Cuando yo era chica en casa teníamos un tomavistas. Una vieja cámara de Super-8 que siempre estuvo ahí. Mamá la manejaba siempre, es por eso que ella nunca sale en las películas familiares.
En la última mudanza aparecieron todas las películas en una caja de zapatos. Las acaricié como si acariciara a mamá, aunque no apareciera en los fotogramas minúsculos de aquellas peliculitas de los años 70. Busqué por todas partes el proyector, pero no apareció.
Distraje aquella caja entre los libros de los viejos y unos cuantos discos. Mis hermanos no se dieron cuenta de que me llevaba nuestra infancia en aquella cajita descolorida.
Hace unos pocos meses pude por fin verlas en un proyector que encontré por Internet. Lo que vi allí no puede contarse porque seguramente no hay palabras para contar la infancia. Solo diré que mamá era una pésima camarógrafa y abundaban las imágenes de pies pequeñitos correteando, grandes planos de césped, aceras rotas y suelos brillantes, además podían verse multitud de nubes, tejados, antenas y chimeneas. Encima y debajo de aquellos escenarios estábamos papá, mis hermanos y yo, a los que se nos veía efímeramente, como insertos de la memoria.
Me ha encantado aquel viaje a la mirada de mamá.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas