martes

Mis labores

No hay nada como inventar una escena. Hay algo mejor, recrearla, darle vida.

Tomás pensaba que mejor que inventar era hacer, por eso se consideraba actor. Si alguien le preguntaba ¿qué eres? ¿de dónde eres? ¿a qué te dedicas? o ¿qué quieres? Solo decía, actor.

A veces decía "Mis labores".

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Barro en los zapatos

Cuando enterramos a mi viejo llovió.

Lo había deseado como una estúpida desde que ocurrió todo. "Ojalá llueva, ojalá llueva".
 
La lluvia solo sirvió para que se me llenaron los zapatos de barro, yo me había puesto unos negros, con un tacón ideal que al viejo le gustaban mucho, me lo dijo una noche que me los puse para ir a una cena. Le llamó la atención porque yo nunca me solía poner zapatitos de señorita.

— Pareces una princesa.

El viejo nunca usaba expresiones de ese tipo, pero lo cierto es que yo tampoco me solía vestir de princesa. Aquella noche lo hice porque era especial, tenía una cita con alguien que me había hablado de un viaje y a mí me gustaba fantasear con escapar de Buenos Aires.

El barro hacía que fuera complicado avanzar por los caminos de tierra del cementerio. Mi tía Isabel se refugió bajo mi paraguas y se agarró de mi brazo. Hacía años que no tocaba a mi tía, me pareció una mujer demasiado grande para la familia. Sus ojos estaban enrojecidos y los labios, muy pálidos como los de mi viejo, los apretaba a cada paso. 

Mamá caminaba una decena de pasos por delante, acompañada por alguien que no llegué a saber quién era y por el que nunca le he preguntado. Me dio pena no ir con ella, pero no podía dejar a mi tía bajo la lluvia.

Me he arrepentido muchas veces de no haberle dejado mi paraguas a Isabel y haber corrido hacia mi madre.

Como en una película mala la lluvia se hizo más fuerte cuando sacaron la caja. Las gotas repiqueteaban sobre la tapa y yo pensaba que se iba a estropear la madera. Tía Isabel me preguntó algo que no entendí, la gente se arremolinó en torno a la tumba y yo me quedé algo alejada.

Miré mis zapatos llenos de barro y lloré por ellos, y por mí.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Saber buscar

La primera vez que lo vi de cerca tenía una lágrima tintineante en el ojo izquierdo. Me pregunté si le pasaba algo o si la tenía siempre y no me había fijado.

La tenía siempre. 

El Soca era una especie de dibujo animado japonés por el que había pasado mal el tiempo, sus ojos eran grandes y se humedecían con el frío, no con las emociones. Su cabeza era más grande de lo normal y su cabello podía pasar por alborotado, pero solo estaba mal peinado. 

A veces explicaba dando vueltas por el aula, podías oír sus pantalones de tela mala rozando el interior de sus piernas según avanzaba, podías sentir acercándose sus palabras un poco huecas, cercanas al acento cubano, pero con el tonillo final áspero y mate de los hombres que no han sabido buscar y no han encontrado nada.

Nazaré Lacano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Objetos perdidos

¿Quién le compraba la ropa al Soca?

Vestía fatal con aquellos pantalones azulones que dejaban ver los tobillos, la sudadera grande y gastada y las camisas de cuadros que asomaban por debajo, y por encima, con unos cuellos como dos alas de un pajarote de alas inútiles.

El Soca daba clase de literatura, pero que nadie se espere una declaración nostálgica de agradecimiento, él no me acercó a los libros, si acaso a la ficción de lo cotidiano, a imaginar cómo podía vivir su día a día un hombre tan apagado.

Nunca tuve la afición de Lupe por los tipos grises, ese afán suyo de hechicera, de bruja sensual deseosa de sacar cisnes de patitos feos. Todos caían a sus pies o a dónde ella les mandara, pero eso podía hacerlo con cualquier otro, sin necesidad de que tuviera el pelo grasiento, las lentes sucias o que vistieran con pantalones estrechos y camisas anchas, como el Soca.

Una mañana hablamos de él en clase. Empecé yo, con inocencia, si es que hay palabras inocentes.

— ¿Quién le comprará la ropa al Soca?

Lupe alzó la mirada para fijarse bien en él. Estaba parado junto a su mesa, buscando algo en su maletín de cuero gastado. Su maletín era lo mejor que tenía. 

— ¿Qué tendrá ahí dentro? 

Lupe estuvo un buen rato mirándole, hasta que se levantó de su silla sin decir nada y fue hasta su mesa, yo la vi alejarse como en la escena de una película. Supe que algo importante iba a pasar.

— ¿No lo encuentras?

El Soca alzó la vista y se encontró delante el cuerpo imponente de Lupe.

— ¿Qué?
— Llevas un rato buscando, si quieres te ayudo, yo soy experta en encontrar objetos perdidos.

El pobre hombre sonrió, miró a los ojos de Lupe como el que mira a los faros de un camión a punto de atropellarte y se puso colorado.

— No, gracias, he debido dejármelo en la sala de profesores o en casa.
— ¿No quieres que te ayude?
— No hace falta, gracias.

El Soca cerró su maletín a toda prisa y lo agarró por el asa. Se dispuso a alzarlo de la mesa, pero Lupe puso su mano encima.

— Espera.

El Soca se quedó petrificado, aunque solo yo los miraba sintió todas las miradas de la clase sobre su nuca. Entonces Lupe agarró las trabillas del maletín y las abrochó con mucho cuidado.

Ya había decido por él.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas






sábado

Cosas por todas partes

No sé si todo el mundo sabe que cuando uno se queda solo durante mucho tiempo, donde para los demás no hay nada se descubren cada vez cosas por todas partes.

Enrique Vila-Matas

jueves

Anabel fría

La primera vez que me acosté con Anabel me pareció muy fría. 


La idea era tan simple y rotunda que traté de repensarla durante varios días. Traté de recrear la situación muchas veces y en todas me salía me salía el mismo adjetivo y la misma imagen, Anabel con sus manos frías, con su piel fría, con el vaho saliendo de su boca, con sus pechos cubiertos de escarcha, y yo y mi piel estremeciéndonos en medio de unas sábanas más frías aún.


¿Cómo podía haber pasado?


Fue ella la que me llamó, la que me citó en su casa y en su cama, la que salió a recibirme con un vestido rojo y corto, y labios rojos, y el cabello corto, pero en menos de media hora, antes de que yo hubiera entrado en calor ella ya había puesto en marcha la máquina de nieve. 


Anabel fabricaba nieve bajo las sábanas de su cama. No supe como decírselo, ¿por qué fabricas nieve? ¿por qué la acumulas en la cocina, por el pasillo, en el baño? 

No me atreví, fingí un resfriado y salí al salón a buscar mi ropa, resbalé dos o tres veces antes de salir de su casa. Cuando cerré la puerta le oí decir algo de saber usar las cadenas y de llamar al 112.


Terry Salgado, El informe amarillo



Convertirse en algo

En la vida y en el trabajo lo más interesante es convertirse en algo que no se es al principio. Si uno supiera al empezar un libro lo que va a decidir al final. ¿cree usted que no tendría el valor de escribirlo? 

Lo que es verdad de la escritura y de la relación amorosa también es verdad de la vida. El juego merece la pena en la medida en que no se sabe cómo va a terminar.

miércoles

Pistas

Tomás no creía en la mentira, si acaso en el mal artista, y él trabajaba para no caer en esa indecencia.

Por su cuenta trató de solucionar el caso de las dos chicas del sótano. Yo por entonces desconocía de su existencia, con lo que solo podía imaginarlo y la imaginación, como todos sabemos no siempre miente.

Tomás empezó por la calle como se empieza todo, observó sin prisa, que es algo que los detectives de verdad ya no hacen y encontró tantas pistas que no supo por donde empezar.

Su primer candidato fue, como las intuiciones, el más certero. Se llamaba H. tenía casi sesenta años y la cara marcada por una enfermedad olvidada. Vestía jeans azules baratos y una cazadora demasiado corta del mimo color.

Las zapatillas eran demasiado grandes, pero todo él era demasiado grande. Tomás se fijó en H. por la bolsita minúscula que llevaba. La llevaba siempre, a cualquier hora. Era demasiado pequeña para llevar algo importante y demasiado grande para no llevar nada.

Debía averiguar, como fuera, qué escondía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Como en una obra de teatro

Detrás del albergue, en mitad de la rotonda,
la hermosa enfermera vende amapolas en una bandeja,
y aunque se siente como en una obra de teatro,
lo hace toda formas.


The Beatles, Penny Lane

domingo

La vida doble

Un sábado tarde en una cafetería de Lanús tuve la peor conversación de mi vida con mi viejo.

— ¿Por qué lo hiciste, papá?


Mi viejo tomaba un gin tonic, vestía mejor que nunca y parecía tranquilo. No necesitó beber de su vaso para hacer tiempo, respondió sin pensarlo, como si estuviera jugando al tenis y devolviera una pelota fácil.


— Necesitaba llevar otra vida, Naza.


Yo seguí lanzándole palabras estúpidas. Parecía que alguien, un escritor torpe, había escrito para mí esa basura de diálogo.


— ¿No tenías una vida con mamá y conmigo?
— Necesitaba una vida, otra vida, aunque yo no quería renunciar a la que tenía.
— Durante toda tu vida solo has sabido pensar en ti.
— Puede ser, por eso quería otra vida.
— ¿Una vida doble?
— Eso es, Naza, quería una vida doble.
— No me digas que te he dado la solución.
— Me has dado la palabra que estaba buscando.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Cosas de niña

De niña pensaba que había ballenas nadando bajo las calles, entre las tuberías y los colectores.

Eran cosas de niña.

Pensaba que los caramelos de fresa los envolvían mujeres celosas en papeles de colores y los de café con leche venían de África en barcos de vela tripulados por marineros negros.

De niña estaba segura de que al nacer nos dan un número que coincide con el de la ciudad, el portal y la casa donde vives, y que esos números muchas veces se cambiaban o se extraviaban. 

Durante muchos años pensé que otra niña debía de estar en mi cuarto, con mis libros, mi ropa y mis muñecas. Y que esa niña estaba pasando en otro lugar el hambre y el frío que me correspondía pasar a mí.
Algunas tardes salí a buscarla. 

Eran cosas de niña, cosas de una niña intrusa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Los pies de la cama

Desperté con un calor intenso. Medio desperté. 

Estaba sudando, aún quedaban pegados a mi cabeza pedazos deshilachados del último sueño, de ese mundo opaco donde yo debía vivir sin saberlo por las noches y del que nadie, ni yo misma, sabía nada aquí afuera.

Sentí el sudor en mi piel, sentí las sábanas mojadas y la oscuridad pegada a mis ojos y a mi cara, era una especie de resaca de abstemio. Sentí que debía levantarme y escribirlo "resaca de abstemio" porque eso era lo que resumía mi vida, mi actitud, mi pobre carácter de niña lista de barrio.

Si lograba escribirlo quizás también lograra salvarme.

Tras mucho esfuerzo encendí la luz de la lampara de la mesilla de noche. Cuando lo hice no reconocí la habitación, durante ese tiempo había creído que estaba en la casa de mis viejos. Pero ahora no reconocía nada, nunca había visto aquellas paredes azules con carteles de lugares paradisiacos, ni las manchas blancas del techo, ni un espejo de cuerpo entero junto a los pies de la cama.

Pensé un rato en los pies de la cama y quise levantarme a verlos. Pero en lugar de eso vi mi cuerpo desnudo cubierto por una oscuridad tan densa y un calor tan pegajoso que solo podía sacarme de allí un buen aguacero.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



martes

Una chica con bigote

Una mañana me pinté un bigotillo en los márgenes de mi labio superior. Era apenas una sombra, pero si alguien se fijaba un poco se notaba que empezaba a ser una chica con bigote.

Lupe fue la primera en darse cuenta, le dio rabia que no se le hubiera ocurrido a ella y me exigió que me pusiera una pollera corta.

— Ese bigote solo tiene sentido si va a juego con una minifalda.

Le hice caso, la atención hacia mí suponía un problema, de las piernas al bigote, de la falda a la cara. Alguien se iba a hacer un lío con todo aquello.

Entramos en una cafetería, pero no pasó nada, o más bien pasó que, como siempre, Lupe se llevó toda la atención, finalmente uno de los meseros se fijó en mi incipiente mostacho y se hizo un lío a la hora de servirnos el café. 

Mientras esperábamos aproveché para ir al baño para perfilarme un poco más el bigote. Cuando salí ya era algo importante. Lupe había desaparecido de la mesa y, al verme llegar, un hombre mayor se sentó junto a mi abrigo y mi paraguas. 

Olvidé decir que llovía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Evaluar el detalle


 

Mis amantes

Jorge recibía llamadas de madrugada. 

Casi siempre se levantaba de la cama, iba al baño y allí podía oírle pedazos sueltos de conversaciones que no iban a ninguna parte. A veces hacía sonar la cisterna del váter para que no le escuchara. En alguna ocasión se vistió deprisa y salió de casa de madrugada. Yo, por orgullo, no le preguntaba dónde iba y él hacía como que yo no estaba en su cama.

Una mañana, tras una noche de llamada y huida a las cuatro de la mañana, me levanté y entré en el baño. Jorge estaba en la ducha, pude ver cómo tenía la espalda señalada por unos surcos rojos y recientes.

Le pregunté sin pensarlo.

— ¿Te pasó algo en la espalda?
— Mis amantes, ya sabes.
— Debes decirle que tengan más cuidado, yo se lo digo a los míos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Ninguna parte

Nadie tiene un propósito, nadie pertenece a ninguna parte, todos vamos a morir. 

Vamos a ver la tele.


Morty Smith 
en el episodio Interdimensional Cable (Rick y Morty)

domingo

Fusilamiento

Cuesta mucho ponerle nombre al tiempo. Cuesta mucho levantarse con ánimo en enero.

Hoy me he levantado con ánimo.

La pelirroja se llamaba Carmen.


Carmen,
Apunten,
fuego.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Lo pulp

La doña presumía de lo que presumen todas las escritoras que no les gusta más que leerse así mismas o lo que escriben otros sobre ellas.

Decía en los dosieres que le gustaba la novela rusa y que disfrutaba mucho con las novelitas de kiosco, las pulp que su padre y su abuelo leían de pequeños y con las que le pasaron el amor por la lectura.

Por esa razón la doña creaba personajes maniqueos, llenaba las páginas de manchas de sangre y sudor y perfilaba a sus mujeres con piernas largas y tacones altos.

La altura no es algo que se elija, la altura se tiene.

Esa frase no es mía, es de uno de sus hombretones de puños de hierro y entrepierna abultada que asaltan los capítulos de una novela que tuvo más lectores que lectoras.
La doña no sabe que lo pulp solo tiene lugar en los barrios y que allí sabemos que no tiene gracia.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Las sobras

Una noche no había nada en la nevera, nada en los armarios, nada de comida por todo el departamento.
Jorge no supo responder, no me dio ninguna explicación a cómo se había vaciado el refrigerador en cuestión de horas.

Me propuso pedir algo por teléfono. Pedimos comida china, nos reímos, olvidé lo de la nevera, le conté algo sobre mi niñez y él sonrió, me abrazó y me besó. Todo parecía verdad, aunque yo sabía que su cabeza andaba en otras cosas.

Al día siguiente bajé al súper y compré mucha comida, un muchacho desgarbado y con el uniforme roto subió el pedido a mediodía, me sonrió y me habló sin mentiras, me enterneció, le abracé y se quedó rígido como un palo. Seguro que luego iría hablando de mí a sus compañeros. Diría que estoy loca.

Cuando regresó Jorge traía varias bolsas con comida. Se enfadó por no haberle dicho que yo misma haría la compra y se marchó con sus bolsas sin decir nada, ni a dónde iba.

Preparé el almuerzo para dos, pero no regresó hasta la noche. Se acostó sin decir nada y yo me fui a casa de mis viejos. Al día siguiente volví y la nevera estaba de nuevo vacía, le pregunté y no supo decir nada coherente. 

Después volvió a marcharse y yo comí las sobras del día anterior.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Morralla

Carolina Suances podía pasarse una noche entera a la puerta de una casa con los oídos abiertos tratando de escuchar algo, aunque ni siquiera sabía el qué, y que le diera una pista importante sobre cualquier asunto escabroso y noticiable.

Carolina se quejaba ante sus compañeros de tener que hacer cosas como esa para lograr un buen reportaje, pero en realidad estaba mintiendo, en realidad eso es lo que más le gustaba de su trabajo y de la vida, solo por detrás de algunos momentos inconfesables.

En eso se parecía a Darío, en que les gustaba husmear en la vida de los demás y en sus momentos inconfesables. Cuando se encontraron buscaron puntos de encuentro sin descubrir sus cartas, pero las carta se fueron cayendo y los dos jugaban con morralla.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Estandarte

Cuando viví en su apartamento Jorge colgaba mi ropa interior en un tendedero colocado en el balcón que daba a la calle.

La primera vez que lo hizo se excusó de forma torpe y a mí me hizo gracia, me parecía bonito y tenía su punto erótico que un hombre lavara mis braguitas y las tendiera al sol.

Tiempo después averigüé que la lavadora del piso no funcionaba y que llevaba años sin hacerlo. Supuse que Jorge había lavado mi ropa a mano, pero la segunda vez que vi mis medias ondeando en el balcón como un estandarte tuve un presentimiento y corrí al tendedero.

Comprobé que la ropa estaba seca y sin una arruga, tal como yo la había dejado antes de salir de casa.

Por la noche le pregunté a Jorge.

— Yo no lavo tu ropa, Naza, solo me gusta ponerla al sol.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





Papel barato

Aquellos días en casa de Jorge fueron como una fotonovela cutre. Si alguien con mucha curiosidad y poco gusto se asomaba a nuestra ventana podía ver la escena congelada y nuestros diálogos flotando en el aire.

Fue cutre porque nada tenía realmente importancia, empezando porque no nos importábamos, a Jorge solo le interesaban sus mentiras y a mí encontrar una puerta por la que salir de casa, aunque fuera a parar a otra en blanco y negro, una vida de papel viejo y barato.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Un chicle viejo

Uno no se hace inspector para esto.

Darío tenía esa frase mascada como un chicle que lleva en la boca, sin sabor y sin textura durante demasiado tiempo.
De vez en cuando es necesario escupirlo.

Esa periodista, Carolina Suances, le seguía como un perrito en busca de algún hueso que le hiciera destacar su nombre en los periódicos. A Darío le excitaba la idea de ver su nombre escrito en una hoja de un diario, junto a su foto en un blanco y negro con demasiada trama, como una pintura de Lichtenstein.

Pero a Darío le excitaba aún más que los puntos benday abrumar con pistas, ciertas o no, a Carolina Suances.

Cuando Darío supo que la víctima había representado una obra de teatro poco antes de ser asesinada, citó a Carolina y le explicó que tenía un chivatazo importante que relacionaba a la víctima con una compañía teatral. La periodista empezó a imaginar su artículo ilustrado con un escenario y a su muerta sobre él, vestida como Ofelia. Pensó con vergüenza que la víctima de Lanús haría de ella una gran escritora.

Carolina se ablandó y, tras dos cervezas, le confesó sus sueños a Darío que le escupió su frase, como se escupe un chicle viejo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Sin que a nadie le interese

Cuando se fue el viejo mamá comenzó a dejar el televisor funcionando durante toda la noche. A veces lo apagaba por las mañanas. 

Decía que no quería pensar, pero tampoco quería estar sola. Por entonces yo estaba liada en mil boludeces, en asuntos que ahora sé que no valían para nada y que me alejaban de casa y de mamá que se hizo amiga de los estúpidos que aparecían en la tele, que sabía de sus vidas, de sus líos, de sus engaños, de sus familias más que de la propia porque ya no tenía.

La tele puesta cuando yo volvía a casa era terrible y, a la vez, la señal de que el mundo seguía, como siempre sigue el mundo, caiga quien caiga, pasa lo que pase, sin que a nadie le interesara lo que le pasaba a mi vieja.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Naumaquias

En Parque Chas había (ya no existe) un descampado donde siempre había charcos. Lloviera o no, fuera invierno o verano, fuera temporada de lluvias o estuviéramos en una de esas épocas de sequía que nos asustan tanto.

Los chicos del barrio pasábamos media vida en aquel espacio al que de manera grandilocuente llamábamos el parque. Nunca nos dimos cuenta de la metáfora, de que aquello era el parque dentro del Parque y que, por tanto, estaba lleno de las mismas incongruencias.

Creo, a años vista, que sin saberlo a los niños se nos preparaba allí para nuestra vida adulta en el Parque. Allí aprendíamos el idioma, los gestos, lo que se puede y no se puede decir. Nadie esperaba que alguno saliéramos de allí, que nos lleváramos la información a otros barrios, a otros parques.

Pero yo solo quería hablar de lo más importante, de los charcos. Charquitos pequeños para que metieran sus botitas de agua los niños más chicos, y charcos enormes, uno de ellos inmenso en el que se atascaban las bicicletas y donde en verano se llevaban a cabo peleas a muerte con otros chicos de otros barrios.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Interludio

Estuve encontrándome con Lorenzo durante muchos años la tarde de Nochebuena. A los dos nos parecía un momento extraño, un interludio sin nombre, unas horas fuera del tiempo.


Estar fuera del tiempo está al alcance de muy pocos, de algunos locos, de casi todos los místicos y de todos los muertos. Los demás no encontramos, casi nunca, ese margen inasible.


Nos veíamos en un hotel viejo en La Lucila, poco antes de la hora de almorzar. Lorenzo siempre estaba allí y yo siempre le hacía esperar unos minutos sentada en un banco, mirando el reloj.


Nazaré Lacano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Cambiar la cerradura

[…] quisieras regalar todas las noches que
conducen a ninguna parte, a rostros que jamás conociste;
sombras pasando por la puerta de tu casa. Quisieras
cambiar
la vieja cerradura,
si es que aún
estás a tiempo.


Antonio Luis Ginés, Costumbre

martes

Ultramar

Después del maravilloso trabajo haciendo del rostro blanco de una escritora negra pensé que Europa era jauja, que España era el paraíso y Madrid el escenario donde se desarrolla la historia de
El traje nuevo del emperador con la particularidad de que aquí todos van desnudos y solo de vez en cuando se ve a alguien vestido quien, primero se avergüenza y después pasa desapercibido. 

Yo llegué a España vestida de muchachita culta de ultramar, pero aquel trabajo me quitó la ropa como un amante ideal, de forma salvaje. Pensé por un momento que la vida era eso, que Madrid era un carnaval y solo había que saber ponerse el disfraz adecuado. Todos creemos que sabemos hacerlo, pero hay que tener habilidad y cierta dosis de suerte. 

La suerte se me agotó a los dos meses y habilidad nunca tuve.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Un mundo como otro cualquiera

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.

Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. 

Éste es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.

 
Luis Mateo Díez, El pozo


Zahorí

BUSCADOR DE AGUAS SUBTERRÁNEAS

Miguel Ángel
La última vez respondió en 30 minutos.

Sierro (Almería)

Descripción
Se ofrece zahorí con experiencia para la localización de agua Subterráneas, se detecta profundidad, calidad y caudal del agua.




domingo

Bel-Cozvijar

Pobre Esteban. 

Para mí siempre fue mayor, y la última vez que le vi parecía que seguía en la adolescencia, una adolescencia con ropa pasada de moda y entradas en el cabello, una adolescencia eterna de hermanito pequeño.

Cuando sabía que yo estaba en casa, Esteban se ponía debajo de nuestro balcón y silbaba. Solo hacía eso, silbar constantemente. A mis viejos parecía que les hacía gracia, hasta que un día papá se levantó del sofá sin decir nada y le tiró un tomo de la enciclopedia (Bel-Cozvíjar) desde la ventana.

Desde ese momento Esteban escogía con cuidado los momentos en los que me silbaba. A la mañana, cuando me levantaba él ya estaba allí, primero llegaban tres silbidos cortos y después uno largo, muy fuerte. 

A mediodía, después de almorzar, cuando mamá preguntaba qué fruta queríamos tomar, sonaba su silbido. Las manzanas aún suenan como Esteban.

También a la noche Esteban silbaba, a las nueve y media hacía coincidir su silbido con mi salida del baño. Aquel era el mejor, pero nunca se lo dije.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La espita

La caja de mi viejo tenía un lustre fantástico, se podía de decir que era bonita. Se lo dije a mamá.


—Estás loca Naza, ¿cómo puedes decir que es bonita una caja de muerto?


Por alguna razón podíamos pronunciar la palabra muerto, pero no ataúd, aún hoy me cuesta escribirlo.


—¿Por qué no? Al viejo le gustaría, le gustaban las cosas bonitas. 

No debí decirlo, mamá debió pensar en cosas bonitas y se echó a llorar, le pedí perdón.

— No te preocupes, necesitaba llorar y no sabía cómo hacerlo, no encontraba la espita.


No sé por qué dijo lo de la espita, aquel día las palabras pasaban por la morgue como procedentes de otro mundo, todo era muy extraño, comprobé que la muerte, que es lo más natural del mundo, hace que todo sea tremendamente irreal, quizás es que no es cómo la imaginamos, que es hiperreal y su realidad nos ahoga.


— Lo siento, estoy apabullada.


¿Apabullada? ¿Cuándo había usado esa palabra mamá? Jamás la había oído hablar así, pero lo cierto es que nunca, hasta ese momento, la había oído hablar siendo viuda. 

Pensé en que esa es la manera en que hablan las viudas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



sábado

Inés Martell

Encontraron a la presunta asesina comprando en una tiendecita de barrio. Preguntaron a una vecina junto al portal y, tras dudar un segundo, les indicó dónde estaba.

— Ha sufrido mucho, no le hagan nada.

Darío y su compañero entraron en la tienda y esperaron su turno. La mujer estaba en la otra punta del mostrador revisando un docena de huevos para asegurarse de que ninguno estaba roto. La tendera les atendió con desconfianza.

— Buscamos a una mujer que se llama Inés Martell.
— No sé, no conozco a mis clientas por el apellido.

Inés se acercó a ellos con la caja de huevos.

— Mariela, hay dos rotos.

Darío la miró. Era más joven de lo que había imaginado, su cabello era muy moreno y lo llevaba suelto, no tenía aspecto de haber matado a su marido.
Le dejaron sitio para que la dependienta revisase la caja de huevos. Darío carraspeó antes de hablar.

— ¿Es usted Inés Martell?

Inés le miró con amabilidad, pero fue la tendera la que habló.

— Espere un momento, estoy atendiendo a la señora.

Darío dejó que acabara de hacer la compra y después le pidió la documentación.

— ¿Me permite ver su carné de identidad?
— No lo llevo encima, pero yo soy quien buscan.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas






martes

Enemiga íntima

Los intrusos son una especie de enemigo íntimo, a veces no sabes que lo son.

Un intruso se colaba en mi departamento a finales de mes. Lo descubrí porque era un descuidado, porque dejaba mis cosas fuera de su sitio. 

Primero fue una chaqueta fuera del armario, colocada sobre una silla. Después un intercambio de parejas de unos calcetines de tenis, casi iguales, yo siempre había presumido de que nunca me equivocaba con las parejas así que aquello era muy sospechoso.

A continuación llegó el caos, unos pantalones mal colgados y unas braguitas sobre la cama.

Cuando supe que alguien estaba entrando en mi casa entré en pánico y empecé a recorrer al departamento como una loca, mirando en cada armario, en cada recoveco, en cada rincón.

Busqué en los lugares más extraños, pero decidí no mirar debajo de la cama.
 
Siempre hay que dar una oportunidad.

Por las noches, con la puerta de la calle bien asegurada, me acostaba en mi cama e imaginaba que el intruso estaba allí abajo, y que era él el que tardaba en dormirse pensando que la intrusa era yo. Que era yo quien colocaba de forma absurda las cosas que él descolocaba en mi ausencia, que su enemiga íntima era yo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Nombre de amante

Compramos media docena más de croissants que el camarero metió en una bolsa marrón con el logotipo  de la cafetería. 

La chica se alejó un momento para despedirse de sus amigos. Imaginé una escena rocambolesca en la que nadie entendía nada, pero todo fluyó con naturalidad y a los dos minutos ya estaba a mi lado, junto a la barra, justo cuando el camarero me daba el cambio.

— Me llamo Martina—  me dijo con una sonrisa inmensa.
— Yo soy Nazaré.
— Nazaré, ¡qué bonito! Tienes nombre de modelo de pintor, mejor dicho tienes nombre de la amante de la modelo de un pintor.

Salimos a la calle. Aún hacía frío y Martina, que solo llevaba su vestidito de bailarina se encogió en un gesto reflejo para tratar de guardar el calor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Nacer y morir

A estas alturas ya sabrán que la doña tenía un cuento titulado El sótano.

Un cuentito con aires de novelita negra en el que dos mujeres jóvenes e impresionables huyen de la realidad ocultándose en una metáfora de sí mismas.

No seré yo la que juzgue el cuentito. Solo diré que en el momento de leerlo, en vez de quedarme impresionada me quedé como se deben quedar las piedras cuando se enfrían después de un cataclismo. Es decir, me sentí nacer y morir a la vez.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

La última línea

La doña tenía un cuento sobre una novia abandonada que acude a espiar el banquete nupcial de su exnovio.

Cuando lo leí me pareció excelente, después fui al baño, volví a la cama, me acomodé y volví a leerlo. Sin duda era una basura.

El cuento comienza con la mujer despechada paseando por la ciudad la mañana de la boda. La doña aprovecha el paseo para explicarnos que la chica lleva la ropa interior que el novio le regaló cuando aún estaban juntos y eran felices. Es su manera de ponernos en antecedentes. 

La ciudad pude ser cualquiera, pero es Buenos Aires.

Los pasos llevan a la mujer hasta la puerta del restaurante donde se celebrará el banquete, se imagina a su novio entrando de la mano de una chica mucho más hermosa que ella. La mujer la conoce, sabe que es más hermosa que ella.

Espera un rato frente al restaurante, es muy temprano y ni siquiera ha abierto sus puertas. Es tan temprano que los novios aún deben dormir, cada uno en casa de sus padres, esperando nerviosos la llegada de la ceremonia.

Cuando la mujer piensa que debe dejar de atormentarse y volver a casa, oye unas voces. A su espalda llegan tres hombres vestidos con enormes delantales blancos transportando una tarta enorme. Es la tarta nupcial. La mujer sabe que es su oportunidad, que no se le va a presentar una ocasión así en la vida.

El cuento parece perfecto, pero la doña lo estropea, lo malogra vilmente en la última línea.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Chasquido

Darío no soportaba la violencia. Por eso salió en cuanto pudo de las calles y se convirtió en inspector.

No sabía hasta qué punto le parecía un infierno la violencia hasta que la sintió encima.

En una ocasión tuvo que intervenir en una pelea en Padre Mugica. 

Iba uniformado, con sus grilletes plateados resplandecientes y su pistola virgen. Alguien, una mujer, llamó a emergencias porque unos tipos habían entrado en un bar y estaban agrediendo a otro hombre. Después se sabría que fue por un asunto de apuestas y de plata.

Darío estaba de patrulla con un compañero que, con intención de asustarle, le iba explicando las aventuras escabrosas que había corrido por el barrio. Darío ensayaba sonrisas y miraba a través de la ventanilla, como buscando a alguien cometiendo un acto ilegal. Sonó el chasquido de la emisora y la centralita les comunicó lo del altercado en Palermo. El conductor giró el automóvil 180 grados y Darío tuvo que agarrarse donde pudo.

La calle estaba llena de gente que apenas se apartaban a su paso, Darío llevaba un nudo en la garganta y se tocaba el arma porque temía que se la robaran. Era la una de la madrugada de un viernes. Una mujer joven se le abalanzó "¡Lo van a matar, agente, lo van a matar! El compañero apartaba a los mirones mientras Darío caminaba sin mover el cuello. 

En el bar había un silencio extraño, como si allí no estuviera ocurriendo nada. El compañero le pidió a Darío con un gesto que abriera la puerta. Darío lo hizo y en ese momento sintió en la cara el golpe de una barra de hierro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Los restos de la fiesta

En mi casa, desde chica, mi viejo era quien se dedicaba a quitar los adornos cuando terminaba la navidad. 

Mamá y yo colocábamos el árbol a mediados de diciembre, poníamos unas bolitas que entonces me parecían maravillosas, y después estúpidas, y por último, cuando me fui de casa, maravillosas de nuevo. 

Mamá y yo colocábamos el árbol y mi viejo lo quitaba porque a nosotras nos daba una pena íntima y extraña, de fin de fiesta. 

Yo daba por hecho que papá no sufría, que era menos sentimental, que no le importaba recoger los restos de la fiesta mientras nosotras dormíamos.

Cuando nos levantábamos el siete de enero no quedaba ningún rastro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas