miércoles

Verosimilitud o necesidad


Dejó dicho Aristóteles que la función del poeta no es contar los hechos que han sucedido, sino aquellos que pueden suceder, es decir, aquello que es posible según la verosimilitud o la necesidad.
 

Por ello, la poesía es superior a la historia, que cuenta lo que ha ocurrido.
El historiador al que aspiramos es aquel que analiza, junto a los hechos, esa ingente forma de producción humana que es la narración.


Vicente Sánchez-Biosca

Fluir

 


martes

Meticulosidad


Francisco Fernando era meticuloso. Tenía esa virtud.

Anotó en sus cuadernos de caza cada una de las piezas cobradas en su vida: exactamente 272.439.

Habría que añadir una más, la última, que no tuvo tiempo de anotar. Fue un gato al que disparó desde su coche, ya en Sarajevo.
Enric González, El disparo que acabó con Europa 





domingo

Escribir bien


Y hasta empezó a gimotear. Era un sentimental. Era malvado y sentimental. [...] Pero no voy a describir los detalles.


Fiódor Dostoyevski, 

Los hermanos Karamazov

Media huella

Encontré una carta en el portal. 

Estaba dentro de un sobre cerrado y arrugado, alguien lo había pisado y tenía impresa media huella de la suela de un zapato masculino. 

Era una carta de amor, o de súplica, que no había llegado a su destinataria. Por suerte me había llegado a mí, y conocía a la mujer a la que iba dirigida, y estaba dispuesta a responder esa carta pasara lo que pasara.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El instante ordinario

La vida cambia en un instante, el instante ordinario.

Joan Didion

sábado

Mover las manos

Estuve fumando desde los catorce a los veinte años, a los veinte años y un día lo dejé, estaba harta, había sacado del tabaco todo lo que podía darme.

El tabaco me daba un placer íntimo parecido al del sexo, era algo prohibido, algo que tenía que hacer a escondidas y ocultar las pruebas. Cuando me pillaban era casi tan excitante como el momento de encender un cigarrillo a solas. 

Fue mi viejo el primero en darse cuenta, a pesar de que el fumaba siempre y su olfato estaba atrofiado, se dio cuenta de que movía las manos de otra manera. "Antes no movías así las manos". También comencé a hablar más pausada, y con más confianza si antes había fumando un cigarro. Corrió a mi cuarto como si allí se ocultar alguien, abrió mi cama y sacó mi paquete de Pall-Mall de debajo del colchón, fue lo peor que le recuerdo, desde entonces estuve mucho tiempo odiándole.

Mamá no se enteró hasta mucho tiempo después, el viejo no quería darle ese disgusto, aunque nunca fumó, mamá tampoco era capaz de notar el aroma de mi tabaco. 

Por las noches fumaba con la ventana abierta, aunque afuera lloviera o hiciera un frío de mil demonios, y no era por el olor, era porque así es como me gustaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de  Parque Chas

jueves

Una catastrófica serie de causalidades

Tenía el don de la oportunidad.


Su listado de inoportunidades era muy extenso: en tres ocasiones fue a sacar dinero de un banco que estaba siendo atracado, una docena de veces telefoneó a un compañero de trabajo cuando estaba en el retrete, dos o tres veces cedió el asiento en el autobús a un maltratador que escapaba del lugar de los hechos.


En una ocasión entró en un bar. En la barra, un grupo de chicos celebraba un cumpleaños y  aprovechó la oportunidad para invitarles a un litro de cerveza. Ese día hubo una redada policial y fue detenido por ofrecer bebida a menores, los padres de una chica de quince años pusieron una denuncia contra él a la que acabaron uniéndose todos los menores de aquel grupo que consiguieron ganar el juicio con suma facilidad.


El mismo día en el que le comunicaron la sentencia entró en una librería, hacía años que no lo hacía y pensó que allí estaría seguro. Una joven escritora estaba presentando su libro de aforismos en un pequeño estrado forrado de rojo. La autora estaba a punto de contar el final de una anécdota muy graciosa cuando él, al entrar, hizo un ruido desagradable con la puerta que chilló como un cochino y provocó que todos le miraran, la anécdota naufragó y la joven escritora humillada pensó en utilizar la imagen de ese hombre como diana de su próximo libro, esta vez una novela. 


Por su culpa aquella escritora pasó de los aforismos largos a las novelas cortas y eso provocaría, ahora sí, una catastrófica serie de causalidades. 


Terry Salgado, El informe amarillo




Dominar la perspectiva

[Max Aub] maneja la novela como un juguete cerebral al estilo de Nabokov. 

Puede, sin perder el pulso, contar su historia sirviéndose de un guion cinematográfico, o dialogando como en una pieza de teatro; detener el relato con la pirueta de una greguería o entrar en él a saco imponiéndose con la autoridad de un autor. Vuelve la narrativa poema en prosa, o la gongoriza, o la politiza. 

En pocas ocasiones, ante un novelista tiene uno la sensación de encontrarse tan evidentemente con eso que Vargas Llosa llamaba un «deicida», el narrador total. Cada vez “que leo Los campal de Max Aub —que siempre me deslumbran y emocionan casi tanto como me enseñan— recuerdo lo que decía Virginia Woolf, me parece que a propósito de Forster: «El éxito de las obras maestras parece que no descansa tanto en su carencia de faltas (de hecho toleramos los más groseros errores en todas ellas) sino en el inmenso poder persuasivo de un cerebro que ha dominado completamente su perspectiva.»

Rafael Chirbes, El novelista perplejo

miércoles

Cosas por dentro

Pregunta: ¿Por qué escribes cuentos?


Respuesta: Porque me pasan cosas por dentro que no sé dónde poner.


Julia Viejo

Cosas de familia

Mi primo Luismi tenía la costumbre de abrir los cajones y lo armarios de las casas de la familia. Años después supe que lo hacía en cualquier sitio que visitaba.

Al parecer esa afición le duró siempre, desde que era un niñito que apenas se ponía en pie, hasta los últimos días de su vida. Luismi murió en abril de 2016 en un accidente de tráfico, dio positivo en cannabis. Nadie en la familia sabíamos que fumaba.


Él sí sabía que yo fumaba.


Durante las navidades del 86, durante una visita navideña a nuestra casa, Luismi se metió en mi cuarto y rebuscó entre mis cajones. Yo estaba fuera y, cuando volví, pude ver en el mueble bar del salón un paquetito de tabaco que podía ser de cualquiera, pero que yo sabía que era mío. Colorada, corrí a mi habitación y abrí el último de los cajones de mi armario, en el que guardaba mis cosas más íntimas ocultas entre las braguitas y las medias. 

Todos mis secretos habían desaparecido y no podía hacer ni decir nada para reclamarlos. En manos de ese capullo de Luismi estaban ahora unas cartas que nunca debí escribir junto a otras que nunca debí recibir, unas fotos que nadie conocía, un cuaderno escrito en letra minúscula en el que contaba algunas fantasías inconfesables... y el tabaco. Nada de todo ese mundo íntimo estaba ya entre mi ropa interior. 

Por suerte Luismi se había llevado también mis braguitas rojas. 


Salí de mi cuarto, entré en el salón y le miré a la cara. La tía Pilar conversaba con mamá sobre los preparativos para la cena de Nochebuena y Luismi, repantigado en el sofá, me mantenía la mirada. Comprendió que yo sabía lo que había pasado, pero no apartó sus ojos de los míos.

Le di una oportunidad. 

Como no decía nada le invité a un refresco en la cocina, lo acorralé entre la puerta de la nevera y la pared, sonrió con superioridad y no reconoció nada.

Volvimos al salón con un vaso de Coca-Cola cada uno, nos sentamos en el sofá y comencé a hablar.


— Luismi ha entrado en mi habitación.
— Lo sé cariño, tu primo necesitaba un libro para un trabajo, uno de los que tú tienes en tu cuarto ¿cómo se titula, Luismi?
— Moby Dick. 
— Ese — dijo mamá riendo—  el de la ballena.
—Luismi me ha robado unas braguitas, las rojas, las que me compraste para Nochevieja.


El tiempo se paró, Luismi enrojeció de tal manera que su cabeza redonda parecía una de las bolitas rojas del árbol de Navidad. Una bola enorme que no tenía más destino que estallar en llamas allí mismo. Yo me mantenía tranquila, como si estuviera viendo todo aquello desde otro lugar.

— Naza fuma — acertó a decir, aunque nadie le escuchó.

Esperé un instante, pero antes de que mamá o la tía se abalanzaran sobre él le lancé un salvavidas.

— A lo mejor me he equivocado y he mirado mal, y todo está en su sitio ¿no, Luismi? ¿me ayudas? 

Luismi se levantó como un resorte, toda su seguridad se había esfumado. Mamá y la tía Pilar se miraron sin comprender, las dos estaban descompuestas.

 

Mi primo y yo volvimos a la habitación. Sin mirarme colocó cada una de mis cosas, incluido el paquete de tabaco, en el cajón de la ropa interior. 


Por supuesto le regalé mis braguitas rojas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Cambiar el mundo

Me fastidiaba mucho cuando decían que hacíamos todo aquello por diversión. 

Cambiar el mundo no es una diversión, es un trabajo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Una renovada forma de ser


Un texto comienza, muchas veces, allá donde otro termina. Algo sucede, sin embargo en el intervalo. Entre el punto final de un texto ya terminado y la letra con que se inaugura el siguiente hay una importante cesura. La muerte es, quizás, un espacio en blanco: el que media entre dos aforismos. Y todo libro es, en sustancia, un aforismo que ha tomado posesión del espacio textual hasta exprimir su quintaesencia. Entre un texto y otro se vive una experiencia de cambio, de alteración. Se accede, quizás a otra forma de ser. Tal vez también la muerte sea eso, mutación hacia una nueva, o renovada forma de ser y de existir.

Eugenio Trías, La edad del espíritu

Realidad

Una tarde, a la salida de la facultad, decidí que empezaría a contarle a la gente que tenía sueños que en realidad no eran míos, y haría todo lo posible por cumplirlos.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas






Precaución

A estas alturas de mi vida tengo más imaginación que memoria, por tanto tomad con precaución cada uno de mis recuerdos.

Juan Segundo, (Diarios)



lunes

Hablar de él

En el primer párrafo del Quijote dice Cervantes que el hidalgo vivía con un ama, una sobrina y un mozo de campo y plaza. A lo largo de toda la novela este mozo espera que Cervantes vuelva a hablar de él. 

Pero al cabo de dos partes, ciento veintiséis capítulos y más de mil páginas la novela concluye y del mozo de campo y plaza Cervantes no agrega una palabra más.

Marco Deveni, Crueldad de Cervantes

Liturgia

Tuvimos un etapa mística. Dina y yo íbamos a misa todos los domingos, a veces también alguna tarde de diario, pero era más aburrido.

Nos llenábamos las manos de agua bendita y nos poníamos cerca de la gente para darles la paz cuando el cura lo mandaba. A veces apretábamos las manos de todos con tanto entusiasmo que el sacerdote paraba la misa hasta que terminábamos. Otras veces pasábamos la misa de rodillas y así íbamos a comulgar provocando una fila lenta y agónica, haciendo que todos los feligreses esperaran por nosotras. 

Nos fascinaba el ambiente, el olor a cera y a madera barnizada, los hábitos del cura, las caras compungidas de las betas, el misterio de los que se acercaban hasta los confesionarios y cuchicheaban sus pecados. Me moría por escucharlos.

Hubiéramos seguido yendo y quizás hubiéramos acabado siendo unas fanáticas religiosas si no hubiera sido por el asunto de los alfileres, Dina propuso que colocáramos alfileres en los asientos para que la gente tuviera un contacto más íntimo con la liturgia. No entendí nada así que le dije que sí y le ayudé a colocarlos. 

Fue un domingo en el que se celebraba una festividad importante, en la iglesia había más feligreses que de costumbre y no tardaron en oírse los primeros gritos. El cura estaba en medio de una petición importante cuando alguien maldijo en voz alta. Inmediatamente se oyeron voces chistando y pidiendo silencio, pero las maldiciones continuaron, aquí y allá, en varios bancos más. Finalmente el cura paró el oficio y bajó del altar.

"Las tentaciones del demonio son muchas", dijo como si todo estuviera preparado, "demostrémosle que el pueblo de Dios resiste". Después contó la historia de Simeón y las tentaciones que sufrió sobre la columna en la que se recluyó del mundo. 

Aquello me pareció fascinante, ya no oía los quejidos provocados por los alfileres, ya no veía a Dina mordiéndose la lengua para no reír, solo imaginaba a Simeón encima de la columna y a mí misma tentándole.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Espumoso

Me obsesioné con las mentiras de Jorge. Tiempo después aprendí que una no puede obsesionarse con un mentiroso, las opciones que se presentan solo son dos: o vivir en su mundo, el mundo de la mentira, o salir de él sin decir nada (si dices algo acabarás envuelta en otra mentira).

Yo estuve mucho tiempo en un mundo intermedio, una especie de no muerta o no mentida. Todo era falso y yo lo sabía, pero no quería creerlo.

Por las noches Jorge salía a trabajar, había encontrado un trabajo en la recepción de un hotel, había sido una feliz coincidencia como él siempre decía, estaba tomando un café cuando se le aceró una mujer para preguntarle algo en inglés, dónde quedaba la embajada de algún país creo. Él se lo dijo tan bien que dos mesas más allá había un hombre desayunando y se levantó a hablar con él. Era el dueño de un importante hotel que le ofreció trabajo por su buen inglés.

Yo sabía que el inglés de Jorge no iba más allá de cuatro frases hechas, pero lo creí todo.
Jorge el recepcionista salía todas las noches de casa a las 9,30 y nunca descansaba, era normal porque se había hecho imprescindible en el hotel. Del dinero que ganaba no se sabía nada, no decía nada.

Una noche fui a verle a su hotel y no estaba, se lo dije cuando volvió a la mañana siguiente. No se inmutó, tuvo que salir a hacer un recado, explicó que hay clientes que te mandan a por medicinas o a por botellas de espumoso. Por el olor que traía estaba claro que el encargo de esa noche fue el espumoso.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

La mejor jugada

El cambio es inevitable. En todos los ámbitos. Yo no discuto sobre la realidad: es la que es; y el mundo no tiene solución porque no es un problema. Solo esfuérzate por hacer la mejor jugada a tu alcance.

Rodrigo Cortés

Ensayo

Muchas veces uno cree que está ensayando y ya está en el estreno.


José Martí Gómez

viernes

Desierto

Si la gente se retirara cuando le va bien, Las Vegas seguiría siendo un desierto.

El hombre del sur, (Norman Lloyd, 1985)

miércoles

Paredes

Enfrente de mi departamento, en una pared cuarteada de color salmón, una mañana apareció una pintada en letras azul oscuro.
"Te echo de menos".

No pude verlo hasta que se disipó la niebla, casi a mediodía. Me estremecí.

Por desgracia también se estremeció la flaca del cuarto B, la maniática insolente del ático y la prepotente "modelo de alta costura" que vive enfrente, en la letra A.

Todas pensamos que alguien nos echaba de menos. A cada una de nosotras un tipo distinto, aunque en realidad era el mismo tipo el que había escrito aquella pavada.

Te echo de menos estúpida, tenía que haber puesto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Futuro

Tú destino está en los demás

tu futuro es tu propia vida

tu dignidad es la de todos.


Juan Goytisolo, Palabras para Julia

domingo

El ciego devenir evolutivo

Los seres humanos somos el ciego devenir evolutivo. 

La idea de que la humanidad se haga cargo de su destino solo tiene sentido si atribuyéramos conciencia e intención a la especie. La humanidad no es una excepción: no puede modelar su propio futuro.

En realidad, la humanidad no existe. Solo hay seres humanos movidos por necesidades e ilusiones contradictorias y sujetos a toda clase de trastornos de voluntad y juicio.


John Gray

El regalo

El día de mi cumpleaños llegó el primer WhatsApp. Se perdió entre todos los mensajes que recibí felicitándome y ni siquiera me fijé en quién lo mandaba.


Dos días después llegó el segundo, tampoco me enteré cuando lo recibí y no lo leí hasta la noche, cuando repasé mis mensajes antes de irme a dormir. "Mañana ponte los vaqueros negros, los ajustados", miré el perfil, una cara borrosa sobre fondo rojo, no quise darle importancia, lo borré y me acosté.


Al día siguiente me puse los vaqueros negros. 


Al salir de clase, mi compañera Lidia me había mandado unos apuntes y al abrir el móvil encontré el mensaje. "Cuando llegues a casa ponte los pantalones cortos". Miré a mi alrededor, me angustié un poco, pero al llegar a casa hice lo que me decía.


Estuve recibiendo mensajes toda la tarde. Y haciendo todo lo que me mandaba. "Escucha esta canción, date una ducha, busca este poema en Internet". Antes de cenar me armé de valor y respondí, "¿Quién eres? ¿Es una broma?"

No tardó ni un minuto en responder.
"Esto solo es un regalo de cumpleaños" "Los regalos se aceptan sin pedir explicaciones". "Prepara tu ropa para mañana".


Apagué el móvil.


Por la mañana había decenas de mensajes, en todos me daba instrucciones precisas para el día. Cada vez eran más complicadas. 


Y yo no podía dejar de hacer lo que me pedía.


Renata Rossi


Hola Roberto.
He escrito este cuento que soñé hace unos meses cuando cumplí 20 años. Mi profesora me ha ayudado un poco, espero tus comentarios y te agradezco tus palabras. Ojalá pudieras publicarlo me haría mucha ilusión.

Gracias de todas maneras.

Un saludo. Renata.


sábado

El golpe

Le preguntaron un día a Adolfo Bioy Casares cuál era el sentido de su obra. 

Y él acusó el golpe (que diría un cronista de boxeo) y salió del paso alegando que tales aclaraciones no incumbían a un narrador. 

Enrique Vila-Matas

viernes

Antibióticos

Casi nadie es muy feliz. Yo casi lo fui el año en que estuve viviendo con Rebeca y dejé de serlo por una tontería.


El domingo 1 de septiembre alguien llamó por teléfono a casa.


— ¿Es la residencia de Rebeca?
— Rebeca está acostada.
— Pero... acabo de hablar con ella, no le ha dado tiempo a llegar a casa...


Era una voz masculina, muy grave, amable y firme, sin saber por qué le puse la cara de un hombre con barbas y bata de médico.


— ¿Quién la llama?
— Soy su médico, acabo verla y de recetarle un antibiótico, pero he visto en su ficha que es alérgica a la penicilina.
— ¿Qué está diciendo? Rebeca no es alérgica a la penicilina y lleva en la cama desde ayer por la noche.
— Escuche, esto es muy importante... ¿es usted su marido?
— Sí — mentí—  y Rebeca está perfectamente.
— ¿Cuál es su nombre, por favor?


Aunque la situación era absurda la firmeza de aquel hombre me obligó a darle mi nombre.


— Me llamo Andrés.
— Mire Andrés, su esposa puede morir si toma esa medicina, búsquela y dígaselo cuanto antes, por favor.
— Doctor, le digo que se equivoca, mi mujer lleva en la cama...
— ¡Por favor! búsquela y asegúrese de que no se lo toma.
— Esto es absurdo, voy a tener que colgar.
— No, escuche ¡escuche! ha habido un error grave, yo no sabía lo de la alergia y le he recetado a su mujer...
— Sí, ya me ha dicho lo de la penicilina, pero le digo que ella no ha salido de casa en toda la noche.
— ¿Y usted como lo sabe?
— ¿Qué dice?
— ¿Ha estado con ella durante todo este tiempo? ¿no se ha quedado dormido?
— He estado con ella, en la misma cama.
— ¿Y no ha dormido?
— Claro que he dormido.
— ¿Y su sueño es profundo o se despierta con cualquier cosa?


El doctor me tenía donde quería.


— Es profundo, pero...
— Entonces hay una posibilidad de que ella saliera de casa y acabara en mi consulta pidiendo que le recetara antibióticos ¿no es así?
— No, no es así. Rebeca no está enferma, no ha salido de casa y está acostada.
— ¿Quiere usted ir a verlo?
— ¿Qué tengo que ver? ¿que está en la cama?
— Sí, por favor solo vaya al dormitorio y fíjese si ella está acostada, solo le pido eso.
— Está bien, después le colgaré y esta conversación terminará de una vez.
— Está bien, está bien, después puede colgarme, pero vaya, por favor.


Y fui. 


Dejé el teléfono descolgado  encima de la mesita y fui hasta el dormitorio. La puerta estaba cerrada, era raro porque siempre dejamos la puerta abierta. Me paré un instante y escuché, dejé de respirar para escuchar mejor, pero no se oía nada. 


El corazón me martilleaba el pecho cuando giré el pomo y entré en la habitación, efectivamente Rebeca estaba allí, con un vaso vacío en la mano y con el teléfono descolgado, escuchando mi conversación con el doctor.


Terry Salgado, El informe amarillo




jueves

Infinitamente original

Coja un periódico
Coja unas tijeras
Escoja en el periódico un artículo
de la longitud que cuenta darle a 
su poema
Recorte el artículo
Recorte enseguida con cuidado
cada una de las palabras que
forman el artículo y métalas en
una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras
otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de
la bolsa



El poema se parecerá a usted
Y es usted un escritor
infinitamente original y de una
sensibilidad hechizante, aunque
incomprendido del vulgo.


Tristan Tzara  Siete manifiestos dadá, 

"Dadá manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo", VIII (1924)

miércoles

Invertir el procedimiento

Carrol había observado que la mayoría, o la totalidad, de los libros nace de un argumento previo cuyos diversos pormenores el escritor inserta después; resolvió invertir el procedimiento y anotar circunstancias que los días y los sueños la depararan y ordenarlas después. Diez lentos años consagró a plasmar esas formas heterogéneas que le dieron, escribe, una clara y abrumadora noción de la palabra caos. 


Apenas quiso intervenir en su obra con una que otra línea que sirviera de nexo necesario. Llenar un número determinado de páginas con un argumento y sus ripios le parecía una esclavitud a la que no tenía que someterse, ya que la fama y el dinero no le importaban.



Jorge Luis Borges, Prólogos con un prólogo de prólogos


Episodio uno

R. (…) Seguimos gente que no conocemos y mediante estereotipos creamos una historia. Por eso tiré de esta chica como personaje.


P: Pero la chica era usted.


R. Sí, básicamente era yo volviéndome loca, vamos. Técnicamente era yo.


P. ¿Técnicamente era usted pero metafísicamente no?


R. La cuenta era mía, En un momento pongo: episodio uno. Y ahí empieza. Me cambié el color del pelo. Fui rubia y trata de una chica que empieza a trabajar de influencer sugar baby.


Entrevista de Jesús Ruiz Mantilla a Amalia Ulman, El País, 6/12/21


El caos cotidiano

— Cuando trabajó de camarera creaba el caos.
— ¿Quién Dina?
— ¿Quién si no?
— Nunca entendí tu amistad con esa loca.
— Ella dice lo mismo de ti.
— Y tenía razón.
— Dina se dedicaba a equivocar las comandas a propósito.
— Bueno, creo que eso lo hacen todos los camareros.
— También atendía antes a los clientes que llegaban después, y dejaba mesas sin atender.
— A mí me pasa siempre.
— A veces, elegía una víctima y le derramaba salsa sobre la espalda.
— Si me lo hace a mí la mato.
— Y si estaba muy animada hacía todo eso a la vez.
— Sus jefes estarían muy contentos.
— El restaurante estaba siempre lleno, no consiguió que la despidieran.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

(m) que acaban de romper el jarrón

En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. 


Jorge Luis Borges, El idioma analítico de John Wilkins


lunes

Prisionera

De todos modos, cuando estas presencias espectrales rompen la disciplina, ella se cala una boina de la Resistencia francesa y se va unos días al Palace como si fuera una extranjera.

Cuando regresa, los espectros le dan un homenaje, porque no pueden vivir sin la música de su máquina de escribir. Por ellos, esta princesa se ha quedado prisionera en ese piso alto de Doctor Esquerdo cuya terraza es, en realidad, una almena.

J.J. Millás. La Gaite


Tierra de nadie

Los locos, como los genios, se levantan, a menudo catastróficamente, sobre las limitaciones de su patria o de su tiempo, entrando en esa tierra de nadie, disparatada y mágica, delirante y tumultuosa, que los buenos ciudadanos contemplan con sentimientos cambiantes; desde el miedo hasta el odio, desde el aparente menosprecio hasta una especie de pavorosa admiración. 


Y sin embargo esos individuos excepcionales, esos hombres fuera de la ley y de la patria conservan, a mi parecer, muchos de los atributos de la tierra en que nacieron y de los hombres que hasta ayer fueron sus semejantes aunque como deformados por un monstruoso sistema de proyección hecho con lentes torcidos y con amplificadores desaforados, 


¿Qué clase de loco podía ser el Quijote sino un loco español? Y aunque su talla descomunal y su demencia lo universalizan y de alguna manera lo hacen comprensible y admirable a todos los hombres del mundo, hay en él rasgos que únicamente podían darse en ese país a la vez brutalmente realista y mágicamente descabellado que es España.


Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas

domingo

Intenciones


— Era mucho mejor que la cena de los idiotas. Era la cena de los invisibles.
— Tendrás que explicarme eso, Naza.
— En la facultad organizábamos una cena cada mes, pero en vez de llevar a un idiota había que llevar a un invisible.
— ¿A quienes llamabais invisibles? 
— A esas personas que pasan por la vida sin que nadie se dé cuenta de su existencia.
— ¿Mendigos?
— No, no. No éramos tan simples.
— ¿Entonces?
— No hace falta ser un marginado para ser invisible ¿No has conocido invisibles vos?
— Creo que por mi consulta han pasado unos cuantos. Yo misma fui invisible mucho tiempo.
— ¡Ajá! Eso es, ¡y yo! y tantos... por eso cada uno tenía que llevar un invisible.
— ¿Con que intención?
— Con la intención de poderlo ver.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Casilla de salida

Cuando ocurrió lo del accidente, y mi viejo volvió a casa para recuperarse, tuvo lugar ese instante terrible en el que los padres se vuelven más débiles que su hijos.


Mi padre fue consciente. 

En el momento en que se sentó en el sofá, delante del televisor, me miró y me dijo:


— Naza, tu viejo ha vuelto a la casilla de salida.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Con las metáforas no se juega

Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. 

El amor puede surgir de una sola metáfora.


Milan Kundera, La insoportable levedad del ser

Un animal acuático

Solo tuvo que quitar el precinto de la policía y entrar en el piso.

 

Allí dentro no había nadie, pero el silencio era tan denso que parecía que alguien se iba a echar a llorar en cualquier momento. 


Fue directo al cuarto de baño. La puerta chirrió y Darío encendió la luz a toda prisa. Corrió las cortinas de la bañera y no pudo evitar imaginar a la chica del tatuaje. 


Para darse valor abrió los cajones del mueble del lavabo, canturreando, y sin ponerse los guantes. Después volvió a la bañera se agachó y miró en el desagüe, sacó un bolígrafo de la chaqueta con el que extrajo una mata de pelos con el aspecto de un animal acuático goteando delante de su cara. 


De la mata cayó un anillo dorado que dio varios botes contra las baldosas del suelo antes de parar. Darío se agachó, tomó el anillo y lo guardó en el bolsillo del pantalón. Después abrió una bolsa de plástico transparente y metió al animalito.


Antes de salir volvió a mirar en el dormitorio, por si la chica aún seguía allí.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Diosas malvadas

Darío soñó con la víctima una noche en la que había tomado demasiado. Esa mañana, después del desayuno, tuvo claro que debía volver al departamento y mirar en el baño.

Llovía en Buenos Aires y el camino hasta Lanús fue demasiado espeso. Una avenida cortada por culpa de un atropello le hizo dar una vuelta que le colocó delante de un semáforo en rojo.

Darío estaba distraído, con la ventanilla a medio subir,  pensando en cómo entrar en la casa y mirar en el lugar que había soñado. En ese momento una mujer golpeó con los nudillos el cristal del auto. El detective se asustó y se le cayó al suelo el cigarrillo que llevaba pegado en los labios.

— Si me invitas a un café te lo cuento todo.

Darío seguía asustado, la ceniza del cigarrillo le había caído encima y ya le parecía que olía a quemado.

— No tengo nada.

La mujer metió su cabeza por el huequito que estaba abierto en la ventanilla.

— ¿Eres retrasado? Solo te pido un café a cambio de saberlo todo.

El detective estaba noqueado, aún sentía que el whisky daba vueltas por sus venas, tenía la garganta rasposa y la voz grave. No le vendría mal tomar un café, aunque fuera con aquella loca.

— Subí, subí al carro.

La mujer dio la vuelta y en un segundo ya estaba sentada junto a Darío. Tenía el pelo muy rojo y muy mojado, Darío estaba seguro de que era una de esas diosas malvadas que salen del fondo del mar para poner a prueba a los idiotas. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




jueves

Apellidos

Sergio estaba pasando el invierno en casa engordando, almorzando a la una y a las cuatro, cuando volvía su vieja del trabajo. No sé qué le hubiera pasado de no conocer a Lupe.

Al principio se escondía. Quiero decir, Lupe llamaba al timbre y Sergio se escondía. La conocía bien, la llevaba mirando desde el colegio, él era un par de años mayor pero aquella chica hacía que Sergio se pusiera colorado con solo pensar en ella. 

Al tercer día abrió la puerta. Delante de él estaba Lupe con el uniforme del súper, abanicándose con una visera verde y con el pie derecho sobre una caja de plástico, una especie de cofrecito de color azul oscuro.

— ¿Eres Sergio Mata?
— Sí.
— ¿Te pasa algo en la cara o es que eres así?
— No, no me pasa nada.
— Entonces es que eres así.
— Soy así.
— ¿No me vas a dejar pasar? Tu vieja compró todo esto en el súper, compró muchas espinacas ¿eres como Popeye?
— No sé.
— También hay muchas galletas de chocolate quizás no te convengan tantas galletas, Sergio Mata.
— No sé.
— ¿No sabes nada? ¿Dónde puedo dejar el pedido? ¿en la cocina?
— Sí, en la cocina está bien.
— Tienes un bonito nombre Sergio.
— Gracias.
— Y un apellido muy gracioso, me gustaría tener tu apellido.

Y Sergio se puso tan colorado que tuvo que pedir disculpas y desaparecer dejando a Lupe en medio de una cocina de azulejos amarillos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Demasiado atento

La verdadera dificultad para dejar de beber es que hace falta demasiado tiempo libre.
No beber es una dedicación absorbente, exige todas las horas disponibles porque hay que estar siempre no bebiendo, no se puede hacer otra cosa, todo el santo del día no bebiendo sin parar.

Con disciplina y concentración, porque si te distraes un momento de no beber, y te pones a mirar por la ventana, a leer un poema o el periódico,  o a escribir una carta, por ejemplo, sin darte cuenta, de pronto,  ya te has puesto una copa.

Hay que estar demasiado atento cuando uno está no bebiendo.


Rafael Reig, Escribir para poder beber

miércoles

Llave de paso

Gina vivía a dos cuadras de nuestra casa. Tenía dos hermanos pequeños y su viejo desaparecía varias semanas, en el barrio se decían que tenía negocios extraños en la frontera. Otros decían que tenía otra familia en Bolivia. Era muy moreno, algunos le decían el Indio. 

Gina también parecía una india, tenía los ojos negros y el cabello le llegaba por la cintura. Se movía como una pantera, como si tuviera que guardar silencio, como si siempre fueran las cuatro de la mañana. Gina llamaba mucho la atención, pero su viejo era peligroso y pocos se le acercaban. 

El año que acabamos el instituto Gina convenció a Germán Dissimo, un viejo fontanero que vivía solo, que ella podía ocuparse de hacerle las cosas de casa.

Empezó el uno de enero. Germán acumulaba botellas y Gina las recogió todas y las tiró al cubo de la basura, también una en la que el viejo había construido una carabela con tres mástiles y la cruz de malta bordada en las velas.

Cuando Germán regresó del trabajo Gina le esperaba junto a la puerta, le dio dos besos y le acompañó al comedor donde tenía preparado el almuerzo. Germán se sentó a la mesa sin decir nada, miró a su alrededor y vio que todo estaba distinto, más ordenado y olía a productos para la limpieza. Comió el pescado que tenía en el plato y bebió dos copas de vino. Mientras comía, Gina se deslizaba por la casa y le preguntaba, desde el pasillo o desde la cocina, cómo le había ido el día.

Germán empezó a contarle lo que le había pasado en la casa de una profesora alemana que vivía en Palermo y que llevaba tres días con el dormitorio inundado.

— A la muy estúpida no se le había ocurrido cerrar la llave de paso.

Gina reía mientras salía de la cocina con un pastel de arándanos para Germán, cuando llegó al comedor el viejo estaba buscando la carabela.

— ¿Perdiste algo?
— Mi carabela, ¿la viste?
— ¿Carabela? No sé que es eso.
— Un barco portugués dentro de una botellita de cristal, 
— Tu barquito debe haber llegado ya al dormitorio de la alemana.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Más escaleras

Si te fijas bien verás que en las escaleras de granito se repliega el tiempo y se condensa el espacio.



Plano americano

Decía que todas las películas deberían estar rodadas en plano americano porque casi nadie sabía caminar bien y el movimiento de los pies o daba lástima o daba risa.


— Recuerda Naza, el alma está en los pies y no en los ojos. 


La pelirroja caminaba como una modelo, había gente que se paraba a mirarla, que se giraban sin pudor para verla caminar hasta que desaparecía entre la muchedumbre. 

Una tarde que acababa de despedirme de ella vi cómo una pareja joven  se volvió a mirarla. 


— Parece un ángeldijo él.

— Si los ángeles fueran como ella no necesitarían alas— dijo ella. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




martes

Reproche

Cuando quedas conmigo no te arreglas tanto.


Terry Salgado, Oído en un bar

Estar de humor

Rosa Ingelmo tenía contratada por horas a una mucama.

Cuando Rosa viajaba a Córdoba para ver a sus padres, la mucama se ponía su ropa y sus perfumes, se sentaba en su butaca y a veces, si estaba de humor, salía a cenar o al teatro con el marido de Rosa Ingelmo.

Cuando Rosa volvía a casa tenía mucho trabajo de plancha acumulado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas