martes

Más portazos

— Era una persona extraña.
— ¿Qué quiere decir?
— Que hacía cosas, no sé, raras.
— ¿Por ejemplo?
— Cuando daba un portazo, no sabías si entraba o salía de casa.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


No me llames amor

— Estás en el fondo de un pozo.
— ¿Por qué me has hecho eso Carolina?
—No quería matarte, simplemente sucedió.
— No me refiero a eso... El cuerpo ¿por qué lo has dejado en un pozo? 
— Por lo que me contaste del caso de aquella chica.
— ¿El caso de Gina?
— Sí, supongo que se me ocurrió por el caso de Gina, la chica del pozo.
— Aquel caso fue un horror.
— Lo sé.
— Y sabes que me los pozos me dan mucho miedo.
— Lo siento amor.
— No me llames amor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Querer despertar

Una noche a Carolina le despertó un portazo.

Instintivamente miró al lado de la cama donde dormía Darío. Notó que las sábanas estaban frías, dio media vuelta y se quedó dormida.

Soñó que Darío entraba en el dormitorio, que se sentaba a los pies de la cama y hablaba lentamente del caso de las chicas del sótano y de cómo finalmente lo había resuelto un actor de cabeza gorda que se hizo pasar por inspector de policía. Sonia imaginó al actor como un ser deforme.

Cuando casi habían terminado de hablar, y Carolina pensaba que Darío se iría, le preguntó por su arma, por su cadáver y por todo lo que sucedió aquella noche.

Carolina se ruborizó y quiso despertar, pero no pudo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Gina y el pozo

Carolina Suances siempre priorizaba su trabajo. Era periodista las veinticuatro horas del día y amante de un inspector no más de tres o cuatro. A Carolina le sobraban veinte horas en las que su conciencia estaba lejos de nada parecido a la ética.
 
Una noche, en la que el viento apenas movía las ramas de los árboles, Darío le contó la historia de Gina, la chica a la que encontraron en un pozo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

La vergüenza de Sonia Ricco

Una mañana Tomás le pagó el sueldo a Sonia. Antes de salir de casa le dejó un sobre de color crema, casi amarillo, en la mesilla. Al despertar, Sonia vio el sobre junto a al despertador. Lo abrió sin salir de la cama, cortando uno de los márgenes estrechos del sobre con mucho cuidado.

Aún entre las sábanas sacó el dinero y lo contó.

Sonia se excitó al ver los billetes y se avergonzó aunque no entendía su propia reacción.

En alguna otra ocasión se había excitado en circunstancias que le parecían vergonzantes y había preferido no analizarse, olvidarse, no darle más vueltas.

Después de contar los billetes sintió una especie de rabia hacia Tomás, pero también ternura y la responsabilidad de que debía hacer bien su trabajo. Si quería que fuera Lascano lo sería. 

Cuando se levantó oyó a dos vecinas hablar desde las ventanas del patio de luces, Sonia se acercó a su ventana y las escuchó durante largo rato detrás de las cortinas. Una de las voces se quejaba de su marido mientras movía las cuerdas del tendedero, la otra asentía y, a veces, bajaba mucho la voz para que no le oyesen otras vecinas que, como Sonia, pegaban sus orejas a la ventana.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Vivir en los pronombres

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!


Pedro Salinas, La voz a ti debida

Una locura plástica

Pescadera, hija de la última bruja de Cadaqués, musa de artistas, inspiradora de La Bien Plantada, paranoica... esta era Lidia Noguer Sabà.

[…] Lidia había hospedado el verano de 1904 al escritor y filósofo Eugeni d’Ors en su casa y a partir de aquel momento se creyó que era La Bien Plantada de los escritos de Xènius. Un delirio que mantuvo a lo largo de su vida con reinterpretaciones de los textos orsianos que hicieron las delicias de artistas e intelectuales que pasaban por Cadaqués.

Para Dalí, que le compró la barraca de Portlligat donde construyó su casa, “Lidia poseía el cerebro paranoico más magnífico, fuera del mío, que nunca haya conocido”. García Lorca la comparó al Quijote diciendo, sin embargo, que la suya era “una locura húmeda, suave, llena de gaviotas y langostas, una locura plástica”. Y Ors que en vida nunca le había hecho caso le dedicó el libro La verdadera historia de Lidia de Cadaqués.

Josep Playá Maset, El mito de Lidia de Cadaqués, La Vanguardia

sábado

Recuerdos que nunca ha tenido

Tendida boca arriba en la cama de la pensión, Sonia Ricco ve el rostro de Santos muy cerca de su cara. Le parece muy familiar y hasta le sonríe. Su olor también es familiar, le da seguridad, aunque no sabe si lo que siente por él es atracción o ternura, algo bueno en cualquier caso. 

El cerebro de Sonia funciona bajo unos parámetros que nunca ha usado. Va muy deprisa en el sentido de que se le forman recuerdos que nunca han tenido lugar en el mundo físico y, a la vez va muy lento y no le permite llegar a conclusiones en un tiempo aceptable.
Es por eso que cree que ha tenido experiencias con Santos que no sabe concretar pero que le unen a él de forma íntima o quizás familiar.

Está a sus expensas porque todo lo que haga Santos le parecerá que encaja de forma coherente en su biografía, que la historia que H. pueda escribir en realidad ya está escrita en su cabeza, que todo es una película por la que ella pasa, mira y sonríe.

Hasta que ocurre lo del bofetón.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Acrósticos en el abrigo

En la nota que la pelirroja escribió para mi viejo, mamá pudo descifrar un acróstico que, según supe mucho tiempo después, no estuvo intencionado.

Trae el abrigo marrón oscuro.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



viernes

Perverso

Subir una foto de un proyecto aun abierto es perverso. Es como si uno está escribiendo una novela y va publicando párrafos en Twitter. 


Ricardo Cases

jueves

Mirar las botellitas

— Háblanos más de tus botellitas.

Linda se echó a reír de forma nerviosa.

— No sé que decirles.
— ¿Alguna vez las has probado?
— ¿Si he bebido?
— Sí, ¿te gusta beber?
— No, no. No me gusta, a veces las abro, pero solo para olerlas.
— ¿Olerlas? ¿Y no te apeteció nunca echar un trago?
— Ya eché muchos tragos hace años.
— ¿Ah sí?

Linda vuelve a sonreír, cruza las manos, después cruza los brazos y se tapa el pecho.

— Ahora las huelo y recuerdo todo lo que sentía cuando bebía.
— ¿Qué recuerdas?
— La gente que bebía conmigo, sobre todo.
— ¿Tenías compañeros de bebida?
— Lo malo de los compañeros de bebida es que al día siguiente no están.
— ¿Al día siguiente?
— En las resacas, en las broncas, en las depresiones.
— ¿Y ahora?
— ¿Ahora qué?
— ¿Ahora tampoco están?
— Ya no hay nadie en mi vida de aquellos años.
— Solo las botellitas.
— Las botellitas, sí.
— Para olerlas.
— Y para mirarlas, me encanta mirarlas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Los mosaicos de Paine

Los mosaicos invitan a interpretar y reinterpretar libremente cada uno de ellos, partir de la propia experiencia de quien los observa, devolviendo a la vida –de forma simbólica– a quienes fueron asesinados por sus ideales. 

En consecuencia, los mosaicos de Memorial Paine, Un lugar para la Memoria, son una invitación al aprendizaje personal y colectivo, al debate de las ideas y a la construcción cultural y artística. Por ello, cada nueva visita es también una nueva experiencia en torno a nuestras ideas sobre la historia, la cultura, el arte y la comunidad.

La suerte

Mamá descubrió que el viejo andaba con la pelirroja porque le descubrió unas notitas en el bolsillo de la chaqueta. En realidad fue él mismo quien se descubrió sacando de forma despistada uno de esos papelitos de su bolsillo una noche en la que mi vieja estaba en la cocina friendo patatas y él llegó con una sonrisa bobalicona.

— Traes buena cara ¿Tuviste un buen día?
— No, bueno sí, no pasó nada notable.
— ¿Notable? ¿Qué palabra es esa? ¿Dónde la aprendiste?
— ¿Vas a hacer algo con las patatas?
— Haré algo notable si te parece bien.
— Tuve un buen día, nada más, un día normal de trabajo.
— Llegas antes hoy.

El viejo tenía tanta suerte que, desde que tenía una amante, llegaba antes a casa en vez de retrasarse.

— Acabé antes con Román y los chicos.
— ¿Estuviste con Román, hoy?
— Sí, me dio recuerdos para ti y para Naza.
— Lo sé, hablé con Rosita hace unos minutos.

El viejo tenía tanta suerte que, desde que tenía una amante, mentía menos que cuando era fiel.

— Ah, qué bien, ¿cómo le va? me dijo Román que estaba medio deprimida.
— ¿Medio? No se está medio deprimida como no se está medio embarazada o medio engañada.
— ¿Engañada?
— No te hagas el despistado conmigo.
— No sé de que me hablas.
— Veo bien que protejas a tu amigo, pero Rosa sabe que Román está con una de treinta.
— ¿De treinta? ¿Una mujer?
— Una pelirroja con cara de dibujo animado japonés, la han visto varias veces en la oficina,
— No sé nada.
— No te estoy preguntando nada, no hace falta.

El viejo tenía tanta suerte que, desde que tenía una amante el azar se le ponía a favor. 

Hasta que ocurrió lo de la nota y todo se derrumbó como si alguien, un escritor con poco cariño hacia sus personajes, hubiera preparado la escena.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Sin vuelta atrás

Una noche empecé a cavar, no sabía la hora que era, pero a menudo las cosas sin vuelta atrás ocurren por las noches. Y yo no estaba dispuesta a que aquello tuviera vuelta atrás.

No le dije nada a Lupe, aunque me vio pasar delante de ella con el ánimo dispuesto. 

En un pequeño cuarto Lorenzo nos había dejado artículos de emergencia y allí estaban el pico, varios martillos, dos palas, mazos, cubos, raspadores y paletas. 

Llegué hasta la pared del fondo, un lienzo de dos metros de alto por cuatro de ancho. Toqué la superficie, estaba húmeda, rugosa y más blanda de lo que imaginaba, Raspé con una de las paletas y empezó a caer al suelo tierra prensada. Raspé durante un rato y cuando estaba a punto de perder la noción de lo que estaba haciendo paré, regresé al cuartito y busqué unos guantes, una linterna y ropa de trabajo.

La humedad y el calor te dejan en un estado de seminconsciencia perfecto para trabajar sin pensar, a las dos horas ya había avanzado más de lo que podía haber imaginado y no me sentía cansada, solo tenía sed y unas ganas enormes de darle con el pico a aquella pared. A las dos horas y media cogí el pico y empecé a golpear la pared de forma rítmica, casi musical. Entonces apareció Lupe, perfectamente vestida con un vestido verde y el pelo recién lavado y un libro en la mano, pensé en lo estúpida que parecía tan limpia, allí plantada, agarrada a aquel libro, pero antes de poder decirle lo que pensaba habló ella.

— Estás genial con esa ropa, Naza, la camiseta te hace un pecho estupendo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Los principios

Mientras Lorenzo hablaba por teléfono con la centralita de los taxis, Simona contó los cuadritos rojos del mantel, podría haberlo hecho con los blancos, pero los rojos le dieron un número impar que iba a propiciar que aquel encuentro tuviera un buen principio. 

Aunque era muy joven, Simona sabía que lo importante, en contra de lo que la tradición popular dice, no son los finales sino los principios, porque los finales siempre son malos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

El puzle de Simona

La chica del puzle estaba sentada frente a Lorenzo con la palabra expectativa grabada en sus ojos.


Le gustaba mirar a Lorenzo hablar con tranquilidad, como si no le importara, del dinero extraviado y pensaba que encontrar a alguien a quien no le importe la plata es maravilloso pues, o bien le sobra, o bien no le hace falta.


La chica no se daba cuenta de que estaba buscando piezas por el comedor, por la mesa de cuadritos rojos y blancos y por la carta plastificada donde estaban escritos los platos con nombre italiano.


—Tomaré una "Cuatro estaciones".
—Buena elección, yo pediré unos fetuccini con albahaca.


A la chica del puzle también le hubiera gustado pedir fetuccini, pero temía no saber comerlos bien delante de Lorenzo. La camarera, vestida de blanco de arriba a abajo les tomó nota de la comanda.


— ¿Qué tomarán para beber?
— ¿Tomas alcohol...?
— Simona.
— Disculpa, yo soy Lorenzo.
— Lo sé, te oí decirlo por teléfono.
— Tienes un nombre muy bonito.
— Gracias, estoy empezando a acostumbrarme a él.
—Eso está bien, a mí sin embargo me da la sensación de que no podría llamarme de otra manera.


La camarera les miraba como si estuviera en el teatro, Lorenzo se dio cuenta.


— Disculpe, la tenemos esperando.
— No se preocupe, me interesa conocer a mis clientes.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Cualquier trivialidad

Tenían la sensación de que, si abrían la boca, sería para decir cualquier trivialidad. 

Ella empezó a beber vino. Durante una temporada, él se entregó con fervor inusual a la caligrafía china. Cuando, deslizando el pincel negro sobre el papel blanco, trazaba distintos ideogramas, sentía que el mecanismo de su corazón se volvía transparente. 


Haruki Murakami, Hombres sin mujeres

Parte del plan

Ramón Estévez se pasaba la mayor parte de la misa mirando los zapatos de sus compañeros de banco.

Cualquiera que se fijara en él podía creer que se trataba de un hombre profundamente religioso, un fiel atormentado que solo levantaba los ojos cuando el cura presentaba la hostia consagrada a su auditorio.

En realidad Ramón fantaseaba, tomando como punto de partida los zapatos, con las mujeres que se sentaban a su lado.
 
Fue así como conoció a Linna, en un banco junto a una talla de San Rafael vestido de peregrino desde donde Ramón pudo ver sus zapatos negros brillantes que contrastaban con unas piernas blanquísimas.

Linna era una fanática del motociclismo y algunos domingos cambiaba la misa por una mesa en una cafetería desde la que poder ver por televisión un Gran Premio.

Los días que Linna no acudía a su banquito corrido junto a la talla de San Rafael, Ramón Estévez se los pasaba inquieto, mirando hacia atrás cada vez que la puerta de la iglesia se abría.

La moto de Lupe era parte del plan de Ramón para entrar en la vida de Linna.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Al fin la máquina

Enrique tenía en su escritorio planos muy detallados de una máquina del tiempo. Cuando se los vi me dijo que, aunque él los había perfeccionado no eran suyos, los había robado a a alguien que (estaba seguro) hubiera hecho un mal uso de ellos.

Enrique se veía a sí mismo como Cristóbal Colón, él también cambió la historia con unos mapas robados.

Me acordé de él hace unos días. Alguien llamó al interfono y cuando contesté dijo "Soy Enrique, ya sabes".

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Luces rojas

Lorenzo se levantó y desde la puerta del restaurante llamó a la central de taxis. 

Una voz femenina le preguntó dónde quería que le enviara un auto, pero Lorenzo tuvo que explicarle lo de la maleta olvidada y la operadora le indicó que ese teléfono solo servía para pedir un servicio.

—¿Puede indicarme a que número tengo que llamar para solucionar este asunto?

La operadora no lo sabía, en su aparato de teléfono se encendían cada vez más bombillitas rojas, eran llamadas en espera que tenía que atender antes de que el supervisor pasara por su mesa y viera su centralita atascada.

— No puedo ayudarle, tendrá que buscarlo en una guía.
—¿No puede hacer nada? He perdido una maleta, le aseguro que es un asunto muy importante.
— Lo sé caballero, pero este número no es para este tipo de incidentes, tiene que volver a llamar.

Lorenzo pudo imaginar con una perfección extraordinaria a aquella mujer que le estaba negando su ayuda, pudo ver su melena de cabellos negros cada vez más desordenada, su espalda recta apoyada en el respaldo de la silla desde las ocho de la mañana, su mirada nerviosa mirando de reojo las lucecitas rojas y también pudo ver al supervisor, un hombre demasiado joven y prepotente para ese puesto, un niñato trajeado que ya salivaba viendo, desde la distancia, las luces rojas en su mesa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Cambiar el vocabulario

Cuando Francesca enfermó y tuvo que cerrar la peluquería sus clientes se quedaron como huérfanos.

Estaban tan acostumbrados a que Francesca les cortara el pelo que la mayoría decidieron esperarla y no acudieron a otras peluquerías, no solo por costumbre también porque sentían que si lo hacían la traicionaban.

Por el barrio empezaron a verse mujeres con el pelo demasiado largo, donde el color de las raíces iba ganándole terreno al tinte. Pudimos ver que la mayoría de las rubias eran morenas, que muchos pelos rizados se iban quedando lisos y, lo que es más raro, empezaron a verse cabelleras pelirrojas.

También entre los hombres se vieron nuevas melenas y algunos adquirieron una nueva personalidad donde el cabello largo acabó llevándoles por inercia a cambiar el vestuario, el vocabulario y su manera de andar.

Muchos vecinos caminaban ahora con aspecto de desorientado, como si buscaran algo que no sabían muy bien qué es.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Un optimista de verdad

En realidad el gordo H. era un optimista. 


Un optimista sobrepasado por las circunstancias, pero un verdadero optimista.


Si llevaba un arma en la bolsita azul era por necesidad, le daba seguridad, no una seguridad contra los demás sino contra él mismo, con el arma podía defenderse de sí mismo, con aquel revólver se encontraba preparado para levantarse de la cama, ir a la pensión a pasar el día y volver a la noche a casa con su mujer, como si todo fuera bien, como si nada hubiera pasado.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cóctel de despedida

La escritora colombiana era una bomba.
Era lista, ocurrente, rápida, seductora, ingeniosa, además era una mujer muy guapa. 

La lástima es que no era escritora. No me sorprendió. No le sorprendió a nadie cuando se descubrió en medio de un juego que su editorial había preparado para la presentación de un libro de memorias.

Vi a mis jefes mordiéndose los nudillos. Otra ocasión perdida.

En medio de un descanso me acerqué hasta uno de ellos, se llamaba Luis Ciorán, creo, y le conté que quizás era el momento de descubrirnos nosotros también. Me echó de su lado y me dijo entre dientes que no quería volver a verme.

Mientras tanto la escritora colombiana era el centro de atención de todo el mundo. Las televisiones la entrevistaban como si fuera una actriz famosa, en realidad era un actriz de segunda que estaba viviendo su minuto de gloria.

Sus libros se agotaron en media hora, los míos regresaron a la oficina de la editorial esa misma noche, Luis Ciorán estuvo embalándolos cuando todos, incluida yo, nos habíamos ido al cóctel de despedida.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Pastillas de chocolate

Había un chico en el colegio de primaria que robaba chocolate para mí.

Los lunes por la mañana traía en el fondo de su mochilita unas pastillas de chocolate con leche envueltas en papel de plata que me daba a escondidas en el patio.

— Toma Naza, me costó mucho trabajo robarlo, mi mamá sabe siempre cuánto chocolate queda y creo que mis hermanas sospechan.

Me daba mucha ternura imaginarlo entrando en la cocina como un ladrón cuando todos dormían y robar una pastilla para mí.

Se llamaba Fran Olmos. Después del colegio estuvo aprendiendo electrónica, sé que trabajó un tiempo en un taller mecánico, que se paseaba por las calles con un coche enorme americano de color plateado, que se casó con una chica de Avellaneda y que se fue del barrio. 

Hace años que nadie me regala pastillas de chocolate.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Todas nosotras

El vestido de Amparo tenía un escote generoso que dejaba ver parte de unos pechos grandes y bonitos. El camarero se fijaba en ellos cada vez que visitaba nuestra mesa. A mí me daba un poco de vergüenza, y quizás de rabia, y estuve a punto de decírselo a Amparo por si quería cubrirse, pero ella ya sabía que la estaba mirando.


— Es un chico muy simpático ¿qué edad crees que tiene, Naza?
— ¿El camarero? No sé, parece joven, no más de treinta supongo.
— ¿Treinta? Por la voz parece mayor, y por la manera de mirarnos también.
— ¿Mirarnos? Siento decirte que solo te mira a ti.

Amparo rio a carcajadas y yo tardé en pillar el chiste. El camarero volvió por si necesitábamos algo y nos encontró riendo a todas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un golpe a la cieguita

La única diferencia de Amparo con una chica vidente es que le hablaba al vaso en vez de a mis ojos. Sin embargo, cuando llegaba el camarero a nuestra mesa se dirigía a él mirándole directamente y sonriéndole cuando él le sonreía.

Cuando tenía el vaso por la mitad empezó a hablarme de Jorge.

— Jorge camina por la vida como si caminara por una película mala.

¿Qué? ¿Qué coño significaba eso? ¿Una sentencia da mujer culta? ¿Un aforismo cutre?

— No te entiendo.
— ¿Qué es lo que no entiendes, Naza?
— Esa frase de novela para adolescentes que me has soltado.

Amparo no cambió su expresión, concentrada en su vaso hundió la cucharilla en la leche y la sacó llena, parecía imposible que no se cayera parte en la mesa o sobre su vestido.

— Tú y yo formamos parte de esa película.
— ¿Y por qué es mala?

La cuchara llego a su boca sin derramar una sola gota.

— Cuando algo es malo no merece explicación, todos lo vemos. 
— Incluso tú.

Amparó rio divertida.

— Por fin un golpe a la cieguita, ¡bien, Naza,bien!

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




jueves

Tibia

 Amparo pidió un vaso de leche caliente de tamaño grande.

— Un vaso muy grande, por favor.

También pidió galletas María. Yo pensé que era una excentricidad de ciega, pero el camarero asintió y al poco rato volvió con una bandeja en la que traía mi vaso de cerveza y, al lado, el vaso blanquísimo de leche junto a un paquete de galletas María.

Con la misma habilidad con la que hacía todo, Amparo desenvolvió las galletas y las fue depositando en la leche hasta que esta, por efecto del principio de Arquímedes, estuvo a punto de desbordarse. Solo entonces tomó la cucharilla y fue rompiendo los estratos que formaban las galletas, uno a uno, hasta que llegó al fondo, entonces, con todas las galletas partidas, empezó a comer.

Yo la miraba con envidia, frente a aquel vaso luminoso mi cerveza tenía un aspecto triste, sin apenas espuma y, sin haberla probado aún, sabía que estaba tibia. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Virginidad doliente

Ramón disfrutó durante mucho tiempo de ir a misa. 


Le gustaba tanto que durante una temporada lo hizo a diario, y por eso mismo, para no gastar ese placer, acabó asistiendo sólo los domingos, como un yonqui que se reserva su dosis para el fin de semana.


A Ramón le gustaba el olor denso del aire, las imágenes policromadas con la mirada perdida, la inmensidad de los techos y de la cúpula, la sensación de infinito y, a la vez, el contacto con la muerte que se sentía en cada rincón de la iglesia.


También le gustaban algunas de las mujeres que asistían, las pocas que aún eran jóvenes tenían algo especial, una especie de fanatismo íntimo, de virginidad doliente, de integridad pasada de moda que a Ramón le excitaba.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

La chica sin papel

H. entró en la pensión sujetando a Sonia por la cintura. 


La puerta estaba entornada y H. la empujó con el pie. Al otro lado estaba Carem con su vestido verde de Fin de año.

Los tres quedaron en silencio en medio del recibidor.


— Buenos días Carem, Le presento a la señorita Sonia. Necesito usar mi habitación, si es posible.


Si alguien a quien conoces tanto te habla de usted es que los límites de lo real se han venido abajo. Carem no preguntó, pensó que lo mejor sería seguir la línea argumental que presentaba H. por tanto, dio la vuelta y entró detrás del pequeño mostrador de recepción, cogió del tablero la llave con el número 8 y se la entregó a H. sin mirarle a la cara.


La chica parecía una actriz que hubiera olvidado su papel. 

Carem acertaba siempre.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Regalo de Dios

Ramón, el del regalo, solo iba a misa para pedirle cosas a Dios. Llevaba toda la vida pidiendo y, a base de pedir, conseguía ir viviendo sin necesitar demasiado.

Comenzó de muy pequeño, pidiéndole a Dios en casa, rezando arrodillado frente a una imagen de un Sagrado Corazón impresionante, pero la imagen le impresionaba tanto que olvidaba todo lo que quería pedirle y se quedaba absorto en sus ojos azules. 

La Iglesia tuvo que prohibir las imágenes de Cristo con los ojos claros.

Todas las noches Ramón rezaba de forma enfervorecida, fue así como fue aprobando sus exámenes en el colegio, como consiguió regalos de sus padres, o cientos de peticiones que iban cayendo una a una hasta que, ya con veinte años cumplidos, una chica que también le había pedido a la Virgen le contó que Dios es solo un invento de los hombres sin carácter.

Ramón se convirtió en ateo por culpa de su carácter.

Desde que dejó de creer en Dios los regalos dejaron de llegar, entonces en una acción intrépida Ramón empezó a ir a misa, allí el inmenso poder de la liturgia y el contacto con la divinidad, existiera o no, era más intenso, más serio y por tanto más teatral.  

Y allí, además, era más fácil pasar desapercibido. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Días pares

Carem fregaba las cucharas como si tuvieran nombre. Una a una, las enjabonaba con mimo y después las aclaraba bajo el agua del grifo, una a una.

Antes de colocarlas en el cajón las tomaba con la mano y se miraba en ellas. Los días pares veía su reflejo en la parte cóncava y los impares por la convexa.

H. oía desde su habitación, como si escuchara una plegaria, el choque de las cucharas entrando en el cajón de los cubiertos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Inventar un poco más

Algunos días H. sale de su habitación y deambula por la pensión, le gusta pasear por el comedor siempre que no quede ningún pupilo rezagado. Le gusta ver las sillas vacías y las mesas con los manteles recién planchados. Lo último que desea es conversación.

A veces, se acerca a la cocina y desde la puerta mira a Carem que trastea entre los fogones como una bailarina. H. la imagina vestida con un traje de noche, bailando. Recuerda el vestido que se compró para la cena de Navidad y que él no pudo ver, aún así lo recuerda, y le ha prometido que este año pasará la Nochebuena con ella en la pensión.

Solo tiene que inventar un poco más.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Los pedazos del azar

Hay mañanas en las que H. se siente como un animal. Entonces sale de la pensión y entra en una cafetería donde sirven bocadillos. Pide varios para llevar y mientras se los hacen toma unas cuantas cervezas. Las toma deprisa, avergonzado porque no sabe pedirlas por su nombre.

Cuando regresa a la pensión se siente como en casa, mejor que en casa, cierra la puerta con llave, mueve una mesita metálica y la coloca junto a la ventana, después coloca la silla también metálica junto a la mesa y se sienta a comer. 

Mientras come ve a la gente que pasa por la avenida y piensa en lo fácil que sería acabar con ellos. A veces los apunta con su arma y fantasea con dispararles al azar. En una ocasión se le resbaló el dedo y el azar saltó hecho pedazos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Dormir por las mañanas

Tomé la costumbre de dormir por las mañanas. 

Mientras lo hacía, Jorge se dedicaba a tontear con las vecinas. Las visitaba en sus casas, les hacía la compra, les bajaba la basura, les arreglaba los enchufes rotos o les cambiaba las bombillas fundidas.

Me apasionaba lo de las bombillas fundidas y una mañana quise acompañarle. Contrariamente a lo que yo pensaba, le pareció bien. Me despertó temprano, con mucha dulzura, me preparó un café caliente y me dio un mono azul. Yo no entendía nada, pero apenas había dormido así que no tenía mucho que entender.

Salimos a la calle equipados como dos profesionales.

Solo tuvimos que cruzar la plaza, llegamos a un bloque con las paredes llenas de grietas y al que le faltaban varias placas de la fachada principal.

En el portal olía a comida, nos cruzamos con una mujer joven que saludó a Jorge y me miró de arriba a abajo. "¿Sabes si está Marina en casa?" "Acabo de verla, ahora está desayunando".

Subimos hasta el cuarto piso. En la puerta de Marina había un virgencita pegada junto a la mirilla.
"¿Se puede?" "Somos nosotros".
Pasamos, yo me sentía ridícula por primera vez, con ese mono ajustado y mi cajita de herramientas que cada vez pesaba más.

Nadie respondía, pero avanzamos por un pasillo estrecho, olía bien, al final apareció Marina, enfundada en un albornoz blanco y con el cabello mojado, quizás con algas aún como salida del fondo del mar.

— Esta noche he tenido mucho trabajo, os dejo y me voy a la cama.
— ¿En qué habitación es?
— La roja.

Entramos en una habitación forrada de rojo. Las persianas estaban levantadas, pero la ventana estaba cerrada. Aún olía a sexo. 

Jorge abrió la ventana y miró hacia la lámpara. 

— Naza, se te olvidó la escalera.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Carem y la repetición semántica

H. llega todas las mañanas a las ocho en punto a la pensión verde. Él la llama la pensión verde porque allí 
todo es de ese color, las paredes, la moqueta, las letras del rótulo y la dueña.

Las paredes tienen rozones, grietas que parecen animalitos deformes y manchas con ojos.
La moqueta tiene quemaduras que forman letras y el rótulo tiene letras que si las colocas correctamente forman la frase Repetición semántica.

La dueña, que se llama Carem, tiene rozones, grietas que parecen animalillos, manchas con ojos, quemaduras que forman letras y su nombre puede leerse en el rótulo de la entrada. 

H. tiene todo lo que desea en esa pensión porque sólo desea un lugar con un buen decorado donde pasar siete horas.

Siete.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El sentido del pudor de H.

H., a quien Sonia Ricco conocía como Santos, ni parecía normal ni hacía cosas normales.

¿Es normal un hombre gordo que pasea por la ciudad con una bolsa pequeña en la que guarda una Magnum?

¿Es normal un hombre con la cara picada que fantasea con volarse la cabeza en cualquier esquina y que no lo hace por sentido del pudor?

La vergüenza es la tara que hace a H. secuestrar a Sonia y llevarla a la pensión donde pasa todas las mañanas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Gente que parece normal

Era una librería espléndida, pero Sonia pensó que no recordaba ninguna que no lo fuera. Olía como tienen que oler las librerías y cada volumen ofrecía porciones de vida eterna.

Sonia caminaba con seguridad, le parecía que después de la prueba para la obra de teatro ese tiempo era una especie de regalo, de relax íntimo. Miró de reojo a Santos y, a pesar de ser un hombre de aspecto brusco, le producía cierta satisfacción tenerlo a su lado. 

Se paró frente a los libros de novela negra y policiaca y Santos paró detrás de ella.

— ¿A su mujer le gusta la novela negra?

Santos pensó en novelas con imágenes en blanco y negro, como las viejas películas de detectives en busca de una mujer desaparecida.

— No lo sé, ¿le gustan las novelas negras a las mujeres jóvenes?

Sonia sonrió.

— No necesariamente.
— ¿A ti te gustan?
— Sí, en las historias de las novelas negras encontramos gente que parece normal haciendo cosas horribles y gente horrible que hace cosas normales.
— ¿De qué tipo crees que sería yo si esto fuera una novela negra?
— De los que parecen normales.
— ¿De verdad te parezco normal?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

La despensa de Linda

— Me gusta jugar al escondite.

A la voz que respiraba y escuchaba en la oscuridad le gustó lo que oía.

— Desarróllanos eso, Linda Firenze.
— A veces estoy en casa y me escondo en un armario o en la despensa.
— ¿Tienes despensa en tu casa?
— Es una casa antigua.
— Cuéntanos cómo es tu despensa.
— Es pequeña, oscura, sin ventanas, tiene estantes, allí coloco los botes de conservas, las botellas de aceite, tetrabriks de leche...
— ¿Sólo tienes comestibles?
— También guardo las botellitas.
— ¿Las botellitas?
— Esas botellitas tan lindas con licores, que son como las grandes pero en pequeñito.
— Sí, sí, las conozco. ¿Por qué las guardas allí?
— En realidad no las guardo, las escondo.
— ¿Por qué razón?
— No lo sé, me gusta verlas a solas.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas


Feliz naufragio

El turno de preguntas estaba muy animado. Una estudiante que parecía haberse leído todos los libros de la Doña disparó un andanada de preguntas dignas de una catedrática de Literatura Comparada que me hizo estallar la cabeza. Abrumada, dejé de anotar y aproveché que parecía no terminar nunca para pedir un vaso de agua.

Un conserje de la facultad apareció en la entrada del auditorio con una botella de cristal y un vaso sobre una bandeja. Avanzó titubeante con cientos de ojos clavados en él y cuando llegó hasta mí, y visto que no acaba de caer, alguien sacó su pie al pasillo, el hombre tropezó y cayó derramando todo el agua sobre la mesa y sobre mí.

Se organizó un caos formidable y la chica y sus preguntas quedaron felizmente sumergidas bajo aquel caudal de agua.

Nazaré Lasscano, Cuentos de Parque Chas