miércoles

Cada madrugada

Gina no se ha puesto nunca un uniforme de aviadora, quizás alguna vez soñó con volar, quizás de niña miraba los aviones y fantaseaba con la gente que viajaba dentro de aquellos aparatos que podía tapar con la palma de la mano.

Desde el fondo del pozo también puede tapar el universo con su mano, o dejar entreabiertos los dedos y ver como se cuelan entre ellos estrellas inabarcables que emiten su luz desde el pasado.

El pasado es todo lo que se ha llevado Gina al pozo, los hombres que la han llevado hasta allí no saben que con todo el pasado ella podría construir una escalera que la sacara con facilidad de allí abajo, pero prefiere esperar a que Andrés Barba, aunque ella aún no conoce su nombre, intente rescatarla cada madrugada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Salvar a Dios

Llevar en brazos a una aviadora es como curar a un médico, como mentir al diablo, como amar a un poeta, como desnudar a Venus, como salvar a Dios.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Desde la pared

Hombres y mujeres de todas las edades y de todo el país recortaron de los periódicos y revistas la imagen de la aviadora y la guardaban a escondidas entre sus libros o en las mesillas de noche. 


Muchos adolescentes las pegaron a sus carpetas y las clavaron en las paredes de sus habitaciones desde las que la aviadora, a pesar de estar desaparecida, les veía dormir.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Más grande que un suceso

La aviadora apareció en miles de televisores de todo el país. Su rostro se metió en cientos de casas a la hora de comer, también en bares y en peluquerías que tienen la tele de fondo como el que tiene un cuadro o un número de teléfono que nunca mira.

Al día siguiente apareció también en las páginas interiores de los periódicos junto a otras noticias de sucesos, aunque más grande, quizás porque una desaparición siempre es un golpe a nuestra conciencia, quizás porque un avión perdido es algo que causa inquietud, o  quizás sólo porque el rostro de la aviadora era muy bello.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Precauciones

Comencé La llamada hace dos meses con la idea de leer solo una o dos de sus páginas y reservármelo para más adelante. Consumidas esas dos páginas, comprobado su grado de cocción, me deslicé por el resto sin la cautela de dejar un rastro para la vuelta. 

Significa que tampoco de este libro he conseguido regresar. 

No les contaré de qué va porque todos los libros que producen asombro van de usted, de mí, de nosotros, pero también y, sobre todo, de ellos, de ellos, que con tanta frecuencia son nosotros. Tomen sus precauciones si deciden acometerlo.

Juan José Millás, Leila 

lunes

Recién casada

Un día, de madrugada, Andrés Barba sacará a Gina del pozo. La chica aparecerá ante él como una venus con el pelo mojado y, cuando la toque, se estremecerá al notar su piel helada.

Andrés la tomará en brazos y la llevará por el bosque, sonrientes los dos, como si llevara a una recién casada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El pozo de las ocasiones

En algún momento de la vida la suerte llama a la puerta, es cuestión de estadística y de paciencia.

Andrés sabe que si todas las madrugadas camina hacia el pozo, y consigue llegar, y atar bien el asa del cubo a la soga, y tirar el cubo al fondo, en una de esas ocasiones saldrá la aviadora desaparecida del fondo de la tierra.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Una aviadora desaparecida

Andrés Barba arroja el cubo con alegría al fondo del pozo y lo recoge, cargado de agua, con esfuerzo y con una sensación de inquietud esperando encontrase, en una de aquellas ascensiones, a la chica que vive en el fondo.

Pero por más que tira el cubo, espera a que se llene y lo sube, nunca aparece Gina a quien Andrés le pone la cara de una aviadora desaparecida de la que los informativos dan noticias confusas.

A Andrés le parece que no debe decirle nada, que debe ser ella la que, por propia iniciativa, se meta en el cubo y deje que él la suba hasta la superficie, pero nunca lo hace.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un ruido de marmita

[…] sin fijarse siquiera en el incendio de los rosales, ni en el brillo de la hora, ni en la impavidez de Amaranta, cuya melancolía hacía un ruido de marmita perfectamente perceptible al atardecer.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

domingo

Una amante a juego

Hay timbas en las que los jugadores se juegan la casa, los negocios, la esposa, la amante o la propia vida.

Casi nadie quiere la vida de nadie, las casas y los vehículos cambian de dueño con facilidad y las esposas son difíciles de convencer. Las amantes, por lo contrario, suelen ser consideradas un buen elemento de intercambio.

En varias timbas de póker y de dados, exactamente en tres, Lorenzo me apostó. Puso una prenda mía que pueden imaginar sobre la mesa y jugó la mano simulando tranquilidad. Dos de esas partidas las ganó y se llevó, a parte de mucha plata, un caserón destartalado y dos amantes, una de ellas a juego con la casa. 

La última la perdió y tuvo que cederme a un político de provincias.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Dar cuerda

Detrás del descampado, entre dos calles paralelas e idénticas, en una esquinita anónima, había una placa metálica en forma de círculo de unos 50 centímetros de diámetro medio oculta por la hierba. En medio de la placa había una rendija parecida a la que tienen las huchas.


Los chicos del barrio nos acercábamos a la hucha, introducíamos una madera plana o una barra metálica en la ranura y hacíamos girar la placa en el sentido contrario a las agujas del reloj. Lo hacíamos con esfuerzo y al dar vueltas se oía un ruido parecido al de una carraca metálica.


Lo hacíamos sin planificarlo, sin hablarlo siquiera, simplemente nos acercábamos hasta aquella esquina y hacíamos girar la hucha en silencio.


Aquello era, en realidad, un mecanismo que conectaba directamente con el centro de la tierra y, con cada vuelta que le dábamos, estábamos dándole cuerda al mundo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Trenes que pasaban

Edward Gorey nació en Chicago en 1925. 

Con un año y medio hizo su primer dibujo de los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos, y a los tres aprendió a leer sin ayuda. 

Sirvió en el Ejército durante la II Guerra Mundial (aunque jamás pisó un campo de batalla) y se licenció en Francés por la universidad de Harvard.



viernes

El camino de vuelta

La lectura es una actividad de riesgo: el de aburrirse, el de no entender, el del quebranto de la identidad, el de no hallar, tras cerrar el volumen, el camino de vuelta al consenso general, al delirio acordado que llamamos vida. 

Juan José Millás, Leila

El señor León

En mi piso había un ascensorista. Era el único bloque de la ciudad con ascensorista, pero a mí me parecía normal. 

El ascensor también era normal, no como esos viejos ascensores de oficina, grandes y espaciosos, no, en el de mi piso solo cabían cuatro personas y soportaba un peso de 350 kilos.

Por suerte el ascensorista era delgado, un hombrecillo con bigote recortado y pelo engominado como un actor de cine de los años 50, un hombre moreno con traje negro y pajarita que siempre olía bien.

Recuerdo que siempre saludaba, que nos llamaba a todos por el nombre y que siempre ponía delante el "señor" "señora" o "señorita". 

— Buenos días señorita Nazaré, ¿cómo le ha ido el día?
— Buenos días señor León, muy bien, gracias ¿y a usted?
— Muy bien, muchas gracias.
— Ummm ¡qué bien huele! ¿qué colonia se ha puesto hoy?
— Adivine.
— Ámbar...melocotón...lavanda.
— Muy bien ¿algo más?
— ¿Romero?
— No, salvia.
— ¡Salvia! ¿Cítricos?
— No, no, señorita Nazaré, eso para el verano.
— Maderas entonces...
— Cedro.
— Me encanta el cedro.

A mí me gustaba tener ascensorista, creo que a mamá también, incluso a mi padre le parecía que le daba caché al edificio, aunque el señor León en particular le parecía un imbécil.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

Imaginarme

Supe que me gustaba Lorenzo porque el día que visitaba a mis viejos yo me ponía unas braguitas negras que no había estrenado.

Se lo dije mucho tiempo después.

— ¿Sabías que yo estrenaba braguitas cada vez que venías a casa?
— ¿Por qué?
— Por si me imaginabas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El turno del pozo

Era cuestión de tiempo.


Después de laberinto llegó el turno del pozo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La madeja

Hay mañanas en que Andrés desayuna en solitario en la cocina frente a dos azulejos agrietados. Y Andrés Barba se pierde en el laberinto de esas grietas azarosas, y tarda en salir horas, a veces días.

Algunas mañanas Andrés sale a la calle aún con la madeja de grietas enredada en su cabeza. La gente con la que se cruza caminan estúpidos y seguros por la maraña, y Andrés siente lástima.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Algunas madrugadas

Algunas madrugadas Gina se despierta y oye como llega Andrés hasta el brocal, cómo manipula el cubo, cómo ata la soga y cómo susurra un grito de aviso,
¡"Allá va!" antes de arrojar el cubo al agua.

El ruido del cubo al chocar contra las paredes del pozo hace que Gina se sienta acompañada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Detrás de la vida de Andrés

Andrés Barba ha pasado su vida en esa cocina.

Si alguien despegara cada uno de los azulejos y les diera la vuelta sabría qué hay detrás de la vida de Andrés Barba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Pliegues

Cuando H. vuelve a la habitación, se acerca a la cama donde se ha acostado desnuda Sonia Ricco y mira  palmo a palmo la sábana donde han quedado unos pliegues que dibujan valles, ríos y cordilleras. 

H. interpreta cada dibujo de la tela y lo traduce en imágenes de los movimientos que hace menos de una hora Sonia ha interpretado para él en su cama.

Después H. huele las sábanas y consigue estar tan cerca de ella que se avergüenza.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

El interior de la cazuela

Andrés Barba vuelve a casa a buscar un cubo y una soga. La idea es regresar cuando caiga la noche al claro del bosque donde está el pozo, y sacar el agua  poco a poco, cubo a cubo, hasta llegar a la chica.

Andrés no puede soportar la inquietud, los nervios le comen por dentro mientras su madre cubierta con un delantal blanco, está en la cocina removiendo, a intervalos regulares y con una cuchara de madera, un guiso que cuece a fuego lento en el fogón. 

La cocina es un cuadrado blanco, perfecto, cubierto de azulejos también cuadrados, blancos, perfectos, que cubren todas las paredes. Solo alguna grieta en varios de los baldosines rompen el equilibrio de ese espacio.

Andrés imagina a la chica del pozo en el interior de la cazuela que remueve, con la cuchara de palo, su madre en medio de la cocina de azulejos blancos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


A los pies de la cama

Me  llevé a un personaje a casa. Como saben mi apartamento es pequeñito y tuve que instalarlo en mi habitación, a los pies de mi cama.

Dormía poco, tenía una conversación aburrida, de esas que van a trompicones, pero había horas en las que me daba razones para una trama.

Jugamos a ponerle nombre, y él se reía cuando yo trataba de adivinarlo. 

Como estaba a los pies de mi cama me quedaba dormida escuchándole, hasta que se dormía él también o se cansaba de estar allí y se marchaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un recodo del laberinto

Un muchacho del pueblo descubrió el pozo. 

En realidad el pozo siempre había estado allí, todos los paisanos de la zona desde que eran niños habían oído las advertencias de los mayores, pero aquel agujero en medio del campo era algo propio, algo perverso pero íntimo, como un mal pensamiento. 
 
En aquel pensamiento encerraron a Gina, y ahora ella formaba parte de los estratos más profundos de la mente de uno de los chicos del pueblo.

Ese muchacho, de nombre Andrés Barba, la descubrió una mañana en la que buscaba un lugar donde esconder algo que había robado la noche anterior. Andrés oyó unas palabras entre la maleza que venían del fondo de la tierra y que no entendía. 

Andrés pensó en los cuentos sobre las ninfas de las aguas y buscó a un ser extraordinario. Era domingo por la mañana y mientras la gente del pueblo acudía a misa, Andrés se arañaba las manos buscando a la ninfa entre las ramas más densas del bosque.

Cuando por fin llegó al pozo y miró en su interior, Andrés sintió algo parecido a lo que debió sentir la primera doncella ateniense que se encontró con el minotauro en un recodo del laberinto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Sin mirar a los lados

Lucía Monsalvo pasaba las noches sentada en el alféizar de la ventana que daba a la calle. En invierno la condensación hacía que se formaran gotas de agua y que se empañaran los cristales. Lucía retiraba la humedad con el dorso de su mano y dibujaba unas gafas en medio del cristal que le permitían mirar hacia fuera.

Cuando había bebido lo suficiente, Lucía veía a su padre que volvía caminando de donde vienen los que se suicidaron por culpa del juego. Su viejo pasaba debajo de la ventana y continuaba su camino sin mirar a los lados.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Mantener la boca cerrada

Es fácil ir a los billares a media tarde y fijarse en quién juega peor, quién no gasta dinero y quién bebe cerveza solo los fines de semana.

No es difícil ir a los billares y convencer a dos desarrapados de pantalones con brillo y pelo grasiento para que hagan un encargo fácil. 


Lucio fue uno de los tipos a los que alguien contrató para el secuestro de Gina. Lo encontró pidiendo cigarros en la calle, sacándose unas monedas del calcetín y pidiendo junto a la estación de autobuses diciendo, con cara de pobre hombre, que necesitaba sacar un billete para volver a casa.


Fumando como si fuera un actor de cine, Lucio se prestaba a llevarle la compra a las vecinas y se permitía el lujo de rechazar la propina. Después les robaba cuando dejaba la bolsa en la cocina. Cogía lo que podía y salía del portal tieso, con el cigarro apagado entre los labios y el culo para dentro.


La noche en la que un tipo con aspecto de general le pidió que le acompañara a la calle, Lucio pensó que le iba a detener o le iban a dar una paliza. El General le dio un paquete de tabaco y le preguntó si sabía mantener la boca cerrada, Lucio dijo que sí y el General le prometió un buen trabajo, pero Lucio entró contándolo todo al billar. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Huida circular

Los amaneceres circulares solo se dan en lugares muy concretos. En el interior del pozo se unían al dorado del brocal y a la huida del universo. 

Como casi todo lo que no conocemos, el universo siempre está ahí aunque se haya ido. Todo seguía ahí, por tanto, por las mañanas, aunque Gina no lo viera.

Desde el fondo del pozo Gina intuye que la circularidad es un sucedáneo de lo infinito.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Champagne Cooler

La bebida trajo nuevos días a la vida de Lucía Monsalvo. Sin gustarle el vino, ni la cerveza Lucía probó combinados que veía en las películas o en las revistas de moda y, de forma autodidacta, consiguió unas mezclas que hubieran triunfado en cualquier coctelería de moda.

Lucía no triunfó porque era de esas personas que siempre circulan por carreteras secundarias, conocen a personajes de reparto y llegan a las modas cuando solo son reducto de nostálgicos o desfasados.

El alcohol llegó también a sus venas con retraso y por necesidad, dos características que están más cerca de la tristeza que del triunfo, aunque este llegue.

Fue de esta manera (tarde, con urgencia y sin alegría) que llenó sus días de copas Alexander en las que había lugar preferente para un brandy mezclado con crema de cacao y suavizado con nata líquida, y el Champagne Cooler, donde el brandy arropaba al champán ayudado por el amargor de la angostura sobre un terrón de azúcar, para soportar sus largas noches.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Una mujer infinita

— ¿Puede caber entonces el universo en el perímetro de un pozo en mitad de la noche?
— Puede y debe.
— ¿Es un pozo símbolo de lo infinito?
— No, pero en su interior cabe el infinito.
— ¿Qué más cabe en el interior de un pozo?
— Una mujer llamada Gina.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un pozo en medio de la noche

Tenemos a Gina atrapada en un pozo en medio de la noche.

Un pozo con el agua congelada devuelve al cielo una imagen perfecta del universo atrapada en un círculo perfecto. Si hayamos con la ayuda de pi el perímetro del pozo, podremos saber con exactitud la longitud del perímetro del universo.

Tenemos, en medio de la noche, un pozo con el agua congelada y a Gina atrapada en él.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La puerta entreabierta

Con más curiosidad que miedo espero mi oportunidad junto a la puerta del baño. Del otro lado de la pared oigo el ruido de la bañera llenándose de agua, y las gotas que golpean a otras gotas y que salpican los azulejos y las baldosas del cuarto de baño.

Entre todas esas gotas ínfimas alguien manipula los grifos, abre y cierra puertas del armario y da pasos cortos. Mientras, yo estoy clavada en el suelo del pasillo, con mis pies descalzos sintiendo las vibraciones del agua y mi corazón acelerado lanzando sangre a mi cabeza.

Respiro por la nariz, aprieto la boca y miro a través del hueco que ha dejado la puerta entreabierta.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Naza a Borbotones

A los dos días de mi vida en la lavadora llaman a la puerta. 

Pienso que deben ser los policías que vinieron a casa disfrazados de trabajadores de la compañía telefónica. Sonrío pensando que no aparezco en sus monitores y que se han asustado, que se han preocupado como una madre amorosa que espera a su hija despierta de madrugada. Pienso mi propia madre y me da un vuelco el corazón ante la posibilidad de que sea ella la que está delante de mi puerta.

Agudizo el oído, mantengo la respiración y pongo todos mis sentidos en la puerta de la calle. Soy capaz de oír un leve sonido metálico y mi imaginación lo identifica con un revólver chocando contra el pomo de la puerta. También escucho algo parecido a un susurro. Esto me confirma que son los inspectores de policía y me acurruco satisfecha en mi escondite.

Pero poco tiempo después ya no estoy segura porque allí dentro, en ese agujero negro doméstico el tiempo no funciona de la misma manera, y oigo un chasquido, y la puerta abrirse lentamente, y después unos pasos finos, casi delicados, que no se corresponden con los de dos policías.

Oigo como esos pies van recorriendo mi casa con cautela, pero de forma firme, oigo ruidos en mi habitación, en el pasillo y en la cocina, estoy segura de que se trata de una sola persona, que no es muy alta y que conoce la casa. Cuando oigo que entra en el baño salgo de mi escondite y me acerco imaginándome que soy una pantera. Antes de lograr ver quién es oigo que acciona el grifo de la bañera y que el agua comienza a salir a borbotones.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas 

sábado

Joana y el infinito

— ¿Tiene algún tatuaje, señal o cicatriz que la identifique?
— Sí, inspector, tengo un tatuaje.
— ¿Puede decirme dónde lo tiene y qué representa?
— Representa el infinito.
— ¿Tiene tatuado el símbolo del infinito? ¿dónde?
— En un lugar íntimo.
— ¿Alguien ha podido verlo?
— No sé si eso importa para este caso.
— Importa porque hay alguien que asegura haberlo visto y puede ser su coartada.
— ¿Luis G.?

Darío asiente con la cabeza.

— Luis G. ha dicho que ha visto el tatuaje que usted lleva.
— ¿Y ha sabido describirlo?
— Con detalle.
— Entonces tendrá usted que comprobar si miente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Inventada

La primera vez que pensé en Gina yo estaba viviendo en mi lavadora. 

Empecé a imaginar su historia mientras alguien imaginaba la mía. Pensé que mi situación podía ser inverosímil para muchos lectores e imaginé una historia mucho más coherente sobre una chica a la que alguien secuestra y que construye su hogar en el interior del pozo en el que la han metido.

Gina inventa un mundo allí abajo y yo tengo que hacerlo verosímil, mientras nadie consigue hacerme verosímil a mí que ya estoy inventada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Entender la lluvia

La primera noche que Gina pasa en el pozo llueve. Las aguas subterráneas se remueven y circulan por el interior de la tierra como un torrente sanguíneo después de una gran impresión o de un esfuerzo.

Gina escucha con atención el interior de la tierra mientras la lluvia cae sobre la hierba que rodea al pozo y golpea en el brocal provocando que gotas minúsculas caigan sobre su cabello. 

En algunos momentos, en el exterior, el retumbar de las gotas sobre la hierba parecen reproducir palabras y Gina imagina que alguien, quizás Germán Dissimo, está intentando comunicarse con ella, y escucha, y trata de entender a la lluvia, pero el sonido es monótono, las palabras se repiten y acaba quedándose dormida.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Posibilidades

— ¿Podría contarme más intimidades de la señora Yurineva?
— ¿Por ejemplo?
— Las que más le hayan llamado a usted la atención.

Luis G. hace una pausa, se toca el mentón y simula hacer memoria.

— Cuando duerme no soporta que haya un solo rayo de luz.
— Explíquese.
— Si hay un poco de luz en su dormitorio no consigue dormir o, si ya duerme, se despierta al instante.
— ¿Se despertó entonces la noche en la que asesinaron a la señor a Joaquina?
— No se enteró de nada hasta la mañana siguiente.
— ¿Cómo es posible?
— Es posible que esa noche Joana la pasara en mi habitación.
— ¿Fue así?
— Deberá preguntárselo a ella.
— Ya se lo pregunté.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

A favor del conocimiento

Yo estoy a favor del conocimiento, pero en contra de usarlo.


Ignatius

jueves

The Strokes

— ¿Cómo conoció a la señora Yurineva?
— ¿A Joana? Es hija de un banquero muy rico, de origen ruso.
— Le pregunto cómo conoció a la chica.
— La conocí en el club donde canto.
— ¿Qué tipo de música canta?
— Música melódica, pop-rock, de todo.
— ¿Qué le dijo cuándo se vieron por primera vez?
— Que estaba de paso y no conocía la ciudad, había aparecido en el club de casualidad y me preguntó si podía ayudarla.
— ¿Ayudarla?
— No conocía a nadie, como le digo, y necesitaba un sitio donde alojarse.
— ¿La hija de un banquero ruso no tenía un lugar donde alojarse?
— Me dijo que no quería saber nada de su padre.
— ¿Le habló de todo esto en su primer encuentro?
— Entre canción y canción, sí.
— ¿Entre canción y canción? Creo que no lo entiendo bien.
— Mi voz no es buena y hago muchas pausas.
— ¿Qué cantó aquella noche?
— Elton John, Frank Sinatra, David Bowie, The Strokes.
— ¿The Strokes? 
Last Nite ¿la ha oído?

Darío niega con la cabeza y Luis G. recita en inglés.

— Last night, she said:/"Oh, baby, I feel so down./Oh it turns me off,/When I feel left out"
— ¿Eso significa algo?
— Eso significa mucho.
— ¿De qué habla?
— De una mujer que la noche pasada me dijo lo mal que se sentía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El sustento de quienes imaginamos

El oficio que he elegido es un oficio de degenerados. La degeneración es, en parte, el sustento de quienes imaginamos. 

Para escribir y para leer hay que estar dispuesto a transgredirlo todo, pues solo es transgrediendo como se honra y se conserva nuestra tradición.

Luna Miguel, El País 16/01/24

Lo que no se dice

—Aprendí a leer los márgenes de los libros, a escuchar los espacios entre canciones de los discos, a ver lo invisible entre los fotogramas de una película.
—¿Y a escuchar lo que no se dice?

Darío hace una pausa para explicarse mejor.

—Como le dije a aquel actor lo más importante es lo que no se dice.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

3,141592

Joana Yurineva tenía el número pi tatuado en negro en el muslo de su pierna izquierda. 

En uno de sus tobillos tenía grabados los primero siete dígitos de pi, y en el otro (el derecho) los seis últimos.

Luis G. le dio esta información al inspector Darío Varona para demostrar que conocía bien a Joana.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

A muddy forest

Trudging through a muddy forest.

Esas palabras eran las únicas escritas en la agenda de la ahogada.

— No sabía que llevaba objetos personales.
— Todos los cadáveres llevan algo personal.
— ¿Todos?
— La falta de objetos también aporta muchos datos. ¿No te lo enseñaron?

Tomás niega con la cabeza.

— En ocasiones la ausencia de pistas es tan importante como las propios pistas.
— Pero eso es muy complicado de interpretar.
— Sí, el vacío es muy complicado de interpretar, pero es imprescindible.
— ¿Me enseñarás a hacerlo?
— Puedes empezar interpretando elementos más sencillos.
— ¿Cómo cuales?
— Páginas en blanco, grabaciones borradas, fotos veladas...
— No sé si podré hacerlo.
—Empieza por el silencio.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El día del Carmen

Se me olvidan cosas importantes. 

Cuándo debo ir a cobrar el desempleo, cuándo debo tomar la medicina contra la alergia, cuándo tengo que cortarme el pelo, cuándo llevar las sábanas a la lavandería, cuándo cambiar el aceite del coche, cuándo son rebajas, cuándo es Halloween, cuándo es el día del Carmen, cuando sale el último metro o el primer autobús.

Mi mujer (que no se llama Carmen) dice que lo hago a propósito.

Terry Salgado


Es difícil

Es difícil escribir algo que no haya escrito ya un borracho 


Luna Miguel


martes

Albaricoque

¿Cuál es su palabra favorita en cada uno de esos idiomas? 

Mmm... Qué difícil, nunca lo había pensado. Quizás, a día de hoy, y así rápidamente, diría que en euskera: ura (agua); en castellano: albaricoque; en inglés: home (hogar).

Un rastro de agua jabonosa

No sé qué esperaban de mí, pero lo primero que vieron desde el ordenador de la policía fue mi cuerpecito de adolescente moviendo la lavadora y colocándola en el comedor. Un rastro de agua jabonosa quedó esparcido por la casa como la baba de un caracol gigante.


— ¿Qué hace esa loca?
— ¿Está arrastrando un mueble?

El ruido era ronco y metálico, desde el ordenador de la comisaría parecía que se movían los cimientos de la casa.

— ¿Cómo puede tener esa fuerza?
— Está loca.

Coloqué la lavadora en el lugar del televisor, me quité el vestido lo metí dentro y después me metí yo.

— ¿Dónde ha ido?
— Y sobre todo quién se va a meter ahí a buscarla si no sale.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un día de sol

A la salida del sol subíamos al coche y viajábamos. Snail Girl hacía unos bocadillos maravillosos en los que no faltaba la lechuga y la salsa césar. Le encantaba conducir por carreteras secundarias, rodeada de vegetación y árboles que se asomaban curiosos a nuestro paso.

Una de esas mañanas felices, en una curva de una carretera apartada, nos paró la policía porque circulábamos demasiado lento, los dos agentes saludaron con marcialidad y nos pidieron los papeles del coche y nuestros documentos de identidad. 

No hubo manera de hacerles entender que Snail Girl no tiene documento de identidad, ni mucho menos permiso de conducir. Nos hicieron salir del vehículo y, desorientados, trataron de imaginar qué diría el reglamento en un caso como ese. 

Mientras esperábamos que llegaran órdenes por radio, Snail Girl y yo sacamos del maletero la cesta de mimbre con los bocadillos y almorzamos junto a un árbol. El sol calentaba el aire y el murmullo de los agentes de tráfico al otro lado de la carretera me hizo sentir pletórico. 

Todo transcurría lentamente.

Terry Salgado

Preguntas a Lola

Una tarde de sábado Lola llamó a la puerta de Enrique. Él no la esperaba, a pesar de haberle escrito su nombre y su dirección en la última página del libro de Vila Matas. 

Iluminada por la luz blanca del portal le pareció que era más bajita y más joven que en la librería.

— Ya llegué a la página.
— ¿Quiénes son tus padres?
— ¿Qué?
— ¿Tus abuelo materno a qué se dedicaban?
— Reparaba y afilaba cuchillos y navajas.
— ¿Con quién te sentabas en la clase de secundaria?
— Con Sara Isabel.
— ¿Tenía hermanos?
— Creo que sí.
— ¿Qué libros tienes en tu biblioteca?
— No sé ¿te digo todos?
— Todos. ¿Qué te hace llorar?
— No sé.
— ¿No sabes? ¿Y reír?
— Tú me haces reír.
— ¿Te han traicionado?
— Muchas veces.
— ¿Te han querido?
— Muchas veces.
— ¿Cuál es tu juego favorito?
— ¿De azar?
— Por supuesto.
— Los dados.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Un hombre sencillo

Gina le confesó a Germán que en su casa no había agua corriente y que desde pequeña se bañaba calentando agua en un barreño. 

Le confesó también que igual que otras mujeres están con un hombre porque es médico o abogado, ella se había acercado a él porque manejaba las tuberías y sabía traer el agua al interior de las casas, algo que Gina veía como cercano a la magia o a la religión y que le recordaba el episodio bíblico en el que Moisés abre las aguas del mar Rojo.

Germán Dissimo es un hombre sencillo y solo puede imaginarse a Gina en su barreño de cinc antes de prometerle que le construirá un baño con agua caliente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La casa de Lucía Monsalvo

En la casa de Lucía Monsalvo apenas había bombillas, la mayoría estaban fundidas y las que sobrevivían tenía una intensidad muy baja y muy amarilla.

Yo visité a Lucía y a su madre varias veces después de que muriera su viejo. Aquel comedor lleno de sombras me sobrecogía y me hacía mirar hacia los lados.

— Están a propósito.
— ¿El qué?
— Las bombillas gastadas, las fundidas, todo.
— ¿Por alguna razón?
— Todas las noches miramos fijamente a la lámpara durante sesenta segundos y después hacia la pared del fondo.
— ¿Y qué ocurre?
— Es mejor que lo hagas tú misma.

Lo hice, fijé la vista en aquella lámpara durante un minuto y, cuando Lucía me lo indicó, volví la mirada a la pared del fondo.

— ¿Lo viste?

Lo vi, el viejo de Lucía Monsalvo tal cual era, de pie, mirándome a los ojos con expresión de pena.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas