jueves

Paradójicamente elocuente

Me interesa mucho el surrealismo en su sentido profundo, real. 
El del movimiento de vanguardia que elude el pensamiento racional para tratar de extraer de esa desprogramación un mensaje paradójicamente elocuente.  

Rodrigo Cortés

miércoles

Triunfador

Llevaba siempre un chanchito al que llamaba con una especie de sonido gutural. La gente se apartaba y él sonreía. "¡Adiós triunfadores!". Fumaba constantemente, a veces recogía colillas del suelo, nunca pedía cigarrillos, aunque los aceptaba si alguien, generoso, le ofrecía uno.

El cerdito siempre era un cerdito, quiero decir que nunca crecía, y lo recuerdo demasiado tiempo para que nunca creciera, creo que nadie se planteó nunca que el cerdo no creciera. ¿Cómo lo haría? Creo que cuando el chancho adquiría un tamaño considerable lo sacrificaba y lo comía, después, de alguna forma, no sé cómo, conseguía otro. Podía imaginármelo perfectamente, comiendo y fumando después.

A todos nos llamaba triunfadores, a los cerdos y a los peatones. Si eras una mujer te decía triunfadora, y sonreía entornado los ojos, como un chino.

Nada más, cuando me fui del barrio él seguía allí, cuando volví ya no estaba, ya no había triunfadores, por más que busqué, por más que pregunté.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Tres y media de la mañana

Miguel Mora
: Si la Historia es una sucesión de carnicerías y resacas, ¿dónde estamos ahora?

Paul Thomas Anderson: Parecería que son las tres y media de la mañana y buscamos un vaso de agua antes de acostarnos para no tener resaca. 

Entrevista en El País 

sábado

Exagerar la realidad

Todo es realismo más o menos deformado. Creo que, de alguna manera, exagerar la realidad permite verla. 

Al final son formas de acceder no a la verdad, que es imposible, sino a las múltiples verdades secretas de las cosas.

Rodrigo Cortés

viernes

El surgir de nuevas formas

El error de todos aquellos que se han acogido a la decadencia consiste en que en lugar de fomentarla la combaten: porque a medida que esta avanza, se agota, haciendo posible el surgir de nuevas formas.


E.M. Cioran

martes

Percepción moral

Nadie está a la altura de la percepción moral que exige a otros, así como nadie resiste ser contemplado con la lupa con la que observan los demás. 


Por lo tanto, la clave está, en general, en no dar lecciones. 


Rodrigo Cortés

lunes

Mapa del tesoro

Darío movió el cadáver, lo hacía con fuerza, pero a la vez mostraba cierta delicadeza. En ningún momento puso sus manos en zonas prohibidas.

— Fíjate —mostraba los contornos de los ojos—ni una sola marca. Si quieres saber la edad de alguien mira siempre sus ojos, si están vivos mira las pupilas, muy adentro. Si están muertos fíjate en su alrededores.

Los alrededores de esos ojos mostraban una buena vida, también que todo se fue por el sumidero de repente, sin tiempo para recapacitar.

— No más de veinticinco años, si dudas puedes fijarte en sus pechos.

Tomás había evitado fijarse, la muerta estaba demasiado hinchada, pero si se avergonzaba es porque se sentía un intruso.

Darío continuó la lección.

— Las areolas son de una mujer joven.

Tomás trató de llegar a alguna conclusión por su cuenta para que el otro le tomara en serio.

— Y sus pechos son firmes.

Darío lo miró extrañado, le pareció más estúpido que cuando lo vio por primera vez, giró el cuerpo y le dio la vuelta por completo. 

— La espalda de los ahogados es como un mapa del tesoro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Contenidos

Ahora que está de moda la expresión "creador de contenidos", yo me reivindico como destructor de contenidos.


Igatius Farray

Una mala interpretación

Carmelita Montiel, una virgen de veinte años, acababa de bañarse con agua de azahares y estaba regando hojas de romero en la cama de Pilar Ternera, cuando sonó el disparo. Aureliano José estaba destinado a conocer con ella la felicidad que le negó Amaranta, a tener siete hijos y a morirse de viejo en sus brazos, pero la bala de fusil que le entró por la espalda y le despedazó el pecho, estaba dirigida por una mala interpretación de las barajas.

El capitán Aquiles Ricardo, que era en realidad quien estaba destinado a morir esa noche, murió en efecto cuatro horas antes que Aureliano José. Apenas sonó el disparo fue derribado por dos balazos simultáneos, cuyo origen no se estableció nunca, y un grito multitudinario estremeció la noche.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

domingo

Tres días

Encontré a mi viejo una tarde en Palermo, salía de una cafetería, había tomado demasiado, le brillaban los ojos, sacaba una sonrisa estúpida en la cara que se le borró, haciéndola más grande cuando me vio.


— ¿Cómo es posible, nena?


Se acercó a mí con ademán de hombre solo, llevaba la misma americana con la que se fue de casa y la camisa de cuadritos azules que le regaló mamá en el último aniversario.


— Ya ves, esta ciudad maneja el azar como quiere.


Mi viejo miró a los lados, como buscando a alguien, detrás de él una mujer joven, se alejaba como un fantasma, sin hacer ruido.


— ¿Estáis bien?
— ¿Qué?
— Tu madre y tú ¿seguís bien? ¿os hace falta algo?
— Ya está bien, viejo, solo hace tres días que te marchaste.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Manojos

Mamá siempre perdía las llaves de casa. Creo que eso define bien a una persona. Es en lo que más me parezco a ella, cada vez más.


Entre las dos hemos perdido más de una docena de manojos de llaves. No cuento las monedas, carteras, billetes y celulares.


El viejo siempre nos abroncaba, nosotras a penas nos disgustábamos, aunque fuera un lío tener que hacer copias o dar de baja las tarjetas de crédito.

"Un día nos van a entrar en casa, tenemos que cambiar la cerradura" Por supuesto pasaban los días y no la cambiábamos, aunque mamá y yo fantaseábamos, por separado con que alguien entrara.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Coste

El coste de oportunidad es aquello a lo que renunciamos cuando tomamos una decisión.


jueves

El premio

De pequeña gané un premio en una tómbola. 


Tenía catorce años, el sábado por la mañana había amanecido con un espesor extraño en el aire, con un murmullo festivo procedente de unas barracas cubiertas de telas viejas en la plaza más sucia del barrio.


Era una feria llena de extranjeros, había hombres muy morenos y mujeres con el pelo rojo, había brasileros, gente de la Pampa, chinos y gitanos. Pensé que aquello debía estar cerca de eso que en los libros llamaban excitante.


Aún no hacía frío, salí de casa, en la calle lo chicos del barrio pasaban corriendo a mi lado y al llegar a la plaza se llegaba a otra dimensión ¿era aquel espacio el mismo por el que pasaba a diario para ir a la escuela? 


De un altavoz colgado de un árbol salía una voz metálica que invitaba a jugar en una barraca donde había una enorme rueda de mi altura, con un agarrador de madera, veinticinco números y una lengüeta de cuero que iba golpeando cada pivote y emitiendo un sonido como de metralleta de juguete que, poco a poco, (poco a poco), se paraba hasta que caía en el número que la fortuna te asignaba.  


Corrí a casa a por dinero. Nunca había estado tan excitada. No podía aguantarme quieta en la fila que se había hecho delante de aquella barraca con aquella rueda mágica.

Saqué dos billetes de 50 pesos del botecito de café que guardaba en mi armario. 


Cuando estuve delante de la rueda sentí que se me nublaba la vista. El hombre de la tómbola estiró su mano y yo le alargué un billete con olor a café. Agarré el tirador e hice girar la rueda.

La lenga de cuero comenzó a moverse al paso de la rueda que giraba a toda velocidad, y yo sentí que el mundo entero giraba con ella. Cuando paró en el número que tenía asignado el premio mayor caí en una especie de trance, de irrealidad que nunca he vuelto a recuperar. 


La gente me hablaba y yo les escuchaba muy lejos, amortiguados como si estuvieran en el fondo del mar. Pasé toda la tarde en el fondo del mar.


Cada vez que escribo, cada vez que tengo una cita o encuentro a alguien, cada vez que beso o hago el amor, no hago más que volver a aquella plaza sucia, a aquella barraca cubierta de telas viejas, a aquel ruido cubierto de polvo, a aquellos billetes.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





La lengua

La lengua, al ser usada, tiene una gramática pero también una clase social, un origen geográfico, sexo, estatus, edad… 

Las lenguas son instrumentos de comunicación y de convivencia entre las personas pero a menudo también unas herramientas eficacísimas de menosprecio, ocultación, segregación, engaño y dominio. 

C. Lomas

miércoles

Poderosos metafísicos

Le insinué que jugara a los dados, acababa de leer a Luke Rhinehart y la opción de que el azar decidiera parecía una solución sencilla, le quitaba toda la presión para pasársela al universo o a quien quiera que sea quien decida qué cara de un dado debe salir en ese momento.

Mamá sonrió, parecía que le excitaba la idea, pero su edad y su educación le impedían dejar su futuro en manos de una tirada de dados. Lo de la moneda le parecía mejor, solo debía dejar dos únicos candidatos por lo que su intervención sería importante, esto le daba cierta sensación de libre albedrío. Después, ante la última duda, podía dejar que decidiera la moneda, o el universo como dicen los perezosos metafísicos.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

martes

Irremediablemente decepcionada

Durante esos meses mamá tuvo varios pretendientes. Me lo contaba como si fuera su amiga y a mí me daba una vergüenza extraña, no me gustaba escucharla, pero prefería saber a no saber.

Tardó mucho en decidirse porque era muy lista y sabía que todo era mejor en el tiempo de lo posible, de lo imaginando, de lo que está por suceder y que, en el momento en que se decidiera por uno de aquellos hombres, caería en el mundo de lo real y quedaría irremediablemente decepcionada.

Nazaré  Lascano, Cuentos de Parque Chas

Remediar

Me había equivocado en todo, pero todavía se podía remediar.


Natalia Ginzburg, Y eso fue lo que pasó

lunes

Las copas

A la semana y media de que el viejo formalizara su relación con la Rubia mamá decidió caminar por las calles como si todas las puertas de todas las casas estuvieran abiertas y ella pudiera entrar en ellas sin pedir permiso.

Salía siempre con un sombrero, o con una gorra de lana que se colocaba, ladeada, mirándose en el espejo del hall. Estaba muy linda y se sentía libre, a veces se sentaba en un velador y cuando se acercaba el mesero no sabía qué pedir, entonces se ponía nerviosa y buscaba con la vista otras mesas para señalar alguna bebida siempre servida en una copa, porque mamá era de la época en la que las copas significaban algo festivo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Esta historia

Esta historia está llena de humo, de lluvia y de niebla.

Natalia Ginzburg

Azul desvaído

El primer día que Lorenzo se quedó a almorzar en casa mamá preparó la mesa grande del salón, la que solo usábamos en Navidad o en algún aniversario con invitados. También usamos los platos de la vajilla buena, así la llamábamos, eran blancos, decorados con el azul desvaído de los azulejos portugueses.

Mamá me encargó la delicada misión de sacar los platos, la fuente y las copas de lo alto del armario. Lo hice con un cuidado extremo, como si fueran objetos sagrados. Fui colocando todas las piezas en una mesa demasiado grande para tres comensales y empecé a sentir una especie de pudor, de vergüenza de clase baja ante una vajilla fuera de lugar. 

Entonces, en uno de los viajes de la cocina al salón, los seis platos, tres hondos y tres vados, de la vajilla buena, se me escurrieron de entre los dedos y salieron rodando por el suelo, rebotando, dando giros imposibles como si fueran objetos de un mago o de un prestidigitador.

Mamá llegó a toda prisa y, aterrada, pudo ver cada plato en una esquina del salón. Ninguno sufrió un solo rasguño.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un hermoso trabajo


 

domingo

Los charcos

Me dediqué a escribir los domingos por la mañana. Solo los domingos y solo por las mañanas.
Probad a hacerlo y veréis cómo la literatura cambia hasta tal punto que no te reconoces.

Fue uno de esos domingos, de esas mañanas, cuando recuperé la imagen de la Rubia. No es que la hubiera olvidado, es que ya nunca aparecía en mis historias o entre mis dedos.

Salió de casa un domingo que llovía, ¿hay algo más impostado? Salió de su propio departamento, muy pronto, casi amaneciendo, entró a un parque, se cruzó con gente que salía a hacer deporte, con otros que venían de bailar, o de tomar, o de buscar a otra gente. No pensó en ellos, pensó en sí misma y en atravesar el parque. Se esforzó por no preocuparse por la lluvia, que era suave, pero que iba mojando su ropita corta de verano. Se esforzó por no subir los hombros, por caminar por el medio de las calles de tierra prensada, por meter los piececitos en los charcos.

El primer charco envolvió su pie derecho y la devolvió a la irrealidad, se sintió sola y contada, pensó en sí misma acostada y acompañada en su cama como burda metáfora de lo que pudo ser, pensó en que tenía frío y en como la entristece siempre el final del verano. 

Y miró directamente a través del papel y pudo verme, a mí, aunque solo como lectora, y a vos lector si es que estás ahí, y al romper esa ley supo que solo podía saber dónde iba si yo seguía escribiendo, escribiéndola, las mañanas de los domingos, como esta mañana.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

sábado

Cucaracha

En mi primer piso había una cama muy grande, yo no podía dormir en una cama así. ¿Quién sabe cuánta gente podría dormir conmigo sin que yo los viera?

En mi primer piso había una bañera en la que no podía bañarme. Hacía un ruido infernal al llenarse y un ruido de fin del mundo cuando se vaciaba, con un último estertor de muerto, una especie de eructo de ultratumba que me revolvía el ánimo.

En mi primer piso había pequeñas cucarachas, o quizás solo había una pequeña cucaracha, que me recibía en el pasillo cuando llegaba por las noches y que me hacía compañía mientras los demás habitantes escapaban y se escondían en cuanto oían mis pisadas en los escalones y mi llave entrando, girando, chirriando en la cerradura de la casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

Hoy quién lo diría

Confiesa y admite que una temporada
autosugestionada también me quisiste.

O eso parecía, hoy quién lo diría
siempre tan esquiva o de correrías.


Manolo García, Un giro teatral

miércoles

Presión

A veces volaban hasta nuestra terraza objetos inverosímiles.
Otras veces eran cosas más propias de una terraza, prendas ligeras, hojas de periódicos o pinzas de colores.

Una tarde mamá salió a la terraza después de almorzar y se encontró a un hombre colgado del tendedero, como si alguien lo hubiera puesto a secar al sol.

No supo calcular su edad, solo se fijó en que vestía un mono de trabajo azul con manchas blancas de pintura, que se le estaba abriendo por el pecho debido a la presión de la cuerda del tendedero sobre su hombros.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Aliviados

Solo eran las dos de la tarde. Recién salían los chicos de la escuela yo volvía a mi departamento.

Había tráfico, había ruido, carreras, grititos.
Era lunes, o jueves. Era un día extraordinario de sol de otoño, no era un día para desgracias.

Cuando los chicos se arremolinaron junto al supermercado todos sentimos que la realidad había saltado por los aires. Una mujer joven acostada sobre la calzada como trasunto de Ofelia flotando sobre las aguas.

De pronto el sol estaba en lo más alto y se nos podía ver a todos en nuestros quehaceres, diminutos, con el corazón atropellado, aliviados de no ser ella.

Pero ella tampoco era ella, era yo más ella que ella, y los chicos de la escuela, y las empleadas del supermercado con sus blusas rojas, y todos los que simulaban horror.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Personajes

Ve teatro de sombras e imagina que eres uno de los

personajes. O todos ellos.


Ron Padgett

domingo

Parar el tiempo

El gordo Ricci tenía una motocicleta. El día de la actuación de fin de curso le llamé para que me llevara, yo iba con un vestido demasiado exagerado para ir por la calle sin que me mordieran las pantorrillas los perros del barrio. El viejo no podía llevarme, dijo que tenía un asunto importante, cuando le pregunté cuál era el asunto sonrió como un imbécil.

Llamé al gordo como segunda opción, tercera más bien, tras mi viejo y la madre de Lupe, pero ninguna de las dos estaba en casa. 

Me imaginaba la llegada al colegio sentada en su moto y me ponía colorada, pero no tenía otra opción. Cuando le llamé deseé que no estuviera en casa o que dijera que no. 

A las tres de la tarde ya me estaba esperando en la puerta, esperé un rato mientras el gordo soportaba las burlas de algunos vecinos. Cuando bajé no había nadie en la calle, el gordo Ricci sonreía agarrado a los manillares de su motocicleta. Parecía que el tiempo se hubiera detenido. Ahora sé que el gordo había detenido el tiempo, que quizás está, estamos, allí todavía.

Cuando llegamos al colegio había mucha gente esperando, pero nadie se fijó en nosotros, solo Lupe me miró extrañada, casi celosa.
—¿De dónde vienes con el gordo?
—De algún lugar de su imaginación.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas