahí?

Darío me miró sin entender nada. Siguió moviendo su dedo por el plano.

— Como ve, desde esta planta se puede acceder, por el cuarto de la basura a los pisos superiores.

— ¿Qué es el cuarto de la basura?
— Son unos cuartitos que se hacían antes en cada piso para guardar la basura y los útiles de limpieza. Está al final del pasillo ¿nunca lo vio?

Negué con la cabeza, la verdad es que nunca había ido hasta el final del pasillo.

— ¿Y se comunican con el exterior?
— No exactamente, se comunican con la parte alta, es decir, se puede subir, pero no bajar.
—  ¿Y qué sentido tiene eso?
— Tendremos que averiguarlo, según el plano llevan directamente a la azotea.
— ¿Es un atajo a la azotea?
— Sí, puede decirse así.
— Cuando hace buen tiempo yo subo a la azotea a tomar el sol.
— ¿Y por dónde sube?
— Tomo el ascensor hasta el último piso, y desde allí accedo a la puerta.
— ¿Alguna vez vio a la viuda?
— ¿Allí arriba? No, nunca la vi.
— Mi teoría es que la subieron allí por el cuarto de la basura.
— ¿Con que fin?
— Nadie la vio salir, así que ese es el camino que nos queda, no puede haberse volatilizado.
— ¿Ha subido ya para comprobarlo?
— La esperaba a usted.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




Siempre presente

¿Hay algo de autoficción en esta película?

Puede ser… De un modo inconsciente. La ficción está siempre presente en la mirada que el cineasta proyecta sobre el mundo. Y no hay mayor ficción que la del yo personal.

Elsa Fernández Santos entrevista a Víctor Erice, El País, 23/09/2023

Resquicios

— Había una mujer que espiaba desde su ventana el piso de enfrente.
— ¿Es delito? Creo que mucha gente lo hace.
— No es delito, desde tu casa puedes mirar donde te plazca.
— Y a ella le apetecía mirar la ventana de enfrente.
— Se obsesionó, tenía tan buen punto de vista que se sentaba delante de su ventana durante todo el día, como el que se sienta en una sala de cine.
— ¿Apagaba las luces?
— Por supuesto, y se sentaba en una butaca.
— ¿A quién espiaba?
— A una mujer que vivía justo enfrente.
— ¿Se supo que es lo que veía?
— Su vida cotidiana, podía ver todo, desde que  se levantaba por la mañana hasta que se iba a dormir por la noche.
— Buf, y ¿había algo emocionante en la vida de esta mujer?
— No lo hubo durante mucho tiempo, pero un día conoció a alguien.
— ¿Un novio?
— Sí, algo así.
— ¿Y?
— A este hombre le gustaba la intimidad y empezaron a colocaron cortinas y por las noches bajaban las persianas.
— ¿Y qué hizo la espía?
— En un primer momento siguió haciendo lo mismo, esperando los pocos momentos en los que le dejaban ver algo. Y aunque ahora podía ver muy poco se dio cuenta de que la primera mujer le dejaba algunos resquicios por los que poder seguir mirando.
— Sabía que la miraba.
— Por supuesto.
— ¿Y qué ocurrió?
— Nada, que el punto de vista cambió, pero pudo seguir espiando. Bueno y que ahora era más emocionante.
— ¿Y el delito?
— ¿Qué delito?
— ¿Para que intervino la policía, entonces?
— No intervino.
— ¿Cómo conoces la historia entonces?
— Adivina, periodista.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




La segunda razón

— ¿Y la segunda razón?
— La segunda es que tienen escritos los diálogos.
— ¿Te gustaría tener escritos tus diálogos?
— Si son buenos sí.
— ¿Estos son buenos?
— No creo, la verdad es que nunca sé qué decir.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

La joven de la perla

No me ha gustado el final porque ha sido triste porque la chica se ha tenido que ir de la casa y lo que más me ha gustado ha sido el final cuando la chica conoció a su novio.

Beatrice Chivu 2ºC, socialeseimagen.com


jueves

La felicidad de los personajes literarios

 H. pensó en la felicidad de los personajes literarios.

— Conozco a pocos que sean felices —le dijo Sonia desde la cama. Esa mañana había llovido y después había salido el sol y ahora la iluminación de la habitación parecía un cuadro de Johannes Vermeer.

— Yo creo que son felices por dos razones.

A Sonia le divertía ver a H. con esa expresión de niño grande enfurruñado. Cruzó los brazos y las piernas.

— Cuéntame.
— La primera es que tienen el destino marcado.
— ¿Estás seguro?
— Completamente.
— Yo creo que la mayoría de los personajes no saben dónde van.
— Eso que dices no tiene sentido.
— Ya, ya. —Sonia calla para dejar que H. saque todo lo que tiene dentro.
— La segunda es que...
— ¿Ya acabaste con la primera?
— ¿Quieres que haga una tesis?
— Desde luego, lo que has dicho merece una tesis para demostrarlo.
— Creo que no me va a dar tiempo a escribirla hoy antes de que te marches.
— Puedes irla escribiendo en horas perdidas, en lugar de pasearte con la pistola, escribes sobre si los personajes con los que te encuentras tienen o no marcada su muerte.

H. siente como si se le rompiera algo dentro, nota que se ruboriza y carraspea.

— ¿Tú crees que yo soy... digamos, el escritor de toda esa gente?
— Si no lo eres quieres serlo.
— ¿Y el tuyo?
— ¿Mi escritor?

H. asiente con la cabeza.

— ¿Quién te manda aquí?
— Vengo aquí por ti.
— Porque te pago.
— Por lo que sea, por ti, y tu dinero, y tu necesidad de verme.
— ¿Y a mí?
— ¿A ti?
— ¿A mí quién me escribe?
— Alguien que no te quiere demasiado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Acompasar la melodía

En este caso, toda la escena está repleta de detalles. 

La chica que toca el instrumento musical es un derroche de calidad. Podemos apreciar el brillo y el tacto del satén de su vestido o fijarnos en el ribeteado de su corpiño. 

La música parece resonar en la estancia, y con un poco de imaginación podemos escucharla como hacen esos dos hombres, que incluso parecen acompasar la melodía con las letras de la canción leídas en un libro.

A. Cerra, Mujer tocando la tiorba ante dos hombres de Gerard Ter Borch

Azincourt

Los arqueros no estaban bien considerados entre los soldados de los ejércitos del medievo.

Tomás quería ser uno de esos personajes considerados mezquinos por sus compañeros y cobardes por sus superiores. No pensaba en la paradoja de ser un cuerpo del ejército necesario para atacar al enemigo y, al mismo tiempo, no ser respetados.

Hubo batallas que solo fue posible ganar por la efectividad de los arqueros, como los ingleses en Azincourt, pero a Tomás le interesaban solo las que se perdieron por una mala utilización del arco y las flechas.

Un mal arquero podía cambiarlo todo moviendo unos centímetros la dirección de la punta de su flecha.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

Escenas

La viuda no estaba preparada para la tierra. 

Su casa era bonita, salvo la cama nada parecía indicar que era el apartamento de una mujer mayor. La cama sí, la cama era como la de una santa a la espera del martirio. El inspector Varona la examinó hasta el último detalle.

— Me recuerda a la cama de un santo.
— A mí me parece cómoda, tan grande, tan alta.
— En realidad me recuerda a la representación de la cama de un santo.
— ¿Representación? Yo la veo muy real.

Me arrepentí al instante de aquella frase. Por suerte el inspector continuó, como si yo no hubiera dicho nada.

— Es la cama que aparecería en un cuadro de un santo.
— ¿Y los cortes en las sábanas?
— Los cortes son la escena de un martirio o algo parecido.
— Puede ser, ¿alguno en concreto?

El inspector volvió a hacer como que no me había oído.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


— 

Las manos escondidas

Sebastián se ofreció a darme otra vida, no me gustaba porque era amigo de Jorge,  pero quizás era la única persona que podría darme esa vida de papel viejo y barato que yo había pedido.


Podía decirse que era un hombre atractivo, pero tenía unas arrugas en la cara que parecían cicatrices e impedían conocer su verdadera edad. Y para mantener el misterio a penas sonreía y siempre mantenía sus manos escondidas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Interés en la planificación

¿A qué tanto interés en la planificación? “Tengo una necesidad de planear, de sentirme cómodo en esos planos, pero soy incapaz de rellenarlos de vida, los veo opuestos a lo que luego causan”, explica. 

Esa tensión entre lo que el plano propone y en lo que se traduce finalmente en el mundo real la percibe también en la poesía. “Es esa tensión entre el control de la forma y la necesidad de que se desborde”, concluye.

Juan Gallego Benot, el escritor que no reconoce las caras y percibe la ciudad como un laberinto, El País 19/09/2023

martes

Sábanas gastadas

Recordé al pocero, sus sábanas gastadas y rotas igual que las de la viuda.

Sábanas gastadas y llenas de tierra roja.


Pensé si le habría pasado lo mismo o si continuaba bajo algún pozo. Pensé también que lo bueno de tener un oficio como ese es que estás preparado para la tierra. Es lo que debimos pensar Lupe y yo cuando el asunto del sótano, prepararnos para la tierra.



Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Otros planetas

Darío Varona retiró la colcha que cubría la cama de la viuda. La sábana quedó al descubierto, era de color rosáceo, un rosa palo desvaído. 

Observó la superficie palmo a palmo, yo también acerque mi cara y desde cerca parecía la superficie de un planeta desconocido.

Pensé que dado el tamaño del Universo y los millones de planetas posibles, sin duda habría alguno con una superficie igual a la de esa cama. Pensé que incluso habría planetas en los que el inspector Varona y yo estuviéramos husmeando en el apartamento de una viuda desaparecida.

— ¿Qué buscamos?
— A la viuda.
— ¿Cree que sigue en la cama?
— Las camas son como nuestras huellas dactilares, dicen casi todo de nosotros.

Me dejó preocupada ¿qué diría mi cama de mí? Y ¿qué dirían las camas donde estuve alguna vez?

— Y esta, ¿qué dice?
— La sábana de arriba dice poco, no suele ser más que el cómplice necesario de la de abajo.

Darío cogió entonces el embozo y tiró de él hacia atrás con fuerza, el olor de la viuda se esparció entonces por todo el dormitorio.

— ¿Ves? — el inspector se acercó a mí y señaló la nueva superficie con cara de haber encontrado algo importante.
— Está rota.

La sábana de abajo, de color azul estaba rasgada en tres lugares y el inspector Darío Varona sonreía satisfecho examinando los cortes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Cómplices del tiempo

En el transcurso de ese nuevo viaje Darío advierte que los cómplices son un elemento indispensable para cualquier acto delictivo y que solo los solitarios son dueños de su tiempo, (y culpables por completo).

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Vencer al fin

Desde que está muerto el inspector Darío Varona siente una especie de paradoja en la que nota, a la vez, una tranquilidad intensa y la sencillez de lo inefable.

Un muerto no se arrepiente de nada, pero es capaz de recomponer cada parte de su pasado, un muerto sabe que ha vencido al tiempo y, por tanto, se pasa la eternidad reconstruyendo el suyo e interfiriendo en el de los demás.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Una segunda bala

— ¿Qué opinas de darle una segunda oportunidad a las personas?
— Siento que darle una segunda oportunidad a alguien es como darle una segunda bala.


Chica en la Plaza de Callao de Madrid

Una parábola perfecta

La intención de Tomás, era conseguir clavar una flecha en el talón de alguien. Le valía cualquiera, aunque tenía especial interés por las mujeres con paraguas.

Los paraguas flotando por las calles representaban el reclamo. Tomás se apostaba tras un parapeto que podía ser un banco, una marquesina o la copa de un árbol, y disparaba las flechas que tenían que hacer una parábola perfecta para, sin tocar la lona del paraguas, terminar clavadas en el talón de sus víctimas.

Tomás pudo comprobar que el azar y la habilidad son dos factores que se atraen y se repelen al mismo tiempo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

La maricona

Comencé la secundaria en el instituto del barrio. Todas las mañanas, al acabar las clases pasaba por delante de nuestra casa y hacía como que no vivía allí. Tenía un grupo de compañeros formado por dos chicos y dos chicas con los que pasaba de largo frente a nuestras ventanas. 

En una ocasión vi cómo mi viejo limpiaba una de las ventanas, tenía medio cuerpo por fuera y, vestido con una bata azul y un pañuelo atado en la cabeza, le daba con una bayeta a los cristales.

Uno de mis amigos, un chulito llamado Andrés Seco, se fijó en mi viejo.

— Mirad esa maricona como limpia la ventana.

Todos rieron, yo me puse colorada y, sonriendo, le dije que los hombres también tienen que limpiar y que por eso no son mariconas. El discurso fue bueno, todos me miraron como a una chica inteligente, pero Andrés tenía una respuesta para mí.

— No digo que los hombres no limpien, pero si ese lleva esa bata y ese pañuelo en la cabeza o es marica o simplemente es idiota.

Y empezó a caminar contoneándose de forma exagerada y poniendo voz afeminada. Todos rieron aún más, y yo también reí, y odié a mi viejo casi tanto como a Andrés Seco.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Gratitud

Patricia acompañó a Damián a una tienda de comestibles. Compraron embutido, leche, galletas, pan y paquetes de medio kilo de café, alubias, garbanzos y lentejas, por último compró tres cajetillas de tabaco y dos botellas grandes de cerveza. Damián sujetó la bolsa y, cuando llegaron a la caja, la mujer abrió su bolso y pagó.

Ya en la calle Damián le preguntó si quería que la ayudara a llevar la bolsa a casa.

— La compra es para ti, puedes llevártela.

Damián no supo qué decir. No sabía si sentirse ofendido o agradecido.

— No tenías por qué hacerlo.
— No es un regalo, ya me lo cobraré.

Ahora Damián estaba más sorprendido que ofendido y nada agradecido. Le gusta más esta nueva situación.

— ¿Y cómo te lo cobrarás?
— Ya lo irás sabiendo, de momento me quedo con el cirio.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




jueves

La sedimentación

— Hay novelas río y la tuya, Naza, que es una novela de aguas subterráneas.
—  ¿Tú crees? No sé, a los críticos os gusta mucho inventar términos.
— En este caso creo que es un término que te viene como anillo al dedo. En tu novela...

Nazaré Lascano simula una cara de sorpresa.

— ¿Novela?
— O lo que sea, pero la llamaremos novela porque creo que a pesar de todo cumple con los cánones.
— Bien, — ríe—  aceptamos novela.
— Pues bien en esta novela tuya de aguas subterráneas hay huecos profundos, cursos de agua, cuevas inundadas, pasadizos y hasta pozos.
— Pero no todo transcurre por el subsuelo.
— Desde luego porque las aguas de tu novela cuando logran salir a la superficie forman lagos y oasis.
— Solo has hablado de lo bonito.
— ¿Tiene algo feo?
— La grava, las arcillas o las areniscas que no se ven desde el exterior, pero que quedan en el fondo fruto de la sedimentación.

S. Fuentes, "La memoria líquida". Entrevista a Nazaré Lascano

Los zapatos de H.

Un día festivo Sonia tardó más de lo normal en llegar a la pensión.

Para salir de casa H. tuvo que inventar una excusa estrafalaria. Le dijo a su mujer que habían secuestrado a la hija mayor se su jefe y que él tenía que acudir para hacer la entrega del dinero. Como a su esposa todo le sonaba muy raro H. abrió la bolsa y le enseñó el revólver.

— Me lo ha dado el señor Ramos por si es necesario.

La esposa se asustó, tal como esperaba H. y se le agarró a las piernas para impedir que saliera de casa. H. salió al portal arrastrando a su mujer y una vez abierta la puerta del ascensor se la sacudió como el que se sacude un perrito.

En la pensión había más jaleo que de costumbre, Carem estaba preparando un plato con olor a curry y canela, y una de las mujeres salió del baño con una toalla en la cabeza y pasó delante de H. sonriendo.

Todo va mal los días de fiesta. En realidad todo es distinto y las piezas no encajan, H. no sabía qué hacer, sacó el revólver apuntó a varios viandantes y, finalmente, se acostó en la cama procurando no poner los zapatos sobre la colcha.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas