domingo

El lenguaje de las hojas

Quedaron a la puerta de una iglesia que había junto a una placita cerca de Avenida de Mayo. Lupe pensó que el hombre vivía en la zona y no le importó conducir su moto hasta allí.

Le esperó sentada en un banco, junto a un árbol grueso, lleno de hojas que se agitaban con el viento. Lupe oyó muchas palabras sueltas procedentes de aquellas hojas, pero aunque entendía el lenguaje de los árboles no sabía darle un significado.

Cuando empezó a salir la gente de la iglesia Lupe se separó del árbol y fijó la vista en la puerta. El hombre con el que había hablado le dijo que llevaría pantalón negro y camisa clara.

Los feligreses comenzaron a salir de la iglesia de repente, como si Dios hubiera dado la señal. Salían con sus mejores galas, las mujeres con vestidos color pastel y los hombres con chaquetas oscuras y camisas claras, todos caminaban en una especie de orden que, como el lenguaje de las hojas, Lupe también entendía y tampoco sabía interpretar.

Contó cuarenta y cuatro personas y pensó que era un número perfecto para esperar más y dio la vuelta en dirección a su moto. Y allí estaba Ramón Estévez, aunque todavía no conocía su nombre.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La cazadora

Lupe buscó su vieja cazadora negra en el armario. Sabía que tenía un aspecto impresionante, que cuando se la ponía todos, hombres y mujeres, se giraban para mirarla.

Hacía calor, pero el calor nunca debe ser impedimento para usar una cazadora de motera. Se la puso y se la ajustó, subió la cremallera hasta el cuello y se miró en el espejo. Tenía el pelo descolocado y vestía un pantalón muy corto, le pareció que en los últimos meses había perdido su lugar en el mundo y que aquella imagen ya era de otra persona.

Revisó los bolsillos, en el derecho seguían las llaves de la moto, en el izquierdo un sobre cerrado con un dinero que aún no se había atrevido a contar.

Una llamada de teléfono la devolvió al presente. Era el hombre al que iba a regalarle su moto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Arrancar a la primera

Lupe tuvo varias llamadas interesándose por la motocicleta. 

— ¿Qué marca es? ¿De verdad que la regalas? ¿Funciona? ¿Qué quieres a cambio?


Lupe no quería nada a cambio, solo quería que alguien usara la moto, verla rodar de nuevo por la carretera.


— Es una Yamaha.
— ¿En serio? ¿Qué modelo?
— Una DT80
— ¡No puede ser! Yo tuve una DT80 hace años.
— Pues ahora puedes tenerla de nuevo.

— ¿De cuántos tiempos es?
— Dos tiempos y el carburador como nuevo.
— ¿Arranca a la primera?
— A mí siempre me ha arrancado a la primera.
— ¿Por qué la regalas?
— Quiero hacer feliz a la gente.
— ¿Estás loca o algo así?


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Sonia y Santos

H. pensó rápido, el aspecto de Sonia le dio las piezas con las que armó un relato creíble.

—Disculpe que le moleste señorita.

Sonia pensó en no girarse, en no cruzar la mirada, en continuar sin mirar hacia los lados, pero una palabra de H. rompió su estrategia.

— Libros.

Sonia paró y miró con curiosidad. Delante de ella había un hombre grueso, con traje azul y una bolsa de plástico a juego.

— ¿Qué ocurre?
— Discúlpeme, hoy es el cumpleaños de mi esposa, he venido hasta aquí para comprarle unos libros, sé que le encantan, pero me he dado cuenta de que no tengo ni idea de qué le puede gustar.
— ¿Le ha pedido consejo a los libreros?
— No me fío de los libreros.

Aquella frase le hizo gracia a Sonia que bajó la guardia definitivamente.

— ¿Por qué no se fía de ellos?
— Ellos no pueden saber qué le gusta a una mujer joven. 
— ¿Prefiere que le aconseje una desconocida?
— Mi esposa también era desconocida antes de conocerla.
— No sé si yo podría ayudarle.
— Estoy seguro de que a usted le gustan los libros, y se parece mucho a ella.
— ¿Cómo se llama?
— Brenda.
— Me refiero a usted.
— Mi nombre es Santos.
— Yo soy Sonia. Le ayudaré con gusto, Santos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Su penosa amistad con el amarillo

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. 

Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. 

Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.

Julio Cortázar, Me caigo y me levanto

Los márgenes

Desde que puso los pies en un escenario Tomás supo que lo más importante no era recrear un pedazo de vida, lo imprescindible era crear un pedazo de vida. Se parece, pero no es lo mismo. Quizás ni siquiera se parezca.

Con esa premisa Tomás fue a comprarle unos zapatos de tacón a Sonia, pretendía que la chica caminara por los márgenes del escenario como si lo hiciera por el extremo de un día cualquiera de su vida. 

Para ti, lector esto puede ser más o menos inteligible desde la lejanía de tu pantalla, Sonia no entendió nada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Ángeles

En el medio del escenario había una puerta.

Una puerta en medio de cualquier lugar es algo absurdo si no está en medio de un escenario.

Linda Firenze era igual que aquella puerta.

— Dirígete a la puerta, Linda.

Linda caminó por el escenario, le pareció que caminaba cientos de metros, que el tiempo se estiraba como una goma hasta que, por fin, llegó hasta la puerta.

— Creí que no llegaba nunca.

El tipo que le hablaba de la oscuridad sonrió, pero nadie pudo verle.

— ¿Qué has visto?
— ¿Ahora?
— Sí, en tu camino hasta la puerta ¿qué has visto?
— Me he visto a mí misma.
— ¿Ah sí? Cuéntame eso.
— Me he visto desde distintos puntos de vista, como si yo estuviera en un teatro y me viera caminar.
— ¿Y qué te ha parecido?
— Me ha gustado oír mis tacones sobre la madera.
— Los tacones de las actrices siempre impresionan.
— No sabía que sonaba tan bien.
— Solo suenan bien si caminas bien.
— ¿Lo he hecho bien, entonces?
— No seas modesta, Linda Firenze, sabes que caminas como los ángeles.

Nazaré Lasacano, Cuentos de Parque Chas

Mar azul

Para conseguir el papel, una tarde llegó a casa de Tomás vestida con una falda muy corta de color muy blanco y una camiseta de tirantes rosa palo.

La idea de fondo era confundir a Tomás al que imaginaba en una especie de cortocircuito cerebral preguntándose qué color es el color muy blanco.

Ir por la calle sin medias y sin mangas una mañana lluviosa de finales de otoño tiene efectos sobre la historia, un principio de indeterminación provocado por cada peatón que miraba a Sonia como el que mira una postal mojada de una playa paradisiaca, con su palmera y su mar azul.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



martes

Quejas laborales

Las cosas se complicaron cuando Sonia se empeñó en interpretar el papel de Lupe.

Tomás, para convencerla de que no lo hiciera, le explicó que si ella era Lupe le parecería que la estaba engañando cada vez que se acostaran juntos.

— ¿Y si interpreto a Lascano no tendrás esa sensación?
— Te contraté para que fueras Lascano.
— ¿Me contrataste?
— Hasta firmamos un contrato.
— Un contrato que nunca hemos cumplido.
— ¿Tienes alguna queja laboral?
— Varias, la primera que aún no he cobrado un solo peso de mi sueldo.
— Ya, ¿Alguna queja más?
— El horario, he trabajado más de las horas permitidas por la ley.
— ¿Cuenta cuando te quedas a dormir?
— Claro que cuenta, ¿no sigo interpretando mi papel toda la noche?
— Lo haces tan bien que no me había dado cuenta.
— Tendré que subir mi caché.
— Tendré que seguir sin pagarte.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Los guantes

— ¿Precisión? — Sonia se echó a reír como una quinceañera en el banco de un parque— tu guion tiene la precisión de un boxeador atándose los cordones de los zapatos.

— ¿Con guantes o sin guantes?

Sonia cambió la cara, hizo como que no entendía nada.

— ¿Qué guantes?
— Los del boxeador, supongo que para que no tenga precisión tendrá que tener los guantes puestos.
— Claro, eso he dicho.
— No lo has dicho, creo que no has sido precisa.

Sonia sabía que no lo había dicho y sintió una rabia tremenda hacia ella misma y hacia Tomás. Imaginó entonces que aparecía el boxeador con unos guantes rojos, enormes y, que sin decir nada, le sacudía a Tomás un puñetazo en mitad de esa cara de niñato. Sonia se preguntó qué extraño trauma le hacía acercarse a los hombres débiles.

Las gafas de Tomás salieron volando por los aires y aterrizaron junto a los pies de Sonia que solo tuvo que mover su pie derecho para pisarlas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



lunes

Un mecanismo de precisión

Tomás empezó a preparar la obra con la ayuda de Sonia Ricco.

En el guion escribió que el sótano tenía que ser una especie de estación de metro, un lugar por el que fueran pasando los distintos personajes que irían interactuando con las dos mujeres protagonistas, la idea para resolver el caso se basaba en que alguno de esos personajes vería la representación, se sentiría retratado y le conduciría hasta el sótano.

Tomas no recordaba que nadie hasta ese momento hubiera utilizado el teatro para resolver un secuestro y construyó el guion como un mecanismo de precisión. Pero no contó con que el elemento azar no es posible colocarlo en ningún mecanismo y que, si se hace, ya no existe la precisión.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Sin previo aviso

El tema tan manido pienso salvarlo a base de mezclar indiscriminadamente y sin cualquier aviso previo en el montaje los acaeceres de la protagonista, lo que pasa en la realidad, con las fantasías e impulsos morbosos que ella imagina. 

Según avanza el filme va aumentando la frecuencia de esas interpolaciones y al final, en la última secuencia, el espectador no puede saber si lo que está pasando pertenece al mundo objetivo o al subjetivo de la protagonista, a la realidad o a sus pesadillas.

Luis Buñuel sobre su largometraje Belle de Jour (1966)

sábado

Ritmo cuántico

Una mañana Tomás se dio cuenta de que tenía su casa llena de polvo. Millones de partículas flotando y posándose, a un ritmo cuántico, sutil, indeterminado, por cada línea, recta o curva, de cada mueble, de cada libro, de cada pared.

Un rayito de sol penetraba por la ventana del salón y recorría la casa en una especie de camino marcado, como si el arquitecto de su piso, a imitación de los maestros de las catedrales europeas del medievo, hubiera calculado que a una hora determinada de un día concreto el sol, recorrería su salón para mostrar a Tomás la laboriosidad inútil de las partículas de polvo.

Tomás sintió aquello como una epifanía, algo se movió dentro de él y, por alguna razón que se le escapaba (por la laboriosidad, el medievo o el rayito de sol),  pensó en Sonia Ricco y en su historia con H. y pensó también que ella tenía que interpretar para él el papel de Nazaré Lascano, si lo hacía descubriría todo al fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un giro perfecto

El escenario estaba detrás de una persiana metálica que se abría pulsando un botón verde situado a la derecha, junto a la pared.

Cuando la persiana subía se convertía, a efectos prácticos, en un telón ya que al otro lado estaban las tablas y delante un patio de butacas en la semioscuridad.

Linda Firenze, que no sabía nada de teatro lo entendió todo enseguida. No podría explicarlo con palabras, pero sabía que si lo que tenía enfrente era el patio de butacas, lo que tenía detrás era el escenario, por tanto todo, incluido ella misma, era teatro a este lado, a su lado.

Una voz masculina le habló desde la semioscuridad.

— ¿Nombre?

Linda cometió el error de guiñar los ojos tratando de encontrar el origen de aquella orden.

— ¿Dónde...?
— No hace falta que sepa donde estamos, solo debe decirnos su nombre.

La voz masculina había pasado de la desidia a la autoridad y Linda se apresuró a hacer lo que le pedía.

— Me llamo Linda, — enseguida, mientras decía su nombre, Linda recordó lo que le dijo aquella chica en la cola, mientras esperaban— Linda Firenze.

— Tienes un bonito nombre Linda Firenze, a ver cómo de bonitas son tus piernas. —Linda sintió una especie de estallido en su interior, un chasquido que pensó se había oído en todo el teatro. Aquello debió durar unos segundos y la voz volvió a aparecer—  ¿Pasa algo, Linda? ¿No tienes piernas?

Linda Firenze supo que si estaba allí era para eso, no para enseñar las piernas sino para enseñarse toda ella. Miró hacia su falda y se la subió unos centímetros, casi hasta arriba. La voz tardó en volver. Oyó una tos, supo que había alguien más junto a la voz. Al oírla pensó en que tenía que darles algo más y dio una vuelta sobre sí misma, como si fuera una bailarina. 

Hizo un giro perfecto. Hubo un pequeño murmullo, un buen murmullo.

— Cuéntanos algo sobre ti, Linda.

Linda se colocó la falda.

— Me llamo Linda, tengo treinta y nueve años, estoy casada desde hace doce, mi marido y yo vivimos de alquiler en una casita en Avellaneda.

— Eso no me interesa una mierda, Linda, cuéntanos algo que nos interese, por favor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





viernes

La puerta del bar

H, agarrado a su bolsa azul como si fuera su hijo, asaltó a Sonia frente a una librería, solo unos pasos más de diferencia y la habría abordado frente a un bar del que salía y entraba gente sin parar. 

La historia de Sonia y de H. habría sido otra si hubieran coincidido a la puerta del bar, pero lo hicieron junto a la librería y ya se sabe que los libros, casi siempre, enredan nuestras vidas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Diez minutos de diferencia

Los falsos amantes, como los verdaderos, deben llegar al hotel de su encuentro cada uno por su lado, al menos con diez minutos de diferencia. 

Mejor si en media hora, pero no más porque entonces podrían parecer amantes verdaderos.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Actriz de los 50

Sonia Ricco volvía de un casting que había convocado una compañía de teatro en los sótanos de unos grandes almacenes.

Estaba muy cansada, había tenido que esperar su turno durante dos horas entre cajas de cartón, palets con latas y piezas de tela.

Una mujer de más de cuarenta trató de hacerse su amiga en la cola, era la primera vez que acudía a un casting y estaba asustada. Temía que le pidieran hacer algo indecente. Sonia no entendió lo de indecente, tenía el sentido del olfato saturado por la amalgama de olores que había en aquel sótano y su sentido de la realidad se estaba viniendo abajo con la luz blanca y sin sombras que los envolvía.

La mujer de cuarenta se llamaba Linda Firenze, Sonia le dijo que tenía nombre de actriz de los cincuenta y la pobre le dijo, con tristeza, que aún no había cumplido los cuarenta.

Sonia trató de contener la risa, pero no pudo evitarla. Las dos rieron, cada una por una cosa durante un rato, hasta que se acercó un hombre del staff, y con malos modos les pidió silencio.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Parecidos breves

H. consiguió encontrar a una mujer que no existía, que nunca estuvo allí.

La encontró, como se encuentra lo que no existe, a base de intuición y de obsesión. Su obsesión no duró más de cuatro minutos, su intuición, como sabemos desde este otro lado de las cosas, fue nula.

La eligió porque se parecía brevemente a la mujer que le había definido Tomás. Para que el juego fuera completo aquella elegida también era actriz.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

H. y las conclusiones

H., el hombre de la bolsita minúscula, llevaba un arma.

Tomás consiguió verla tras varias semanas siguiéndole silenciosamente, vigilando sus entradas y salidas, estudiando sus costumbres, interviniendo, sin que se diera cuenta, en su vida cotidiana.

H. salía de su casa, un piso alto y sin ascensor en el interior de un bloque pequeño de ladrillo caravista, todas las mañanas a las siete y cuarenta minutos, excepto los viernes que lo hacía a las ocho y cuarenta.

Siempre llevaba la bolsita azul.

H. volvía a casa a las ocho y cuarenta, de la tarde con la misma bolsita en su mano. Aquella equivalencia, aquel reflejo horario estimuló a Tomás que concluyó que H. tenía que ser el hombre que había secuestrado a las dos chicas.

Lupe y yo vivíamos ajenas a todo en nuestro sótano, aún no conocíamos a H., ni a Tomás, ni el contenido de la bolsa.

Tomás descubrió el arma cuando H. dejó olvidada su cartera durante unos minutos en el bar donde tomaba café a las once de la mañana. Al abrir la cremallera produjo un ruido gutural tras el que apareció la pistola, una Magnum de casi kilo y medio de peso. 

H. volvió al bar con la cara desencajada, buscando bajo la mesa en la que había estado sentado. Cuando levantó la mirada allí estaba Tomás con la bolsa oscilando en su mano derecha.

— ¿Buscas esto?

La entonación no debió de ser buena porque el gordo sonrió con gratitud y alargó su mano como un niño a la hora de pedir un juguete.

— Gracias, no sabe lo importante que es para mí.

Tomás siguió el juego.

— No tiene importancia, me alegro haberle ayudado.
— Permítame que le invite a algo.
— Ya me iba, solo vi que alguien abría su bolsa y me apresuré a pararle.

El gordo, ahora sí, se descompuso.

— ¿Alguien abrió mi bolsa?
— Una mujer joven, llevaba rato sin quitarle ojo.
— ¿Qué mujer? ¿Dónde está? ¿Cómo era?
— Oh, lo siento, apenas me fijé, solo recuerdo que era linda, con los ojos grandes, el pelo castaño no muy largo, llevaba un vestido con florecitas violetas, y amarillas quizás. 

H. miró a Tomás con detenimiento, dudando un instante si le decía la verdad o solo era un loco, después salió a toda prisa en busca de la mujer que había abierto su bolsa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas






martes

Planta baja

Felipe no entendía nada o, lo que es peor, hacía por no entenderlo. Aunque es cierto que cuando le llamó Carolina estaba acostado y no le importó salir de la cama para ir a ayudarla. 

En esos momentos pensó que en su vida había ocurrido algo así como un milagro, un pliegue del tiempo que le había situado en el lugar que le correspondía por derecho desde que llegó a este mundo, quizás desde que sus padres tropezaron en dos matrimonios fracasados para encontrase y que le llevaron directamente hasta Carolina a la que vio por primera vez en el ascensor de la redacción, averiado a solo diez centímetros de la planta baja.

Felipe perdió mucho tiempo dándose una ducha, peinándose con una raya absurdamente perfecta y buscado unos calcetines adecuados para el momento. Cuando llegó a casa de Carolina Suances ya era de día y el pliegue aquel, si es que en algún momento fue real fuera de su cabeza, se había disuelto en una taza de café con leche muy caliente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Épica

La épica de los pequeños gestos.


Hoy: La mujer que temía hacer la compra.

sábado

Muchos decimales

Los hombres de aspecto grasiento me repelen y, a la vez, provocan en mí una especie de curiosidad, como las flores muertas, los números con muchos decimales o la comida poco hecha.

¿Son así de grasientos por qué no pueden ser de otra manera o hacen por serlo?

El pelo pegado a la cabeza del inspector Darío Varona debía tener un acertijo dentro, ¿formaba parte de su atuendo de inspector? ¿o simplemente se lavaba menos de lo necesario?

Recé porque fuera la primera opción, al menos en el ascensor no olía mal, al contrario tenía un olor dulzón, como a flores muertas, que me interesaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Líneas irracionales

Carolina le contó a Felipe Iríbar que, desde hacía tiempo, se levantaba por las mañanas con un sabor a tierra en el paladar.

En la casa olía a café y eso le daba al ambiente un golpe de realidad que paradójicamente hacía que todo fuera más extraño.

Felipe se fijó en que Carolina aún no se había vestido, que sus ojos estaban rodeados de unas pequeñas arrugas casi violetas y que se movía por la casa trazando líneas irracionales.

— ¿Estás sola?

¿Qué pregunta era esa? Ese hombre le debía un favor importante y lo que tendría que estar haciendo es buscando la manera de sacar de allí el cuerpo de Darío. Al pensar en Darío como un cuerpo le entraron ganas de llorar, pero ella nunca lloraba delante de un hombre, aunque fuera Felipe Iríbar, con su carita imberbe de besugo.

A Felipe le llamaban besugo en la redacción, fue ella quien le puso ese mote.

Nazré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Lágrimas en los ojos

Françoise Truffaut: Precisamente las escenas que prefiero son aquellas en las que James Stewart lleva a Judy a la modista para comprarle un traje idéntico al que llevaba Madeleine, el cuidado con el que elige los zapatos, como un maniático.

Alfred Hitchcock: Es la situación fundamental del film. Todos los esfuerzos de James Stewart para recrear la mujer, cinematográficamente son presentados como si intentara desnudarla en lugar de vestirla...

Françoise Truffaut: No había pensado en eso, pero el primer plano de James Stewart esperando que salga del cuarto de baño es maravilloso. Tiene casi lágrimas en los ojos.

Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock


jueves

Golpes vergonzantes

Había días en los que Darío sentía el golpe de la barra de hierro en la cara como el que siente un recuerdo vergonzante.

No había motivo aparente, el dolor, o su recuerdo, podían llegar en cualquier momento o circunstancia.

Estando con una mujer en la cama, cruzando un paso de peatones, comiendo un postre en un restaurante, a punto de quedarse dormido o a punto de despertar. Darío no fue capaz de llegar a la conclusión de que en esos momentos su consciencia se despegaba de su alma y adquiría una especie de vida autónoma que terminaba de forma violenta con el golpe de la barra de hierro en aquel bar de Palermo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Sumido en un abismo sin retorno

Durante mucho tiempo, por la década de los ochenta, se creyó que el escritor argentino Néstor Sánchez (1935-2003) había muerto sin dejar rastro. 

Como sumido en un abismo sin retorno. 

Incluso se le rindieron sentidos homenajes. Pero un día hizo su aparición. Sus seguidores, perplejos, fueron sabiendo poco a poco qué le había ocurrido durante tantos años sin saberse nada de él.

J. Ernesto Ayala-Dip, Soberbia superviviente, Babelia 

sábado

La vida a ciegas

Jorge me confesó una tarde con demasiado calor, con las persianas del living casi hasta abajo, que le gustaba esa oscuridad rojiza, como de medio ciego. Me confesó también que le gustan las mujeres ciegas y que si empezó a salir conmigo fue porque pensó que yo lo era.

Creí entenderle a pesar de que solo intentaba meterme en un laberinto, en un galimatías del que solo él podía salir vencedor porque solo él conocía las normas. 

Me fijé en que, a pesar del calor, llevaba una camisa de mangas largas abotonada hasta el último botón y que no había bebido nada durante toda la tarde. Yo estaba recostada en el sofá en ropa interior y no paraba de ir al baño a refrescarme y a la nevera a por agua fría.

En una de mis vueltas apagué el televisor y le pregunté qué estábamos haciendo. Me respondió como si tuviera preparada la respuesta.

— Ojalá no pudieras verme.

Esa tarde se fue con una de sus ciegas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Fingir, hervir y vivir

 

domingo

Jorge y sus viejos

Poco antes de venirme a España me encontré con Jorge. No fue una despedida, ni siquiera fue una casualidad. Nos vimos en una cafetería donde íbamos a menudo cuando estábamos juntos. Nos saludamos como se saludan dos antiguos amigos, tenía la mirada limpia, estaba bronceado, tenía buen aspecto.

Le pregunté cómo le iba y cómo estaban sus viejos.

— Mis viejos murieron, Naza.

No supe qué decirle, no podía creérmelo, pero no podía decirle que me estaba mintiendo.

— Lo siento mucho, ¿cuándo murieron?
— Da igual cuando, Naza, el caso es que desaparecieron para siempre.

Era mentira, sabía que era falso y no podía hacer nada.

— Lo siento mucho, de verdad.
— Ya lo dijiste, Naza, gracias.

No sabía qué hacer, tenía mi café con leche recién puesto sobre la barra, recé para que no estuviera demasiado caliente. Lo arrimé a la boca y me abrasé los labios. Miré a Jorge y me entró una rabia inmensa, dejé la taza, pagué y me marché sin decir nada.

Fue una buena despedida.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas