sábado

Esta es la hora

El tiempo es alegría.


Pablo Neruda, Oda al pasado

En los breves silencios

Carolina, abrumada por los restos del alcohol y la noche, trataba de acompasar su respiración a la de Darío y sus silencios a los gemidos de la vecina, de tal manera que por momentos pareciera que su amante estaba al otro lado del tabique, que ella estaba sola, y aquel cuerpo que respiraba sobre su cuerpo solo existía en los breves silencios entre jadeo, y respiración, y jadeo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Amaneciendo

La primera vez que se acostó con Darío coincidió con la mujer de los gemidos. 

Durante toda la noche Carolina actuó de forma extraña, tratando de evitar lo inevitable. Miró la hora más de lo debido y Darío pensó que quería que se marchara. Cuando, en medio de una risa nerviosa, ella le dijo que no se fuera, él no supo interpretar si ese era su estado natural o la reacción a una noche confusa.

En medio de la confusión y en medio de un café recién hecho en la cocina Darío la besó. Carolina tenía la taza en la mano y solo pudo abrazarle con el brazo izquierdo. Después se dio prisa en llevarlo hacia el dormitorio, pero ya estaba amaneciendo y la vecina no tardaría en comenzar su espectáculo.

Carolina se metió en la cama sin esperar a Darío que no estaba seguro de qué papel estaba interpretando. Después, mientras se acariciaban, empezaron a escuchar los gemidos y les pareció que alguien ya estaba haciendo el amor por ellos.

Nazaré Lscano, Cuentos de Parque Chas

La mujer del otro lado

Cuando se levanta por las mañanas para ir al periódico Carolina siempre oye a una mujer que gime tras las paredes. Es siempre entre las siete y las siete y media, y la pilla saliendo de la ducha, vistiéndose o desayunando.

Algunas mañanas los gemidos madrugan más y los oye desde la cama, la despiertan instantes antes de que suene el despertador. Carolina deja que suene la alarma durante unos segundos más para ver si la mujer la oye y, quizás, conseguir que pare.

Ocurre desde hace mucho tiempo, mucho antes de que Darío Varona apareciera en su vida, mucho antes de que cualquiera apareciera en su vida, al poco de mudarse a aquel apartamento. Al principio le divertía, Carolina se quedaba unos instantes escuchando e imaginando a una pareja joven haciendo el amor detrás de alguna de sus paredes, y se excitaba oyendo unos gemidos que empezaban débiles y crecían en intensidad mientras ella caminaba descalza por el apartamento vacío, elegía su ropa, se lavaba los dientes o se calzaba los zapatos.

Carolina escuchaba a una mujer gimiendo de placer de madrugada y terminaba excitada mientras la luz de la ventana iba clareando y ella se preparaba para ir a trabajar. 

Algunos días, sin darse cuenta, se viste de forma demasiado sexy para ir a la redacción y se pasa parte de la mañana pensando en aquella pareja, quiénes son, cómo son y, sobre todo, por qué solo se escucha a la mujer, a una mujer.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Las flores amarillas

Algunos de nuestros amigos hacían bromas con los cuernecitos de
Snail Girl. "¿Es cierto que solo duelen cuando salen?" "¿Son contagiosos?" "¿No te importa llevarlos a todas horas?"

Snail Girl sonreía y, entre risas, les daba respuestas sencillas. "Sí, son como los dientes lo peor son los primeros días" Sí, ten cuidado que todo se pega menos la belleza". "No pasa nada, cada uno lleva su cruz".

A mí todos aquellos comentarios me parecían una pesadez y le regalé un sombrero precioso, con unas flores amarillas que tapaban sus cuernecitos. Snail Girl lo cogió sin decir nada, pero cuando salíamos con nuestros amigos siempre se ponía el sombrero.

A partir de ese día todos, incluido yo mismo, la mirábamos con más curiosidad, y todos estábamos deseando quitarle el sombrero para ver si ahí debajo seguían los cuernecitos.

Pero desde ese día ella no volvió a dejarle a nadie que mirara. A mí tampoco.

Terry Salgado

Lucha callejera

Algunos días a Enrique le basta con caminar por el lado izquierdo de la calle haciendo que los peatones con los que se cruzan tengan que salirse de su camino.
 
Hay personas que abandonan su línea recta infundiendo a su vida un trazado geométrico que solo dura un instante, pero que está lleno de significado. Pero hay peatones que se aferran a la pared como un soldado pegado a su trinchera, son personas orgullosas, intransigentes o con un gran sentido de la justicia, son estas las que provocarían con su abandono geométrico movimientos encadenados e incontrolables, pero la pelea con ellos es dura y a menudo está perdida.

Enrique lo intenta con valentía, se junta mucho a la pared, la agarra con sus manos, se agacha y, a veces, se tira en el suelo, esta es la última opción, un poco ruin, pero efectiva, entonces el intransigente no tiene más remedio que abandonar su sagrado derecho a llevar la derecha y lo bordea mirándolo con desprecio o con pena.

Hay ocasiones que el intransigente se para, mira a Enrique desde lo alto y le pregunta si está bien. En ese momento todo cambia al fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

En ese preciso momento

Komorebi. La palabra japonesa para la luz del sol filtrada y brillando, y las sombras, creadas por las hojas de un árbol balanceándose. Solo existe una vez, en ese preciso momento.

Perfect Days (Wim Wenders, 2023)

Piezas

La noche en la que Joana Yurineva llamó a la puerta de la pensión, Carem no estaba sola en su habitación.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Excusas creíbles

Otras veces era la Pupila la que se quedaba a dormir en la tienda. Para ella era todo un reto pues tenía que buscar excusas lo suficientemente creíbles para que su marido no sospechara. 

Para dormir Solía ponerse un camisón que nunca usaba en casa porque le parecía demasiado sexy.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Mensajes personales

Algunos miércoles Enrique repartía barras de pan a las puertas de los colegios. Compraba cien unidades a una panificadora, se colocaba frente a un colegio a la hora de la salida del mediodía, y repartía las barras.


Algunas veces, aunque no siempre, metía dentro del pan con mucho cuidado mensajes escritos al estilo de las galletas chinas pero mucho más concretos y personales. 


Enrique se quedaba largo rato mirando a los niños y a sus madres caminar hacia casa con sus barras de pan bajo el brazo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Acompañarles a casa

Los días que se levantaba tarde le despertaba la luz blanca de los fluorescentes, las limpiadoras que echaban serrín por el suelo antes de barrer o los primeros clientes que se paseaban por la tienda como paseantes domingueros o con el metro en la mano.

A Enrique le gustaba oír los comentarios, casi siempre acompañados de risitas nerviosas, o ver como se le acercaba a la cara un metro metálico con el terrible zip sonando en su oído al recogerse.

Pero lo que más le gustaba era oír a las parejas fantasiosas que simulaban que ya estaban en su salón, o en su dormitorio, y tenían conversaciones que empezaban siendo impostadas para terminar siendo auténticas, entonces Enrique se incorporaba, si estaba en la cama, o se acercaba hasta el sofá donde conversaban y les preguntaba quiénes eran y si podía acompañarles a su nueva casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La puesta en escena

Tirar dinero desde una ventana es siempre una acto grandioso y subversivo, pero Enrique prefería intervenir en los pasos de peatones y en las filas de espera. No solo porque era más barato, también porque exigían una planificación, una elaboración y una puesta en escena compleja.

Lo del dinero volando por los aires era demasiado exagerado, demasiado festivo para la discreción que exige el azar, es cierto que es más estético y más cinematográfico, pero las colas y los pasos son algo más efectivo y teatral.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

La cara de lo irremediable

El Rumi llevaba siempre una goma elástica en su bolsillo. De forma silenciosa, sin que su víctima le viera, se colocaba detrás de cualquier compañero, estiraba la goma y les golpeaba en las piernas o en el culo. 

Lo hacía casi siempre con las chicas porque en aquella época la mayoría llevábamos falda y las piernas al aire eran un objetivo irresistible para él. A mí me golpeó varias veces, no muchas, pero en todas ellas me hizo sentir sorprendida y estúpida.

Cuando lo hacía, su víctima pegaba un pequeño salto, o gritaba, o se llevaba la mano al lugar donde le había golpeado con la goma, y El Rumi entonces se quedaba quieto, callado, mirando fijamente como el que hace algo que no está bien, pero que es irremediable. 

Una mañana en la que debía estar borracho de éxito el Rumi hizo estallar la goma en las piernas de la señorita Carranza, la profesora de Geografía e Historia. La profesora dio el típico saltito y cuando se dio la vuelta vio al Rumi, quieto, mirándola a los ojos con lo que debe ser la cara de la fatalidad.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un viento liberador

Hoy Sonia Ricco ha llegado más despistada que de ordinario. Lleva un libro al que H. no ha podido ver el título y que ha tenido que imaginar.

Apenas ha hablado, ha sonreído a H. a su llegada y antes a Carem que no ha tenido un solo gesto de compasión. Después H. ha cerrado un poco la persiana y ha puesto el calefactor un punto más, lo suficiente para que Sonia se sienta a gusto con un calorcillo que normalmente la anima, pero que hoy no le hace sentir nada.

Cuando termina de desnudarse se acuesta sin mirar una sola vez a H. que no consigue abrir la boca ni tan siquiera para preguntarle cómo le ha ido, o que le diga algo de su libro. Cuando Sonia habla por fin, H. siente como si hubiera abierto la ventana y hubiera entrado un viento liberador.

— ¿Puedo taparme los pies por favor?

H. no comprende, pero asiente con rapidez.

— Claro, ¿pasa algo?
— Pasa que he tenido una mañana horrible y cuando tengo un mal día se  me quedan los pies helados.
— Vaya, si lo necesitas puedes taparte, no hay problema.

Sonia sonríe y mira con ternura a H.

— No, no, gracias, solo necesito taparme los pies.

Entonces Sonia Ricco mete sus pies debajo de las sábanas y a H. le parece que ha pasado algo importante, pero no sabe qué es ni cómo interpretarlo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Lo que escondemos

— Ahora que lo pienso no estoy segura de que la viuda tuviera pies.
— ¿Qué quiere decir?
— Bueno, está claro ¿no? 
— ¿Cómo no iba a tener pies?
— Lo cierto es que nunca se los vi.
— Pero caminaba ¿no?
— Caminaba, pero podía no tener pies.
— Me parece una suposición poco probable.
— Piénselo un momento, inspector, yo recuerdo bien sus ojos, su pelo, sus manos incluso, pero jamás le vi los pies.
— A mí tampoco me los ha visto y eso no significa que no los tenga.
— Es cierto, todos escondemos algo.
— En este caso, según usted, escondía algo que no tenía.
— Exacto, inspector, la mayoría de las veces escondemos lo que no tenemos ¿Curioso, no?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Lo real

La realidad es más real que la ficción.


Terry Salgado

El sentido del tacto

La ciega llevaba siempre los labios perfectamente pintados, a mí me extrañaba que no se saliera ni un milímetro.

— ¿Cómo logras pintarte los labios de una forma tan perfecta?
— Es fácil, es la parte de mí con más sensibilidad.
— ¿Más que el oído?
— Sí. Hay ciegos que desarrollan más el sentido del oído y otros que lo hacen con el tacto, y la parte de mí más sensible son los labios.

Las dos nos quedamos calladas durante unos segundos hasta que nos echamos a reír a carcajadas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Maravillosa

Jorge me despertó de madrugada para decirme que la ciega era un ángel. Me lo decía muy emocionado, sentado en un costado de la cama, con lágrimas en los ojos. 

Mi primera reacción fue echarme a reír, pero para no decepcionarle me eché a llorar. Él se apiadó de mí, me abrazó y me besó con ternura. Después me dijo lo maravillosa que era y se fue.

Me quedé con la duda de si la maravillosa era la ciega o yo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

La quinta pared

Muchas veces se había teorizado sobre la cuarta pared en el teatro, pero nunca nadie había dicho nada de la quinta ni de la sexta.

Tomás escribió una obra pensada para romper la quinta pared, es decir, el techo de la sala. Para ello tenía que colocar a los espectadores en la parte superior del escenario mirando hacia abajo en un contrapicado continuo. Los actores, por su parte, debían mirar hacia arriba y dirigirse al público.

En la obra se representaba la historia de tres presos que intentan escapar de la celda donde están recluidos. El público representa al resto de presos de la cárcel que están sobre el tejado amotinados esperando a que llegue la policía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El círculo del sol

El inspector Varona se levantó de su silla, dio tres pasos hasta Joana Yurinova, extendió su mano derecha hacia ella y, con el pulgar, limpió la pintura roja que manchaba la comisura de su boca. 

Joana sintió cómo el dedo de Varona repasaba los bordes de sus labios con mucho cuidado de no invadirlos, como un niño cuando dibuja el azul del cielo alrededor del círculo del sol.

Cuando terminó, Darío miró la mancha de pintalabios que había quedado en la yema de su dedo y que tenía el aspecto de una quemadura.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Princesas y galeotes

Andrés Barba sabe que hay gente en cualquier lugar esperando a ser rescatada. 

Lo sabe tan bien, conoce con tanta exactitud la magnitud del trabajo que no se atreve a salir de casa. Se pasa días planeando la aventura y, a menudo, se pierde en sus propios sueños primero, después en el espacio informe del duermevela y, cuando logra salir de sí mismo, se enreda entre sus propias sábanas sin ser capaz de salir de su habitación.

Mientras, en la calle hay damas y caballeros, posaderas y castellanos, princesas y galeotes esperando su llegada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

No son santas

Durante los siglos XVI y XVII en las coronas de Castilla y Aragón, muchas mujeres que se dedicaban a la hechicería y a la adivinación lograron convencer a todos que eran santas.

Simulaban acercarse a Dios para seguir con su oficio, aunque siempre había quien sabía que los milagros no son más que actos de magia. Por eso, si algún agente del Santo Oficio se interesaba por ellas debían retirarse, ser más humildes, más simples, dejarlo todo e ingresar en un convento. 

Y disimular, siempre disimular.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Plano Americano

Esta vez me fijé en las fotos. 

La viuda tenía fotografías suyas por toda la casa, y digo suyas porque en todas sólo aparecía ella, sonriente o seria, con vestidos de noche o en bañador, delante de las ruinas de Atenas o en lo alto del Empire State Building.

En todas sola y, más curioso aún, en plano americano, sin dejar ver sus pies en ningún momento.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un punto desde el que desliar

Yo estaba tomando el sol la mañana en la que el inspector Darío Varona subió a la terraza a una hora en la que no debía haber nadie. Apareció entre las sábanas tendidas al sol, con su camisa blanca y su chaqueta desabrochada. Me miró y se ruborizó.

— Discúlpeme, soy policía — Dijo como si quisiera decir soy médico.

Miré a mi alrededor, buscando algo con qué taparme, pero había dejado mi camiseta demasiado lejos, preferí seguir en la misma posición como si no pasara nada.

— ¿Me buscaba a mí?
— No, no... no se preocupe, solo estoy echando un vistazo.

El inspector, para no mirarme, volvió a ocultarse entre las sábanas.

— ¿Tiene alguna nueva pista?
— En realidad tenemos muchas pistas, pero no logro encajarlas.
— ¿Para qué ha subido entonces?
— ¿Qué?
— Si encuentra más pistas aquí arriba solo liará más la madeja.
— Trato de encontrar un punto desde el que empezar a desliar.

Darío Varona volvió a salir de entre las sábanas, ahora estaba mucho más cerca.

— ¿Y cree que yo puedo ser ese punto?
— No tengo otro.
— Aún no sé si soy sospechosa o colaboradora de la policía.
— Puede ser las dos cosas, puede elegir.
— Sospechosa me gusta más.

El inspector sonrió y me pasó mi camiseta, ya no estaba ruborizado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



El impulso

En su juego de actriz de fotonovela Joana Yurineva lleva en su encuentro con Darío Varona los labios pintados de un rojo tan intenso que el inspector no puede quitar sus ojos de ellos.

Para completar la escena, Yurineva se ha pintado la comisura, saliéndose del contorno de los labios y dejando así una imperfección que los hace aún más llamativos.

Y Darío siente el impulso de llegar hasta sus labios y borrar con el dedo pulgar la mancha roja de la comisura.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Enseñar a caminar por los tejados

Saber pisar entre las tejas es un arte imprescindible, casi tan importante como la poesía y al mismo nivel que conocer los nombres de las constelaciones.


Caminar por un tejado hace que las personas sean más cuidadosas, de trato más suave y, a la vez, más decidido. Equilibrio, prudencia y valentía son tres cualidades que se aprenden a base de caminar sobre las tejas de un edificio.


El mundo sería mejor si desde pequeños, en el colegio, nos enseñaran a caminar por los tejados.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Un nuevo teatro

Los actores aspirantes a un papel son como seres esperando a nacer.

Linda Firence los iba viendo llegar al escenario, oía sus pasos que, desde lejos, ya contaban quienes era, qué buscaban y qué habían perdido. 

Durante las pruebas pudo oír el mismo texto en varias bocas, con varios acentos y con gestos de todo tipo. Y deseó que todos fueran elegidos, poder actuar con todos ellos, cada día con uno o con todos a la vez. 

Sería un nuevo teatro en el que, aparte de ignorar la cuarta pared, habría que pasar por alto que varios actores interpretaran el mismo personaje, en distintas escenas o todos a la vez.

Nazaré Lascano; Cuentos de Parque Chas

domingo

Tardes en los tejados

No se lo dije al inspector, pero yo misma subía a veces a la terraza y desde allí a los tejados del edificio.

Siempre envidié los oficios en los que hay que caminar por el tejado: obreros de la construcción, antenistas o los viejos deshollinadores que salían en las películas me parecían el colmo de la felicidad. Recuerdo que de niña solo me fascinaba de Papá Noel su capacidad para saltar por las chimeneas.

Muchas tardes las pasé caminando por las tejas del edificio como una gata despistada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cada vez que cuentas algo


Le voy a decir una cosa: el mundo de la realidad y el mundo de la ficción están cortados por un espejo y nunca alcanzas el otro lado. 

Cada vez que cuentas algo estás cambiando la realidad. Aunque no sea ficción, lo cierto es que estás alterando la realidad. 

Enrique Vila-Matas, El País, 15/03/2024

Las reglas espaciales

La tienda era un enorme laberinto de salas llenas de sofás, tresillos, mesas, armarios y librerías. 


Una estancia se unía a la siguiente sin pasillos ni antesalas, y a Enrique y la Pupila les daba a sensación de que se iban internando en un espacio sin reglas espaciales claras, una especie de palacio minoico lleno de muebles al final del cual en vez del minotauro esperaba un lecho matrimonial. 


Enrique fantaseaba con vivir en un lugar como ese, en encontrase cada mañana con los visitantes de la tienda, clientes a los que saludar mientras se levantaba de una de aquellas camas o mientras leía sentado en un sofá a estrenar uno de los falsos libros  encuadernados en verde oscuro que se repetían en todas las estanterías. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Cuando estoy sola

A veces, cuando estoy sola y no tengo nada que hacer, me visto como si tuviera una cita, me pongo mis mejores braguitas y mi mejor vestido, busco unos pendientes de aro, me aliso el pelo y, por último, me pongo un perfume caro.

Luego me sirvo una copa de ginebra, enciendo la tele y me pongo a ver lo peor que encuentre. Si después estoy más animada salgo a la calle a bajar la basura.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

El gusto por los nudos

Enrique y la Pupila entraron en una tienda de muebles con la intención de comprar un dormitorio completo. Les atendió una dependienta de unos treinta y cinco años, con gafas de montura negra y el pelo recogido en un moño lleno de horquillas del mismo color.

A Enrique le excitaba la idea de que la diferencia de edad que había entre él y la Pupila provocara alguna reacción en la dependienta.

— Buscamos un dormitorio de matrimonio.

La dependienta sonrió, sus labios rojos dibujaron un signo ortográfico que Enrique creyó recordar de alguno de los libros de su infancia.

— Estupendo ¿tenían alguna idea en particular?
— Queremos una cama alta, en madera, y que tenga nudos.
— ¿Nudos?
— Sí, una madera con nudos, nos encantan los nudos.
— ¡Ah! una madera con nudos — la dependienta volvió a mostrar el signo ortográfico de su sonrisa pero esta vez demostraba cierta inquietud.
— ¿A usted no le gustan?
— Bueno, lo cierto es que no lo había pensado nunca, pero seguro que en nuestra exposición hay alguna cama con nudos para ustedes.

Mientras los dos hablaban, la Pupila estaba intranquila, imaginando que en cualquier momento entraría alguien conocido en la tienda y descubriría que tenía un nuevo marido con el que estaba comprando un dormitorio.

— ¿Tú que opinas, mi vida?
— ¿Yo?
— ¿Quieres una cama de madera con nudos o prefieres otra cosa?
— No sé.
— ¿No sabes?
 — Aún no sé si me gustan los nudos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Entre las butacas

Un patio de butacas es un lugar extraordinario. Cada espectador tiene una historia dentro y va a completarla con la historia que se representa en el escenario. 

Un grupo de cien o doscientas personas se han unido de forma azarosa para compartir durante una hora y media una función. La mayoría de ellos no se volverán a juntar nunca en ningún otro lugar, otros quizás coincidan en el futuro sin saber que ya se conocían, pero todos llevarán dentro una experiencia común.

Cuando Tomás representa la obra de la aviadora perdida sabe que ella puede estar entre cualquier persona del público que, aunque no siente a una actriz entre las butacas, antes o después aparecerá.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Imágenes sueltas

Después de contarme mi sueño el pocero se levantó y se vistió con el mono de trabajo. 

 — Hoy tengo trabajo atrasado ¿No te levantas?

Yo seguía pensando en el sueño, mi cabeza iba recibiendo imágenes sueltas que no sabía de donde llegaban. 

— Esa mujer de la que me has hablado no soy yo.
— No sé si eres tú, esa mujer es la que ha tenido ese sueño.

Decidí hacer una pregunta estúpidas a sabiendas.

— ¿No hay posibilidades de que las cartas se confundan y te refieras a otra?

El pocero hizo una mueca parecida a una sonrisa, noté que tenía prisa por salir.

— Puede ser. No sé qué mujer hay dentro de ti.

Me levanté, me miré en el espejo y me fijé en la santita absorta en su ángulo. En el reflejo pude ver al pocero que recogía el rey de copas y lo metía en medio del mazo de cartas. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Ya sabes qué

Desperté tarde, lo primero que vi fue un triángulo que la luz dibujaba en la almohada, cerca de mi cara. no recordaba lo del naipe, pero el pocero ya lo tenía en sus manos y lo miraba con atención, como si estuviera leyendo mi vida en una novela.

— ¿Ya despertaste?

Tenía el pecho desnudo y apoyaba su espalda en la almohada.

— ¿Qué hora es?
— Hace una hora que amaneció.
— ¿Y Lupe?
— No quiso despertarte, se fue sin despedirse.

Me dio rabia, pensé que ese hombre no sabía nada de nosotras, no sabía, por ejemplo, que Lupe nunca se despide.

— Tenías que haberme despertado.
— No quiso.

Me incorporé, vi que tenía el naipe entre sus manos, pero no le pregunté nada.

— Te acordaste.
— ¿Qué?
— Ya sabes qué, te acordaste de coger tu carta esta noche.

Me avergoncé, deseé no haberla cogido, deseé no estar allí. Pensé en irme, pero no quería salir desnuda de la cama.

— No la he mirado.
— Bien hecho, nunca hay que mirarla, si no no funciona.
— No sé si creerme todo eso.
— Lo creerás cuando te diga lo que has soñado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Ética del azar (Diálogos con Naza XIII)

— Apuesto a que acudiste a la cita.
— No se puede apostar teniendo el cien por cien de posibilidades, no es justo.
— Sí que es justo, puede no ser ético.
— Pensé que eran lo mismo.
— Que va, que va, hay muchas cosas que son justas y no son éticas.
— ¿Por ejemplo?
— Tus cuentos, tu manera de escribir.
— ¿Es justa?
— Sí, es una narración desde las tripas, es clara, desnuda, brusca. Es justa.
— Pero no es ética.
— Expones de forma cruda asuntos como el sexo, la violencia, el tiempo o el azar.
— ¿Todo eso no es ético?
— Sí sí. No es ético de qué forma lo usas como materia de tu literatura.
— ¿El sexo no es ético?
— Todo es ético, Naza, lo que no lo es, o es discutible que lo sea, es su tratamiento en la ficción.
— Sólo estoy de acuerdo en lo del tiempo, y quizás en lo del azar.
— ¿En qué sentido?
— En el sentido de que el azar no es ético o que, si lo es, yo lo trato desde la amoralidad.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Una pieza mal encajada

En unos grandes almacenes, tras firmar durante una hora libros de la Doña, se me acercó un tipo sonriente. Llevaba un traje azul de verano y una camisa también azul, pero más oscura que la americana lo que le daba un aspecto de pieza correcta pero mal encajada.

— Hola, muñeca.

¿Muñeca? Pensé que no había oído bien o que era un apelativo de la Doña que yo desconocía, o que quizás había algún cuento que yo no había leído en el que se utilizaba ese saludo.

— Hola. — Le dije, sonriéndole también.
— ¿No te acuerdas de mi?

La frase "No te acuerdas de mí" es horrible, es tópica, tramposa y está llena de arena, no sabes qué hacer con ella.

— No, lo siento.
— Nos conocimos en Montevideo el verano pasado, no ha pasado tanto tiempo.

Aquel tipo no tenía acento uruguayo, en realidad no tenía acento si es que eso es posible.

— Cierto, aunque entre hemisferios es difícil calcular la distancia de los veranos.

El tío del traje soltó una carcajada seca, pero acogedora.

— Es verdad, los veranos son un tiempo difuso, pero pensé que mi recuerdo te duraría más.
— Lo siento mucho, mi memoria es pésima para las caras.
— Por suerte tus cuentos recuerdan mejor que tú.

Aquella conversación estaba tomando un rumbo extraño, puse cara de no entender nada.

— ¿Mis cuentos?
— Gracias por hablar de lo nuestro en tu libro.
— Bueno, en mis libros hablo de muchas cosas.
— Y gracias por no poner mi nombre verdadero, a mi mujer no le hubiera hecho ninguna gracia... aunque no sé, la verdad es que te admira mucho. Es aquella gordita del vestido amarillo. — Dijo señalando con su índice a una mujer gordita con un vestido amarillo.

A esas alturas de la conversación yo ya estaba noqueada, miré a mi alrededor buscando algo o alguien a quien asirme, quizás una lectora pesada, un editor cargante o un camarero con una copa a rebosar, pero todos parecían tener algo mejor que hacer.

— ¿De qué cuento me hablas?
— Ya sabes de qué cuento. — El tipo cambió de cara y bajó la voz— Me alojo en el Palace, mi esposa tiene toda la tarde del viernes ocupada en una visita al Museo del Prado, te espero a las cinco para rematar el cuento.
— ¿Qué tenemos que rematar? ¿Quién eres?
— Hasta mañana, muñeca.


Y el tipo dio la vuelta y desapareció, cruzándose en su retirada con una lectora pesada, un editor cargante y un camarero con la bandeja repleta de copas que, formando una columna de rescate, se apresuraban a llegar hasta mí.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Los sueños del pocero

— La próxima vez que te levantes por la noche ve al aparador del comedor, busca el mazo de cartas y coge una al azar, sin mirarla vuelve a la cama y métela debajo de la almohada. Por la mañana sabremos qué has soñado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Fantástico

— Antes de salir de casa de Germán Dissimo, Lucio estrelló un vaso contra el suelo. 
— Creí que habías encontrado la casa impoluta.
— Sí, Dissimo recogió los trozos cuando llegó a casa.
— Eliminó las pruebas sin querer.
— Y además se cortó en un dedo y dejó unas gotas minúsculas de su sangre en la ropa interior de Gina.
— ¿Gina dejaba sus bragas en casa de Dissimo?
— Al parecer esa mañana había puesto una lavadora y había metido su ropa, recuerda que jugaba a ser su esposa.
— Y encontrasteis la sangre de Dissimo en sus bragas.
— Las manchó al tender la ropa, fantástico ¿no?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Las esposas actúan así

— 
Uno de los problemas más graves en la investigación fue que Gina no opuso resistencia. Los dos hombres entraron en casa de Dissimo porque Gina abrió la puerta y les dejó pasar.
— ¿Con qué excusa entraron?
— Dijeron que eran funcionarios, que traían unos papeles oficiales para Dissimo.
— ¿Cómo pudo creerles?
— Gina interpretaba el papel de esposa y supuso que las esposas actúan así.
— ¿Se creía la mujer de Dissimo?
— Jugaba a serlo.
— Pero no sabía las reglas del juego.
— Así es, tiró los dados y cayó directa en el pozo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Después del sueño

En casa del pocero no se dejaban bombillas encendidas de madrugada. Si teníamos ganas de orinar había que tantear las paredes rugosas, las puertas y los muebles hasta llegar al cuarto de baño donde se sentía el frío de las baldosas en los pies y el de los sanitarios helados. 

En el baño, frente al váter, había una ventana más alta que ancha, con un marco de madera  tras la que se colaba la luz y el silencio de la noche.

Y al otro lado del cristal se abría el universo, yo me daba cuenta de que en realidad la oscuridad está tapando cualquier mundo posible, pero que eso siempre es mejor que ver el reflejo de tu propio rostro de madrugada después del sueño y los licores.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Rematar el texto

— La mayoría de los casos de desapariciones  no llegan a la opinión pública.
— ¿Por alguna razón?
— Porque la familia no lo desea, por ejemplo.
— O porque perjudica la investigación.
— Cierto, la publicidad siempre perjudica la investigación.
— Pero a veces es la propia policía la que da publicidad a un caso para encontrar pistas o algún tipo de ayuda.
— Es verdad, pero yo no lo haría.
— ¿Por qué?
— ¿Nunca has oído hablar del principio de incertidumbre?
— Soy periodista, el principio de incertidumbre soy yo.
— Pues ahí tienes tu respuesta, si ya la intervención de un inspector trastorna la naturaleza del caso, imagínate a la prensa y a mil curiosos poniendo sus ojos y sus manos por todas partes.
— Entiendo, pero a veces es necesario ¿no?
— La incertidumbre nunca es necesaria.
— Todo es incertidumbre.
— No quieras rematar el texto periodista, no queda elegante.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un blanco hiriente

El delantal de Carem está impoluto, de un blanco hiriente y perfecto como la nada. 

Si al menos hubiera alguna pequeña mancha, algún pliegue o alguna arruga, H. soñaría con desatarlo y desplegarlo sobre su cuerpo como si desplegara un mapa del tesoro robado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


En las colas

Enrique colocaba a diversos agentes de su grupo en las orillas de los pasos de peatones, en las colas de la carnicería, del registro, de los restaurantes de moda o de los cines de estreno.

También en las fruterías, donde los clientes suelen ignorar que son establecimientos cargados de azar y simbología.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Un mundo propio de realidades simples

Remedios la bella fue la única que permaneció inmune a la peste del banano. 

Se estancó en una adolescencia magnífica, cada vez más impermeable a los formalismos, más indiferente a la malicia y la suspicacia, feliz en un mundo propio de realidades simples.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad