miércoles

Fruto de su imaginación

Fingir es fácil.

Fingir en la cama es muy fácil.

Un hombre se creerá lo que sea y, cuanto más ego tenga más fácil será hacer una función en la que él pensará que en la pista ha habido trapecistas, juegos malabares y fuegos artificiales.
Jamás sabrá, ni se le pasará por la cabeza, que todo fue fruto de su imaginación.

Yo lo he hecho muchas veces, las primeras porque no lograba concentrarme, estaba como ausente, me daba la sensación de que veía la escena desde otro lugar y parecía que si no hacía algo me quedaba fuera de la fiesta. Después me acostumbré a aquellos shows que me montaba en la cabeza y si no conseguía armar una buena función ya no disfrutaba. 

Durante mucho tiempo no le conté nada a nadie, me daba vergüenza y pensaba que estaba haciendo algo malo, pero varias mujeres, unas amigas y otras menos amigas, me dijeron con naturalidad que ellas también lo hacían.

— ¿Tú les engañas Naza?

¿Cómo podía reconocer algo que solo yo sabía y que me montaba en mi cabeza como si fuera el escenario de un cabaret?

— Yo no engaño nunca.
— ¿Cómo logras entonces que no se sientan unos desgraciados?

¿Desgraciados? No lo entendía bien, yo lo hacía por no sentirme yo una desgraciada, nunca había pensado que ellos pudieran serlo.

— No tienen por qué sentirse desgraciados, el sexo es para disfrutar.
— Entonces...¿No actúas nunca?

No podía disimular más.


Naaré Lascano, Cuentos de parque Chas



martes

Lo inmenso y lo minúsculo

Cuando tomaba demasiado podía darle por lo inmenso o por lo minúsculo.
No sé qué era peor.

Si le daba por lo inmenso se podía tirar en medio de la calle con los brazos abiertos, echar a correr sin dirección o hacer unos aspavientos estrafalarios que imaginaba movimientos de algún tipo de arte marcial que solo él conocía.

Si le daba por lo minúsculo podía diseccionar cada frase, cada palabra y cada pensamiento hasta lo ridículo o hasta lo sublime.

Tanto da.


Nazará Lacascano, Cuentos de Parque Chas

Solo fue divertido

Siempre se me dio bien ser otra. Pudiera parecer, entonces, que hacer de doble de aquella escritora oculta sería fácil. 


No fue fácil, solo fue divertido.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Usar un taladro

Corría el año 2007 y vivía de alquiler en Sevilla; mi piso tenía dos espacios: un salón-cocina y un cuarto de baño con azulejos celestes cuya ventana daba a la placita de San Julián. 

Dormía en el salón sobre un colchón tirado en el suelo. No sabía usar un taladro ni enmarcar una lámina, así que estropeaba pósteres caros clavándolos a la pared con chinchetas. Nunca conseguía colocarlos rectos y esta asimetría me atormentaba.

Toteking, Búnker

domingo

Cerrar los ojos

Mamá siempre salía en las fotos con los ojos cerrados. Para parecerme a ella yo los cerraba a propósito en el momento en el que el fotógrafo disparaba.


Nunca conseguí cerrarlos a tiempo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Personajes de ficción

— A menudo sus personajes hacen cosas porque sí.


Estaba de acuerdo, los personajes eran poderosos, pero actuaban como personajes, por impulsos, porque lo decía su autora, porque sí.


— ¿Vos no haces cosas porque sí?
— Puede ser, pero yo soy real, tengo ese derecho.


Me pintaba por haberme puesto a defender lo indefendible, por arrastrada, por estómago agradecido.


— Estoy de acuerdo.
— ¿Está de acuerdo en que sus personajes no tienen razones para hacer lo que hacen?
— Trato de darles una realidad que a menudo no merecen —hice una larga pausa— y eso provoca que acaben actuando de manera ilógica o se salgan del esquema. Sinceramente, es un defecto que no sé si podré corregir.


Las preguntas venían de una chica muy joven, llevaba lentes, era flaca y se agarraba a un bolígrafo para hablar. Se sonrió ante mi última frase.


— No digo que estén mal escritos, de hecho hay varios personajes que me los llevaría para casa, lo que ocurre es que me descolocan sus decisiones cuando no obedecen a nada.


Me gustaba aquella flaca.


— Ten cuidado.
— ¿Cuidado? ¿Con las decisiones que no llevan a nada?
— Con mis personajes, ¿los dejaste solos en casa?


La flaca se ruborizó, mordisqueó el bolígrafo e hizo como que apuntaba algo. Hubiera sido estupendo que ella o yo hubiéramos hecho algo ilógico, porque sí. Pero no podíamos, a esas alturas ya éramos ficción.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


jueves

Vergüenza en compañía

Mucha gente bebía en el barrio.

Mis viejos también, yo no sabía hasta qué punto hasta que los vi una noche regresando de un espectáculo con las caras aborrajadas, hablando alto y riéndose a carcajadas.

Encontrarme con el viejo mamado no me producía ningún efecto, pero ver a mamá trabarse con las erres, repetir las cosas mil veces o sonreírse como una estúpida me hacía sentir rara, como un personaje de la tele, una huerfanita desgraciada o algo así.

Supongo que no era agradable ver que las madres también tienen otras personalidades dentro, y que la voz de esas personas no es clara y sus reflexiones son una mierda.

Una tarde vacié las botellas del mueble bar en el lavabo y las rellené con agua del grifo. Según lo hacía sabía que me iba a meter en un lío y que con eso no arreglaba nada, pero no pude por menos, hice aquello como una autómata, como si me viera desde fuera.

Se enfadaron claro, pero también se rieron, se habían preparado dos gin tonics magníficos en unas copas grandes adornadas con rodajas de limón y, cuando los probaron, pusieron una cara extraña, entre la incredulidad, la desilusión y la alegría triste de la vergüenza en compañía.

Ahora, a veces, yo pongo esa cara también.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




miércoles

Arrastrar

¿Por qué se habían vuelto locas?
¿Fueron las primeras en perder un ser querido?

Mi teoría es que ni Lucía ni su madre aceptaron el destino de su padre. Y no me refiero a esa estupidez del destino marcado o escrito. No. 

Me refiero al destino que él había escogido, el de apostar lo que no tenía, el de arriesgar de forma suicida hasta que encontró lo que buscaba.

Le faltó decencia o generosidad o lo quiera que le debiera a su familia y le sobró humildad.

¿Se dejó ganar? No lo creo, se dejó arrastrar.

Lo consiguió.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Los pies del gigante

Recuerdo pocos cuentos infantiles.

Recuerdo, sobre todo, uno terrorífico que me contaron en la escuela siendo muy pequeña.

Trataba sobre un gigante muy grande que vivía en un país muy pequeño, el gigante no era malo, pero al ser tan grande no podía evitar destruir todo lo que tuviera cerca. Las casas, los árboles, la gente, todo lo que estaba cerca de aquel ser acababa roto, pisoteado, destruido. Y, claro, el gigante se sentía muy solo.

Hasta que apareció una princesita y el gigante se enamoró y, después de que él consiguiera rescatarla de unos hombres muy malos ella también se enamoró y entonces el gigante tomó un tamaño normal.
Yo no entendía nada. ¿Por que adquirió un tamaño normal? ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué la princesita no se hizo gigante? Años después pensé en si el que lo escribió quería dar una explicación freudiana y todo aquello tenía que ver con el sexo o algo así.

Creo que, a pesar de todo, yo misma hubiera soñado con ser aquella princesita de no ser por las ilustraciones del libro.

En la última página, cuando la princesa y el gigante, ahora de estatura normal, se alejaban de espaldas al lector con sus galas de recién casados, uno de los pies del gigante levantado, dejaba ver la suela y, pegados a esta, aún podían verse pequeños cuerpecitos, los cadáveres minúsculos de las personas que un día fueron pisoteadas y que habían menguado junto al gigante.

Nazaré Lascano Cuentos de Parque Chas 


martes

Hormiga descubre a los humanos

En el taller de teatro Tomás aprendió a representar cualquier personaje. Le gustaban los más complicados y cuando la profesora les daba una terna para que eligieran él siempre elegía el que pensaba que le supondría mayor dificultad.


Fue así como se hizo detective. Fue así también como fue "mujer madura irresponsable", "vendedor de afrodisiacos", "arquero desahuciado" y, entre los seres extraordinarios, "campeón de lucha libre que salva al país de la bancarrota", "inventor de una máquina para fabricar agua" y "hormiga que descubre a los humanos".


La representación de la hormiga vació a Tomás, le hizo replantearse su vida y su propia humanidad. Vestido, que no disfrazado, como hormiga deambuló cuarenta días y cuarenta noches por Buenos Aires.


Le robaron, le arrojaron al mar y le exhibieron en una feria.


Una noche en la que le habían obligado a bailar y beber durante horas, una mujer, creyéndole un loco, se apiadó de él y le llevó a su departamento. Eso y no la hormiga fue lo que le cambió la vida.


Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

lunes

Los artistas

Odio a los artistas, por cierto. Sobre todo a los obsesionados con permanecer: aquellos que sueñan con que sus obras vivan más allá de los límites del cáncer.


Toteking, Búnker


Más sobre los hoyos

Las ideas sobre el espacio y el tiempo que deseo mostrarles hoy descansan en el suelo firme de la física experimental, en la cual yace su fuerza. 

Son ideas radicales. Por lo tanto, el espacio y el tiempo por separado están destinados a desvanecerse entre las sombras y tan solo una unión de ambos puede representar la realidad.

Hermann Minkowski, Discurso en la 80ª Asamblea de Científicos Naturales y Médicos Alemanes (1908)

El hilo del placer


En varias ocasiones me preguntaron sobre religión.

Yo me sobrecogía. Como una beata entregada o como una mística posmoderna. 
Se me erizaba la piel, me excitaba sexualmente.

Creo que se me notaba porque sacaba la lengua y me la pasaba por los labios, me di cuenta después, viéndome en algunos vídeos, era patética y hermosa como una virgen del barroco.

Lo hacían por mi supuesto apellido, que en realidad era un doble engaño y una doble trampa. Evidentemente yo no era yo, pero es que además la escritora a la que representaba utilizaba un nombre falso, no un seudónimo, un auténtico nombre falso que le permitía escapar de alguien y a la vez vender más libros.

Identificarla entonces con una religión determinada por su apellido era una estupidez, también doble.

Pero aquello me ponía a cien.

— Sí, escribo desde la religión, pero como escribo desde la ensalada de aguacate que comí para almorzar, desde mis suspensos en matemáticas en primaria, desde mi incapacidad para dormir antes de las tres de la mañana, desde los traspiés que doy constantemente en las aceras, desde el aliento que me echan los pasajeros en el subte, desde los informes de lectura que hice durante seis años, desde los ratos que paso sentada en la taza del váter tras el café del desayuno, desde las conversaciones con el mesero de la plaza de mi barrio, desde el terror a oír lo que dicen a mis espaldas, desde el tacto de las manos que tocaron mi sexo, desde todo lo que recuerdo y es mentira.

Aquello podía no tener fin. 

A veces oía toses nerviosas o el moderador me pasaba una notita manuscrita pidiéndome que parara y que yo leía en público. Paraba cuando me quedaba sin aire o se me secaba tanto la garganta que tenía que agarrarme a la botellita de agua y abrirla como si abriera champaña, y al descorcharla se me iba el hilo, y paraba, y se oían suspiros o risitas, pero también a gente con la respiración contenida y los ojos muy abiertos esperando que yo tragase y continuase, pero para entonces yo ya había alcanzado el clímax y había perdido el hilo del placer o lo que fuese aquello que acaba de pasar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Rojo sandía

— Sus cuentos están llenos de hoyos ¿podría explicarnos por qué?

— No son ninguna metáfora o símil de la vagina, ni del acto sexual.

Hubo un murmullo en el patio de butacas parecido al de un estadio cuando el delantero local falla un penal.

 — Ni las braguitas rojas son una metáfora de la virginidad, por si era esa la siguiente pregunta.

 —¿Tienen esas figuras entonces un significado concreto o son aleatorias?

Creo que la pregunta me ofendió, como si realmente fuera la autora.

— ¿Aleatorias? Todo tiene un significado, nada es aleatorio.

Pensé que los editores podrían estar satisfechos con aquellas frases supuestamente ingeniosas que no decían nada, sin duda debía comprometerme un poco más.

— ¿Qué significado pueden tener, o tienen, entonces?

— Les daré algunas pistas, cuando encuentren ropa interior en una novela es posible que la autora hace tiempo que no se cambia de bragas. 

El murmullo era ahora más intenso, pero más apagado, si el olor a sudor tuviera sonido sería aquel murmullo. El periodista que me interrogaba se creció.

— ¿Y, entonces, los hoyos?

— Los hoyos nunca son un buen augurio. Los últimos auguraron un descenso en las ventas, por eso es que me han visto la cara al fin y he venido a España.

No me hizo falta mirar de nuevo a mis jefes, su caras rojo sandía, daban un fulgor que iluminaba el escenario. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




Un trabajo serio (II)

En octubre empezó a romper las bombillas de los portales.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un trabajo serio

Durante un año entero, de septiembre a septiembre, se dedicó ha hacer hoyos en las calles.
Lo hacía de lunes a viernes y los fines de semana descansaba, como si fuera un trabajo serio.


Era muy serio.


Llenó varias avenidas de hoyos, calles perforadas como quesos en barrios muy separados.


Nadie encontraba un patrón, hubo periodistas, policías y ociosos buscadores de lo extraño que lo intentaron.


Cuando surgieron varias teorías acerca de los hoyos cambió el modus operandi para acercarse a aquellas teorías imbéciles. Después volvía a cambiarlo todo. Se hartó de que lo llamaran El loco de los hoyos.


En septiembre lo dejó.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Gracias por no opinar

Odio las opiniones. 

La vida que sucede al margen de las opiniones que insistimos en dar es maravillosa. Qué terribles son las opiniones. Todas. La mía la primera.

Toteking, Búnker

miércoles

Agua

Matilde era una novia que bebía agua constantemente. Se le secaba la boca desde que que conoció a su futuro marido y vio por primera vez el mar.

Matilde era de origen navarro, vio el mar en Guipúzcoa la víspera de San Juan, Ese mismo día conoció a Jon. No era mal tipo, a ella le pareció demasiado silencioso, pero sabía que los vascos hablan poco. Lo primero que le dijo es que iba a atravesar el mar, que al otro lado había mejor trabajo, más plata, menos miseria. Al ver tanta agua Matilde sintió que se le secaba la garganta.

Estuvieron veintidós días en el océano, se habían casado solo tres días antes de la partida. Compartían camarote con otras dos parejas de recién casados que hacían el amor todas las noches. Matilde fue incapaz, solo tenía sed.

Cuando llegaron a Buenos Aires fueron directos a hacerse la foto de novios, Renato acaba de abrir su estudio, Matilde le pareció muy bella, su acento era cortante pero su voz muy dulce. Solo sabía pedir agua. Jon no dijo una sola palabra.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Como Nietzsche

De aquella colección de fotos salieron personajes que solo podían ser de ficción y a los que exprimí todo lo que supe.

De allí salió Lorenzo.

Fue emocionante verlo de niño, y verlo de militar y de novio.

Lorenzo fue el primero al que busqué, antes que a mis viejos, antes que a mis amantes, antes que a nadie.

En aquellos retratos podía controlar el tiempo no es una puta metáfora, podía controlar el tiempo, realmente, como Nietzstche, y lo hice.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Ella es dormida

Inventé, inventé mucho durante aquella campaña de la escritora argentina, inventé tanto que perdí mi trabajo. Yo ya lo sabía, era justo, lo estaba provocando, por suerte me pagaron para evitar el escándalo. 

Oí decir que les había salido rana. Me gustó. También les oí decir que era lo mejor que les podía haber pasado, que le había dado un giro o un impulso o no sé que mierdas a la carrera de esa calientapollas.

No me importó ni beneficiarles ni perjudicarles, solo me importaba inventar y aquella oportunidad era inmejorable. Lo pasé como nunca.

Todo se torció cuando empecé a cambiarle los títulos a los libros y explicar cómo yo quería que hubieran salido hacia la imprenta y cómo salieron finalmente.

Los críticos, los profesores de literatura latinoamericana contemporánea, los traductores y los lectores pasaban del asombro al enfado y de ahí a la rabia, la aceptación y la alegría, una alegría infantil, un poco hijaputa, como debe ser una alegría de verdad. Solo los que viven en o a través de los libros pueden reconocerla.

El primer título que cambié fue Ella es dormida. Los que han leído el original con su titulito de mierda saben a cuál me refiero. Alucinaron cuando les dije que en medio de la novela sobraban veinte páginas que ellos mismos podían arrancar, que había dos personajes infames que estaban allí por orden del editor y que yo tenía tachados con tinta negra en mis copias. Se relamieron cuando les leí en episodio que faltaba antes del final y aplaudieron cuando por fin dije en quién estaba inspirada la mujer más tonta de la novela.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



martes

Los novios de Renato

Renato tenía una memoria prodigiosa. Podía tomar cualquier retrato de sus treinta y cinco años de oficio y decir el nombre de los novios, cuáles eran sus familias, a qué se dedicaban y si seguían casados.


Quise escribir un librito con los novios de Renato. Lo intenté, escribí algunos capítulos, pero se abrían tantas ramas en cada pareja, Renato contaba tantas cosas de cada uno de ellos, que yo no podía por menos que pedirle sus teléfonos o sus direcciones para hablarles  y que me contaran más cosas. 


No lograba avanzar.

Algunos de aquellos novios siguieron yendo al estudio para retratar a sus hijos recién nacidos o para  hacer las fotos de los bautizos y de sus primeras comuniones. La amalgama de familias con origen español, italiano, polaco o ruso era como una constelación en una noche limpia de verano.

Todos aquellos descendientes de emigrantes pobres o perseguidos mezclándose e iniciando sus vidas en Buenos Aires ¿podía haber algo mejor?


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Fotos de novia

Muchas novias con su vestido blanco atravesaban el barrio los sábados y los domingos por la mañana.
Algunas veces también aparecían entre semana, pero entonces lo hacían con más rapidez, sin espíritu festivo, y casi nadie se daba cuenta.


La razón de aquel paso de mujeres a punto de dejar la soltería estaba en la costumbre de los fotógrafos de la zona de llevar a las novias a hacerse la última foto de solteras a un fresno que según decía la tradición daba fertilidad y garantizaba un matrimonio feliz.
Lo de la fertilidad casi seguro que les funcionaba a todas, lo de la felicidad seguro que no.


Alguna vez vi aquellas fotos en el escaparate del estudio de Renato. Clavadas con chinchetas, detrás de un expositor con marco y puertecilla de cristal que parecía imitar una urna funeraria.


Las novias también imitaban algo, incluso los novios imitaban un papel que no cumplirían, y el fresno también adquiría en las fotos más robustez y un color intenso que no le correspondía. El color era lo mejor y lo peor de aquellas fotografías, un color maravilloso, chillón, absurdo, irreal, un trocito de un mundo de mentira congelado para que mucho tiempo después cualquiera que lo viera se diera cuenta de que aquello era falso, que nada de lo que se fotografía es real.


Nazaré Lascano Cuentos de Parque Chas



El embrague

 — ¿Por qué utiliza tantas metáforas en su último libro de cuentos? ¿cree que la literatura es, fundamentalmente, una metáfora? Si tuviera que prescindir de ellas, de las metáforas, quiero decir, ¿sus historias se sostendrían?


No tenía más de treinta años, era profesor de literatura, colaboraba en varias revistas literarias y escribía poesía en una editorial de provincias. Era el encargado de dirigir un coloquio sobre mi obra, la obra de ella, en un centro cultural de una ciudad con costa.
Pensé que tenía razón, también que estaba harta de aquel trabajo. Había varios tipos que me miraban y se relamían no sé si por mí o por mis libros.


— Tiene razón. 


Dejé pasar el tiempo a propósito. El presentador tuvo que retomar el hilo de la realidad.


— ¿En qué tengo razón? — sonrió para dejar claro que su pregunta no era un ataque.
— En que uso demasiadas metáforas.
— Bueno — se ruborizó— no digo que sean demasiadas sino que son muchas.
— Muchas y demasiadas a menudo es lo mismo.
— No sé— volvió a sonreír.
— Yo sí, la literatura no es solo metáfora, la metáfora es solo una herramienta, un embrague para que la maquinaria fluya.
— ¿El embrague es una metáfora?

El público rio, yo también, aquel tipo me gustaba.

— En mi caso la metáfora es el desembrague.

Se produjo otro silencio, el profesor-presentador volvió a ruborizarse, esta vez era difícil salir de allí.

— Entonces ¿cree que no son necesarias? ¿Cree que puede haber literatura sin...?
— Puede y debe. Le diré una cosa, se lo diré a todos ustedes.


Sin pensarlo me levanté de mi silla y me dirigí al auditorio.


— Les prometo que en mi próximo libro no habrá una sola metáfora. 

Y entonces, sin venir a cuento, como si hubiera dicho algo interesante, el auditorio estalló en un aplauso largo y sincero.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Novios

Caresi era muy moreno. Aún así no le llamaban el Negro como a otros. El nombre estaba tomado en el barrio desde hacía generaciones. Así que como mucho le decían "El que es medio negro" o "El que es como el Negro".

Caresi vivía en un departamento muy chico con sus viejos y cuando cumplió los veinte empezó a golpearlos. Solo unos años antes era el viejo el que pegaba a Caresi y a su vieja. Su vieja recibió siempre.

En la calle no era tan violento, era un buen chico, no trabajaba en nada serio, rebuscaba, hacía encargos poco legales o muy turbios si daba lugar. Luego llevaba un manojo de pesos a casa y se los tiraba a su vieja a la cara o al viejo en el vaso de vino. "Tomá borracho, para que sigas tomando". Al principio el viejo se levantaba de la silla y se iba a por Carsi con un bastón o con los puños, pero la primera vez que lo tumbó de un golpe en medio de la cara, el viejo no volvió a moverse del asiento, solo retiraba los billetes y seguía bebiendo, sin mirarle.

Conocí bien a Caresi, fui un curso con él en la escuela y siempre me saludaba en la calle, aunque estuviera en medio de algún recado. En una ocasión le defendí en público, en medio de la clase y los muchachos estuvieron un curso entero diciendo que éramos novios. Creo que no se ha olvidado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Profesora de conservatorio

Aquel muchachito español olía a basura. 

Regina no lo bañó, le ayudó a quitarse la ropa y lo metió en su cama de sábanas blancas de lino.

Damián se dejó hacer, Regina tenía los pechos grandes y las manos llenas de anillos, su pelo era rojo. Damián nunca había visto una mujer de cabellos rojos y no se atrevía a tocarla.

Ella le fue dirigiendo como una profesora de conservatorio. 

Cuando terminaron, Damián tuvo que regresar al cuarto de la basura.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Crucigrama


El cuarto de la basura

Damián y Sarah hicieron el amor sobre la lona que cubría la cama.

Sus cuerpos se pegaban a la lona, sus espaldas sudadas hacían un ruido sordo en cada movimiento, como de animales golpeados o de sábanas mojadas azotadas por el viento.


Cuando Damián rodeó a Sarah con sus brazos de tierra seca sintió las telarañas que se habían pegado a su cuerpo y pensó que esa chiquilla, esa mujer no era como las demás mujeres, pensó o soñó que era un insecto gigante, o un ave diminuta u otro animal incomprensible de aquel país tan extraño.


El olor de la chica le recodó el taller de tintes donde trabajó a los pocos días de su llegada a Buenos Aires. Lo metió allí Regina, la mujer de Gervasio, un agente de aduanas que se apiadó de él y le dejó dormir seis noches en el cuarto de la basura.

Al séptimo, en la primera guardia nocturna de Gervasio, Damián ya durmió en su cama.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas



viernes

Infinitos gestos de ternura

soy

la muchacha mala de la historia,

la que fornicó con tres hombres

y le sacó cuernos a su marido.


soy la mujer

que lo engañó cotidianamente

por un miserable plato de lentejas,

la que le quitó lentamente su ropaje de bondad

hasta convertirlo en una piedra

negra y estéril,

soy la mujer que lo castró

con infinitos gestos de ternura

y gemidos falsos en la cama.


soy

la muchacha mala de la historia.


María Emilia Cornejo, La muchacha mala de la historia

jueves

Farsante

Un fan me llamó farsante tras una conferencia con preguntas en el salón de actos de una universidad del norte de España.

Lo gritó cuando el moderador le retiró la palabra y el micro tras dos o tres preguntas un tanto desagradables.

— Señora ¿por qué nos hace creer que escribe bajo la idea del eterno retorno? ¿para repetir sus argumentos una y otra vez? ¿confunde el eterno retorno con la reiteración o quizás con la copia?

— Señora ¿por qué en sus libros las mujeres virtuosas siempre buscan parecer unas putas y las putas buscan parecer virtuosas? ¿tiene algo que ver con usted? En tal caso ¿dónde se situaría?

— Señora, las braguitas rojas que visten sus heroínas y que aparecen de forma recurrente en sus narraciones, ¿son un símbolo, una metáfora, un símil o una indisposición femenina?

— ¡¡Farsante!!

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Champaña helada

¿Hay algo más divertido que dejar pistas falsas?

Tomarse una botella de champaña helada después de dejar pistas falsas tampoco está mal.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Millones

Aquello fue un regalo, a nadie le puede caber duda.

Una historia de un secuestro solo para mí. ¿Y Lupe? Lupe era parte del regalo, Lorenzo pensó en todo y contó con Lupe para que la historia tuviera más caminos, más salidas, más aristas. Sin Lupe aquello hubiera sido más intenso pero no hubiera tenido demasiado recorrido. Dos son multitud, en medio de un secuestro como aquel dos son un universo.

Nuestro universo estalló mil veces y mil veces se recompuso, y se recompuso de mil formas diferentes que dio lugar a mil nuevas Nazaré, a mil nuevas Lupe. ¿Por qué digo mil? Cientos de miles, ¡millones!

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un hombre vulgar

Lorenzo sabía que el primer amor nunca se olvida.

Una noche en la que habíamos bebido demasiado soltó la frase como una bomba. Cuando la bomba cayó solo emitió un ruido hueco y un montón de confeti. ¿Cómo podía haber salido una frase tan manida, tan estúpida de una boca tan ácida como la de Lorenzo?

Es la primera vez que lo vi realmente avergonzado. Y la última quizás.

Aquel acto de desnudar su inteligencia y quedar como un hombre vulgar me llenó de ternura. Me tenía que querer mucho o tener un sentimiento fuerte hacia mí, fuera el que fuera, cuando fue capaz de quedarse en paños menores.

No se lo tuve en cuenta, sin embargo él no lo olvidó. Durante mucho tiempo jugó a escondidas a amante celoso, pero el juego además de ser aburrido era inocuo. No encontró a nadie y tuvo que inventarse a algunos hombres que pasaron por mí sin entrar en mi alma.

"Los hombres sois simples, no entendéis nada, no sabéis por qué os pasa todo lo que os pasa y generáis caos cada vez que tratáis de arreglar cosas que no tiene arreglo o que no están estropeadas".

Lorenzo caminaba por las calles con un revólver pegado al pecho, fantaseaba con encontrarse con alguno de aquellos tipos al doblar cualquier esquina. Soñaba con volver atrás en el tiempo sin darse cuenta de que el tiempo siempre te atrapa.

Nunca entendió nada. Como todos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Perturbaciones cuánticas

Irreversibilidad de la traducción

La física, sin embargo, no enseña que (salvo en el cero absoluto, límite inaccesible) toda entidad microscópica puede sufrir perturbaciones de orden cuántico, cuya acumulación, en el seno de un sistema macroscópico, alterará la estructura, de forma gradual pero infalible.

Los seres vivos, pese a la perfección conservadora de la maquinaria que asegura la fidelidad de la traducción, no escapan a esta ley. El envejecimiento y la muerte de los organismos pluricelulares se explican, al menos en parte, por la acumulación de errores accidentales de traducción que, alterando principalmente ciertos componentes responsables de la fidelidad de la traducción, acrecientan la frecuencia de estos errores, que degradan poco a poco inexorablemente, la estructura de estos organismos.

Jacques L. Monod, El azar y la necesidad


martes

Preguntas a mamá

¿Qué hacía el reloj de mamá solo, en aquella cajita de madera?

¿Por qué estaba separado del resto de relojes? 

¿Por qué funcionaba si al relojero no le había dado tiempo a abrirlo?

¿Por qué mamá tardó tanto tiempo en recuperarlo?

¿Por qué no quiso nunca hablar de ello?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El reloj de mamá

Cuando el Gica vivía con la mujer del relojero los muchachos se acurrucaban todas las noches debajo de la ventana de su dormitorio.

La mujer del relojero vivía en una casita baja que se comunicaba con la relojería. Desde que murió el relojero la tienda estaba cerrada aunque la viuda, seguía usando la puerta de la relojería para entrar en su casa.

A mí me fascinaba aquella tienda con los relojes colgados en las paredes marcando horas distintas, algunos moviendo todavía sus péndulos, otros haciendo sonar sus campanas cada hora, o cada cuarto.

Entré varias veces con mamá en la relojería, las últimas cuando ya había muerto el relojero, para que la viuda nos buscara un relojito de señora que mamá había llevado el día de su boda y que mandó arreglar poco antes de que el relojero muriera.

La viuda estuvo buscando en varias cajas llenas de esferas, ruedecillas y tornillitos, abrió cajones de madera, rebuscó entre las herramientas y en los mostradores. Fue entonces cuando vimos al Gica que cruzaba la tienda para salir a la calle. Iba con un traje nuevo y peinado con gomina y raya a un lado. Nos saludó muy sonriente y nos dio la mano. Le prometió a la viuda que a su vuelta él mismo encontraría el relojito de mamá.

Esa misma noche, antes de meterse en la cama, lo encontró metido en una cajita de madera.

Nazaré Lascano Cuentos de Parque Chas

lunes

Amargo

Estimado señor Pintado.

Me gustaría votar por la palabra amargo. ¿Cómo explicar ese sabor, ese sentimiento sin esta palabra tan intensa en español? 

Amargo, amargo, y amargura (que te encoge el alma y te embota la cabeza al nombrarla), y amargar. 

Un cordial saludo.

Rafael F. Espinoza 

Tener edad

El Gica parecía que no tenía edad.


Aún hoy no sabría decir cuántos años tenía cuando dejé de verle. Decían que era hijo de un marinero extranjero, recuerdo que tenía los ojos un punto achinados y la piel casi dorada.


En el barrio la gente le tenía aprecio, era fácil encontrarlo en el bar, en los billares o en la tapia. A veces, cuando llovía o pegaba mucho el sol, podías encontrarlo en la calle, solo, como vigilando el barrio.


Vestía bien o eso nos parecía por entonces. Olía bien, un poco raro, olía como se le veía.


Se dedicaba a las mujeres. Desde que murió su madre empezó a meterse en las casas de mujeres mayores, sobre todo. Vivía con ellas, se acostaba con ellas, las llevaba en auto al centro, o al médico o a un restaurante. Algunas trabajaban de cocineras, de asistentas o dependientas en unos almacenes. Él iba a buscarlas al laburo con un traje impecable y unas camisas blancas que ellas mismas le compraban y le planchaban.


En el barrio se oían todo tipo de comentarios maliciosos sobre el Gica y las pobres viejas a las que engañaba. No las engañaba, solo vivía de ellas hasta que alguno se cansaba, o discutían y él se buscaba otra.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas