lunes

Carnero degollado

Salí antes del trabajo, cogí el coche y volví deprisa a casa, quizás esperaba encontrar a mi mujer con alguien, o algún cambio importante en la urbanización donde vivo desde hace casi veinte años.

La única novedad que encontré fue que el portero no estaba en su garita y que un grupo de jardineros se afanaba con los setos de la entrada.
Mi casa seguía en su sitio, parecía distinta pero debía ser por la hora, con la luz del sol dándole por detrás y formando una especie de halo en el tejado.

No metí el coche en el garaje, lo dejé en la entrada para no estropear la sorpresa.
El interior estaba como siempre aunque todo era distinto. Quizás por el silencio o por la luz aquella.

Busqué a Miriam, no estaba en su despacho, ni en la cocina, ni en el salón, la tele apagada me produjo una sensación de soledad u orfandad que me avergonzó.
Subí al primer piso amortiguando mis pasos. Me imaginaba abriendo la puerta de nuestro dormitorio y viendo a Miriam con alguien, un vecino quizás, o un amigo. Pensé en mi amigo Jorge que siempre mira a Miriam con ojitos de carnero degollado. 

La puerta de la habitación estaba cerrada, era raro, siempre está abierta, pasé de largo y fui hasta los cuartos de los chicos. El de Luis tenía la ventana abierta, entraba el sol y daba de pleno a su ordenador, la cerré. Después fui hasta el cuarto de Sandra, recogí la ropa que estaba por el suelo y la colgué en su armario. Me pareció oír un suspiro. 

Regresé al pasillo y volví a nuestro dormitorio. La puerta estaba entreabierta, me acerqué como si fuera un ladrón y miré por el hueco.
Miriam ya no estaba.

Terry Salgado, El informe amarillo


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