lunes

Carta a los corintios

Lupe salvó a Sergio Mata como Jesucristo salvó a la humanidad.

Lupe tendría que salir en la Biblia, quizás en una de las cartas enviadas por Pablo a los corintios, estoy segura de que Lupe hubiera salvado también a los corintios.

Sergio tenía una capillita montada en su cuarto, estaba en una esquina entre la cama y la estantería en la que había colocado una imagen de la Virgen con el niño en brazos. Era una figura amable que imitaba una talla románica. La Virgen tenía una media sonrisa, una sonrisa misteriosa más bella y más misteriosa que la de la Mona Lisa. El niño también sonreía y miraba hacia un lado, justo donde Sergio tenía sus libros de ufología.
 
Lupe entró en la habitación de Sergio como Jesús en el templo. Estuvo un rato mirando entre sus libros, abriendo sus cajones y tocando sus cosas. Cuando se fijó en la capilla, se volvió hacia Sergio.

— ¿Rezas mucho Sergio Mata?


Sergio negó con la cabeza.

— No rezo mucho, pero rezo bien.
— ¿Cómo es eso? ¿con mucha pasión?
— No sé, pero lo que le pido a la Virgen siempre me lo concede.
— ¿Aunque se un pecado?
— Yo no pido nada que sea pecado.
— ¿No me has pedido a mí?


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas







Cosas pequeñas que me gusta saber

Alguien llamó al timbre de la pensión de Carem un martes de madrugada. Son cosas pequeñas que me gusta saber. 

Alguien palpó a oscuras la pared del rellano y pulsó en botón del timbre que se hundió sin ofrecer resistencia.

Carem estaba en su cama, había tomado una pastilla para dormir y no escuchó nada. La mayoría de los huéspedes oyeron el timbrazo. Luis G., un cantante de música melódica que acababa de llegar del club hacía apenas media hora, fue el primero que se levantó, llegó hasta la puerta y miró por la mirilla.

Pudo ver, como si estuviera en una pecera, a una mujer rubia, con tacones altos y un vestido de noche de color rojo.

— ¡Buenas noches!
— Buenas, disculpe, pero la pensión cierra por la noche.
— Necesito entrar, por favor.
— La dueña está acostada y yo no puedo abrirle.

La conversación a través de la puerta era un diálogo inverosímil, casi inventado, sin caras, sin matices, solo terror a un lado y duda al otro.

— Despiértela por favor, es importante. Puedo pagarle, tengo mucho dinero.

Luis quedó herido por el adverbio mucho. ¿Por qué habría dicho "mucho dinero" en lugar de solamente "dinero"?

— No puedo hacer eso. Además, — brevísima pausa—  no hay habitaciones libres.
— Puedo quedarme en cualquier sitio, por favor déjeme entrar, me están siguiendo.

El cantante imaginó por un instante que le dejaba su cama a aquella mujer y, dando por buena la idea, giró la llave y abrió la puerta. 

Delante de él una mujer de casi 1,80 de altura, completamente vestida de rojo, con una maleta y con aspecto de no estar allí. Al verse las caras no se reconocieron, Luis pensó que esa no era la persona con la que había estado hablando a través de la puerta, le pareció más delgada, más guapa, más inquietante y, por tanto, vio imposible que aceptara quedarse en su habitación. 

La mujer se coló entre el cuerpo de Luis y el marco de la puerta y, una vez dentro, le enseñó un fajo con billetes. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Mediana edad

La camarera vivía en una casa rodeada de barrotes. 
Cuando recibía visitas primero se extrañaban, después preguntaban y por último se estremecían. 

El bloque donde vivía la camarera había sido un sanatorio para enfermos mentales, se había ido reformando, se había añadido un piso, se había cambiado la fachada, derruido las habitaciones y construido los baños. Pero los barrotes rodeando el edificio seguían allí.

Nadie se atrevía, ni tampoco querían quitarlos. Algunos, los vecinos más mayores, por la idea absurda de que siempre estuvieron allí, los de mediana edad porque se sentían seguros y los más jóvenes porque les daba una especie de originalidad, de recuerdo trágico, como el que tiene un tatuaje carcelero en el antebrazo o un antepasado muerto en la guerra.

La camarera, que no era mayor ni de mediana edad, algunas noches olvidaba las llaves de la verja en casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Papeles pintados

Una vez entré en una casa que aún conservaba en las paredes el papel pintado que alguien había colocado allí en los años 70. 
Era un papel amarillento, en las paredes habían quedado rectángulos, cuadrados y hasta un óvalo pálidos que recordaban que allí hubo, durante un tiempo considerable, cuadros colgados, o quizás fotografías. Ojalá fueran fotografías.

Pregunté por aquellos cuadros que no estaban. 

Iba acompañando a un chico de unos veinte años. Yo por entonces tenía alguno menos. Era la casa familiar, allí vivieron sus abuelos, su madre y sus tíos. Hacía doce años que nadie vivía allí. Estaba en un bloque de pisos de paredes anchas y techos altos, entraba mucha luz a través de las rendijas de la persiana. Había un ambiente fresco como de sacristía encalada; no había electricidad.

Aquel chico subió con cuidado la persiana de salón y pude ver, entre una nubecilla de polvo, cómo el papel pintado adquiría un tono más dorado y le daba a la escena un tono añejo. Toqué con cuidado, casi con mimo, la silueta que habían dejado los cuadros.

— ¿No sabes dónde están?
— ¿Los cuadros?
— Sí, me gustaría mucho verlos ¿sabes si había retratos?

Ahora recuerdo que aquel chico era un encanto, en lugar de arrastrarme hasta la cama estuvo dando vueltas por la casa buscando algo que no sabía si existía o solo era fruto de mi imaginación.

No encontró los cuadros, pero apareció con un álbum de fotografías sujeto entre sus brazos como si fuera un bebé.

— ¿Podemos verlas, por favor?

Fuimos hasta el dormitorio agarrados de la mano, retiramos unos plásticos que cubrían una cama de matrimonio de madera, subimos y abrimos el álbum. Aquello era maravilloso, pude ver a la mamá, a los tíos y a los abuelos, pude ver aquel mismo dormitorio hace sesenta años.

Sin embargo no había nada mejor que aquellos huecos, que aquellas marcas en la pared. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



No mirar

Durante mucho tiempo, todas las noches Carolina Suances descubría una cucaracha en el suelo de su casa. A veces estaba en el baño, pegadita a la bañera o junto a los azulejos amarillos; otras veces en el pasillo, parada junto a la pared, como un automóvil pequeño, negro y reluciente conducido por alguien muy miedoso por una gran autopista.

Carolina se sobrecogía, avanzaba procurando no mirarla, no asustarla, tratando de que no saliera corriendo. Sabía que si la ignoraba, por la mañana ya no estaría allí.
 
Las noches en que Darío se quedaba a dormir en casa de Carolina la cucaracha no aparecía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

El interior del encuadre

Hay, pues, una cosa que todo cineasta debería admitir, y es que, para conseguir el realismo en el interior del encuadre previsto, tendrá que aceptar una gran irrealidad del espacio circundante. 

Por ejemplo, un primer plano de un beso entre dos personajes que se supone que están de pie, se conseguirá tal vez colocando de rodillas a los dos personajes encima de una mesa de cocina.

Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock

Concédame crédito

[
] me ocurre algo parecido a aquello que le decía Sterne a sus lectores: que no se dejaran guiar por las apariencias y tuvieran paciencia. 

Él le decía al lector: "Aguante conmigo y déjeme proseguir y contar mi historia a mi manera. Y si de vez en cuando parece que me entretengo con tonterías por el camino ---- o que a veces durante unos segundos y mientras pasamos de largo, me pongo un cucurucho con un cascabel, ---- no se esfume usted, ---- sino más bien concédame cortésmente crédito y confíe en que en mí hay más sabiduría de la que muestran las apariencias; ---- y a medida que avancemos dando tumbos y a trompicones, bien ríase usted conmigo, o bien hágalo usted de mí, o en suma, haga lo que prefiera ---- pero no pierda usted nunca el humor".

jueves

Ir a la oficina

Los miércoles Sonia deja a Tomás escribiendo en la mesa de la cocina y se dirige a la pensión donde la espera H. 
Siempre sube a pie, contando los peldaños y siempre se aclara la voz antes de llamar al timbre.

Carem abre la puerta, viste de verde y, sin decir una sola palabra, la acompaña a la habitación número 8 donde H. lleva diez minutos esperando. Sonia da los buenos días como si entrara en la oficina, y va directa hasta el pequeño aseo donde apenas tiene sitio para quitarse la ropa. 

Cuando Sonia sale, H. ya ha retirado la colcha y colocado la almohada, Sonia se mete entre las sábanas, apoya su espalda y su cabeza en la almohada y cruza las manos sobre el embozo de la sábana. 

Hay días en las que no se dicen nada, de fondo se oye a Carem limpiando en el salón o chocando platos en la cocina, en la calle el siseo apagado del tráfico. A la hora exacta Sonia se levanta, vuelve al baño, se viste y se va tras dar los buenos días y desearle a H. una buena semana. 

Pero un miércoles H. empieza a hablar sin aviso y le explica a Sonia por qué lleva un revólver en su bolsa y por qué busca a Calafell.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Carecer de ambiciones

Es más fácil encontrar gente que odie a los literatos (o a un literato en concreto) que a un amanuense. Desde que existe la humanidad, los hombres jamás se cansarán de odiar en los demás lo que ellos mismos querrían ser, sin poder llegar a serlo. 

¿Y quién no desea la sabiduría o, por lo menos, el brillo que da la sabiduría que se supone que tiene a su alcance alguien que es escritor? 

El amanuense, en cambio, no despierta recelos ni envidias. Es una figura modesta, simpática. Carece de ambiciones y, por tanto, no molesta. Se limita a copiar lo que hacen los otros.

La costurera polar, Amanuense

Nosotros

Antes de dejarla marchar H. le propuso a Sonia Ricco un trato. Vendría a verle una vez por semana, los miércoles, porque son días terribles, perdidos en mitad de la nada, sin posibilidad de fuga o de redención.

No tenía que preocuparse de nada. La trataría bien, la dejaría acostada en mitad de la cama, como esas muñequitas que algunas mujeres colocan sobre sus colchas de colores. Con la espalda y la cabecita apoyada en la almohada. 

— ¿Nada más?
— Nada que no quieras hacer.
— ¿Y me dejarás marchar?
— Podrás irte ahora mismo.
— Si te digo que vendré los miércoles podré marcharme ahora.
— Claro.
— ¿Te fiarás de mí?
— Tú te has fiado de mí.
— Si me dejas marchar no sé si volverás a verme.
— Podrás leerme novela negra.
— ¿Qué?
— Novela negra, me interesa.
— La novela negra fuera de los libros es una mierda.
— Ya.
— Fuera de los libros es algo cutre y desagradable.
— ¿Cómo esta pensión?
— Como esta pensión, como tú, como nosotros.

Al oírle decir a Sonia nosotros H. se estremece.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Otros interlocutores lejanos

En esta tragedia, el fatum, el elemento sombrío y mágico, es el teléfono. Está escrita en los años veinte: se estrenó en 1930, y todavía quedaban los teléfonos de manivela, la operadora, las líneas cortadas, las intromisiones de otras voces y otros interlocutores lejanos. 

Un arranque de siglo donde las técnicas entraban directamente en casa y perturbaban.

Eduardo Haro Tecglen, La tragedia está al aparato, El País

Boda real

«No teníamos ni idea de lo que iba a pasar», relata en su perfil de TikTok el novio, Vicente Desantes, un guionista de musicales que se marchó a estudiar fuera de Valencia, que volvió a la capital del Turia para la 'no-boda', y que le tocó ser uno de los dos grandes protagonistas del evento por sorteo. 

Sus amigos repartieron los roles por azar: él y una chica que no conocía fueron los novios, mientras otros se metieron en la piel de los suegros, de los padrinos y del resto de invitados.

Pese a ser un matrimonio ficticio, la realidad es que dio el pego y allá donde fueron convencieron a los presentes de que se trataba de una boda. 

Según relata el novio, sólo conocía la hora y la ubicación de la iglesia, en pleno centro de Valencia. Allí, se congregaron todos los invitados, ataviados con trajes y vestidos de alto 'standing'. Hasta convencieron a varios agentes de la Policía de que era un evento nupcial para poder aparcar en la puerta, disparar una traca y tirarles arroz (luego lo recogieron con varias escobas que portaban).

David Maroto, ABC

miércoles

Estrofas blancas

Lorenzo no conocía el romanticismo, creía que el amor era un adjetivo para definir un tipo de cine y que la poesía solo estaba en los libros de lectura de las escuelas o en las cabezas inmaduras de las adolescentes.

Sabía, aunque nunca lo habló con nadie, que el mundo es solo prosa, también sabía que las historias  pueden empezar o no como una comedia, pero que indefectiblemente  terminan como una tragedia.

Puede que Lorenzo confundiera los géneros, pero no confundía la vida. Conocía el ritmo de cada estrofa aunque no supiera su nombre, y sabía que la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace es una patraña que siempre funciona, incluso en un poema.

Fue por eso que encontró sin buscarlos unos versos sencillos, pero rotundos y claros en el cuerpo desigual de Rebeca. Entre las sábanas blancas la chica escribía, rimaba y contaba sílabas con los dedos como el que cuenta besos. Una vez recorrida y recitada cada estrofa Lorenzo pudo encontrar en el sexo de Rebeca unos versos tan jugosos que a punto estuvo de olvidar sus planes y dejarse perder.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Las miradas

Tomás iluminó el centro del escenario con un foco de luz cenital que creaba una sombra dura, pero que le daba a Sonia Ricco y a la escena un aspecto entre mágico y mentiroso, como una película con pretensiones del Hollywood de los años 40.

Aquello podía haber sido una película barata, pero Tomás había llenado el fondo de ventanitas que simulaban los edificios de una ciudad. Cuando Sonia acabó el monólogo sobre su salida huida de Parque Chas, el foco que la iluminaba se apagó y, al instante, se encendieron las luces de los edificios de mentira del decorado.

En el patio de butacas hubo un ¡oh! tímido y sostenido. Yo no dije nada, estaba más sobrecogida que avergonzaba, aquella mujer se exponía ante el mundo y ante mí misma, recibía las miradas sobre mí de forma vicaria y yo me sentía fuera del mundo.

En cada ventana había una persona haciendo algo que la unía a mi vida, pero yo evité mirarlos, solo deseaba ver si resolvía con acierto el episodio del sótano. Solo quería salir de allí.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Esto no es real

El mundo no se mueve sobre la realidad, sino sobre la percepción de la realidad.

Sneakers (Phil Alden Robinson, 1992)

martes

La mirada de los demás

Tomás midió el escenario con sus pasos y colocó a Sonia Ricco en medio.

Necesitaba mucho público, llenar el patio de butacas porque sin la mirada de los demás no se entendería aquel personaje. Llamaron a mucha gente conocida, incluso me llamaron a mí. 

Pude verme en medio del escenario, en medio de un soliloquio, en medio de un diálogo, oyéndome con una especie de eco interior, desnuda en medio de todos.

Me vi tal cual soy.

Tomás tenía que estar satisfecho, pero no lo demostraba. Sonia era una actriz estupenda y consiguió la naturalidad que yo no tengo. Era yo de forma natural, sin tapujos porque la ficción le daba la libertad de componer un personaje que se abría en su cobardía delante de los demás.

Cobardía fue la palabra más importante de aquel ensayo sin ni siquiera nombrarla.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



El tiro en la sien

En nuestro último año de instituto, a la hora del recreo Lupe y yo salíamos a la plazuela de atrás a comernos una naranja. Era un lugar gris, muy árido una especie de semicírculo de granito con bancos igual de grises y ni un solo árbol. Daba la sensación de estar en medio del mundo y en medio de la nada. A nuestro alrededor varios bloques de pisos cubiertos de ventanas con aspecto de cuencas vacías.

Allí comíamos nuestra naranja o nuestras naranjas cada mañana.

Un tipo de unos cuarenta años nos miraba desde una de aquellas ventanas. Él no se daba cuenta, o quizás sí, pero se le veía perfectamente apostado junto a la ventana acudiendo a la cita cada mañana. En vez de llevar naranjas el tipo aquel llevaba una cámara de fotos, una camarita pequeña y barata, como su casa, con la que medio oculto tras las cortinas, apuntaba a nuestras cabezas y disparaba.

Yo soñaba con que me daba en la sien y caía redonda, y venía la policía armando mucho jaleo con las sirenas, y aquel tipo tenía que demostrar que su cámara no tenía balas, que todo era mentira, que él solo era un mirón y su abogado demostraría que desde su casa podía mirar lo que quisiera.

Lupe jugaba a que aquel mirón era en realidad un proxeneta, un chulo que estaba realizando un catálogo completo con nuestras fotos para después ofrecérselas a mafiosos, políticos y futbolistas.

Lupe decía que ojalá le tocara un mafioso o un jeque. 
Yo seguía con mi empeño del tiro en la sien.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

La nota de Adrián

Hay un lugar en Parque Chas, junto a una heladería famosa, donde hace años las parejas se citaban los sábados por la noche.


Un sábado en el que yo esperaba a Lupe encontré una nota, pegada junto al borde del escaparate de la heladería, en la que alguien había escrito un mensaje con tinta azul.


"María, te estuve esperando hasta las 11,30. Si viniste telefonéame mañana, por favor, al número...) Adrián.


Arranqué aquella hojita de agenda como si alguien me lo hubiera mandado. La despegué de un tirón rabioso y la metí en el bolso. 

Lupe llegó casi al instante, radiante y habladora, pero yo no podía escucharla, detrás de ella, apurada y con el pelo suelto, apareció María que durante unos minutos buscó con la mirada, dio una vuelta, miró hacia la heladería y se marchó para siempre.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un billete de cien pesetas

El desarrollo del debate fue una continua ceremonia de la confusión y de la provocación. Arrabal pidió al auditorio, una aplastante mayoría de militantes libertarios, que los anarquistas rezaran para que España volviera a ser la de Santa Teresa, San Juan de la Cruz y el Quijote y reivindicó para los anarquistas "el derecho a que se les aparezca, como a mí, la Virgen María".

[...] Cuando un veterano militante cenetista manifestó en su intervención estar de acuerdo con parte de lo que Arrabal decía, éste se encaramó en su silla y se subió de pies a la mesa de presidencia, sacando su cartera e insistiendo en darle un billete de cien pesetas al citado cenetista. La escena provocó la hilaridad general.

Solo regalos

A Ramón le conocían en el barrio como Muertod'hambre.

Todos sabían que no tenía ningún trabajo con el que ganarse la vida y que pedía sin vergüenza y sin remordimientos. Y todos le daban lo que podían. Si, por ejemplo, una vecina hacía la compra en el súper o en la carnicería, le decía al tendero "Ponme algún filete más para el Muerto'dhambre" y a Ramón nunca le faltaba de nada.

Era algo así como el pobre del barrio, pero no exactamente porque si algún pobre de los de verdad pedía de verdad en alguna esquina, Ramón también le daba lo que podía, hasta que empezó a ir a misa y a oír aquello de lo sagrado de las limosnas y lo maravilloso de la caridad, y le pareció tan horrible que ya no dio ni un solo peso. 

Él, por su parte, no recibía caridad, solo regalos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



domingo

Las mazmorras

Vamos a cenar a casa de Sebastián Gasch. Cerca del Paralelo, en un ático, Como tantos "intelectuales", lo más cerca del cielo posible. Gran panorama. 
Por lo visto, en general, creen que la naturaleza —directamente—  inspira. 

Olvidan las mazmorras, que, al fin y al cabo, no son tan malas, y que el espíritu está encerrado, sin luz, en el laberinto de la circunvoluciones de la materia gris y en la cárcel ósea de la calaca, como decimos.

Max Aub, La gallina ciega

Memorabilia

A sus 54 años y con once películas a la espalda, la alambicada afición de Anderson al juego de muñecas rusas fluye en
Asteroid City

Un decorado dentro de otro decorado y otro hasta configurar un mosaico de minirrelatos, memorabilia, canciones y símbolos tan encerrados en sí mismos que por momentos el espectador corre el riesgo de quedarse al otro lado del espejo. 

Elsa Fernández Santos, El País

sábado

El cuaderno verde

Jusep Torres Campalans es un personaje inventado por el escritor Max Aub (París, 1903 - Ciudad de México, 1972). A pesar de no haber existido más allá de la ficción, Aub inventa la biografía completa de Campalans y crea más de treinta obras y varios dibujos que llegan incluso a ser expuestos en dos ocasiones en la galería Excelsior de México en 1958 y en la Bodley Gallery de Nueva York en 1962. Aub concibe a Campalans como un pintor cubista, hijo de payeses que emigra a París. En esta ciudad entra en contacto con las vanguardias y confraterniza con artistas como Pablo Picasso, Amedeo Modigliani o Piet Mondrian. Tras el estallido de la Gran Guerra, Campalans se traslada a México para acabar sus días en un lugar remoto de la región de Chiapas.

Para los estudiosos de Aub, este heterónimo es un pretexto creado por el escritor para reflexionar en torno a las vanguardias. El origen del personaje tiene lugar por primera vez en la minuciosa biografía titulada Jusep Torres Campalans, donde Aub describe a modo de monografía artística cómo fue el descubrimiento en Chiapas de la figura de Campalans y cómo inició el trabajo de investigación en torno a él. En este mismo libro, Aub narra la vida del pintor, aporta reflexiones y comentarios de Campalans encontrados en el “cuaderno verde” y añade las supuestas conversaciones mantenidas entre ambos durante su único encuentro en San Cristóbal de las Casas.

viernes

Imágenes mal pegadas

El revólver entre las sábanas le trae muchos recuerdos a Lorenzo. Son imágenes desordenadas, recortadas y mal pegadas. Retales de su adolescencia con su viejo en un bloque de pisos tan iguales que los inquilinos se confundían de puerta y de vida.

Fue su viejo el que a los quince años le dio a elegir entre una navaja y una pistola.

— Si eliges la navaja  elegirás a la familia, pero tendrás que ocultar tu miedo, aprovechar tu momento, ser sibilino siempre y un salvaje cuando haga falta. Si eliges a la familia no estarás solo nunca, pero nunca tendrás tranquilidad.

— ¿Tú qué elegiste?
— Si eliges la pistola no tendrás gloria, no tendrás familia, pero tendrás el futuro en tus manos.
— ¿Tú que elegiste?
— Yo, igual que mi padre, elegí la navaja.
— Yo elijo la pistola.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Caminos de ciega

Le confesé a Amparo mis problemas con las miradas de los hombres.

— ¿Desde cuándo le tienes miedo a esas miradas?
— Desde que era chiquita.
— ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez?
— ¿Estas preguntas son para psicoanalizarme o por morbo? 
— Por morbo, claro. Escúchame Naza, ¿tu mamá no te habló de estas cosas?
— ¿De las miradas?
— Las miradas te devuelven una imagen de ti, te guste o no.
— ¿Y tú cómo lo sabes?
— Las miradas que se devuelven a las ciegas llevan otro camino, pero llegan igual.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Apagar la luz

A Lorenzo no le gustan las mujeres que le piden apagar la luz en el dormitorio, pero tiene debilidad por las que ocultan algo y, a menudo, estos dos gustos se contradicen.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La justicia y el buen castellano

Los estudiantes, los boticarios, los catedráticos y los tipógrafos echaron a Alfonso XIII. ¡Lo hicimos tan bien! Y no éramos tontos, sólo engreídos y sin condiciones de mando.

Aparte de eso, muy liberales y contrarios a la quema de conventos. No, no soy partidario de convertirlos en cenizas. No: yo no soy político. A mí me interesa la justicia y el buen castellano; con eso, como comprenderéis no se va muy lejos.

Max Aub, La gallina ciega

martes

La luz apagada

Podía ser la escena de una película. El chico va al baño y la chica registra sus ropa, mete la mano en los bolsillos del pantalón, no hay nada importante, después busca en la americana donde encuentra una pistola. 

La chica, con el arma en la mano, oye que el chico está a punto de salir del baño y, sin soltar la pistola, corre hasta la cama donde se ocultan, el arma y ella, entre las sábanas. El chico sonríe "¿Todo bien?" la chica, tratando de ocultar sus nervios también sonríe "Todo bien cariño, ¿puedes apagar la luz, por favor?".

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La gente que quieres

Una historia fracasa si se justifica con un muerto.

Puede haber muertos en sus páginas como los hay en las aceras, en las casas y en los hospitales, pero no puede justificarse con uno.

Me resisto a encajar las piezas con ese recurso, porque es de mala escritora y de mala persona viva. 

— Tu padre, Darío, los muertos de la morgue...
— Darío no está muerto, sigue teniendo cosas que decir.
— Lo mataste de un disparo en la cabeza.
— Lo más suave que pude, apenas rozándole en cuero cabelludo.
— Tan suave que no es creíble, no puedes matarlo tan mal.
— Me daba pena.
— ¿Matarlo o dispararle en la cabeza?
— Quería tratar bien su cadáver, como se hace con la gente que quieres.
— No se mata a la gente que quieres.
— No, al menos conscientemente.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Falsas Confesiones

Cuando por fin sintió las manos de Lorenzo en su cuerpo, Rebeca pensó en decirle la verdad. Pero temió que él se hubiera construido ya una imagen con su nombre y decidió callar.

Deseaba oírselo pronunciar, pero Lorenzo parecía tener solo manos, manos que le hablaba, manos que su cuerpo descifraba, traducía, entendía.

— Lo siento, no me llamo Simona, mi nombre es mucho más vulgar.
— Yo también lo siento, solo he venido porque necesito que hagas algo por mí.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Nadie nunca

Rebeca está fascinada por las manos de Lorenzo. 

Nadie le ha preguntado nunca qué es lo que más le llama la atención de un hombre o en lo primero que se fija. Rebeca se fija siempre y, a veces, únicamente en las manos. Las de Lorenzo no son las que el tópico llama "de pianista", ni especialmente fuertes o masculinas, pero sus dedos se mueven con suavidad, con firmeza, haciendo siempre el movimiento justo.

Cuando toma la copa de vino parece como si la abrazara, como si la acogiera, le pidiera permiso y la alzara hasta su boca. Rebeca se da cuenta de que también le gusta mucho su boca.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Fiel hasta la desesperación

Rebeca sale a la calle y le sorprende la luz anaranjada de la tarde. 

Acaba de despedirse de Lorenzo y siente una especie de vacío íntimo muy dentro, un hueco a mitad de camino entre lo físico y lo espiritual.

Antes de marcharse le ha recordado lo del maletín, la idea es tender un vínculo, como el que lanza una última llamada disfrazada de broma o de chiste.

— Aún me debes un maletín lleno de dinero.

Lorenzo ha sonreído, piensa que esa mujer le guardará el dinero y todo lo que haga falta, que ha conseguido una cómplice fiel hasta la desesperación. Por un momento le invade la debilidad y siente pena por ella, pero también sabe que (él) le dará todo lo que necesite y más.

Si esa chica quería ser parte de una buena historia él le escribirá unas cuantas páginas en la suya.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Todos los cuadrantes

¿A quién se le ocurrió pensar que la vida no tenía más que un sentido? (A la derecha o a la izquierda, de ida y no de vuelta). ¿Cómo pudo creerse que va siempre en la misma dirección? ¿Quién no vio que la derecha de uno es la izquierda del otro, si se enfrenta; de uno mismo en el espejo? 

La vida, como el viento, tiene todos los cuadrantes a su disposición. A nadie se le ocurrió pensar que el viento soplara siempre en la misma dirección.

Max Aub, La gallina ciega

sábado

Torres y cielo

¡Cómo me gustaba echar de menos a Amparo en el sótano!

Cuando no sabía a quien parecerme, cuando Lupe estaba fuera de mi alcance o Lorenzo se olvidaba de nosotras me hacía fuerte imaginándome que yo era Amparo, entonces apagaba las luces y caminaba a ciegas intentando montar mi propio mundo como el que monta un castillo recortable.

Y me iba reconociendo por los pasillos y por los corredores, por las torres clavadas en el cielo y las mazmorras ancladas en la tierra.

Torres y cielo, mazmorras y tierra.

Y lo hubiera conseguido si Leire Mendoza no hubiera decidido dejarnos a oscuras. Si te dejan a oscuras ya no puedes seguir haciéndote la cieguita.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Torpes adjetivos

El hecho de que Amparo se dedicara a hacer cosas de videntes me parecía algo gratuito, teatral, excesivo.

No son sinónimos, solo son adjetivos que acompañan a la imagen de Amparo torpemente, pero no se me ocurre otra manera de pintarla.


¿Cómo pintarían ustedes a una mujer ciega que ama la belleza?

¿Cómo hablarían, sin que parezca una broma o una salida de tono de escritora sin recursos, que Amparo fuera una excelente jugadora de ajedrez?


— Soy una persona muy simple, lo que más me gusta de un hombre o de una mujer es su belleza.
— ¿Ves la belleza interior de la gente?
— No seas pava, Naza, me gustan los hombres guapos.
— ¿Y las mujeres?
— Más guapas aún.

Me quedé un rato pensando.


— Nunca he pensado que Jorge sea guapo.

Amparo sonrió.

— Jorge no me gusta porque sea guapo.
— ¿Por qué entonces?
— Por lo mismo que te gusta a ti, que también eres ciega.
— ¿Por qué no conoce las reglas del juego?
— Porque las conoce, pero no las sigue.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




martes

Una esfera perfecta

Tumbada sobre la cama sin deshacer, Rebeca fijó la mirada en la lámpara que colgaba del techo. Era un globo, una esfera perfecta del tamaño de un balón de básket que emitía una luz blanca y mate.

Imaginó que en algún lugar del universo habría una estrella como esa y que alguien la estaba mirando  tumbada desde una cama de hotel barato.

¿Habría hoteles baratos en otras galaxias? Rebeca pensaba que sí, que todo lo que puedas imaginar y, sobre todo, lo que no eres capaz de imaginar tiene su espacio en lugares del universo a las que nunca podremos llegar. 

Por eso le gusta leer y por eso le gusta el azar.

Rebeca piensa que alguien la está leyendo en algún lugar del mundo en estos momentos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un favor importante

La última noche antes de salir del pueblo, Damián salió al prado que había detrás de la casa familiar, tomó una azada y estuvo excavando durante varias horas. Cuando le pareció que ya había llegado donde quería llegar sacó varias paletadas de tierra húmeda y la metió en una caja de madera de donde tuvo que sacar unos zapatos brillantes.

Damián llevó esa caja en su maleta hasta el puerto de Vigo, después durante toda la travesía, y solo salió del fondo de su maleta en el puerto de Buenos Aires donde un funcionario de aduanas la abrió pensando que contenía dinero, embutido o alguna botellita de aguardiente. El funcionario hundió la mano en la tierra y cuando no encontró nada estuvo a punto de arrojarla a un gran cubo de basura, pero por alguna razón que no explicó a nadie, no se atrevió a hacerlo. 

Años más tarde aquel hombre, "el funcionario de la cajita" tuvo que pedirle un favor importante a Damián.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Teatro para ciegos

— Me gusta que me miren.
— ¿Cómo lo imaginas?
— Imagino que me tocan sin manos.
— Creo que podría entenderlo.
— No creo que tengas problema, Naza, quedamos en que eras ciega.
— Quizás tengas razón, puedo notar esa sensación.
— La tengo, eres de las pocas videntes que entienden cómo me siento cuando me miran.

— ¿Me ayudarás a probar?

— Es fácil, el no ver te impide reconocerte del otro lado.

— No sé si entiendo lo que quieres decir.

— Es como representar una obra de teatro para ciegos.

— ¿Quieres decir que no te importan los demás?

— No es que no me importen, lo que ocurre es que no me condicionan porque no entiendo su idioma.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La religión de la gratuidad

Françoise Truffaut:
 Vuelvo a la escena del avión en el desierto. El aspecto seductor de esta escena reside en su misma gratuidad. Es una escena vacía de toda verosimilitud y de toda significación; el cine, practicado de esta manera, se convierte realmente en un arte abstracto, como la música. Y esta gratuidad, que a menudo se le reprocha, constituye precisamente el interés y la fuerza de la escena. 

[] no habría que reprocharle nunca la gratuidad en sus films, pues practica la religión de la gratuidad, el gusto por la fantasía fundada en el absurdo.

Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock

lunes

Estrellada

En el delantal de la camarera quedó dibujada una galaxia en forma de medusa.

Algo tan inmenso y tan lejano quedó representado a la perfección en algo tan minúsculo y tan cercano como una serie de manchas producidas por un vino tinto con denominación de origen español.

Lo inefable a veces está al alcance de una copa estrellada contra el suelo.

Hay que estrellar más copas para entender.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Salir del juego

Dos mesas más adelante una pareja muy parecida a ellos pidieron exactamente lo mismo para almorzar, aunque con los platos cambiados, una pizza cuatro estaciones para él y fetuccini para ella.

También pidieron una botella de vino, aunque no pudieron ver su origen.


Rebeca se fijó en ellos y vio, con tristeza, que la chica era más guapa y vestía mejor que ella, también se fijó en que el hombre era menos elegante y mucho menos atractivo que Lorenzo.

Todo parecía transcurrir en un perfecto juego de espejos hasta que la chica de la mesa vecina empujó su copa de vino con el codo y esta cayó al suelo haciéndose pedazos y salpicando con gotas de vino el delantal blanco de la camarera.

Rebeca supo que la chica había tirado su copa a propósito para salir de ese juego y le dio envidia no haber sido ella la primera en haberlo hecho.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El amante sobrio

Lorenzo fue descubriendo poco a poco las marcas que otros lectores habían ido dejando en Rebeca.

"Esta es de un actor que se emborrachaba demasiado, esta de un maestro que bebía mucho, esta de un repartidor de cerveza".

— ¿No tienes ninguna de alguien sobrio?
— No, y me temo que tú también bebes demasiado.
—¿Lo dices por el Rioja? Solo bebo cuando conozco a alguien interesante.
—No te creo, yo no soy interesante.
—Si no fueras interesante no te dejaría mi maleta.
—¿Aún sigues con lo de la maleta? Ya no es necesario, ya me tienes a mí.
—La maleta no es un medio, es un fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas