sábado

Dormitorios ajenos

El año en que trabajé en el ministerio fue el mejor de mi vida. Además de ser un trabajo cómodo y bien pagado, hacía pequeños recados que me gustaban mucho.

Me gustaba ir a la oficina de correos y tener permiso para bajar al sótano de la oficina y penetrar en el pasillo de los apartados postales. Un pasillo ancho, iluminado con una luz muy blanca, y de apariencia infinita, forrado a ambos lados de pequeñas cajitas plateadas con forma de buzones sin ranura. Cada una con su número, blanco sobre un óvalo negro, junto a la cerradura dorada.

El pasillo siempre estaba salpicado de personas que, como yo, iban a su cajita a recoger el correo. Sentía una curiosidad tremenda, ¿por qué tendrían un apartado de correos? ¿qué tipo de vida o de negocio tenían para querer conservar el anonimato?

Había ordenanzas que, como yo, solo iban a por las cartas oficiales de su departamento, esos tipos no tenían el menor interés, pero a menudo me encontraba con hombres nerviosos, o con mujeres sobre altos tacones que pasaban a mi lado y se dirigían a sus números como el que se dirige al dormitorio de un amante desconocido.

Terry Salgado, Bares sin nombre


No hay comentarios: