domingo

Duples

El año en el que nos quedamos sin nada yo bajaba al parque y me sentaba en un banco donde trataba de leer o de escribir, pero siempre acababa haciendo lo contrario de lo que intentaba. 

En aquel parque había un silencio y una falta de perspectiva que si te esforzabas un poco podías imaginarte que estabas en cualquier lugar del mundo. Yo traté de imaginarme que estaba en cualquier tiempo, aún no sabía que espacio y tiempo estaban relacionados.
Mi ingenuidad de aquellos días me hacía pensar que yo era dueña de mi destino, que podía literalmente escribir mi vida en el mundo, bajé muchas veces al parque y traté de hacerlo, pero no tenía ni idea. Finalmente decidí llevar una navajita y grabar en la madera mi nombre junto a nombres de chicos a los que nunca había conocido. Mucho después me enteré que los que hicieron las pinturas rupestres también pintaban animales como algo mágico, como un ritual propiciatorio. 

Mi ritual, sin yo saberlo, funcionó. Días después, con el país retorciéndose en medio de la ruina y yo imaginándome en medio de un país de Europa central, conocí a dos muchachos en medio del parque, cada uno de ellos tenía el nombre que yo les había inventado, el resto era propio. Jorge era estudiante de ingeniería y Lucas se dedicaba a robar en las grandes superficies y a vender a mitad de precio paquetes de galletas, botes de champú, latas de sardinas o radiocasetes para el auto.

Se puede decir que mi primera relación de novios fue a tres bandas o que tenía tres lados, o quizás cuatro porque yo era distinta con cada uno de ellos. Desde entonces me atrae el número tres, por que está lleno de peligros e imperfecciones.

A veces quedaba con Jorge en su departamento de estudiante y le ayudaba a repasar los apuntes o a copiar sus textos en la computadora y cuando salía de su casa con la cabeza llena de números y de proyectos para transformar el mundo, quedaba con Lucas a la puerta de un supermercado, nos disfrazábamos y entrábamos a la tienda como una parejita formal. Entonces él iba introduciendo paquetes de jamón en mi bolso mientras me tomaba por los hombros sin que ni yo misma me diera cuenta.

Todo fue bien hasta que nos pillaron robando, la paradoja del cuento es que a los que atraparon robando en un supermercado fue a Jorge y a mí, al estudiante encantador y a la Naza idealista que lo acompañaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

A medio construir

Mauro vivía frente a una casa a medio construir. Un bloque de pisos que se quedó a medias después de la última crisis.

La crisis fue una suerte para una colonia de gatos que se coló en los bajos del edificio y encontró su lugar en el mundo.
Varios vecinos llevaban comida y agua a los gatos.

A alguien se le ocurrió hacer una metáfora sobre  los seres humanos, el azar de encontrar un planeta habitable tras una crisis geológica y el regalo divino de la lluvia y los alimentos de la tierra.
Mauro me decía que le repugnaban aquellas metáforas y, desde que lo oyó, decidió no volver a bajarle un solo plato de comida más a los gatos. Dijo que incluso aprendió a odiarlos.

Cuando terminó la crisis y una empresa constructora se hizo con el edificio, los gatos tuvieron que buscarse otro lugar donde vivir. Nadie supo nunca nunca dónde fueron, pero Mauro odia ahora a los nuevos vecinos que tiene enfrente de casa, no por los gatos, a los que también odiaba, sino porque los recién llegados son molestos y tienen cierto aire de intrusismo que hace sentir a Mauro un tanto fascista.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Los vértices


Ya no subo la cuesta que me lleva a tu casa,


ya no duerme mi perro junto a tu candela,


en los vértices del tiempo navegan los sentimientos.


Manolo García, Pájaros de barro


jueves

Playback

Cuando llegué a España me ofrecieron hacerme pasar por una escritora argentina que no deseaba aparecer en público.

La situación era una enorme paradoja, yo, que aspiraba a ganarme la vida escribiendo, tenía que ser la cara de una escritora veterana que no deseaba ser vista. De alguna manera esa escritora escribía para mí y yo caminaba por las calles de Madrid sonriendo a todo el mundo porque recién acababa de llegar y ya tenía un negro que redactaba como los ángeles frases cortas y secas. Pero lo mejor es que me invitaban a cócteles, a presentaciones y hasta tuve que firmar libros en El Retiro. Inventé una firma preciosa por la que la verdadera escritora me felicitó.

Todo iba demasiado bien, solo me faltaba encontrar un lugar donde vivir que pudiera pagar con mi escaso sueldo de escritora en playback.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Mal conectado

Mari: ¿Cuál es tu problema?


Ángel: No estoy bien aquí, estoy mal conectado.


Tierra, (Julio Medem, 1996)

Un tiempo sin metáforas

Hubo un tiempo en el que no creía en las metáforas. Tampoco creía en el amor, pero eso es otra historia.

Hubo un tiempo en el que tenía en mi casa alfombras debajo de las que escondía todo aquello que no me gustaba, pero que tampoco quería tirar, y eran alfombras de verdad que un día se llenaron de basura y caminaba sobre ellas como sobre arenas movedizas.

Durante aquella época mandé que me construyeran una escalera de caracol que no llegaba a ningún lugar en la terraza, era espectacular con sus peldañitos estrechándose y retorciéndose en la subida, era tan alta que conseguía que todo el que la usaba llegara un momento en el que no se acordaba que no llevaba a ningún sitio. A veces en el camino se cruzaba una persona que subía con otra que bajaba y la metáfora estaba a punto de suceder. Pero mi escalera era real hasta que el ayuntamiento y la junta de vecinos me obligaron a derribarla porque las leyes urbanas no entienden de asuntos reales.

Hubo un tiempo en el que en mi casa había habitaciones sin puertas y puertas que no llevaban a ninguna habitación. Las hice pensando en poder vivir en una de esas comedias en las que los protagonistas abren y cierran puertas entrando y saliendo de los dormitorios escondiéndose, evitándose y finalmente encontrándose sin remedio. Aquello me impedía tener una vida normal en mi piso, y fue lo más cerca que estuve de una metáfora, pero cuando logré montar aquel sainete, el amor, o el sexo, o la metafísica, consiguieron que nada fuera real.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




lunes

Un pequeño detalle

Senderos de papel, sep. 10th, 2021 at 22:03 to: robertopintado@hotmail.com

Estimando Roberto.

Le escribo para darle las gracias por su amable respuesta del pasado martes. No sabe lo importante que es para todas nosotras poder entablar contacto directo con usted. 

Le mandamos un pequeño detalle que espero no le moleste.

No todas estábamos de acuerdo en el regalo, pero en lo que sí hubo unanimidad es en que creemos que sus textos son un ejemplo de que leer puede ser sexy. 

Estamos pensando cambiar el nombre del taller ¿qué le parece? 

Gracias Roberto, espero que lo disfrute.

Noe R. Francia, Directora del Taller Literario Senderos de papel 



domingo

Arrancar unas migajas

Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.


Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y tenía un estilo más bien cómico, a pesar de que había nacido de una familia de judíos polacos que emigraron a Francia y  perdió a su padre en la invasión alemana de 1940  y a su madre en 1943 en un campo de concentración. 


“No tengo recuerdos de infancia”, escribiría más tarde el hombre que nunca estuvo en China,  pero tenía un pasado devastado. 


Enrique Vila-Matas, Un plato fuerte de la China destruida 

martes

Cristales rotos

Enrique Metinides Tsironides. Fue un fotógrafo precoz. De niño, fascinado por las tragedias y los accidentes, se dedicaba a fotografiar la pantalla del cine en las películas de gánsteres con la cámara Brownie que le regaló su padre. De ahí pasó a las calles, donde comenzó a tomar imágenes de coches accidentados. Allá donde veía un accidente, se detenía a retratar los golpes, cristales rotos y chapas abolladas que encontraba.

Su padre, que poseía un restaurante, comenzó a mostrar las fotografías que hacía su hijo a los policías que acudían a comer. Sorprendidos ante tal atracción por lo macabro, le invitaron a acudir a la comisaría, donde pudo, con la edad de 11 años, retratar su primer cadáver. Un día, fotografiando un coche que había sufrido un accidente, conoció a un fotógrafo de prensa que le invitó a ir con él en alguna de sus salidas. Desde entonces, poco a poco se fue introduciendo en el mundo del fotoperiodismo, abriéndose paso gracias a una pasión y una curiosidad infatigable.

[...] Metinides dedicó seis décadas de trabajo –atraído por catástrofes, accidentes y crímenes– conectado de manera permanente a la emisora policial o siguiendo el rastro de las ambulancias. Trataba siempre de ser el primero en llegar a la escena y disparar su cámara para contar la historia truculenta del día en la inmensa Ciudad de México. 

lunes

Un lirismo nada cargante

A este lector le gusta este tipo de escritores misceláneos, que igual se encuentran en anotaciones de diarios, en papeles usados de periódicos —también diarios—, en cestos de cerezas donde se mezclan poemas y prosas literarias o en novelas breves donde la prosa del género está moderadamente cargada de un lirismo nada cargante.


Javier Goñi, Enhebrar sueños (sobre Paraíso alto de Julio José Ordovás)

sábado

Situaciones binarias

Jugaban con una línea muy frágil, belleza y fealdad al mismo tiempo; una oleada de atención las siguió por el parque. Las madres buscaron con la mirada a sus hijos, llevadas por algún sentimiento que no sabrían identificar.

Las mujeres cogieron a sus novios de la mano. El sol despuntaba entre los árboles, como siempre —los sauces soñolientos, las rachas de viento cálido soplando sobre las mantas de pícnic —, pero la familiaridad del día quedó perturbada por el camino que trazaban las chicas a través del mundo corriente. Gráciles y despreocupadas, como tiburones cortando el agua.

A veces me fumaba un poco de la marihuana lanosa y acre de mi antiguo casero y luego iba a la tienda del pueblo. Ésa era una tarea que podía llevar a cabo, tan definida como fregar un plato. O estaba sucio o estaba limpio, y yo agradecía esas situaciones binarias, la forma en que apuntalaban el día.

Emma Cline, Las chicas

viernes

Todo por el porno

Al Pancho le dio por el porno una temporada larga. No sabía hacer otra cosa, llegó a mentirme sin ningún pudor. Me decía que tenía que cuidar a su vieja y se quedaba la tarde viendo porno en la casa. Otras veces decía que tenía turno extra, para pasarse el tiempo muerto delante del ordenador pasando fotos y videos de muchachas desnudas o practicando sexo en todas las modalidades imaginables.

A veces se levantaba por las noches para ver porno y amanecía con los ojos irritados, pegado a la pantalla, pulsando el mouse sin control, o dejaba el trabajo en el taller para meterse en un ciber. Por aquella época aún no había smartphones.

Le pillaron varias veces. Cuando aún era un muchacho y se compraba revistas las escondía entre los libros o cortaba una hoja y la llevaba doblada en el bolsillo trasero del pantalón, hasta que encontraba una oportunidad la sacaba y miraba. En la escuela se apartaba de todos y veía sus revistas en un rincón del patio hasta que se acercaba alguien, y llamaba a los demás, y él se iba avergonzado.

En el trabajo también acabó sabiéndose de sus aficiones y perdió algún empleo después de que lo pillaran ensimismado delante de un vídeo x. No quiero ni imaginar lo que le decían y cómo le llamaban.

— Yo te quiero Naza, pero no puedo dejar de ver porno. Es lo que más me gusta.

Tenía razón, el porno era lo que más le gustaba, más que el dinero, más que la comida y más que yo. 

Yo no sentía que lo quisiera, el Pancho solo me daba ternura y a la vez un poco de mal rollo verlo siempre con las revistas o con las páginas de porno en el ordenador. 

En una ocasión quise darle una sorpresa y le invité a un cabaret erótico. Nos sentamos en una mesita redonda cerca de un escenario minúsculo y, al poco de pedir unas copas, salió una chica muy alta con un vestido ajustado muy brillante, un foco la iluminaba y apenas se distinguía entre tanto brillo. Cuando se apagó el foco ella ya estaba sin vestido frente a nuestra mesa, tenía unos pechos enormes y una boca pintada de un rojo intenso, puso su pie encima de nuestra mesa y bailó mientras se quitaba lo que le quedaba de ropa. 

El Pancho estaba rígido como una estatua, sus ojos estaban clavados en su copa y cuando la chica, completamente desnuda, le puso su mano en la cara, se encontró con una hombre con las constantes vitales de un muerto.

Aquello no fue ni una lección, ni un momento de catarsis ni nada parecido, al Pancho solo le gustaba ver porno desde la distancia y el anonimato, me agradeció el regalo y me pidió que nunca más le llevara a un sitio así. Aquella noche hicimos el amor y ni siquiera recuerdo sacarme toda la ropa.

Creo que el Pancho siguió viendo porno de forma compulsiva y seguramente lo siga haciendo. Yo dejé de verle mucho antes de venirme a España.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




jueves

La lluvia y el azar

Desde que contratamos la línea telefónica los días de lluvia tenía la costumbre de hacer una llamada.

En casa de mis viejos teníamos el teléfono en una mesita de madera junto a la puerta de la calle. Había una silla con el asiento de tela verde junto a la mesita. La parte de abajo era el lugar para las guías telefónicas de la provincia.

Yo tomaba la guía y pasaba las hojas deslizándolas frente a mi cara con el dedo índice, me gustaba el olor de la tinta y del papel viejo. Cuando me parecía que era el momento adecuado paraba.

Me excitaba ver todos aquellos números, todos aquellos apellidos precediendo las iniciales misteriosas, y todas aquellas direcciones que iban pasando bajo mi dedo índice.
Llamaba muy excitada, como si fuera a hacer lago muy malo o muy importante. Cuando lo hacía estaba muy nerviosa y a veces terminaba equivocándome y llamando a un número distinto, entonces todo se retorcía, tomaba otra dirección, otro destino y a menudo tenía que disculparme.

Prefería tenerlo todo controlado, imaginar la calle a la que llamaba y la cara del que tenía este o aquel apellido.

— ¿Señor Santorini?
— Sí, aquí es, soy su esposa ¿quién llama?


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




miércoles

Realeza en el exilio

Aquellas chicas de pelo largo parecían deslizarse por encima de todo lo que sucedía a su alrededor, trágicas y distantes. Como realeza en el exilio.


Emma Cline, Las chicas


Apunté esta frase. Quería utilizarla para el comienzo de mi libro o para el principio del capítulo en el que se contara la historia del encierro en el sótano. Se la enseñé a Lupe, la leyó mientras comía un pastel relleno de nata, tenía la punta de los dedos manchada y se los chupó antes de coger el papel. 


Puso su mohín de disgusto de señorita de internado.


— No me gusta — dijo después de leerla durante un instante demasiado largo para una frase tan corta.
— ¿Qué es lo que no te gusta?
— Esas chicas no somos nosotras, ni se parecen a nosotras.
— A mí me parece que somos exactamente así.
— "Realeza en el exilio" ¿vuelves a querer ser una princesita Naza?

Me puse colorada, no me había fijado en esa frase


— No me había fijado en esa frase.
— ¿Ah no? ¿Y en "parecían deslizarse por encima de todo"?
— Me parece una imagen muy bonita.
— A mí me parece una boludez ¿nos deslizamos por encima de todo en un sótano?
— Es en sentido figurado.
— El sótano no es un sentido figurado, fue nuestra casa, donde estuvimos encerradas.
— ¿Tampoco te gusta lo de trágicas y distantes?
— Solo me gusta los de chicas de pelo largo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Leire Mendoza

Leire Mendoza era amante de Lorenzo. Ella se hacía pasar por su esposa, vestía siempre como si fuera fin de año y lo acompañaba a los compromisos en los que tenía que ir acompañado por una dama.

Se enfadaba mucho si él no la presentaba como su mujer.

Leire pasaba algunas temporadas en la casa amarilla, pero Lorenzo prefería tenerla lejos. Fue ella la que nos apagó la luz durante el encierro. Lorenzo le había contado que estábamos allí y que no podía decir nada, no había problema, ella siempre hacía lo que él le pedía. 

Cuando Lorenzo nos dejó encerradas Leire se quedó a nuestro cuidado. Empezó por apagarnos la luz. Fueron tres días de oscuridad según Lupe, aunque yo siempre he estado convencida de que fueron mucho más.

Al principio fue una sorpresa, Lupe estaba sumergida en la bañera y quedó enmudecida, solo se oía una especie de chapoteo inocente como si fuera un animalito bañándose. Yo estaba leyendo a Bolaño y me quedé en medio de un pasaje que quedó varias horas retumbando en mi cabeza.

Ahora puedo imaginar a Leire Mendoza vestida como una princesita centroeuropea, con una falda roja muy amplia y un corpiño de encajes negros bailando sobre nuestras cabezas, yendo del salón al cuarto de luces y manejando nuestra vida.

Lupe no quiso darle importancia, aquello era un encierro y en los encierros pueden ocurrir cosas como esa. Solo teníamos que acostumbrarnos. 
Lo hicimos, la oscuridad nos hacía ser distintas, hablar más bajo, recordar asuntos que creíamos olvidados, comer menos, beber más.
Empezamos a agudizar nuestros oídos, a adivinar nuestros cuerpos en la oscuridad, a saber dónde estábamos en cada momento y que expresión tenían nuestras caras.

Quizás Leire esperara a que cuando Lorenzo volviera hubiéramos muerto o enloquecido, oíamos sus zapatos de tacón sobre nuestras cabezas, la oíamos levantar y acostarse de la cama, hablar entre sueños, cocinar, recibir gente. Pronto empezamos a distinguir palabras sueltas, golpecitos que significaban algo, toses y voces masculinas. 

A todo le pusimos imagen, lo mejor era cuando ponía música en el equipo de Lorenzo, aunque fueran canciones melódicas, de moda, repetitivas y almibaradas. Cuando la oíamos Lupe y yo reíamos a carcajadas, como dos adolescentes, entonces Leire caminaba deprisa hacia el cuarto de luces, subía los interruptores con furia y nos deslumbraba, a los seis segundos volvía a dejarnos en la oscuridad total.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Algo que yo no sepa


— Dime algo que hicieras de niña y que yo no sepa.

Fue unos días antes del apagón, acabábamos de recibir un montón de cajas y todas tenían botellas de champaña. Ropa con champán, jamón y queso con champán, libros con champán, cartas cursis con champán. Alguna carta puede que no fuera cursi. No comenzamos a hablar hasta vaciar la segunda copa, era un champán muy dulce, parecía que lo hubieran hecho con fresas en vez de con uvas. 


Lupe jugueteaba con un anillo de oro con una piedrita verde  que alguien había enviado junto a una carta de amor sin abrir.


— Cuando era pequeña. Iba a casa de los vecinos, era una pareja joven, les llamaba por la ventana y me pasaba la tarde con ellos. Mis viejos sabían que estaba allí, iban a buscarme para el almuerzo o para ir a la escuela.
— ¿Hubo algún momento que te sintieras mal con los vecinos?
— No, creo que no.
— ¿Eras muy chica?
— No mucho, tendría once o doce años, estuve yendo a su casa hasta los trece.
— ¿Por qué dejaste de ir?
— Creo que se fueron.
— ¿No lo recuerdas?
— Tendría que preguntárselo a mi vieja, pero sí, se fueron, recuerdo la casa cerrada y un montón de cajas apiladas a la puerta.
— ¿Recuerdas sus nombres?
— Es curioso, no lo recuerdo.

— ¿Qué hacías allí? ¿Por que no me hablaste nunca de ellos?

— No sé, los había olvidado, creo.
— ¿Y sus rostros? ¿Recordás cómo eran?
— Tengo un vago recuerdo, algo brumoso —sentía esa bruma dentro de mí, pero debía ser por el champán—  creo que él era muy alto y ella sonreía mucho, y él quizás tenía barba y ella el pelo muy largo, recogido en una coleta, creo que si los viera los conocería.

— ¿Por qué los ibas a conocer, si dices que solo tienes un vago recuerdo?
— Porque sé cómo eran.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Espacio

El silencio que viene tras una obra de Mozart también es una obra de Mozart.


Sacha Guitry

domingo

Malcriadas

Una noche, después de acabar con todo el champán,  Lupe y yo llegamos a la conclusión de que el encierro no tenía sentido si podíamos salir del sótano cada vez que quisiéramos. No queríamos renunciar a las cajas, pero nos sentíamos unas estafadoras pensando que la gente las mandaban para dos criaturas encerradas por un loco cuando en realidad teníamos las puertas abiertas.

Llamamos a Lorenzo para contarle lo que habíamos pensado. Se enfadó porque estaba en medio de una timba y dijo que no tenía tiempo para dos malcriadas. 
No éramos mal criadas si acaso era él el que nos estaba malcriando. 

Pero a partir de la mañana siguiente, en medio de la resaca del champán, Lorenzo no apareció dejando cerrada la puerta del sótano. No supimos de él en varios días, teníamos para alimentarnos, pero tuvimos que empezar a no derrochar comida y después cuando aquello se alargaba tuvimos que racionarla. 

Lupe y yo éramos dos presas comiendo bombones belgas y bebiendo vino de Mendoza.

Aquello había cambiado. Habíamos pasado a estar encerradas de verdad, nuestras mentes empezaron a funcionar más lentamente, tuvimos que planear rutinas, tuvimos que convencernos de que Lorenzo no iba a dejarnos morir allí dentro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



sábado

Naufragio

Entre la partida y la llegada la única aventura posible es el naufragio.

Nacho Criado, Collage

viernes

Mesura

Trabajo con estructuras narrativas que la mayoría de las veces me invento por necesidad, porque me resulta imposible explicarlo con solo una palabra o imagen.

Antoni Muntadas

Change

Lupe y yo nos escondíamos tras las puertas de los baños del colegio cada mañana, allí nos sacábamos la camisa y subíamos la falda todo lo que podíamos. 

Algunas veces Lupe sonreía y gritaba ¡¡change!! entonces nos cambiábamos a toda prisa el uniforme entero, yo le pasaba mi cinta blanca para el pelo y ella a mí sus aros de plata, yo me sacaba la camisa y ella se la metía por debajo de la falda, yo me bajaba los calcetines y ella se los subía.

Nos convertíamos la una en la otra y pasábamos el día hablando con el acento de la otra, respondiendo por el nombre de la otra, diciendo las palabras que la otra decía, y las palabrotas, y la forma de llamar a los demás.

En nuestros cuadernos de clase también escribíamos con la letra de la otra, a mí me encantaban aquellas oes tan redondas, las emes con cinco picos y las tes cubriendo a toda la palabra de la que formaban parte. Lupe decía que le divertían mis adjetivos y cortar las frases cuando la idea principal aún podían estirarse sin caer en la cursilería.
Lupe temía caer en la cursilería cuando se convertía en mí.

— ¿Me estás diciendo que soy cursi en mi vida?
— Te estoy diciendo que me es difícil nos ser cursi con la cinta en el pelo y las medias hasta la ingle.

A mediodía íbamos juntas al comedor. Los chicos se fijaban más en mí y Lupe tenía que contenerse para no dejarlos con la boca abierta con cualquiera de sus gestos. Pero era buena actriz y mejor amiga. 

En una ocasión en la que estaba yo sola en la mesa, Jaime Janowitz, que dejó a su novia por Lupe a principio de curso, se acercó a mí y empezó a hablarme como si fuera ella. Fue una conversación llena de reproches en la que supe de intimidades que me traspasaron el vientre como un rayo. Yo apenas dije nada, lo miré como ella lo hubiera mirado y seguí comiendo una milanesa extrañamente buena.
Janowitz, que siempre me había parecido muy mayor, se fue con la cara descompuesta.

Cuando llegó Lupe no le dije nada, venía sonriendo, con las manos cruzadas sobre el pecho, sobreactuándome.

— Yo no camino así, estúpida.
—  Ya sé por qué das pasitos tan cortos y te tapas el pecho.
— ¿Yo doy pasitos cortos?
—  A los chicos les vuelve locos imaginarte.
—  Estás enferma.
—  Estoy celosa.

Lupe nunca estaba celosa, ni cuando yo era ella. Ni cuando yo salía ganando. En el cuerpo de Lupe se vivía mejor, era más seguro, más fuerte, más carnal. Los muchachos se quedaban mirando, los maestros creían lo que les decía, las puertas se abrían solas y la gente se apartaba con una sonrisa en la fila del comedor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Máquinas estrambóticas

Como narrador, Guitry obra exactamente igual que su personaje: sus guiones parecen máquinas estrambóticas cuya función principal es ayudar a sus criaturas a sortear los obstáculos que los separan de sus deseos.

Diego Mate, Sacha Guitry, un tramposo que solo buscaba ser feliz

jueves

Los reyecitos


En febrero ya estábamos hartas de recibir flores y cartas, y empezamos a pedir que nos mandaran cajas. 

Que estuviéramos encerradas por voluntad propia no quería decir que no tuviéramos nuestras necesidades.

Lupe decía que solo necesitaba objetos prescindibles, que no le interesaba lo útil o lo necesario. Yo le decía que todo lo que necesitara, fuese útil o no, para ella era necesario. Ella respondía que conocía a mucha gente que no era ni necesaria ni útil pero que no podía estar sin tenerlos cerca. 

No sabía si se refería a Lorenzo o a mí así que no le pregunté más.











Además de las orquídeas del uruguayo hubo mucha gente más a la que les bastaba que saliera una noticia nuestra en la sección de sucesos de los noticieros para mandarnos lo que pidiéramos. 

Podía verse a gente por las calles de Buenos Aires con cajas de todos los tamaños en las que lo más vulgar que podían contener eran fresas o ananás y en las que no faltaban las botellas de champaña, algunas metidas entre hielo picado.

Me encantaba la idea de imaginar a personas de todas las edades pensando en las dos y comprando para nosotras.

Me excitaba pensar en pibes saliendo del laburo y gastando sus últimos pesos pensando en mí.

— Estas loquita, Naza, si sigues pensando así te convertirás en la burguesita que siempre quisiste ser. Tendrás que salir a la superficie.
— No quiero ser una burguesita, solo me gusta imaginármelos ¿A vos no te gusta pensarlo?
— A mí solo me gusta abrir las cajas y ver que casi todas vienen a mi nombre.

Tenía razón, la prensa se recreaba en Lupe, en su historia y en sus fotos. A veces inventaban episodios escabrosos de su vida y otras publicaban fotografías de otras chicas con poco ropa que no se le parecían. A Lupe le encantaban aquellas mentiras y a sus admiradores también. 

De mí apenas inventaron nada y terminé enviando yo misma una falsa biografía a los diarios. Por desgracia nadie me hizo caso. Las fotos también eran peores que las de Lupe, en todas parecía una damisela triste y pálida, un saco de huesos del que era difícil enamorarse.

— Ché, yo no estoy tan flaca como parece en las fotos.

Lupe se sonreía, después empezaba a tocarme la barriga y me hacía cosquillas hasta que le suplicaba que me dejara escapar.

Aún así yo también recibía cajas llenas de pastillas de chocolate, de café, de libros o de otros objetos absurdos.

Lo dejaban todo junto a una tienda de pinturas, Lorenzo mandaba a dos pibes brasileros que le debían un favor importante. Traían las cajas en botes grandes de pintura y, cuando llamaban a la puerta, Lupe siempre decía "Ya están ahí los reyecitos magos".

Durante aquella época, después de febrero, todas los días eran día de reyes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



La primera piedra

Quien no haya pensado alguna vez que el universo tiende al caos que tire la primera piedra.

Ignatius Farray

miércoles

La señora que da el banquete

Cuando, pasados unos años, terminada la carrera y ya abandonada la vida de camarera de catering, decidí probar a ver qué tal me iba colándome en eventos y comiendo de cátering durante unos diítas, la experiencia en el sector me sirvió de mucho. 


Sabía que colarse en un evento es como okupar una casa; sin titubeos, con abierta franqueza, lo mejor es ponerte directamente a vivir en el sarao, como si siempre hubieses estado allí, como si te perteneciera, casi como si fueras tú la señora que da el banquete.


Sabina Urraca, Me colé en eventos durante una semana para comer canapés gratis