jueves

Los vértices de lo improbable

Quizás por su condición de gata Joana Yurineva debería odiar la lluvia. 

Pero Joana sabe que es en esos momentos, con lluvia intensa o con un calor extremo, donde los vértices de lo improbable se asoman a la realidad.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Culpable de nada

El inspector Darío Varona ya estaba en el teatro cuando llegó Joana. Fue el primero que la vio llegar, como un animal mojado, el pelo pegado a la cabeza y el vestido chorreando agua.


Al inspector le dio pena ver a aquella mujer arruinando su entrada al teatro y tuvo la certeza de que una persona así no podría ser culpable de nada. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La primera impresión

Joana Yurineva camina como un felino y cuando entra en algún lugar la primera impresión, rápida casi inconsciente, de quien la ve llegar es que acaba de entrar un gato. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Hermenéutica

Sin el tarot nunca hubiera sabido de dónde venía porque mi madre no tenía intención de decirme nada.

En el fondo, el tarot es una hermenéutica. Lees una serie de signos y es tu inconsciente el que habla. Una sesión de tarot es el encuentro entre dos subconscientes: el tuyo y el del tarotista. Sigo recurriendo a esta práctica, aunque mi tarotista se acaba de jubilar. 

María Larrea


martes

Los personajes

Ningún escritor debería colocar a sus personajes en situaciones de un calamidad extrema. 
Tener piedad por un personaje es tenerla también por la humanidad y por uno mismo. 

Las cosas se tuercen si el escritor no se tiene cariño o la humanidad se le ha vuelto en contra.

Terry Salgado

lunes

Una femme fatale en un piso de Moscú

Es posible que Joana Yurineva aceptara verse con Luis G. en un teatro para poder ponerse un vestido negro ajustado y unos tacones altos.

Desde pequeña a Joana le gustaba disfrazarse, transformarse en todo lo que no podía ser. No era fácil imaginar ser una femme fatale en un piso de treinta metros cuadrados a las afueras de Moscú. 

Cuando se hizo mayor, Joana empezó a interpretar todos los papeles que llevaba preparando desde niña.

Fue ella la que llegó primero al teatro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El tío del ring

Una noche, en medio de un bar, Enrique me contó que cuando a él y a su hermano mayor les preguntaban cuando eran niños a qué quería dedicarse de mayores, el hermano contestaba que futbolista o médico y él, muy serio, decía que ascensorista o "el tío del ring". 

— El tío del ring es el encargado de tocar la campana en los combates de boxeo.
— ¿Pensabas en darle a tiempo al gong para salvar a un boxeador tendido en la lona?
— No, no, Naza, pensaba en darle antes de tiempo. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

El número final

J: Papá, ¿cuál es «el número final»?
A: ¿Cómorl?
J: Sí, el número en que se acaba todo.


Julia Gómez


Desenmarañar la trama

Finalmente Luis G. convenció a Joana Yurineva para que se citaran fuera de la pensión. El hecho de haber logrado ser convincente era un detalle que tenía que haber hecho sospechar a Luis quien, borracho de triunfo, propuso a Joana citarse en un teatro, más en concreto en el vestíbulo, junto al ropero.

Luis pensaba que igual que el principio de una historia puede darse con facilidad en el vestíbulo de un teatro (véase la película Días sin huella), el argumento de la suya podría desenmarañarse en el mismo lugar. 

No había ninguna ley que así lo dijera, no había pruebas ni estudios, pero el sentido común de una buena trama así lo marcaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Una persona distinta

Mi angustia viene de mi  deseo de ser yo mañana una persona distinta, alguien no atado a la primera frase de sus escritos.



Los pisos que yo quiero

— ¿A qué piso va? 

— Al séxtimo.


Julia Gómez

sábado

Un mechón suelto

Una tarde pillaron a Enrique en una librería cortando con una hojilla de afeitar la página de un libro
 que cogió al azar de la sección de novela española contemporánea. Enrique no supo que era una novela de Vila Matas hasta que no tuvo al dependiente encima.

— ¿Qué haces?

El dependiente era un hombre corpulento con aspecto de dedicarse a cobrar deudas. No parecía un librero, pero nadie sabe qué aspecto tienen realmente los libreros.

— Nada.

Nunca digáis nada, es lo peor que se puede decir, daréis al adversario un pie espléndido para armar un ataque contra vosotros y vuestros argumentos que, según acabas de decir, no son nada.

— ¿Cómo que nada? ¿Estás cortando las hojas de los libros?
— Solo una hoja.
— ¿Solo una?
— Sí, solo una, de momento me basta.
— ¿Me estás vacilando? Bueno, ven para acá que lo vas a pagar.
— No puedo.
— ¿No tienes dinero?
— Sí, sí tengo dinero, pero no he venido aquí a comprar libros.
— ¿A qué has venido? ¿A romper hojas?
— No a romperlas, a cortarlas al azar.
— ¿Te estás riendo de mí?
— Ni siquiera había visto que era un libro de Vila Matas.
— Espero que te guste porque te lo vas a llevar.
— Si hubiera sabido que era de Vila Matas no le hubiera cortado una sola hoja.
— Me da lo mismo, ven para acá por favor.

El dependiente toma a Enrique suavemente del brazo y lo lleva hasta la caja, allí una chica muy joven y muy menuda, el antónimo del dependiente, le mira con pena.

— Lola, mira a ver el precio de este libro y cóbraselo al señor.

Lola mira en el ordenador, un mechón de pelo le cae sobre la frente y Enrique se fija en que tiene el pelo sujeto con horquillas de colores. Piensa por qué, teniendo tantas horquillas, no se ha recogido también ese mechón. Pero esa mañana, cuando se ha peinado para ir al trabajo, Lola ha dejado el mechón suelto a propósito, quizás pensando que algo iba a pasar.

— Son 15 con 95, por favor.
— No voy a pagarlo, Lola.

Lola no sabe qué responder, busca con la mirada a su compañero que se ha apartado un momento y está hablando con una mujer con aspecto de haber salido sin causa aparente de una película de cine negro.

— ¿Qué vas a hacer entonces?
— Puedes comprarlo tú.

Lola sonríe y vuelve a mirar al dependiente que no quita los ojos de la mujer que acaba de emerger (porque sí) de una película.

— No puedo hacer eso.
— ¿Por qué no? Yo ya lo he leído y solo le falta una página.

Enrique le enseña la hoja a Lola.

— Cuando llegues a esta página puedes llamarme y yo te la llevo.

Lola saca su propia tarjeta de crédito y sin decir nada paga el libro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El filo de las navajas

Comencé a fijarme en cada detalle, en el todo presente en lo más leve, en lo minúsculo.

Vi, con toda claridad, que las manchas de humedad que los pies de Lupe imprimían en la alfombrilla del baño cuando salía de la bañera eran iguales, idénticas, a las que dejaba la pelirroja los días en los que se bañaba a toda prisa porque tenía cita con el viejo, y dejaba las marcas de sus piececitos como un recuerdo envenenado, o a las que formaban los pies mojados de Jorge las mañanas en las que volvía de casa de la ciega, como un adolescente borracho, chocando con los muebles hasta que desaparecía en el rumor de agua del baño.

Eran unas manchas gruesas y bien formadas que seguro que se repetían en el contorno de islas desaparecidas tras un tsunami que nadie recuerda, de meteoritos silenciosos viajando por el espacio junto a planetas sin nombre, o de goteras formadas tras una lluvia intensa en los techos agrietados de apartamentos de ciudades fundadas por comerciantes que repiten esas mismas manchas, formadas por agua y sal, en el casco de sus barcos y de sangre reseca en el filo de sus navajas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





Dios y el tiempo

Hubo un tiempo en que Darío creía en Dios, después supo que no existía, pero siguió creyendo. 


Cuando dejó a Dios, Darío empezó a creer en el tiempo y, de la misma manera, averiguó que no existía.


Por fin, atando cabos se dio cuenta de que Dios y el tiempo son lo mismo, ninguno existe, pero actúan como poderosas variables.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Ser cautos

¿Quién es?
— Luis, soy Joana.
— Joana — bajando la voz—  ¿Cómo me llama aquí? Es peligroso.

— Al contrario, debemos dejar todas las huellas que podamos, será la prueba de que no tenemos nada que ocultar.


Luis G. no sabe cómo interpretar esas palabras. Tiene los pies descalzos, jabón en la cara y está tapado únicamente con una toalla, se encuentra tan incómodo en mitad del pasillo que todo lo que le dice Joana le parece que proviene de otro mundo. 

Cuando Carem pasa a su a lado algunas gotas caen de su cuerpo y chocan contra las baldosas del suelo.


— No sé, Joana, creo que deberíamos ser cautos.
— Ser cautos no sirve Luis, esta misma tarde vuelvo a la pensión.
— ¿Va a venir aquí? ¿para qué?
— Para verte.
— ¿A mí? ¿qué tengo que hacer?


Joana ríe a través del auricular. 


— Nada, solo ponte guapo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La visita

— Los martes visito a un cliente ¿te gustaría venir?
— ¿Un cliente?
— Yo lo llamo así, pero no es más que un pobre hombre solitario.
— ¿Y qué haría yo allí?
— Puedes quedarte tomando un café.
— No sé si le gustaría.
— Vive en una pensión, puedes esperarme en el comedor. La dueña tiene buena pinta, una mujer guapa, una morena de pelo ondulado y caderas anchas.
— ¿Crees que hablará conmigo?
— Es muy educada, te ofrecerá un café y se sentará a hablar contigo solo si a ti te parece bien.
— ¿No le molesta que vayas a ver a tu cliente?
— Le molesta, pero no lo demuestra.
— ¿Qué piensa de ti?
— No sé lo que piensa, pero sí que está muy celosa.
— Entonces le gustará conocerme.
— Se sentirá arropada por ti.


Cuando acaba su diálogo Sonia mira a Tomás que está con los brazos cruzados.


— ¿No te ha gustado?
— Al contrario, creo que lo tienes.
— Pensé que no te gustaba, te has quedado como un palo.
— ¿Crees que a Santos le gustaría participar en la obra?
— Ni hablar, tendremos que buscar a alguien que lo sustituya.
— ¿Y a la patrona?
— Quizás, según como evolucione su papel.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Cuerdas por balas

A H, le gustaría llega a un acuerdo con la chica del violín.


Le gustaría saber algo de su vida y, a cambio, contarle lo peor de la suya. Le gustaría conocerla, aunque esa palabra no tenga el tamaño necesario.


Se contarían cosas, se visitarían, se intercambiarán sus objetos. 


Cuerdas por balas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La sed

Darío llama a su casa, le abre su madre, está cocinando, de la cocina sale el olor del vapor de la olla. 

— ¿De dónde has sacado esa chaqueta? 

Darío no sabe qué responder, está tranquilo, pero tiene una especie de pesadez en la garganta.

— Hola mamá, ¿Me das un vaso de agua?

— Ya sabes dónde están el vaso y el agua.

Darío abre el armario de los vasos y las tazas y allí está todo donde debe estar, coge un vaso y abre el grifo. Lo bebe de un trago.

— ¿Dónde estuviste?

Cuando acaba, Darío vuelve a colocar el vaso debajo del grifo.

— ¿Qué?
— ¿Qué? ¿qué? ¿Qué dónde estuviste todo este tiempo?
— Por ahí.
— ¿Por ahí? ¿Dónde es por ahí?
— Fui policía ¿te acuerdas?
— No puedo acordarme ¿aún no te explicaron como funciona el tiempo?
— Ya, ya. ¿Y tú?
— Yo sigo aquí, ya sabes, eres tú quién debe contarme qué fue de tu vida.
— No sé, fui policía.
— Ya sé, me refiero a cosas importantes. ¿Conociste alguien? ¿Te casaste? ¿Tuviste hijos?

Darío bebe del vaso, después mira a su madre, sus ojos se llenan de lágrimas.

— Me alegro mucho de verte mamá.
— Cuéntame Darío, ¿fuiste feliz?
— No mamá, algunos ratos, casi nunca.
— Por eso tienes tanta sed Darío.
— No sé, mamá.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





jueves

Una llamada urgente

Joana llama por teléfono a Luis G. Es Carem quien descuelga el auricular negro y oye al otro lado la voz de una mujer que no tiene acento, pero que sin duda es extranjera.

Carem para un instante delante de la puerta de la habitación de Luis, le parece oír un ruidito continuo y fino, una especie de estallido líquido que no puede ser otra cosa que el orín contra el lavabo y que provoca que Carem se ponga colorada y aporree la puerta con furia.

— ¡Señor Luis! ¿Se puede saber que hace?

Inmediatamente el ruido líquido estallando contra el lavabo cesa. Hay un instante de silencio e, inmediatamente, Luis responde.

— ¿Qué ocurre?
— ¡Abra! ¡Abra inmediatamente!
— ¡No puedo! Estoy lavándome.
— ¡Abra o abriré yo misma!

Como Luis G. no abre la patrona saca un manojo de llaves que lleva en el bolsillo y sin siquiera mirarlo toma la llave correcta que introduce en la cerradura a la vez que empuja la puerta hacia adentro.

Carem encuentra a Luis G. desnudo, junto al lavabo lleno de agua, con el pecho lleno de jabón y la cara de espuma de afeitar. 

— Tiene una llamada Luis, parece urgente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Exploración en apnea

Si tiene suerte y la puerta no está cerrada con llave, Enrique consigue entrar en la casa. El corazón le resuena en el pecho cuando consigue oír el clic metálico que le indica que ha conseguido abrir la caja de las sorpresas.

Enrique avanza pisando con suavidad y sin hacer ruido por un espacio desconocido. Con la respiración detenida, en una exploración en apnea hace un primer recorrido por el piso. Solo cuando está convencido de que no hay nadie echa el aire retenido que trae de fuera y que se mezcla con el de la casa vacía.

En la mayoría de las ocasiones solo cambia cosas de lugar, se lleva algo de la nevera, roba algún libro o deshace la cama, otras veces es él quien deja objetos como una botellita de licor, unas braguitas o un revólver de juguete.

Enrique tiene pasión por las pistolas y por los juguetes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Vacía

Una mañana en la que H. no acudió a la pensión, Carem hizo canelones en una fuente de cristal con la que se quemó los dedos al sacarla del horno.

Desde la habitación vacía de H. no pudo oírse el estallido de la fuente haciéndose pedazos contra el suelo de la cocina.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La característica principal

Después de un ensayo Tomás le explica a Sonia Ricco que a los personajes le ocurren las cosas siempre por primera vez.

El concepto de la primera vez es gigantesco, ilusionante y está lleno a partes iguales de miedo y excitación. Los personajes de una obra de teatro, pero también los de una novela o los de una película, viven todo por primera vez, esa es su característica principal.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

El rastro de migas

Enrique ha aprendido algunos trucos.

Por las mañanas compra una barra de pan y se pasea por ella por una calle de cualquier barrio hasta que ve a algún vecino entrar en un portal. Enrique corre sonriente, con su barra bajo el brazo "¡Por favor! no cierre, ¡gracias!".

Enrique entra entonces en el portal, el vecino o vecina lo miran confiados, le sujetan la puerta y le dan los buenos días. Enrique los trata con familiaridad, comenta algo sobre el estado de la calle, sobre alguna obra reciente, algún socavón demasiado profundo o alguna anécdota superficial con la cajera del súper. 

Hablando entran en el ascensor, Enrique pulsa el botón del piso que le indica el vecino, sube hasta el último y después baja las escaleras dejando miguitas de pan con la esperanza de encontrar alguna puerta abierta.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Algas, corales y plantas subacuáticas

Si hay hombres a los que les define su coche, el tabaco que fuman, las mujeres con las que salen o su forma de caminar, a Luis G, le define su lavabo. 

Algunas noches, después de cenar en el comedor, se retira a su habitación, fuera aún se oyen las voces apagadas de los huéspedes y de los anuncios de la televisión. Mientras tanto, solo en su cuarto Luis acciona el grifo y llena su lavabo hasta el borde, después de desnuda, mete la cabeza dentro, abre los ojos y ve una claridad lechosa matizada por el amarillo de las lámpara que preside el centro del techo de la habitación.

Luis bucea en apnea entre algas, corales y plantas subacuáticas, sabe que si avanza un poco más podrá encontrar peces y quizás restos de algún galeón hundido, pero pronto siente que el aire está a punto de acabársele, tiene que salir a la superficie y tomar una bocanada, entonces la luz amarilla le deslumbra y solo le queda nadar hasta la playa. Después, con el pelo chorreando, se tiende sobre la arena para secarse al sol.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Piedad

Soy una escritora cobarde, por tanto tengo piedad por mis personajes. 

Alguno de ellos, como Tomás, teorizan  con la fina línea que les separa de la ficción y tratan de comprender por qué están supeditados a las leyes de la literatura y a los caprichos de alguien que no conocen.

Tomás no entiende que la literatura tiene leyes tramposas y que, si yo fuera caprichosa, inventaría fábulas en vez de trastornar piadosamente mi memoria.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Rascar en la piel

La vulgaridad es algo que solo tiene fuerza en el presente. Darío puede ver que tras cada hombre y cada mujer hay un tiempo tan extenso, tan lleno de giros, matices y decisiones que la vulgaridad no encuentra su lugar.


Una especie de árbol genealógico de hechos heroicos o inefables se bifurca como un sistema circulatorio complejo tras la piel de cada transeúnte. Darío no tiene más que acercarse y preguntar, o rascar en la piel para encontrar un laberinto con la señal de salida marcando el presente. 

Solo el futuro no es visible para los muertos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Intermezzo

— Tendremos que inventar una buena coartada.

Luis G. mira a Joana como si se hubieran quedado solos en el club. No hay clientes en las mesas, no hay camareros en la barra, solo ellos dos y su compañero al teclado que ha empezado a tocar una vieja adaptación del Intermedio de una zarzuela llamada La Leyenda del beso.

En medio de la música, y en medio de la sala, Joana le explica que antes o después la policía dará con ellos, que ya habrán tomado pruebas en la pensión que le incriminen y que no se preocupe que ella no le dejará solo.

Luis se da cuenta, envuelto por los acordes románticos del sintetizador, que Joana le habla como si fueran amantes, entonces siente una serie de impulsos que nunca había tenido, desea acercarse a Joana, besarla con fuerza, desea tomarla de la mano y salir de allí, huir con lo puesto fuera del país, desea dejar de ser él mismo ahora que se ha reconocido. Por fin se atreve a agarrarla de la mano y hablar.

— Debemos tener claro lo que vamos a contar a la policía.
— Creo que lo mejor es cada uno incrimine al otro.

Luis G. suelta la mano de Joana.

— ¿Qué? No pienso incriminarte.
— Debemos hacerlo, es lo más normal, tendrán que averiguar quién miente, el caso se liará, será la palabra de uno contra la del otro, no podrán demostrar nada.

Luis tiene una sensación de vuelta a la realidad. El tema está llegando a su fin y su compañero le hace gestos desesperados, Joana le mira sonriente y los clientes han vuelto a sus mesas. Cuando se levanta, ella le sigue con la mirada, cuando toma el micrófono para cantar Joana aún está allí, pero él ya no la ve.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Varios nombres

— La llamó por su nombre.
— ¿Pudo oírlo con nitidez?
— Con toda nitidez, el hombre que llamó dijo su nombre y su apellido y ella le abrió la puerta.
—¿Lo oyó subir?
—Oí como paraba el ascensor y cómo llamaba a la puerta de la viuda.
—¿Qué dijo?
— Dijo "Buenas noches, es usted Rebeca Terroni?
— ¿Rebeca Terroni?
— Es el nombre de la viuda ¿no lo sabía?

Darío, azorado, mira su libreta.

— Creo que tengo otro nombre apuntado.
— A ver si está buscando a una mujer distinta, inspector.

Darío Varona está confuso, da vueltas a su libreta, pasa las páginas varias veces hacia adelante y hacia atrás. Finalmente me mira pidiendo socorro.

— Al parecer esa mujer usaba varios nombres— digo con seguridad, como si fuera la compañera del inspector, y el testigo continúa con su relato.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Hábitos nocturnos

Alguien llamó a la casa de la viuda de madrugada.

El inquilino del apartamento del piso superior oyó el timbre y cómo la viuda se levantaba de la cama.

— ¿Por qué estaba usted despierto a las cuatro y media de la madrugada?

La pregunta del inspector Varona me dejó descolocada, un testigo había llamado directamente a comisaría, tenía datos de primera mano, podía tener la llave del caso y el inspector le preguntaba por sus hábitos nocturnos. La respuesta no fue menos sorprendente.

— Estaba vomitando.
— ¿Dónde?
— En el cuarto de baño, en la taza del váter.
— ¿Por qué vomitaba usted?

Era un hombre joven, parecía más joven de lo que era en realidad, pero era bajito, menudo y con la cabeza grande y redonda.

— Había bebido demasiado.

El inspector puso una mueca de disgusto.

— Eso no deja esta conversación en buen lugar.
— ¿Qué quiere decir? ¿Qué no se fía de mí?
— De usted sí, lo que no me fío es de lo que creyó ver u oír.
— Sé muy bien lo que oí.
— ¿Antes o después de vomitar?
— Antes y después.
— Soy todo oídos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Promesas que se cumplen

Esa noche no había demasiada gente en el local. Era temprano, los camareros aún cortaban los limones en rodajas finas y se oía el entrechocar de los vasos colocándose en el estante. 

Luis G. había empezado a cantar hacía apenas veinte minutos, su voz tenía un buen tono, no muy grave pero si lo suficiente para anunciar que la noche empezaba. Apenas le escuchaba nadie y él no cantaba para ninguno de ellos. El músico que le acompañaba al teclado bebía a intervalos regulares de un vaso de whisky.

A las once y media llegó Joana Yurineva al local, clavó los ojos en Luis G. quien no tardó en sentirlos sobre su pecho. Luis vio cómo se sentaba al final de la sala, cómo uno de los camareros más jóvenes corrió a atenderla y cómo le saludaba abriendo su mano izquierda y estirando mucho los dedos.

Luis G. tardó dos canciones en llegar hasta su mesa.

— Buenas noches señorita.
— No podía imaginarme que se dedicaba usted a cantar.
— Hago lo que puedo.
— Lo hace muy bien.
— Gracias, No es verdad, pero conozco tan bien las canciones que se cantan ellas solas.
— ¿Puede sentarse?
— Puedo sentarme lo que tarda mi compañero en acabarse su copa, después se pondrá nervioso y me llamará a gritos al escenario.
— ¿No me pregunta por qué me fui de la pensión?
— No me incumbe, son cosas suyas supongo.
— Pero la policía me busca.
— Supongo... no sé.
— ¿Solo supone?
— Solo sé que la señora Joaquina apareció muerta y que usted no estaba. 
— Yo no la maté.
— No quiero decir que la matara solo digo que es lo único que sé con certeza. Supongo que era muy mayor y sufrió un infarto, la autopsia lo aclarará todo
— La autopsia dirá que alguien la mató.
— Bueno, no sabía.
— No fui yo, pero soy la única que estaba con ella esa noche.
— ¿Vio usted al que lo hizo?
— Sí.
— ¿Podría reconocerlo?
— Fue alguien de la pensión.
— ¿Uno de los huéspedes?
— Uno de los huéspedes.
— No sé si está usted jugando conmigo.
— La mató después de que la señora Joaquina dijera el número de la lotería.
— ¿Y a usted?
— ¿A mí?
— ¿Por qué no la mató también a usted?
— Porque le prometí verle después de que todo pasara.
— ¿Verle?
— A ese hombre le intereso yo más que el dinero.
— ¿Es un hombre?
— Sí.
— ¿Y prometieron verse?
— Yo siempre cumplo mis promesas.
— ¿Va a cumplirla? Puede ser peligroso.
— Ya la he cumplido, ya estoy aquí.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




Miedo a las alturas

Sonia se pone los zapatos, es tan pronto que siente que la luz no le va bien, que el negro no reluce igual con la luz aún mortecina, con esa luminosidad de un sol débil, con esa especie de bruma melancólica.

No se atreve a decirle lo que piensa a Tomás, solo se coloca los zapatos, fija con la hebilla la pequeña tira de cuero negro a sus tobillos y se levanta.

Tomás ve cómo Sonia duda en su ascenso, cómo se tambalea un instante y en menos de ese instante está a punto de perder el equilibrio. Le parece un momento perfecto, una mujer tan bella, con unas piernas de actriz de cine negro con miedo a las alturas, a sus propias alturas.

—¿Camino?— Sonia pregunta con cuidado, tratando de que las palabras no la desequilibren.
— ¡Camina!— Tomás suelta su palabra como si fuera un conjuro, como si fuera Cristo delante de Lázaro.

En cada paso, en cada golpe en la tarima, en cada pisada sonora, Tomás ve la historia que avanza llena de matices, Sonia también siente en cada paso el tipo de mujer que está interpretando. Cuando llega al medio del escenario se detiene delante de una puerta falsa que divide en dos el espacio.

Llama con los nudillos y la madera resuena.

— ¿Puedo pasar?

La puerta se abre, Sonia pasa.

— Buenos días, Santos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El bote de galletas

Una tarde de mayo no aguantaba más y me fui de clase. 

Lo primero que hice fue entrar en un bar y pedir un whisky con hielo. No es mal comienzo para tener dieciséis años recién cumplidos y ningún amigo irresponsable. El camarero a penas me miró, a esa edad parecía mucho mayor, ahora por suerte parezco más joven. 

Una señora mayor con un perrito cogido en brazos a modo de bebé peludo refunfuñó. Después supe que lo hacía porque alguien, la amiga con la que tomaba café todas las mañanas, acababa de sacar el premio especial en la máquina tragaperras. 

La amiga recogía las monedas como si recogiera pedazos de felicidad y el camarero le acercó un bote de plástico con restos de galletitas saladas. La mujer fue echando las monedas en el bote, la mezcla del metal con los trocitos de galleta resultaba irresistible.

Cuando pasó junto a mí, la mujer ganadora me miró con aire de campeona del mundo, me sonrió, metió la mano en el bote y me dio un puñado de monedas con trocitos minúsculos de sal. "La felicidad hay que repartirla".

Creo que ni le di las gracias. Desde ese día me escapé muchas veces de clase y visité muchos bares, incluso fui yo el que jugué a las máquinas tragaperras, seguí viendo a muchas viejas con perrito, pero no volví a encontrarme a nadie sacando monedas de botes de galletitas saladas.

Terry Salgado

jueves

Pedir poco

Ojalá pudiera ver lo que hace esa mujer en la habitación del gordo. Si pudiera verles, aunque fuera una sola vez, a Luis G. le bastaría para tirar una temporada.

Luis G. cree que pide poco y sabe que si pide poco obtendrá menos, aunque con menos también le vale.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Sábanas recién planchadas

Luis G. se cambiaría por el gordo. Daría todo por ser ese pobre desgraciado, con pistola, con amante, con la estúpida de Carem jugando a ser su esposa engañada.

Luis G. pasa las mañanas en la pensión y tiene tiempo de espiarlos y estudiarlos a todos. Deambula por el pasillo. por la cocina, por el comedor y por el cuarto de la plancha. A Luis G. le fascina el cuarto de la plancha, con su olor a vapor de agua, con sus cajones llenos de lencería para las mesas del comedor, de sábanas blancas para las camas, de toallas, gamuzas y paños de cocina.

Cuando se cuela en el cuarto busca el tacto de Sonia Ricco en las sábanas recién planchadas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Solo estribillos

Luis G. trata de componer canciones, pero siempre tiene problemas con las estrofas, sabe escribir buenos estribillos, pero nunca consigue armar una buena historia para ellos. 

Ha pensado en escribir una canción solo de estribillos, crear un nuevo estilo machacón y armónico que vaya directo al corazón de las cosas.

Desde su cuarto con lavabo Luis G. imagina un mundo hecho solo de estribillos. Piensa en esa mujer, Sonia Ricco, a la que ve entrar en la habitación del gordo. Desde que la vio en el pasillo de la pensión se le ha llenado la cabeza de estribillos. 

Te reconozco en el pasillo
de paredes verdes.
Llegas, amas y te pierdes.

Te espío martes y jueves
te pierdo de lunes a viernes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Perder la esperanza

Desde que está muerto Darío siente que no es un cobarde, sigue teniendo miedo por muchas cosas, pero es un miedo más sencillo, como el mar inmenso en su calma o el momento en que te quedas dormido fuera de casa.

Pensando sobre esta nueva sensación, Darío llega a varias conclusiones. Una es muy evidente, si está muerto ya no teme morir lo que le da una visión distinta de las cosas y le conduce hacia la valentía sin alardes ni remordimientos.

Otra teoría menos evidente, pero más amarga, es que ha perdido la esperanza, y cuando no hay esperanza tampoco hay miedo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Teatro del azar II

Dos jugadores de cartas en escena, el final de la partida determinará la acción en el escenario.

También hay personajes tirando dados, jugando a la ruleta o sacando el palito más corto.

Las posibilidades son infinitas. 

Los espectadores también participan, tienen entradas aleatorias, esto les hace cambiar de compañeros, cambiar de sitio, cambiar de pareja. 

Ellos también tiran dados y en el descanso recogen su premio, siempre con el compañero de butaca que el azar ha puesto a su lado.

Todos escriben un hecho extraordinario de sus vidas. La compañía teatralizará y representará uno de ellos.

Los actores y el público en manos del azar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Llegar a ningún sitio

Desde que habló con ella en el pasillo, Luis G. fantasea con Sonia Ricco.

La última fantasía ha consistido en tomar con ella un café en la mesa de la cocina. Carem les ha ofrecido unas rebanadas de pan frito. La mesa está forrada de formica azul y traspasada de rayas que marcan caminos, penínsulas y cordilleras.

Mientras Luis muerde la torrijas Sonia le explica en voz muy baja que necesita su ayuda por un asunto muy grave. Luis dice que sí sin saber de qué se trata. Sonia le pregunta si sabe conducir y Luis le miente. Piensa que no pasa nada porque en las fantasías uno puede hacer lo que quiera, incluso saber conducir. Pero después Sonia le pregunta si tiene coche y él vuelve a decir que sí. 

Luis se mete en un problema grave, sabe que ahora ella le pedirá que la lleve a algún sitio en su coche y, aunque eso sería el inicio de una aventura maravillosa, Luis no sabe a quién pedirle un coche y, en caso de que lo consiga no sabría cómo llevarla porque ni en la fantasía ni en la realidad conoce ninguna dirección. 

Ni dentro ni fuera de su cabeza sabe cómo llegar a ningún sitio.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Siempre es tarde

A la hora justa Sonia se levantaría de la cama, se vestiría y saldría de la habitación. H. se ha preocupado de dejarle el dinero encima de la mesilla antes del disparo.

Sonia sale de forma silenciosa, pero la puerta siempre emite un crujido leve que Luis G. oye desde su cuarto. Luis se excita con ese crujir de la madera y a veces sale, perfectamente vestido, al pasillo solo para cruzarse con Sonia Ricco.

— Buenos días, señorita.
— Buenos días.

Luis se ha enterado de que Sonia es actriz y desea entablar una conversación, pero ese día no es el mejor. Sonia lleva el revólver en un bolso del que sobresalen los folios encuadernados en espiral de la obra que está ensayando.

— ¿Es usted estudiante?

Sonia no escucha bien a Luis G. solo ve delante un hombre sombrío y sin edad con aspecto de huésped vocacional.

— ¿Qué?
— Lo digo por los folios, ¿va usted a la Universidad?
— ¡Ah! No, no, soy actriz, es un guion de teatro.

Sonia empuja el guion hacia el interior del bolso y choca con la pistola acurrucada en el fondo.

— ¡No me diga! Yo soy un actor frustrado.
— ¿Ah sí? Bueno, nunca es tarde.
— Sí, si es tarde, llega un momento en que siempre es tarde.

Sonia Ricco está ya junto a la puerta, de fondo, muy cerca, se oye a Carem en la cocina, haciendo chocar tazas y cubiertos.

— Lo siento, tengo que irme.
— ¿Se le hace tarde?

Sonia asiente con la cabeza y sonríe, da la vuelta y sale de la pensión. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Con la bala en la frente

H. mira a Sonia como el que mira un cuadro en el que quedarse a vivir. 

Le parece más pequeña, no más frágil, solo más pequeña con el arma entre las manos. Piensa que Sonia podría librarse de él, fantasea con que ella le dispara en medio de la frente, que nadie en la pensión oye el disparo y, si lo oyen, no le hacen caso. 

H. pensó en qué haría Sonia tras el disparo. Seguro que se asustaría un poco, pero enseguida se levantaría y lo arrastraría hacia la cama, lo alzaría con mucho trabajo y lo metería entre las sábanas, luego alertada por el ruido quizás llamaría Carem a la puerta con sus nudillos, y Sonia, apresurada, se metería también en la cama. H. soñaba con ese momento. 

Eso es todo lo que deseaba, estar entre las sábanas y Sonia, con su bala metida en la frente, oyendo hablar a Carem desde la puerta.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas