martes

Caja de sorpresas

¿Sabes, Roberto, que tuve un amante, durante año y medio?

Fue una época de uno y medio. Yo era una y media y él también, y la habitación en la que nos veíamos y el tiempo que robábamos para estar juntos.

Yo conocía a su mujer, y me caía bien, eso en vez de hacerme sentir culpable me gustaba más. Desde pequeña me gusta estropear cosas, me recuerdo suspendiendo exámenes a propósito, dejando preguntas en blanco que había estudiado hasta la extenuación.

También tengo recuerdos aislados de dejar muñecas olvidadas a propósito en un banco del parque, y llorar desconsolada cuando llegaba a casa, y luego dormir muy tranquila. 

Se llamaba Álvaro, tenía mi misma edad, lo había conocido en la facultad y luego habíamos coincido en un par de congresos, los dos nos dedicábamos a lo mismo, pero estábamos en empresas distintas, la suya era mejor, la mía maltrataba a los empleados y era un sálvese quien pueda, había que traicionar, saltar por encima, dar codazos. Había un ambiente repugnante en el que yo me movía con comodidad, en una ocasión me apropié del informe de un compañero recién llegado, le engatusé como si fuera la actriz de una película mala, pobre, no me hizo falta más que un buen escote y un par de insinuaciones, me regaló su trabajo y acabé ganando una buena comisión de productividad.

Nunca me ha gustado redactar informes, prefiero tomar prestada la información, investigar, husmear en los móviles y en los email de los demás. Soy una experta adivinando claves. Si conozco al titular puedo entrar en cualquier correo. Me bastan un par de datos, una pequeña conversación, ver cómo viste o qué pide en el almuerzo.
 
Así entré en la vida de Álvaro, le conocía de la facultad, sabía de dónde era, quienes eran sus amigos, dónde se sentaba qué notas tenía, su empresa, su coche, lo que ganaba. Fue vergonzosamente fácil.

Y su correo una caja de sorpresas.

Lidia Galdós



Cotidianidad

Mis proyectos reflejan elementos que la mayoría de las veces no provienen del arte sino de la cotidianidad. 


No hago más que hablar de lo que pasa en nuestra realidad diaria.


Antoni Muntadas

lunes

Cenizas en la cara

 
—Bueno, es igual que ese chisme de que la última voluntad de padre fue que arrojaran su busto a la bahía de Vancouver y que esparcieran sus cenizas sobre el agua, y que James y Thomas se subieron al bote y los dos tuvieron que ponerse a darle golpes al busto con los remos porque era hueco y no se hundía, y los cogió una tormenta cuando estaban allí y empezó a soplar el viento y les echó las cenizas a los dos sobre la barba.

—Nunca le hicieron un busto a padre, Anne. Y no recuerdo que estuviera nunca en Australia.

—Eso es lo que quería decir, cómo surgen los chismes.


William Gaddis, Jota Erre

Seres de otro mundo

— ¿Nadie sospechó sunca de que Sarah no era una sirena de verdad?
— Nadie puede sospechar de lo que no eres si tú estás convencido de serlo.
— ¿Sarah creía que era una sirena?
— Sarah tenía aspecto de sirena y se comportaba como una sirena.
— ¿Qué hacía para ser una sirena?
— Todo lo que hace una sirena, podía sumergirse bajo el agua el tiempo que deseaba, nadaba moviendo su cola y aterrorizaba a los visitantes más cobardes con su chillido.
— ¿No los atraía para acabar con ellos?
— No sé cuales eran sus intenciones, solo que cuando chillaba de aquella manera había personas, casi siempre hombres, que huían despavoridos.
— ¿Y tu abuelo?
— ¿Damián? Él también acabó huyendo.
— ¿Dejó a Sarah?
— Un ser de agua y un ser de tierra no tienen mucho en común.
— ¿Damián era un ser de tierra?
— Damián era un español de interior, de tierra árida, y el agua le pudría por dentro.
— Mala cosa estar enamorado de una sirena.
— Sí, estaba enamorado y tardó mucho tiempo en darse cuenta de que vivía con un ser de otro mundo.
— Pero debe ser increíble vivir con un ser de otro mundo.
— Debe serlo, sí.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

El alma

No tenemos mucha preocupación por la belleza, eso nos pasa a los españoles y a las españolas. 


Eso al final ensucia el alma.


Manuel Vilas

Realmente cierto

He llegado a comprender que las palabras "realmente cierto" significan cada vez menos para mí con el paso del tiempo. 

¡Las palabras no pueden reproducir la realidad! 

Siento que tienen diferentes efectos en diferentes lectores y distintos resultados que la realidad misma.

Tao Lin, entrevista en la Revista Cactus

sábado

Quedarse para siempre

Rosa tenía novio desde hacía seis meses. 

Por entonces vivía en Avellaneda y siempre llevaba el pelo sujeto en una trenza, pero aquella tarde olvidó recogérselo.

Visitaron a la sirena en la casa de Charcas un nueve de julio. Damián aún se acordaba  de ella cuando la vio años después, otro nueve de julio, cuando ella ya no vivía en Avellaneda ni tenía novio.

— Llevabas un vestidito azul y el pelo suelto.

Rosa le contó a Damián cómo aquel día de fiesta no sabían donde ir y su novio, un mecánico de autos llamado Ricardo, quiso llevarla al hipódromo. 

Como no tenían plata acabaron en la casa amarilla.

Rosa no llevaba un solo peso, ganaba lo justo para pagar su habitación, solo pensaba en ahorrar para el día en que se casara. Solo pensaba en casarse para dejar de lavar.

Lavaba y planchaba ropa de lunes a sábado, a veces lo hacía en los domicilios de los clientes y otras se la llevaba a casa. En muchas ocasiones tenía que subir al colectivo con cestas de ropa sucia y el chofer se metía con ella. 

La muchacha había visto el anuncio de la sirena en el diario de la casa de Avellaneda donde planchaba los viernes. Solo planchaba. Era una casa grande, con muebles que aún olían a madera y una pareja mayor con acento del este de Europa.

A Rosa le gustaba leer y los viernes le dejaban llevarse los periódicos atrasados, los de toda la semana. Y Rosa los leía desde los sucesos al análisis político. Todo le interesaba, también el anuncio de la sirena que se exhibía en una casa de la calle Charcas. 

A Rosa le impresionó tanto la sirena que aquella misma tarde pensó en salir de casa y viajar lejos de Buenos Aires. Se lo propuso al mecánico, pero estaba tan excitada que el chico la convenció para llevarla a una habitación, un cuartito con olor a desinfectante y colcha bordada con flores naranjas sobre una cama de hierros brillantes. 

Se acostaron sobre la colcha.

— No volví a verlo después de salir de aquel cuartucho. Todavía recuerdo cada pared, cada mancha de humedad, cada lámina colgada.

Rosa y el novio mecánico entraron en la sala de la bañera agarrados de la mano, la mano de ella era gordita y estaba sudada, la del chico era huesuda y tenía las uñas negras.

Les extrañó el calor, y el tono anaranjado de la sala. 
Tardaron en ver a la sirena. No esperaban que todo tuviera un aspecto tan irreal, el olor era muy dulce, y cuando el chico se acercó a la bañera la sirena sacó su cola y los empapó de agua. 

No les dio tiempo a gritar, después de la cola emergió el torso desnudo de Sarah. Hacía tanto calor que Ricardo y Rosa desearon sumergirse en la bañera.

Ricardo no podía quitar los ojos de los pechos de la sirena y Rosa sintió que se derretía por dentro de su vestido azul.

— Nunca me he sentido así, no sabía qué hacer, qué decir, quería salir y quedarme allí para siempre.

Cuando empezó a llover sobre ellos el cabello de Rosa quedó empapado y soñó con que un hombre al que no había olvidado apartaba a Ricardo y la besaba.

Pero era Ricardo quien esperaba, con la mirada vidriosa, empapado en una esquina.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Maleta de caminos abiertos

Visitarla es una aventura de la que se sale tan inquieto como fortalecido, con una maleta de sugerencias y caminos abiertos.


viernes

Un palco en el hipódromo

Damián se ganó la vida durante años con una empresa de retirada de cadáveres. No se llamaba así, claro, pero en esencia es a lo que se dedicaba. Alguien tenía un cadáver en el armario, o en el jardín, y temía que empezara a oler demasiado, entonces llamaba a Damián y él se deshacía del cuerpo con eficacia y discreción. 

Se trataba de un oficio feo y arriesgado, pero aquellos años eran feos y arriesgados así que no se diferenciaba de otros trabajos en los que se infringían normas y leyes y se hacía daño real a las personas. Aquí el daño ya estaba hecho y Damián no hacía preguntas solo enterraba, quemaba o sumergía cuerpos que tenían encima una historia truculenta de la que no quería saber nada.

Fueron años de hacer mucha plata y conseguir algunas cosas que jamás pensó conseguir. Un palco en el hipódromo fue la última antes de que tuviera que dejar el negocio por culpa de un bulto al que una pareja desairada le siguió demasiado tiempo la pista.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Durmiendo en los laureles


Estoy tan asustado como agradecido, agradecimiento al azar, al hermoso y tembloroso azar, rey de las cosas sin que él lo sepa. Nosotros le otorgamos ese trono y él ni siquiera se sienta en dicho trono, pues se queda durmiendo en los laureles todo el santo día, ajeno a su reino, macerándose en las nubes, en su indolencia inescrutable.

Tengo que marcharme de Madrid, hacia un lugar bello. Cierro ventanas. Cierra todas las ventanas, me digo a mí mismo. Oye las bisagras, oye la acción de las cremonas, echa las persianas, despídete.

Manuel Vilas, Los besos

jueves

La vida se resiente

chicadecente, agost. 24th, 2021 at 02:11 to: robertopintado@hotmail.com


Buenas noches Roberto.


Te escribo indignada ¿dónde te metes? ¿por qué no sabemos nada de ti durante estos días? ¿acaso te has ido de vacaciones y no has pensado en dejarnos nada que echarnos a la boca?


Estoy realmente enfadada, y seguramente he bebido de màs porque mira las horas que son, más de las 2 y estoy con una copa tirada en el sofá viendo películas viejas y mirando tu blog cada cinco minutos. ¿No nos habrás dejado? ¿O te ha dejado a ti Nazaré y por eso no tienes nada que escribir? 


Los veranos son complicados cariño y la vida en pareja se resiente en vacaciones.
¿Has sido capaz de salir de Madrid? No te imagino tomando el sol  en la playa, ni en un hotel de Benidorm. pero el caso es que has desaparecido y yo llevo tres copas esta noche.


Ten piedad de tus lectores, ¡¡ten piedad de mi!! Si no vuelves iré a por ti.


Besos.

Caminos que jamás recorreremos

Detrás de cada ventana hay un mundo. El mundo particular de una persona o el mundo particular de una familia. Y en los mundos distintos de tantas ventanas siempre habrá un lugar donde se esconden maneras de vivir que nunca imaginamos, caminos que tal vez jamás recorreremos, que pueden despertar fantasías, temores y anhelos ocultos que llevamos dormidos.

Es un mundo íntimo, que cada uno lleva "debajo de la piel", y cuyas "ventanas" son nuestros sentidos, nuestras actitudes, nuestros gestos y nuestras palabras. Se trata de un mundo que, más allá de los innumerables aspectos que suele adoptar, es el reino indiscutido de dos grandes señores —el sexo y el dinero—  que, estrechamente relacionados entre sí, funcionan como los motivos poderosos que alimentan su movimiento.

Luis Chiorizza, Intimidad, sexo y dinero

miércoles

Dejarse vencer

Con un mecanismo de tanques, tuberías y vasos comunicantes, Damián consiguió que lloviera en el interior de la sala central de la casa.


Cuando comenzó a caer la lluvia sobre ella por primera vez Sarah sintió que quería estar junto a aquel hombre toda su vida. Damián la miraba desde la puerta con un cigarro en los labios, fumando mientras miraba a la sirena bajo la luz azul verdosa del fondo del mar.


A partir de ese día llovía, o no, sobre la sirena sin atender a ninguna razón. A veces pillaba por sorpresa a un grupo de paisanos que habían ido a pasar el día a la capital o a un viajante de comercio con demasiado tiempo libre, o a una parejita de novios excitada por el calor y la humedad.


No había una reacción común, unos salían a toda prisa de allí, otros se quedaban en medio de la lluvia abriendo los brazos, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, y alguno se sobrecogía de tal manera que doblaba las piernas y se dejaba vencer.


El ruido de la lluvia golpeando la cola de Sarah era tan excitante que nadie podía dejar de mirar.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

El fondo del mar

Cuando entraban en la estancia los visitantes recibían en la cara una bofetada de calor húmedo. Estaba todo a media luz, como en el tango de Gardel, una luz de tonos verdosos y líneas horizontales. La sala era una especie de cámara oscura por donde se colaban imágenes azarosas del exterior. Aquello le daba un aspecto misterioso, como Damián pensaba que sería el fondo del mar.

Damián había trabajado en España en un grupo de teatro de vanguardia muy famoso, había aprendido a montar escenarios con escenógrafos muy importantes. Ahora que su país estaba desapareciendo, él creaba pequeños mundos sumergidos al otro lado del océano.

Muchos visitantes tenían que agarrarse a las paredes, algunos quedaban tan impresionados por el ambiente que salían con lágrimas en los ojos, hubo algún ataque de pánico y no pocos de melancolía. Una mujer llamó a la policía conmovida por la vista de Sarah, otra quiso hablar con ella para sacarla de aquella cárcel. Damián se lo impedía, no se podía hablar con la sirena, era peligroso, las sirenas llevan a la perdición.

Decía estas palabras constantemente, como un mantra, pero siempre había algún exaltado, algún borracho y alguna beata que no hacían caso y creaban problemas. Damián trataba de razonar y, cuando no era posible, los sacaba a empellones, agarrándolos del brazo con tanta fuerza que parecía que tenía un gancho de hierro en su mano izquierda.

En esas ocasiones Sarah colaboraba, soltaba un chillido agudo que hacía que la escena se convirtiera en una pesadilla y daba coletazos dentro de la bañera para verter el agua y salpicar a los visitantes. Estos se aterrorizaban, el tacto del agua caliente y salada les provocaba pánico, alguno vomitó allí mismo, otros salieron corriendo tirando a su paso algún mueble o chocando con otros visitantes.

Después de las visitas Damián tomaba a Sarah en brazos para sacarla de la bañera y la secaba con cuidado, desde niño había oído que la cola de las sirenas es muy delicada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

La tecnología de la repetición

Creo que la verdad dicha una sola vez no genera su aceptación, esta idea es puro canterismo.

La verdad ha de perdurar en el tiempo a través de su repetición.

Canter descubrió la tecnología moral de la repetición (Manual Tercero, página 163: "El ser humano olvida la verdad, hay que repetirla e investigar en la tecnología de la repetición; una agresiva tecnología de la repetición puede mantener viva cierta estela de la verdad; por triste que sea, la conciencia humana se entrega enseguida a la mentira, o al olvido, que son lo mismo. 

Hay que crear noevis de la repetición. Látigos constantemente en movimiento, veinticuatro horas al día, para que la verdad no se pierda o se olvide. Dios es repetición e intensidad de la repetición, hasta que la repetición se transforma en omnipresencia o incluso en omnipotencia").

Manuel Vilas, España

Mirando

Sin caña fuiste a pescar/ y te quedaste colgado/ mirando el agua pasar.


Santiago Auserón, Charla del pescado

sábado

Pudrirse sin resistencia

Se llamaba Ramón. Venía a casa a menudo, discutía de fútbol y de caballos con el viejo, eran muy amigos desde siempre. Algunos años íbamos de veraneo con él, recuerdo meterme en el mar agarrada de su mano.


El viejo y él se conocían desde chicos, tenía la sonrisa siempre en la boca y uno de esos bigotes como los que llevaban los futbolistas antiguos.


A veces yo llegaba a casa de la escuela y él ya estaba allí, en el living, como un padre de repuesto mientras el viejo estaba en el laburo y mamá iba y venía por la casa canturreando con su delantal blanco.


Un día dejé de verlo. Por entonces mi imaginación ya se disparaba y empecé a imaginarlo en el fondo del mar envuelto en una tela blanca, o enterrado en nuestro jardín con un golpe de pala en la sien. 


La imagen de Ramón se fue diluyendo, yo nunca pregunté nada y a base de no hablar de él conseguimos que su cadáver se fuera pudriendo sin resistencia.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Metamorfosis

La vida íntima se inventa —el concepto "vida íntima" es invención también—  y, al recrearla a través de la escritura, se transforma: esa metamorfosis constituye su esencia.


Marta Sanz, Ni hablar


jueves

Palabras secretas

Por las noches se oían las tuberías de la casa. A mí me parecía que pronunciaban palabras, juro que entendí frases completas y tuve que asegurarme de que aquello no era un sueño. 

Lupe decía que no eran las tuberías, que era la propia tierra la que hablaba, que era algo común en los sótanos, pero que la gente que vive en ellos nunca lo cuenta a los de la superficie.

Poceros, mineros, empleados del subte y la pobre gente que vive bajo la tierra conocen ese secreto, pero no lo cuentan. Ahora nosotras formábamos parte de aquello y tampoco debíamos decírselo a nadie. Juramos no hacerlo, por tanto no puedo escribir nada sobre aquellas palabras que yo creía que salían de las tuberías.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

miércoles

Cola de pez

—Visité la casa de Charcas en una ocasión, era un adolescente y había oído muchas cosas sobre aquel lugar.
— ¿Ya no vivía tu abuelo?
— No, no lo conocí, para todos nosotros era una especie de leyenda, su recuerdo tenía muchas aristas. Los que le conocieron no lo recordaban bien, todos inventaban, alguno decía haberle conocido y no era verdad.
— ¿Cómo era la casa?
— Tenía una estructura concéntrica, parecía que se agrandaba según penetrabas en ella, tenía una especie de corredores circulares que desembocaban en una sala central donde estaba la bañera.
— ¿Aún estaba cuándo fuiste a la casa?
— O aún estaba o la imaginé perfectamente. Me habían contado tantas cosas de aquella sala y de aquella bañera que posiblemente ya no estuviera y pude verla.

En el centro de la casa estaba la sala donde Sarah daba su espectáculo. Era un espacio casi circular, cortado por uno de sus extremos, absolutamente blanco y en medio, sobre un pequeño estrado, la bañera con forma de túmulo funerario.

— Cobraban un peso por la entrada y venía gente de toda la provincia a ver aquel prodigio.
— La mujer sirena.
— Sarah era una mujer preciosa y su cola de pez era su parte más hermosa.
— ¿Cómo lo hicieron?
— No tuvieron que hacer mucho, solo preparar bien la casa, poner carteles para que la gente no se perdiera y controlar a los alborotadores.
— ¿Tuvieron problemas con la gente?
— Pequeños altercados con los borrachos que salían de los billares los sábados por la noche y decidían acabar la fiesta visitando a la sirena, pero Damián sabía bien qué tenía que hacer, era un hombre valiente, en España lo había pasado muy mal, para él todo aquello era una broma.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Los papeles de un muerto

Damián, el abuelo de Lorenzo Castillo llegó a Buenos Aires con los papeles de un hermano mayor que había muerto en el puerto de Cádiz con los pasajes en la mano.

Damián, el abuelo de Lorenzo, en realidad también se llamaba Lorenzo, pero nunca pudo decirlo.

Unas navidades Damián conoció a una muchacha llamada Sarah, que había escapado de su casa y caminaba por Buenos Aires con el aire ausente de los que saben que tienen el destino a su alcance. La chica tenía el don de atraer a los hombres y la habilidad de hacerlos caer, Damián recordó la leyenda de las sirenas que hacían naufragar los barcos en las islas griegas y le propuso a Sarah un negocio.

Los dos encontraron una casa deshabitada en Charcas. Damián entró por una ventana y Sarah por la puerta de atrás. Damián se cortó la mano derecha con los vidrios rotos y Sarah se llenó los cabellos de telas de araña.

Era la casa de un médico o de un veterinario. Había cientos de botes de cerámica y de cristal, utensilios metálicos, bombonas de oxígeno, y muebles de color blanco con la pintura saltada. En una estantería libros de medicina, de biología, de farmacopea y botánica, la mayoría en alemán y algunas novelas en español.

Solo había un dormitorio, con la cama hecha y cubierta con una especie de lona transparente. Sobre la cómoda un animal acuático disecado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

El tiempo resbala

Hubo un momento en el que el joven Wolfgang dio un resbalón en aquel suelo tan pulido, y la princesa adolescente y futura reina de Francia, María Antonieta, le ayudó a levantarse. 

Agradecido por aquel gesto, Wolfgang anunció que se casaría con ella.

Gabriel Jackson, Mozart. Vida y ficción

Teléfono directo

Johann Sebastian Bach entendía la música de manera ecuménica, su música funciona como un teléfono directo con Dios.

Riccardo Chailly

lunes

Sospechosa

Dina vivía en un piso con un balcón enorme.

Era un cuarto o un quinto y nos pasábamos las tardes de verano tirando piezas de fruta a la calle.
Tratábamos de darle a la gente que pasaba y después nos escondíamos, en silencio, pero muy excitadas el interior de casa. Corríamos hasta el ultimo cuarto y nos metíamos bajo la cama. 

Era un bloque muy grande y era difícil saber de dónde venían las piezas de fruta, pero una de las viejas del rellano empezó a sospechar de nosotras, se colocaba detrás de la puerta y amenazó con contárselo todo a los viejos de Dina. 

Al día siguiente invitamos a otra niña al departamento, preparamos la fruta y Dina y yo salimos a la calle. Nos dedicamos a dar voces, a cantar y hacernos ver. Cuando subió una de las persianas y alguien pidió silencio, la niña del departamento comenzó a tirarnos la fruta a discreción.

Chillamos, lloramos, a Dina le dio un durazno en la cabeza y a mi se me llenó la camiseta de manchas de tomate.

La vieja del rellano era ahora la sospechosa.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Nostalgia del porvenir

Los días de lluvia eran especiales en el aeropuerto.

Los chicos que trabajaban en la pista se debían colocar unos impermeables amarillos que les daba una aspecto inquietante. Los pasajeros estaban especialmente excitados con una mezcla de miedo y nostalgia por tener que volar en medio de la lluvia. 


Y a Julia, la chica de los periódicos, se le rizaba el pelo dándole un aspecto de mujer madura, recién salida de la peluquería. Podía imaginármela en diez o quince años esperándome para hacer la compra, un sábado por la mañana en la cafetería del centro comercial acompañada de nuestros dos niños, con el pelo recién lavado, cortado y peinado.

Los días de lluvia provocaban en mí una especie de melancolía sobre lo que estaba por venir.


Terry Salgado, El informe amarillo

Llamadme Ismael

—No puedo creerlo, lo había jurado sobre la Biblia.

—Bueno, eso parecía. Si el juez se hubiera fijado se habría dado cuenta de que en realidad era una copia de Moby-Dick

Idgie Threadgoode y Ruth Jamison en Tomates verdes fritos (1991)

La travesía

En el apartado de desaparecidos hay un capítulo especial para las coincidencias de los vasos de leche.

Marcelo vivía en una casa alquilada de dos plantas en Chacarita, cerca de avenida Córdoba, tenía una mujer muy hermosa que se llamaba Marcela y que había nacido el mismo día que él, un 13 de julio. Los abuelos de ambos habían llegado desde Italia en el mismo barco y, aunque eran de pueblos distintos habían vivido, sin conocerse, en la misma calle de Nápoles desde un año antes de la partida. 

El barco en el que cruzaron el Atlántico se llamaba Antonina.

Desde el primer año de matrimonio Marcela comenzó a sufrir una enfermedad que no sabía qué era ni de dónde le llegaba. Marcela se pasaba los días metida en la cama llena de tristeza.

Marcelo era dependiente de comercio en una tienda de alimentación, todas las tardes a su vuelta a casa subía los escalones de madera, entraba en casa y se dirigía al dormitorio donde su mujer dormitaba.

 La historia tiene demasiados datos, no es creíble.
Todo esto lo he sacado de los diarios y de la correspondencia privada de la época explicaba Jonás muy acalorado es todo comprobable.

Marcelo se quedaba un instante mirando la hermosura de su mujer, sus cabellos rojos sobre la almohada blanca, sus manos blancas mimetizadas sobre las sábanas. Después salía del cuarto e iba a la cocina donde le preparaba un vaso de leche que llevaba al dormitorio.

Demasiado blanco todo... ¿Cuándo se descubrió que la envenenaba?
Se descubrió mucho tiempo después Naza, y él no la envenenaba, era la leche que traía de la tienda que estaba en malas condiciones.
De cualquier forma la envenenaba, y no veo la casualidad que dices por ninguna parte.
Naza por Dios, déjame que termine, ¡si no hay más que casualidades!
¿Por qué la envenenaba? ¿Tenía una amante?
Marcelo tenía una compañera de trabajo.
Su amante.
Esa mujer estaba encaprichada con Marcelo y era la que le servía todos los días la botella de leche para Marcela.
¿Se liaron?
Acabaron liándose, pero después de la muerte de Marcela.
Esa mujer, qué lista ¿y cómo la pillaron?
Sedujo demasiado pronto a Marcelo. En menos de un mes ya vivía con él.
—Bueno, por lo menos le dieron buen uso a la cama de sábanas blancas.
—¡Y tanto! Antonina quedó embarazada durante esos días.
¿Cómo has dicho que se llamaba?
Antonina.
— ¡Toma ya! Como el barco en el que llegaron los abuelos a Buenos Aires.
Y no solo eso, la abuela de Antonina también llegó en ese barco.
Ahora todo va encajando
Y fue la amante del abuelo de Marcela durante la travesía.
Fabuloso.
No creas, no fue nada romántico, fue un intercambio, él le pagó el billete.
¿Qué decís?
—Estaríamos ante la venganza de la nieta.
Y esto solo es el principio me temo.
Sí Naza, tengo toda una madeja de causas y azares que convergen en el asesinato de Chacarita.
Y ahora tú y yo aquí, como dos pasmarotes.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





domingo

Telas de araña

Desde que era chica tuve una atracción enfermiza por Spiderman. Recuerdo con nitidez los días en los que ponían los dibujos animados en la tele y el olor de sus cómics nuevos.




Era una atracción que iba más allá de la figura del superhéroe, era algo casi místico, yo soñaba con que Spiderman estaba en algún lugar de Buenos Aires, estaba claro que una ciudad como esta necesitaba de un héroe como él. Sentía que podía conocerle, que bajo un nombre falso ¿quizás Pedro? y una apariencia de chico tímido y desgarbado se escondía un personaje que iba a salvarme a mí, a Buenos Aires y al mundo de la maldad y del sufrimiento.

Yo fui creciendo, como todos, y me dediqué a soñar otras cosas, pero nunca olvidé a Spiderman. Pensando en él entiendo un poco a los católicos, si tienes la certeza de que alguien sobrenatural está a tu lado, hay una especie de conexión con el destino que anula lo azaroso y marca tu camino aunque sea a través de las telas de araña. 


Todo adquiere sentido, aunque detrás solo haya alguien disfrazado de arácnido.



Cientos de veces, incluso hoy en día, he sentido que Spiderman me ayudaba, que, como Cristo, si lo necesitaba bajaría de lo alto de un edificio y me rescataría. 

Es cierto que en muchas ocasiones, la mayoría, Spider no llegaba a tiempo y yo terminaba bajo las ruedas de un auto, pero si alguien tiene el detalle de escribir nuestro destino solo podemos dar las gracias.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Jonás y el paraguas

Jonás era amigo de Lupe. "Solo amigo", decía siempre que le presentaba a alguien. 

Era muy bajito y todo el mundo le hacía la broma de la ballena. "Sí", decía con cara de resignación, "acabo de salir de la ballena".

Jonás recopilaba y coleccionaba noticas de los periódicos. Tenía miles de artículos de prensa colocados en archivadores, ordenados minuciosamente por fechas, dentro de los archivadores tenía carpetas organizadas por temas y dentro de las carpetas las noticias colocadas por orden alfabético y llenas de anotaciones a lápiz.

Jonás recopilaba casualidades, tomaba nota de cada pequeño acontecimiento de la vida cotidiana y lo iba relacionando con los hechos que se encadenaban a partir de ese momento. Escribía todo en pequeños cuadernos y después creaba documentos en la computadora. He leído algunos, muchos, de sus informes del azar y son excesivos y espectaculares.

Para cualquier persona entrar en la vida de Jonás era complicado. Desde el momento en el que alguien tomaba contacto con él formaba parte de su vida y de su experimento global. Yo misma traté de resistirme, pero no fue posible.

Siempre me decía que nuestros azares convergían en aquella casa de la calle Bolívar y que eso transformaba el mundo al mismo nivel que la salida de Pizarro de las porquerizas, del momento en el que Lenin sube en un tren en Alemania para volver a Rusia o de que Castro no fuera elegido para jugar al baseball por los Washington Senators. Jonás se dedicó con pasión a hacer una carta de azares de mi vida y aunque yo no le daba uno solo él los iba consiguiendo y terminó sabiendo más de mis azares que yo misma.

Empezó por lo más obvio encontrando mis orígenes familiares en el vasco Francisco Lazcano (con zeta) quien gracias a saber leer y escribir le dio nombre a una ciudad uruguaya en la que nunca he estado.

Jonás empezó a tirar del hilo de mi vida y descubrió cientos de recodos, de cruces y caídas que me situaban en la calle Bolívar aquella tarde en la que Lupe me lo presentó cuando fui a recoger el paraguas que me había dejado en su apartamento.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Siete vuelos

Siete vuelos al día parece que no son muchos, pero ¿se han parado a pensar la cantidad de pasajeros haciendo algo y tan antinatural como viajar en siete vuelos?

Hacer y deshacer maletas, comprar pasajes, pasar por el control de acceso, sacar los pasaportes, tomar un café mientras esperan el embarque, hacer cola, entrar en la cabina, buscar asiento, sentarse y, lo más fácil, volar que, básicamente, es tener confianza en la tecnología y dejarse llevar.

Conseguí el trabajo de responsable de equipajes perdidos gracias a un viejo amigo al que no he vuelto a ver, a veces pienso en él y sonrío al imaginarlo desaparecido entre las maletas.

Por aquella época la ley de transportes decía que todo aeropuerto comercial debía tener un departamento de pérdida de equipajes atendido por una persona cualificada, así que a pesar de que solo llegaban siete vuelos al día se vieron en la obligación de contratarme.
Seguramente había gente más cualificada que yo para estar sentado delante de un mostrador con un formulario amarillo de tres copias, pero yo sabía dos idiomas y conocía a ese amigo del que les hablaba que a su vez tenía relación familiar con la mujer del jefe de personal del aeropuerto.

Hubo muchos días sin que nadie reclamara ni una triste maleta y yo pasaba las horas como podía. Me pasaba el día entre la cafetería y el puesto de venta de prensa, no porque me gustara demasiado ni el café ni los periódicos, pero entre las mesas de los cafés podía escuchar conversaciones que me llenaban de curiosidad y en el kiosco había una chica con una sonrisa que me llenaba de más curiosidad aún. 

Por entonces yo era muy curioso y muy joven.

Terry Salgado, El informe amarillo


Detrás de la puerta

Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de
Be My Baby, cantada por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita. 

De pronto, oigo perfectamente que alguien acaba de llegar en ascensor al rellano. Pero es extraño. Quien ha llegado no llama a ninguna de las cuatro puertas, ni se dispone a abrir ninguna de ellas. Es como si se hubiera quedado indeciso, aturdido o simplemente inmóvil ahí. Llevo tantos años en esta casa que controlo muy bien los sonidos que se producen cerca de mi puerta. 

Pasan casi dos minutos hasta que, exactamente cuando termina la canción, llaman a mi timbre. Abro. Veo a un hombre de parecida edad a la mía. Es el mensajero de una editorial y ha venido para entregarme un libro. Me lo da y le firmo en un papel. «Las Ronettes...», susurra melancólico el hombre. «Me ponen de buen humor», le comento sin mostrarme sorprendido —aunque lo estoy de que conozca a The Ronettes. Sonrío, me despido, cierro la puerta despacio, con la amabilidad acostumbrada. 

Me quedo escuchando detrás de la puerta y noto que el hombre no entra en el ascensor. Puede que haya vuelto a quedarse inmóvil en el rellano. Seguramente se ha quedado apoyado en una pared, roto, deshecho de nostalgia y hasta llorando, esperando a que vuelva a ponerle Be My Baby.

Vila-Matas, Dietario voluble

jueves

Dos novias zombis

Salimos a compra un vestido.

Lorenzo dijo que ni hablar de plata, que si queríamos ropita la pagáramos nosotras, que el sótano también paga hipoteca. Lorenzo estaba en una de esas épocas cínicas, de posverdad o de liberalismo mostrenco.

A Lupe todo eso le divertía, a mí me excitaba pero no me divertía, siempre he sido miedosa.

Nos disfrazamos, ella de auténtica señorita de barrio alto, nadie podía sospechar nada, si acaso sus pechos demasiado grandes, demasiado sensuales para una burguesita. Se peinó como una actriz de los cincuenta, se colocó una pamela y se pintó los labios de rosa.

Yo me puse el vestido azul que me compré para la boda del hermano de Fernando. Ahora no es tiempo de hablar de Fer, pero la boda aquella fue un auténtico batacazo, creo que los dinosaurios se extinguieron aquel día por una especie de efecto mariposa inverso. Yo tuve la culpa.

Salimos a la calle como dos novias zombis, Lupe con sus gafas de sol de aviador tenía un aspecto imponente. Yo debía parecer su hermana pequeña o su criadita deslumbrada. Necesitaba algunas bolsas en las que llevarle la compra y que aquello no pareciera tan irreal.

— Diremos que somos hermanas, Naza, no te preocupes tanto.
— ¿Quién se va a creer que somos hermanas?

Paramos en una boutique muy chic, muy cara, tenía hasta timbre a la puerta como las joyerías. Nos abrieron sin problema. Lupe sonrió, saludó, se quitó las gafas y dijo "Es mi hermanita, viene de la finca, no está acostumbrada". La vendedora sonrió, saludó, hizo como que la conocía y Lupe le dio dos besos. La dependienta me besó a mí también, olía bien, pero sus mejillas estaban pegajosas y parecía que le habían estirado la cara allí mismo, en ese momento. 

Nos ofreció mate o café o algo. Lupe pidió champaña, estaba enganchada a la champaña, yo también. La vendedora llamó a otra vendedora más joven y la mandó a la calle a por champaña. Después, sin perder tiempo sacó lo último llegado de Europa. Pronunciaba Europa como el que dice el nombre de un amante.

Sacó vestidos maravillosos que me hacían sentir como si yo llevara puesto un saco de patatas azul, bordado con florecitas lilas y con un escote que yo creía maravilloso. Era el vestido de la boda del hermano de Fer y allí fue un éxito ¿cómo podía haberse convertido en un saco de patatas?

Mientras yo me avergonzaba Lupe disfrutaba de cada momento. La vendedora más joven le sirvió champaña y se olvidó de mí. La vendedora más vieja le sacaba prendas recién llegadas de Roma, o de Milán o de algún lugar más antiguo aún. Lupe reía y bebía, yo también me serví champaña en un vaso de café, apenas quedaba un trago.

Cuando Lupe entró en el probador yo descorché la segunda botella.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Delirio personal

Me di cuenta de que mi vida era un suceso insignificante que ocurría dentro del descomunal, anónimo y terrible océano de la Historia. Me di cuenta de que la Historia es la ficción suprema.

Mi identidad era la identidad de un español, lo aceptara o no. Quise entonces inventarme otra forma de estar en España.

Me inventé un delirio personal.

Manuel Vilas, España

Dios y los dados

Una noche Lupe soñó con Dios. 

—Debe ser cosa del sótano, quizás vivir debajo de la superficie traiga consigo el soñar con seres superiores—me eché a reír, pero lo decía en serio.

—O cosas de la presión, o de la humedad o del aislamiento.
—No estamos aisladas Naza, estamos juntas.

Tenía razón, nos teníamos la una a la otra y teníamos a Lorenzo y todas aquellas cartas.

—¿Y qué soñaste?
—Soñé que me decía que no dijera nada.
— ¿Que no dijeras que lo había soñado?
—No sé, que no dijera nada, solo eso.
—¿Y que aspecto tenía?
—Quién ¿él?
—Claro, Él.
—No sabría explicarlo,
—¿Cómo en un cuadro de Murillo?
—¿Dios sale en los cuadros de Murillo?
—Sí, bueno casi siempre sale su hijo.
—Tenía aspecto de obrero.
—¿De trabajador?
—Sí, está claro que era un dios del sótano, tenía aspecto de volver del laburo.
—¿Lo viste cansado?
—Sí, ahora lo recuerdo, estaba muy cansado y me decía algo de jugar con los dados, aquella boludez de Einstein.
—Que Dios no juega a los dados.
—No, que solo Él juega a los dados.
—¿Y nosotras?
—¿Estuviste allí Naza? Eso mismo le pregunté.
—¿Y que respondió?
—Que dejemos lo de los dados de una vez, y que está muy cansado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

La civilización

En aquel mundo que nunca pudimos soñar porque no éramos conscientes de la irrealidad, los primates no evolucionaron.

Que nadie se apure, la civilización existió de la única manera que suceden las cosas que no pueden hacerlo de otra manera. 
Claro está que no existía la Argentina, ni la mitología griega, ni los juegos de naipes o el cristianismo. Existían otras cosas mejores y también peores.

En aquel mundo que a los primates siquiera nos era permitido soñar, la especie evolucionada fue la de los felinos. Sí, un mundo de leones, pumas, tigres, leopardos y gatos evolucionados, pensantes, crueles como cualquier ser inteligente y creadores de una civilización terrícola en la que había lugar para la arquitectura aérea, la botánica experimental, los cubículos estrechos, y normas muy detalladas sobre el salto de altura, la caza por acoso y el protocolo del ronroneo.

Lupe Mondragón, Cuaderno 1

Brotar alas

Lupe escribía como los ángeles, quizás no era una buena escritora, una buena mujer escritora quiero decir, pero si hubiera sido un ángel sin duda sería la mejor.

Guardo algunos cuadernos escritos por Lupe, de la época del sótano y de antes de todo aquello. 

Me fascina esa letrita redonda y cuidada, sencilla y pequeña que en absoluto reflejaba su carácter. Si no la hubiera conocido y alguien me hubiera preguntado jamás habría asociado aquella letra con Lupe.

¿Cómo podía una mujer tan carnal escribir de una forma tan delicada? 

Ahora sé que si no hubiera pasado todo aquel tiempo en el sótano a Lupe le habrían brotado alas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas