lunes

La abundante exuberancia de sentidos

Había llegado a ser un artista citador gracias precisamente a que de muy joven no lograba avanzar como lector más allá de la primera línea de los libros que me disponía a leer. 


La causa de tanto tropiezo estaba en que las primeras frases de las novelas o ensayos que trataba de abordar se abrían para mí a demasiadas interpretaciones distintas, lo que me impedía, dada la exuberante abundancia de sentidos, seguir leyendo.


Enrique Vila-Matas, Esta bruma insensata

domingo

viernes

Salir

Jorge tenía un departamento en una calle sin salida. Debí darme cuenta mucho antes de la metáfora.

Me invitaba a visitarle los fines de semana. Yo me sentía como una adulta de estreno, una chiquilla que empieza a olvidar su mente para salvar su cuerpo. Jorge tenía un sofá de color rojo en el living, varios cuadros con planos enmarcados de ciudades europeas y algunos esbozos a lápiz graso de desnudos de espaldas.

— Todos son míos, me gusta pintar, me gustan las ciudades europeas, me gustan los desnudos de espaldas.

Nos quedábamos a dormir todos los viernes, los sábados apenas salimos de casa, pedíamos comida, bebíamos vino y veíamos películas en un televisor gigante.

— ¿Te gusta? Compré este televisor para ver películas como si estuviera en el cine.

Yo no le preguntaba nada, solo disfrutaba, me sonreía, a veces me despertaba por las noches y me quedaba mirando las rendijas de luz de la persiana, casi feliz.

El sábado a la noche o el domingo a la mañana había que salir del piso a toda prisa. A toda prisa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Importancia

La vida es la suma de movimientos sin importancia.


Joseph Brodsky

jueves

El vacío

Durante una temporada compartí taxi con Manuel. Los dos trabajábamos juntos en una oficina de Buenos Aires. Teníamos un horario complicado y vivíamos en el mismo barrio. Por las noches coincidimos en la parada de taxis y, después de unos días, nos atrevimos a hablar a pesar de que los dos éramos muy tímidos. 

Solo éramos amigos en el taxi, en la oficina apenas nos veíamos y si lo hacíamos nos saludábamos sin pasión. Por las noches, sin embargo, teníamos una complicidad enorme, hablábamos de todo en el asiento de atrás del auto, reíamos, contábamos confidencias, proyectos, criticábamos a los compañeros y volvíamos a reír. Muchas noches el taxi tenía que esperar a que termináramos de hablar antes de que yo saliera, Manuel continuaba unas manzanas más y, cuando lo veía alejarse, me quedaba una sensación de vacío muy extraña.

Un día Manuel no apareció en la parada, lo busqué con la mirada y después de unos minutos tomé el primer taxi. Durante toda la semana siguió sin dar señales de vida, así que decidí buscarlo por la oficina. Un compañero de su planta me dijo que había tenido que volver a su ciudad de origen por un asunto familiar. Yo también dejé la oficina unos meses después y no volví a verle.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Maravillas

No diré su nombre porque creo que lo que hizo es un delito.

Lo llamaré Enrique, en honor a Vila-Matas, o quizás de otro modo si encuentro un nombre lo suficientemente neutro o creíble. 

Enrique comenzó a trastornar el mundo introduciendo pequeños cambios en su entorno. 

El primer día insultó a una mujer que salía de un oficina en el centro. Fue un insulto grave, desequilibrador, de esos que te llegan a la corteza del cerebro. 

El segundo día bajó los interruptores de la electricidad del bloque de viviendas donde vivía, después cortó los cables y escuchó como daban golpes en la puerta metálica dos personas atrapadas en el ascensor.
 
Por la noche salió a la calle a llamar a los timbres, eran las dos de la madrugada, empezó tímidamente, pero en cuanto escuchó la primera voz adormecida se emborrachó de éxito  y comenzó a pulsar botones sin medida. Corrió por las calles como un loco hasta que al doblar una esquina tropezó con un pareja y cayeron al suelo "Fue maravilloso, ella se hizo una herida en la mano y él quiso pegarme".

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Aquel viaje

Recién llegada a Madrid una noche me quedé dormida en el hombro de un tipo al que había conocido en un bar. 

Era un hombre joven, con una barbita oscura y los ojos negros. Me gustó porque olía a gasolina y no pegaba nada en aquel bar. Era transportista, venía del sur de España con un cargamento de fruta y al día siguiente continuaba camino hacia Francia. Propuso llevarme a conocer el norte de Europa y yo solo me eché a reír. 

"Algún día escribiré sobre ti y sobre este viaje al que no pienso ir". Estaba crecida, los clientes del bar me miraban y mi acento llamaba la atención, creí que la tiranía era un buena opción, pero el alcohol empezó a invadirme y sin pretenderlo pasé del despotismo a la desidia. Me quedé dormida como un bebé y cuando desperté él me había hecho una almohada con su abrigo.

Al despertar sentí vergüenza y frío, no dije nada, él pidió un taxi, me acompañó a casa y me dejó en la puerta. Después se fue a por su camión y yo me acosté. 

A veces me acuerdo de aquel viaje.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Paredes

No fue hasta los quince años que no empecé a jugar con casas de muñecas. 


Es fascinante todo lo que pasa dentro de una de esas casitas sin paredes exteriores. Ese es quizás uno de mis problemas de mujer adulta, haber pasado la adolescencia mirando a través de las paredes.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Qué preguntar

Lorenzo ganó mucha plata vendiendo un aparato extraordinario. 

Decía que lo había inventado él mismo, pero después de conocer los detalles de la historia no creo que tuviera suficientes conocimientos técnicos para fabricar un artilugio así. Tengo varias hipótesis que no he podido confirmar, aunque lo más probable es que lo robara o se lo ganara en una apuesta a su legítimo dueño. También es posible que lo recibiera en pago por una deuda.


A simple vista se trataba de un tubo metálico dividido en tres partes, la superior terminaba en una especie de tapa o rosca giratoria. En la parte inferior había un visor a través del que se podía mirar al interior.


Durante un minuto y medio el aparato reproducía la imagen del individuo que lo usaba, pero en un momento distinto, en otro tiempo que no coincidía necesariamente con ese momento. 

Tenías, por tanto, un minuto y medio para preguntarle a tu yo del futuro o incluso del pasado cualquier cosa que necesitaras saber y que él (tú) estuviera dispuesto a contestar.
Había una serie de normas que había que cumplir a rajatabla, no se podía preguntar por nada referente a la muerte de ninguna persona, ni cometer la torpeza de solicitar un número premiado de la lotería.


Por lo demás, todo estaba permitido.
Yo lo usé una sola vez y, aunque dudé mucho, supe qué preguntarle.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Profecía

Una noche mamá salió a tirar la basura.


Yo tenía un miedo terrible cuando bajaba a la calle, con la noche caída, con su bolsita de basura de la mano. Había algo inexplicable, un miedo atávico a que se perdiera en la noche y no volviera a casa. 


Una noche mamá salió a tirar la basura y no regresó. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Paciencia

Cuando era muy pequeña leí que las ventanas de las casas eran como ojos, a través de ellas las casas veían, recuerdo el dibujo de una casita con dos ojos-ventana en su fachada y con una sonrisa en su puerta principal.

Cuando crecí quise ver a través de los ojos y me dediqué a mirar a las ventanas del barrio, a fijarme en los detalles, a tratar de saber qué pasaba allí.

Es difícil, la mayoría están muy altas o muy cerradas o tardan mucho en dejar escapar algún secreto. Para mirar ventanas, por tanto, hay que ser muy alto, muy perspicaz y tener mucha paciencia. Yo solo tengo mucha paciencia.

Al principio solo veía macetas, ropa tendida, jaulitas con canarios o botes descoloridos. Después comencé a ver jarritas de colores, botellas medio vacías, ceniceros a rebosar, algún libro.

Ver hacia dentro era aún más complicado, pero pronto empecé a ver sombras, bultos y luces encendidas. El mejor momento es el amanecer y el atardecer, a primera hora la gente está dormida y descuidada, caminan por la casa como por el último sueño y se dejan ver en pijama, con la taza del desayuno, apremiando a los niños o dejándose vencer por la cotidianidad. Por la tarde, la caída de la noche sorprende a muchos con las persianas subidas, con la cortinas separadas, y se les puede ver delante del televisor o haciendo cuentas en la mesita, charlando, leyendo a Vila-Matas o comenzando a cenar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



domingo

Detective de interior

Al parecer tengo una vecina muy interesante en el Ático F. 
También tengo algún otro vecino que no sé dónde vive y que es un presunto ladrón de cactus.


Me apetece mucho subir hasta el ático y proponerle a mi vecina iniciar una investigación seria y secreta para encontrar al culpable.
También me gustaría decirle que admiro su prosa utilitaria y que hace tiempo que no escribo algo tan preciso, tan sencillo y tan lleno de matices.


En cuanto me quite este frío de encima subo a ofrecerle mis servicios de detective de interior.  Hace mucho frío en Madrid estos días y las plantas y yo estamos mejor a cubierto.


Roberto


Personajes

Los lectores de De Quincey se cruzan con él por la calle sin saberlo y pagan unos céntimos por el periódico donde él escribe.


Antonio Muñoz Molina

sábado

Premio seguro

Cuando Lupe trabajó en la farmacia se extendió un rumor por el barrio.


Comenzó entre los pibes más jóvenes, pero pronto se extendió como una mancha de aceite y llegó a todas partes, a mí misma.
Los chicos decían que si compraban una caja grande de preservativos de una marca concreta en la farmacia, Lupe metía una papeleta con su nombre, una fecha y una dirección. 


Empezó a haber filas de muchachos a las puertas de la farmacia los días en que a Lupe le tocaba turno. 


Cuando me enteré del rumor corrí a decirle a Lupe lo del bulo que corría por el barrio. Olía a eucalipto y estaba radiante con el pelo recogido en la nuca y su bata blanca abotonada hasta el cuello.

— ¿Ya sabes lo que están diciendo de vos?
— De mí siempre se dicen cosas Naza, ¿a cuál te refieres?
— A lo de las cajas de condones.
— Ah los condones..., eso no es más que una táctica publicitaria.
— ¿Es verdad, entonces? ¿Lo habéis preparado? 
— No te escandalices, Naza. Me llevo una comisión por cada cajita, es una táctica muy simple pero muy efectiva.
— Pero ¿qué pasará cuando los chicos descubran que es mentira?
— ¿Mentira? hay una papeleta por cada cien cajas, tienen un uno por ciento de posibilidades. Si compran cien cajas el premio es seguro.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Divisiones

Estimada señora Lascano.


Con toda humildad me permito copiarle un texto del conde Buffon, como seguramente sabe fue médico, botánico y matemático en la Francia del siglo XVI y pronunció en la Academia Francesa su famoso "Discurso sobre el estilo" en el que dice:


… el gran número de divisiones, lejos de hacer más sólida una obra, destruye su coherencia, el libro parece más claro a la vista pero la intención del autor permanece oscura; no puede impresionar el espíritu del lector ni puede hacerse sentir sino por la ilación, por la dependencia armónica de las ideas, por un desarrollo sucesivo, una gradación sostenida, un movimiento uniforme que toda interrupción destruye o hace languidecer.


Creo que Buffon dice por mí lo que opino de sus textos, por otra parte deliciosos, esa falta de armonía y de unidad le hacen flaco favor señora Lascano. 
Gracias por su atención y disculpe el atrevimiento.
Un afectuoso saludo.

Joaquín Legarde 

viernes

Víctimas colaterales

Jorge era cobarde, vago e incompetente. Quizás por eso mentía tanto. Hay que entender que es difícil sobrevivir teniendo esas tres cualidades. 


A menudo, si rascas en la piel de un mentiroso compulsivo sale esta triada. La cobardía es la peor, la vagancia se puede perdonar y la incompetencia puede resultar digna de ternura o de lástima si no te afecta directamente. La cobardía no. 


La cobardía, como la envidia, pudre al que la practica. Siempre pierde, y siempre hay víctimas colaterales.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Diez más uno

Un día, cuando mis viejos estaban discutiendo en el almuerzo, me enteré de que papá decidió ennoviarse con mamá porque la atropelló un carro.

Mamá se puso furiosa y el viejo se reía.

— Siempre supiste lo del auto ¿a qué te pones así ahora?

Yo me avergonzaba al escucharlos, pero a la vez me daba mucha curiosidad y una especie de excitación antinatural.

— No soporto que lo hicieras por pena.
— ¿Estás loca? Te dije mil veces que no fue por pena, cuando aquel auto te arrolló y saliste volando supe que eras para mí.
— Aún no sé si eres para mí vos.
— Se me saltaron las lágrimas al ver que volabas como un ángel.

Yo me moría de ganas de preguntar ¿dónde fue el atropello? ¿de dónde venían? ¿a dónde iban? ¿quién le atropelló?

— Solo sé que estuve diez días en el hospital con los huesos de la pierna rotos y que no viniste a verme ni una sola vez.
— Tenía muchos asuntos que resolver. Llegué al diez más uno, y aquí sigo.

A lo largo de otras discusiones, en otros almuerzos, me enteré de que el atropello fue en el cruce de Independencia con La Plata, mamá iba a su laburo en un periódico, era su primer día y nunca llegó. El viejo volvía de pasar la noche fuera, una furgoneta que repartía tartas y pasteles se saltó el semáforo y golpeó a mamá que salió volando, y papá pudo ver sus piernas desnudas moverse en el aire y las bombachas pegadas a su cuerpo.

Por supuesto las tartas nunca no llegaron a su destino.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Una ciénaga de papel impreso

Poe inventa grandes noticias falsas que multiplican las ventas de los periódicos en los que escribe, aunque él no reciba ninguna compensación por los beneficios que sus embustes producen a los empresarios. 

Inventa que gracias a un telescopio de potencia extraordinaria se han podido ver ciudades y campos y habitantes de la Luna. Thomas De Quincey escribe para revistas de Londres y de Edimburgo y colecciona periódicos que parecen llegarle desde cualquier lugar del mundo. Los amontona en las habitaciones alquiladas en las que vive y se mueve por ellas como por una hojarasca y una ciénaga de papel impreso.

Antonio Muñoz Molina, Un andar solitario entre la gente

martes

Señorita de novelita rosa

Cuando papá y mamá se conocieron mi viejo no tenía intenciones de ennoviarse. Le gustaba demasiado ir a los bailes, pasarlo bien y conocer a otras chicas.

Mamá se obsesionó con él y cuando se enteraba de que había salido alguna noche se quedaba en vela, sufriendo como una señorita de novelita rosa, imaginándoselo abrazado a otras mujeres. 

Así pasó muchas noches, la imaginación se le desbocaba y acababa levantándose de la cama y saliendo de casa a escondidas, a veces a medio vestir o sin zapatos, para buscarle por los cafés y las salas de baile donde le decían que mi viejo paraba.

Con su carita de burguesita timorata y con los cabellos alborotados mamá recorría la ciudad y entraba asustada en discotecas enormes o en salas de baile a media luz donde el ruido le aturullaba los sentidos y solo sabía murmurar su nombre y mirar con ojos de loca por cada esquina esperando encontrarlo. 

Hay gente de aquella época que aún la recuerda, también a papá que tenía mucho éxito con las mujeres y que cuando la encontró buscándole con aspecto de desequilibrada vio con claridad que aquella chica no le convenía. Quizás por eso acabaron casándose tres años después.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un anuncio a las puertas del cine

He visto a Joana en un anuncio enorme, a las puertas de un cine en el centro de Madrid. 

Tenía los labios pintados de rojo, sonreía mucho, y en sus pupilas se reflejaba la Gran Vía. Debía ser un efecto óptico, pero me pareció que me seguía con la mirada. 

Me ha dado mucha rabia verla tan contenta, aunque solo sea un posado.

Me he girado tantas veces para ver si me miraba que he acabado chocando con una chica vestida con cazadora de cuero y bolsa del Primark. En sus ojos también se reflejaba la Gran Vía. pero no parecía tan feliz como Joana.


Terry Salgado


lunes

domingo

Bis repetita placent

Las cosas repetidas dos veces agradan. Tardé demasiado en darme cuenta, pero lo experimenté con pasión.


No solo fue aquello de mi relación con Jorge y Lucas. En realidad no eran repetidos por solo hecho de ser dos chicos, eran tan distintos que yo también era dos. 


Lo repetido es imprescindible en cualquier aspecto de la vida porque lleva a la perfección, también al hastío pero este no es más que un último estadio de la perfección.


Escribir dos veces, comer, jugar, apostar, besar, reír, morir dos veces quizás.


No es fácil, hay veces que la repetición es ilegal o inmoral, pero ¿cómo va a avanzar la humanidad ajustándonos escrupulosamente a las leyes y a la moralidad?


No es cinismo es supervivencia. 


Cuando entré a trabajar en un diario del sur del país me hice pasar por otra persona, escribía como otra persona, opinaba e interpretaba como otra que no era yo. Tuve además otro trabajo, dos trabajos, el segundo en un restaurante en el que me hice llamar por un nombre distinto al mío, hablaba con palabras que no eran mías y tenía una actitud descarada y prepotente que nunca había tenido. Disfruté el doble, viví el doble y escribí el doble. 

Bis repetita placent. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Nivola

 
¡Nivola! Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género… Invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre bueno, y le doy las leyes que me place. 

¡Y mucho diálogo!


Miguel de Unamuno

Representación

El detective se enteró de que la víctima había representado una obra de teatro en la que era asesinada.


El detective no era muy listo, pero intuyó que en aquella representación podía estar la llave del caso.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Inés Barba

A Inés Barba, la mujer de Ángel Caridad, venía a buscarla un taxi de madrugada.
 
Yo empecé a oír el taxi una noche en la que me desperté de un mal sueño a las tres de la mañana y me levanté a comprobar que estaban cerradas las puertas y ventanas de la casa.

El ruido del auto en medio de la calle le daba a la noche un aspecto amable y misterioso. Me asomé y pude ver un taxi esperando con los faros encendidos. Miré por la ventana pensando que, quizás, estaba mirando a través de un sueño. Cuando apareció Inés Barba me oculté de forma instintiva.

Inés llevaba un vestido corto y negro, tacones altos y un bolso grande, miró hacia los lados de la calle para comprobar que nadie la veía y después se metió en el taxi como si se volviera a la cama.

A partir de ese día me despertaba todas las noches con el ruido del motor del taxi. Nadie más en casa lo oía, pero yo me levantaba muy excitada, sin sueño y sin pereza, y me acercaba a la ventana que ya había dejado preparada, con la persiana subida, antes de irme a dormir. Y allí estaba Inés, con su vestidito, su bolso y su pelo recogido, su mirada vigilante y su taxi que, en cuanto ella entraba, arrancaba y se iba calle adelante en dirección suroeste.


Muchos años después me encontré con Inés en Madrid, almorzamos juntas y me contó que sabía que yo la miraba.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Qualsevol nit pot sortir el sol

Hace una noche clara y tranquila, luce la luna,
los invitados van llegando y van llenando toda la casa
de colores y de perfumes.

Están aquí Blancanieves, Pulgarcito, los tres cerditos,
el perro Snoopy y su secretario Emilio, y Simbad,
Ali-baba y Gullivert.

Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo.

Mi casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien.
Hola Jaimito, y doña Urraca, Carpanta y Barba-Azul,
Frankenstein, y el hombre lobo, el conde Drácula y Tarzán,
la mona Chita y Peter Pan.
La senyorita Marieta del ojo vivo viene con un soldado,
los Reyes Magos, Papa Noël, el pato Donald y Pasqual,
la Pepa bonita y Superman.


Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien.

Buenas noches, señor King Kong, señor Asterix y Taxi-Key,
Roberto Alcázar y Pedrín, el hombre del saco, y el pitufo,
señor Charlot, señor Obelix.
Pinocho viene con la Moños cogida del bracito,
está la mujer que vende globos, la familia Ulises,
y el Capitán Trueno en patinete.

Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien.
A las doce han llegado el hada buena y la Cenicienta,
Tom y Jerry, la bruja Calixta, Bambi y Moby Dick,
y Sissi Emperatriz.
Y Mortadelo y Filemón, y Guillermo Brown, y Guillermo Tell,
Caperucita roja, el lobo feroz, y el caganer,
Cocoliso y Popeye.


Oh, bienvenidos, pasad, pasad, ahora ya no falta nadie,
o quizás sí, ya me doy cuenta que sólo faltas tú.
También puedes venir si quieres, te esperamos, hay sitio para todos
El tiempo no cuenta, ni el espacio, cualquier noche puede salir el sol.

Jaume Sisa

viernes

La hija de Carlo


Cuando dejé el instituto mi padre me consiguió trabajo en una frutería.


El dueño se llamaba Domenico, tenía los dientes amarillos y el pelo pegado a la cabeza, a mí me parecía un viejo. El primer día Domenico me recibió en su despacho, recuerdo el frío que hacía y el olor dulzón pegado a las paredes.


— ¿Eres la hija de Carlo? Te pareces mucho a tu padre. Aquí se trabaja duro. ¿Podrás hacerlo? A las cinco empezamos, a las cinco de la mañana —risas— a las nueve abrimos la tienda, a las tres a fregar y cuando acabes de recoger para casa. 


Domenico parecía que miraba a través de mí, hablaba con frases cortas y no esperaba respuestas. 

— Está bien.
— ¿Podrás hacerlo?
— Creo que sí.
— ¿Crees? Tengo una colección de chicas como tú que dijeron lo mismo y que al segundo día no aparecieron más.
— Yo sí apareceré.
— ¿Tú sí? ¿Por qué tú sí?
— Yo soy hija de Carlo.


Domenico se sonrió con sus dientes amarillos, se levantó de su asiento de cuero gastado y se dirigió a una caja grande de cartón que estaba bajo una ventana con la persiana bajada, apartó unos papeles y sacó de la caja una bolsita de plástico con un uniforme. Pantalón azul oscuro elástico, camiseta blanca y delantal amarillo. 
Era mi primer uniforme. 


Al día siguiente, mi primer día, me quedé dormida.


Lena Rosso


Roberto, gracias por tus recomendaciones y por tu blog. 
Gracias por quitarme todo lo que sobra y dejar el texto desnudo, oliendo como olía el despacho aquel.
Salud!!
Lena

Ese vicio molesto

Me despertaba a las seis de la mañana y ya no podía volver a dormir. Tenía ese vicio molesto que me era imposible de erradicar. Pero a diferencia de otro momento, podía quedarme unos minutos en la cama. Me gustaba ver a Luciana descansar, adivinar sus sueños, observar el movimiento pendular de sus ojos bajo sus párpados. Pero no me quedaba mucho más tiempo.

Antes, la cama olía al champú de su pelo, al desodorante con el que se rociaba desde la cintura al cuello cada noche. En esa otra época, tendía una toalla para no mojar la almohada y dejaba su cabellera húmeda posada sobre la tela afelpada. A mí me encantaba sentir su pelo empapado acariciando mi rostro. Nuestras sábanas olían a perfume y a jabón de ropa. Pero eso ya no ocurría y temía que nos estuviéramos acostumbrando a vivir de esa manera.

Hugo Gastón Iguigaray, El césped

Lo de los patos

Tuve una cita un domingo por la tarde. Los domingos por la tarde son como el agua mansa de un estanque lleno de patos, es mejor mirar desde fuera.

Estuve un buen rato frente al espejo, hasta que mi imagen se hizo absurda, fue ahí donde pensé en los patos. Me peiné varias veces como si aquel pibe me importara realmente. No me importaba, solo había quedado con él porque me ayudó en un trabajo de la facultad, un análisis comparativo de la primera etapa de la literatura de Juan Ramón Jiménez con la de Rubén Darío. Siempre odié el modernismo y a los modernistas y desde que estaba en la facultad me repugnaban porque se habían metido en mi vida.

Ricardo Risueño ¿no es fantástico? salió un día de clase y se acercó a mí. "He oído que tienes problemas con el trabajo de comparativa, si quieres puedo ayudarte". No lo conocía, pero al parecer él a mí sí y eso me llenó de orgullo estúpido de colegiala. Le dejé que me ayudara, claro. Al día siguiente vino a clase con sus veinte cuartillas en Times New Roman a 11 puntos y 1,5 de interlineado. Allí dentro estaban Juan Ramón y Rubén Darío retorciéndose en metáforas, cultismos y neologismos salpicados por el agua verde y caliente del estanque de patos. Un trabajo impecable, 8,5 de nota.

Esa tarde Ricardo ya me invitó a un café, era un tipo muy plano, que usaba palabras que parecía que había buscado en el diccionario, había leído muchos libros que yo no conocía y hablaba de escritores como si fueran de su familia. Me gustaba y me repelía a la vez. 

Me puse unos pantalones rojos, una camisa blanca y una chaqueta de cuero, y me senté en un banco del parque a leer su trabajo. Estaba bien escrito, usaba muchas notas a pie de página y abusaba de los adverbios, pero sabía de lo que hablaba. Al llegar a la biografía de Juan Ramón Jiménez se quedó atrapado en un asunto menor que me enganchó sin remedio. Risueño se las había arreglado para entrar por la puerta de atrás en el asunto Gil Röessett. 

Margarita Gil Röesset fue una artista española que conoció a Juan Ramón cuando una amiga común se lo presentó a la salida de la ópera, era el año 1932 y el escritor llevaba casado desde 1932 con Zenobia Camprubí, una lingüista a la que Gil Röesset admiraba profundamente. Marga se enamoró de  Juan Ramón Jiménez y ante la imposibilidad de tenerlo se suicidó, era 1934 y tenía 24 años.

El estanque de los patos no daba para más metáforas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

Agujeros

Me acostumbré a ir por el mundo con agujeros en los calcetines.

Mi padre llevaba siempre agujeros, y mi madre también, aunque pocas veces usaba calcetines.


No podíamos remediarlo, recién acabábamos de comprarlos, los estrenábamos por la mañana y a la noche ya tenían un agujero en la punta, junto a los dedos.


No se sonrían, las uñas siempre al ras, siempre bien cortadas porque papá sufría mucho de los pies y nos acostumbramos todos a ir a un podólogo que tomaba los pies entre las manos como el que toma un bebé recién nacido.


Nunca lo hablamos, pero estoy segura de que tanto mis viejos como yo disfrutábamos demasiado yendo al podólogo, era una especie de cita secreta de la que nunca contábamos demasiado.


Creo que, tal vez, lo de los agujeros en los calcetines tenga algo oculto o erótico que nunca he sido capaz de explicar.      

      

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas                                                

miércoles

Punto y aparte

Es hora de que este poema acabe
para que algo nuevo comience. Punto y aparte.


Lyubomir Nikolov, Parábolas de medianoche

Manchas de vino tinto

Escribí durante mucho tiempo sobre la mesa de la cocina. No era una mesa limpia, a menudo había migas, restos de las verduras recién cortadas o alguna mancha de vino tinto que hacían peligrar mis papeles y mi computadora.

A veces mamá estaba cocinando a mi alrededor y el vapor que salía a borbotones de la cazuela se mezclaba con mis metáforas. A veces sacaba del fondo del armario una botella de cristal verde botella. Y bebíamos vino hasta que mamá olvidaba si había echado sal al guiso y yo perdía el hilo de la ficción, y la mezclaba con la salsa para las costillas o me pillaba justo en medio de un diálogo y mis personajes comenzaban a balbucear, o a hablar de su infancia, o de aquella mujer a la que nunca hablaron y siempre quisieron.

Escribí durante mucho tiempo sobre la mesa de la cocina, hasta que un día me hice mayor, y cambié de lugar, y mis palabras cambiaron de sabor y cuando quise volver ya no estaban.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

La piedra angular

En otra ocasión cuando aún era un novato, el jefe de equipo le puso a buscar colillas de cigarrillos por toda la avenida La Plata. Al parecer una cantante de medio pelo había matado a un cliente que le pidió demasiadas canciones al oído. La mujer tenía por costumbre hacer repertorios privados y algo se torció el último domingo por la noche.

El hombre apareció muerto debajo de la almohada de su propia cama, desnudo y con más alcohol en sangre del que puede soportar una persona normal. A su alrededor varias colillas manchadas con pintalabios rosa, como el que utilizaba la solista. No es broma, también coincidían la marca del tabaco encontrada con la que fumaba la cantante y varias personas los vieron salir juntos de la sala de fiestas. 

El caso era tan sencillo que el jefe de equipo pensó que era ideal para tener a Darío dando vueltas como una peonza por el barrio donde apareció el cadáver. Y Darío, vestido de uniforme, recogió el primer día más de mil trescientas colillas. No tenía duda de que alguna serviría para algo, de que alguna de esas pruebas sería la piedra angular que resolvería aquel caso.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Sacar el arma

Milo había llegado a Argentina desde Yugoslavia. Tenía un pequeño taller de joyería cerca de nuestra casa. Al parecer era un joyero excelente, pero tenía que dedicarse a otros asuntos para sobrevivir.

Milo compraba oro y todo tipo de joyas a todo tipo de personas. También prestaba dinero a cambio de las joyas, que siempre se podían recuperar pagando un extra. 

En el taller de Milo también se hacían apuestas, apuestas de todo tipo que él manejaba con una habilidad y una memoria prodigiosas.

Nadie se atrevió nunca a llevarle la contraria a Milo y solo una vez tuvo que sacar la pistola que guardaba en el cajón del dinero, y la usó porque, como sabe la gente de carácter, si sacas el arma es para usarla.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Mis lectores

Mi primer libro tuvo pocos, muy pocos lectores. En la librería del barrio vendí tres ejemplares y una mañana el librero me dijo quiénes eran, me los presentó, me pareció fascinante. 

Me fascinaron más ellos a mí que yo a ellos. Desde entonces quise conocer a mis lectores y con el tiempo de las redes sociales fue mucho más fácil. Después ocurrieron algunas cosas y dejé todas las redes, me saturé.

No renuncio, sin embargo a conocer a mis lectores, porque en ellos tiene sentido, otro sentido, el que sea, lo que escribo. Me encanta ver cómo transforman lo que digo, como lo adaptan como lo destrozan y lo reconstruyen.

Con mi primer libro vendí treinta y siete ejemplares. Conocí personalmente a veintiocho de aquellos lectores, cada uno de ellos me sorprendió.


Nazaré Lascano, Entrevista de Jordi Ocozol

domingo

Una mariposa

Así, en 1916, aquel pobre empleado que estaba haciendo guardia permitió que una mariposa permaneciese bajo el reflector de su mesa.


André Breton

lunes

Patatas robadas

He soñado con mis ancestros y su olor a patatas

robadas

los he visto varear olivos con la cara llena de

espinas

he visto a mis ancestros bailar sobre una montaña

de ajos

al abuelo y su traje marrón

a la abuela encendiendo seis velas en el altar de la

caldera

[...] he visto a mi madre

una niña con sus primeros pantalones vaqueros

mirando al mar

Mario Obrero, IV. Mis ancestros

domingo

Cobrador profesional

Lucía Monsalvo se pasó la noche de 4 al 5 de julio vomitando en un hotel de Montevideo.
 
Se despertó sudorosa sobre la una de la madrugada, se levantó corriendo y apenas le dio tiempo a llegar a la taza del váter. Un hombre que estaba alojado en la habitación contigua y que tenía una cita al día siguiente para cobrar una deuda despertó a causa de las arcadas de Lucía.

El hombre, cobrador profesional, llegaría tarde a su cita.

El viejo de Lucía Monsalvo lo había perdido todo justo diez años antes, en la timba de Manuel Belgrano. Lucía estaba tratando de recuperar el tiempo que se había torcido aquel viernes de hace 10 años, la fase del vómito era la quinta desde que empezó todo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Felicitas


El primer caso al que tuvo que enfrentarse Darío fue muy sonado.

Acababa de llegar a la comisaría, era un policía bisoño al que aún le asustaba el peso del arma en el pecho.

Fue en un caserón en Isabel la Católica, frente a la iglesia erigida en honor de la pobre Felicitas Guerrero, es por eso que las mentes de los periodistas encontraron una feliz coincidencia para llenar sus periódicos, dos asesinatos en mismo punto de la ciudad, dos mujeres hermosas con un disparo mortal en la espalda.

¿Quién no estiraría la noticia hasta lo absurdo?
¿Quién no mentiría ante una verdad así?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




El azar en la vida de Lucía Monsalvo

La madre de Lucia Monsalvo se volvió loca. Fue de la noche a la mañana, un sábado por la tarde pasó de ser una mujer amable y fiable a convertirse en una demente. 

Lucía y yo íbamos a la misma clase desde el primer grado, su mamá venía a buscarla al colegio en un auto blanco con los asientos de cuero. Yo amaba ese olor a cuero.
 
A la mamá de Lucía Monsalvo se le acabó la alegría de vivir cuando perdió a su marido en una timba que se celebró en la trastienda de un taller de televisores de la avenida Manuel Belgrano, un viernes por la noche.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Cervantes para empezar

Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.

Miguel de Cervantes, El viejo celoso

[Es esta] la más amorosa expresión de gratitud carnal que pueda concebirse en prosa castellana.

Rafael Sánchez Ferlosio