domingo

El amor en horas de trabajo


Jorge era un embustero.
Lucas era un embustero.

Yo también mentía en aquella época, a todas horas, con todo el mundo.

Aquellos dos chicos me gustaban porque eran mentirosos y no me causaba ningún problema moral ser una mentirosa con ellos.

Jorge decía que estudiaba ingeniería, tenía libros y apuntes, y a veces iba a la facultad, se sentaba en las primeras filas y hacía preguntas inteligentes al profesor, pero no estaba matriculado. Jorge ni siquiera se llamaba Jorge.

Lucas sí era lo que decía, un ladrón, pero mentía en su tamaño. No solo robaba en supermercados, también engañaba a viejas a las que quitaba sus ahorros y estafaba a los seguros de accidentes. Tenía varios nombres y, por suerte, nunca supe su nombre real.

Cuando le descubrí con una de las viejas lo confesó todo, entre varias mentiras me dijo que también a mí trató de engañarme pero que le gustaba estar conmigo y prefirió interpretar el papel de pícaro que sobrevive robando latas en los mercados. No dijo nada del amor, pero no le hubiera importado.

— De amor no hablo contigo, Naza, eso lo dejo para horas de trabajo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



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