martes

El error

Fracasar, nuestro sagrado destino. Creo firmemente en el error. En el empecinamiento. 


Creo que un hombre solo lo es si toma decisiones equivocadas. Me he equivocado muchas veces, sabiendo que lo hacía casi siempre.


Rodrigo Cortés, Los años extraordinarios

viernes

Los caminos de la tarde

La metaliteratura y Kafka, también Praga. 

Los viajeros inmóviles. Cuando Joyce iba en ferrocarril a Trieste. Las mujeres aparentemente frías. La pereza y Oblómov, el decir que otro te escribe los libros. 

Querer ser una obra de arte, o la necesidad constante de querer ser otro. Perec, Julien Gracq, Barthes, Cortázar, Sergio Pitol, Roberto Bolaño. “La construcción de la verdad pasa por los caminos de la tarde”.


Joana Bonet, La vida como obra de arte. (Entrevista a Vila-Matas) 

martes

Mirar hacia atrás (II)

Los pies praguenses donde vivió Frank Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. 


La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. 


La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievski en la billetera de Lenin. 


La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. 


La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura.


Manuel Vilas


jueves

Yelow brick road

Oh I've finally decided my future lies
Beyond the yellow brick road


(Oh, finalmente he decidido mis futuras mentiras
Más allá del camino de ladrillos 
amarillos)


Elton John, Goodbye yellow brick road


lunes

Casa de la anatomía

Cosme de Medina fue el primero en impartir lecciones y hacer experiencias en el cuerpo humano en el Hospital del Estudio. El Claustro universitario decidió la creación de un anfiteatro anatómico en la ribera del río Tormes, la llamada Casa de la Anatomía, lugar donde comenzó la práctica de disecciones en 1555. 


Los trabajos de Cosme de Medina gozaron, al parecer, de cierta fama, tanto es así que Juan Arfe y Villafañe, importante artista técnico renacentista, completó sus estudios de Anatomía artística asistiendo a las disecciones de cadáveres realizadas por el Profesor Medina y en la introducción de su libro “Escultura y arquitectura” escribió:


“Nos pareció razonable cosa hacer Anatomía en algunos cuerpos; y así fuimos a Salamanca, donde a la sazón se hacía por un Catedrático de aquella Universidad que se llamaba el doctor Cosme de Medina y vimos desollar algunos hombres y mujeres ajusticiados y pobres”.

Propósitos


 

domingo

Contar banalidades

Esta noche ha vuelto a soñar con ella, con su compañera de trabajo, con sus piernas largas y sus zapatos de aguja, con su coño rasurado y su sonrisa de azafata de televisión, sueña que hacen el amor con ternura desmedida, pero cuando va a abrazarla se le escurre entre los dedos para vestirse apresuradamente y, como una cenicienta cualquiera, perder un zapato que en ese mismo momento, en otro punto de la ciudad, anda buscando como una desesperada por toda la casa, debajo de la cama, en las cajoneras de los armarios, pensando que vaya casualidad, que no encuentre precisamente ese, mientras se decide por otros y termina de maquillarse y vestir a los niños que dejará con premura en el colegio, de camino a la oficina, donde dentro de un rato, como cada mañana, se hará la encontradiza y le contará banalidades, sin atreverse a confesarle, hoy tampoco, que ha vuelto a soñar con él.

Ernesto Ortega