sábado

Inocente

Lo conocí porque se tiró sobre el auto de mi viejo. Fue en diciembre, cerca del cruce de Belgrano con Jujuy.

Papá salió del carro con intención de pegarle, pero se asustó mucho al ver la sangre sobre el asfalto. Denis era buen actor. No era sangre, lo tenía todo preparado y surtió efecto, el viejo casi se desmaya.


Tuvimos que pagarle una camisa nueva, un reloj viejo parado en las seis y veinte, y le invitamos a almorzar. 
Fue un almuerzo espléndido en un restaurante lleno de espejos. Denis pidió vino de Mendoza y papá se lo permitió todo, creo que estaba verdaderamente aterrorizado, después supe que no tenía los papeles del carro, que un tipo se lo había proporcionado, de esa palabra no le saqué, "proporcionado".


Denis era muy listo y aprovechó todo lo que pudo. Cuando hablaba yo miraba nuestra imagen repetida en los espejos de la pared y daba la sensación de que era Denis el que estaba invitándonos a comer a papá y a mi. 

A mitad de la lasaña el viejo le regaló sus gafas de sol y, con el tiramisú a medias, Denis le pidió permiso para "llevarme por ahí", apostillando con mucha educación, "no se preocupe es solo dar una vueltita inocente con el auto".


Pedimos café y a la media hora estábamos Denis y yo sentados en el carro, y papá nos despedía con cara de derrotado desde la acera del restaurante.
Lo primero que hizo Denis fue encender un cigarrillo y acelerar, lo segundo asustar a dos viejitas que cruzaban un semáforo en verde.

Yo estaba muy excitada y solo pensaba en qué habría querido decir con "una vueltita inocente".


— ¿Cuál es tu nombre, rubita?
— Me llamo Nazaré.
— Hoy mi suerte cambió, Nazaré.
— No estés tan seguro, en cuanto se le pase el shock mi viejo te matará.
— Cuando se le pase ya te habré dejado en casa sana y salva.


Nazará Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Salir ileso de Madrid

Algo ocurre en Madrid con las aceras. 

Golpean con más fuerza y destrozan el tacón del zapato alto hasta hacerlo estallar en pedazos. Es la única capital en la que, incluso descalzos, las palabras se clavan en la planta de los pies. 

Madrid lo tiene todo: la letra y el puño (americano), que embellece a los encantados de haberse conocido. No hay esquina ni revelación de paso de cebra de la que alguien pueda salir ileso.

Cosas que nunca he soñado

Adele veía el mar desde la ventana de su dormitorio.

Era solo un piquito de mar, un ángulo azul en el extremo superior izquierdo de su ventana, pero para los hombres de interior como yo, ver el mar desde casa es algo así como una metáfora de lo salvaje, un especie de fantasía infantil o de utopía erótica.

Escribí a Adele sin pensarlo demasiado, quizás gracias al calor que me impedía dormir o a las cervezas que seguían golpeando mis instintos y ayudándome a imaginar lo feliz que estaría haciendo cosas que nunca he soñado, como pasear descalzo por la playa, comer pescado fresco y vivir con menos de lo que vivo.


Hola Adele.
Me llamo Juan y vivo en España. ¿Cómo eres? Si quieres podemos ser amigos, siempre que tengas una edad suficiente para recibir cartas de un hombre adulto. Si no es así, olvídate de lo que acabo de decirte, sobre todo de la primera pregunta.

Sin duda era la carta de un borracho, pero de un borracho prudente.

Juan Fernando Rendes, Lascas de tiempo


jueves

Carne de Spam

En primavera empecé a bucear en mi bandeja de correo basura.

La palabra está bien empleada, entre la basura uno puede encontrar objetos extraordinarios perfumados de un suave olor dulzón.
Entre los emails desechados por mi ordenador había una dirección que se repetía, en ella aparecía el nombre Lolita, un apellido sospechosamente sonoro y una retahíla de números sin aparente sentido. Sin duda era carne de spam.

Lolita no era un enlace a una pagina porno, ni una joven rusa deseando encontrar a un español que le pagara el viaje a Madrid con la promesa de amor eterno.
Puede que estuviera buscando algo de eso y que mi primera reacción fuera decepcionarme ante una especie de cartita inocente en la que una jovencita con acento latino buscaba algo así como un amigo, o el azar, o una de esas tonterías de adolescentes.

Me reí un rato y eliminé el mensaje, después salí a la calle e hice algunas de esas cosas  que suelen hacer los hombres solos de mediana edad en Madrid, es decir, tomé unas cervezas, compré algo para cenar y hablé con unos amigos sobre un trabajo pendiente. 

Volví tarde a casa y, sin darme cuenta, volví a mi correo basura para seguir leyendo a Lolita. Lo primero que supe es que su nombre era Adele. ¿Qué nombre de mierda era ese?

Juan Fernando Rendes, Lascas de tiempo




Simular

Cuando veía a Marcel Duchamp jugando al ajedrez en el Café Melitón de Cadaqués, no sabía que aquel hombre se había retirado de la pintura y había convertido su vida en una obra de arte. 

Yo entonces tenía diecisiete años y sólo veía a un francés que jugaba todos los días al ajedrez. Fue unos años después cuando me enteré de que había estado viendo a un hombre sabiamente liberado de todas las ataduras estúpidas del arte. 

No niego que hace tiempo que me tienta la idea de situarme en la estela duchampiana, pero creo que, de dar ese paso, necesitaría de un escritor que fuera testigo de todo, que me siguiera y lo narrara, es decir, tendría que contratar a un escritor que contara cómo abandoné la escritura, cómo me dediqué a convertir mi vida en una obra de arte, cómo dejé de escribir y no lo pasé nada mal. 

Dos posibilidades ante esto: 
1) pongo un anuncio y busco a un escritor que esté dispuesto a contar lo que hice después de haber abandonado la escritura; 2) lo escribo yo mismo: me invento a un escritor contratado que sigue mis pasos después del abandono y escribe por mí un dietario, donde piadosamente simula que no he dejado la escritura.

Enrique Vila-Matas, Dietario voluble

miércoles

El desierto

— Me gustaría encontrar una puerta a tu cerebro.
— Créeme, no es divertido.

Propusimos a Lorenzo rodar una película, tendría tres actores y un diálogo con solo esas dos frases, son de El ladrón de orquídeas y nos las envió el profesor uruguayo. 

Lorenzo dijo que no, que él nunca actuaba, que sería el director.

Preparamos un escenario en medio del sótano, Lorenzo instaló un croma de color verde y buscamos una imagen que nos diera cobertura y credibilidad.
Lupe quería un paisaje desértico y yo el cruce de Shibuya en Tokio. Estuvimos discutiendo mucho tiempo, yo veía absurdo situar a los dos personajes en medio de la nada y Lupe creía que era una obviedad y una vulgaridad lo de Japón, como los tíos que nos mandaban rosas.

Decidimos crearles una biografía a los personajes para justificar el escenario y una vez más  ganó el desierto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Pequeño destino

Fue entonces cuando súbitamente se acordó de las palabras informativas de la amiga, por teléfono: «Queda más o menos cerca del estadio de Maracaná». Frente a ese recuerdo comprendió su engaño de persona tonta y distraída que sólo escucha las cosas por la mitad, y la otra queda sumergida. La señora Xavier era muy distraída. Entonces, pues, no era en Maracaná el encuentro, era cerca de allí. 

Entretanto, su pequeño destino la tenía perdida en el laberinto.

Clarice Lispector, La búsqueda de la dignidad

Un guionista que habla chino y toca el oboe

Cuando Lupe y yo estuvimos en el sótano recibíamos flores con frecuencia, Lupe decía que aquello significaba que estábamos muertas, la gente solo manda flores a los muertos o a sus enamorados y nadie estaba enamorado de nosotras. 


Escribí muchas cosas sobre nuestra época en el sótano, pero después de que pensara que ya no me quedaba más por contar siguieron emergiendo pedazos de madera a mi cabeza. Algunas de esas piezas puede que signifiquen algo o que cierren alguna rendija por la que aún se cuela el agua, es por eso que las cuento aquí.


Lo más frecuente es que nos mandaran rosas, acompañadas de cartitas perfumadas y palabras estúpidas, Lupe y yo solíamos reírnos y, la mayoría de las veces, las tirábamos a la basura sin ni siquiera abrirlas. Pero, también había flores y cartas por las que peleábamos como dos leonas en celo. 


Un profesor de química de un instituto uruguayo enviaba orquídeas y con ellas, copiados a mano, diálogos de El ladrón de orquídeas, la película de Spike Jonze.
Años después aún no he visto la película, pero sigo conservando aquellas frases en un cuaderno que me traje a España y que fue el comienzo de un librito que aún no tiene editor.


Debería volver a correr. 8 km al día. Pero esta vez en serio. O trepar rocas. Necesito cambiar mi vida. 

¿Qué necesito hacer? Necesito enamorarme. Necesito tener una novia. Necesito leer más, mejorarme a mí mismo. ¿Qué tal si aprendo ruso? ¿O a tocar un instrumento? Podría hablar chino. Sería el guionista que habla chino y toca el oboe. Sería genial. Debería llevar el pelo corto, dejar de actuar como si tuviera una melena. Eso es patético. 

Debo ser yo, actuar con confianza. Eso atrae a las mujeres. Los hombres no necesitan ser atractivos. Pero eso no es cierto hoy en día. Los hombres tienen presión, casi como las mujeres. 

¿Por qué debo pedir disculpas por mi existencia? Quizá es mi química cerebral. Eso es lo que tengo, mala química. Todos mis problemas y mi ansiedad vienen de un desequilibrio químico o de sinapsis descoordinadas. Necesito ayuda. Pero aun así, voy a ser feo. Eso no lo puedo cambiar.


Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

lunes

Historia de España XVII

Su simpatía era tan avasalladora y sus carcajadas tan bienhechoras que España cambiaba espectacularmente de la noche a la mañana, porque eran esos mismos taxistas de Madrid los que contagiaban la revolución de los claveles y la risa: una risa que, por arte del polvo mágico, se extendía hacia los obispos fundamentalistas y el personal de Iberia y acababa pulverizando literalmente la mala leche tradicional de los franquistas. 

Y todo el país reía y reía. Ya no se escribían más novelas sobre la guerra civil y había una gran fiesta en la antigua casa trágica de Bernarda Alba.

La revolución llegaba a España a través de sus bases más trogloditas y contagiaba al resto de ciudadanos. La risa es el fracaso de la represión, se oía decir por todas partes. Y taxistas de Madrid y comandantes de Iberia se convertían en la élite intelectual más importante de Europa. Y todos reíamos. Los obispos españoles también.

Enrique Vila-Matas, Dietario voluble

domingo

Época de champaña

Una noche llamaron a la puerta. Eran cerca de las tres de la madrugada, recuerdo que Lupe estaba en la bañera, era la época en la que bebíamos champaña a todas horas. Yo estaba enredada en un libro de epigramas, Lorenzo me había dicho que allí encontraría alguna razón creíble para explicarme todo aquello.

Fue un timbrazo seco, pero a la vez alargado, sonaba lejos, todo lo lejos que en ese momento podíamos recordar la superficie y el mundo real. 

Me asusté. 

Lupe seguía en la bañera y parecía no haber oído nada, miré hacia el sofá donde se sentaba a leer, allí estaba 'Agua viva' de Lispector, subrayado y anotado. Y un montón de cartas abiertas, desgarradas por la mitad. 

No soportaba aquella masacre.

Me levanté, contuve la respiración, noté cómo mis oídos se abrían. En la superficie se notaba un rumor extraño y un perro ladraba muy lejano.
Con mi libro aún en la mano fui de puntillas hasta el baño, cuando abrí la puerta volvió a sonar el timbrazo, esta vez menos seco, más largo.
Lupe estaba cubierta de espuma, en su mano la copa de champaña apenas se veía entre el jabón. Bebía con los ojos cerrados.

— Lupe, ¿has escuchado?

Hasta que no apuró la copa no me miró, tenía la cara radiante y los ojos echaban chispas del color del champán.

— ¿Por qué hablas tan bajito Naza? ¿Qué te ha pasado?
— El timbre ¿no lo has oído?
— Será el lechero.
— ¿A las tres de la mañana?
— ¿Querés una copa Naza? ¿Qué andás leyendo? —dijo señalando mi libro— estás desencajada.
— ¿Y si es la policía?

Lupe se echó a reír.

— Que pasen, esta bañera es muy grande.

Entonces se sumergió, como si lo hiciera en una piscina, se dio la vuelta y dio la impresión de que se alejaba buceando. Cuando volvió a emerger se puso de pie salpicándolo todo, llenándome a mí y a mi libro de agua y de espuma blanca.

No me dio tiempo a apartarme, un olor a perfume lo llenó todo, de pie sobre la bañera blanca Lupe retorcía su melena de un negro hiriente. 
El encierro le había hecho tomar algunos kilos y tenía el pelo muy largo, pero estaba mejor que nunca, me alargó una copa y me sirvió champaña.

— Explícame qué te pasa Naza ¿alguna carta de los viejos?
— No sé, alguien ha llamado fuera y son las tres de la mañana.
— Te preocupas demasiado, sabes que Lorenzo es el encargado de los asuntos de la superficie y nosotras solo nos ocupamos del mundo subterráneo.
— No me gustan los timbrazos.

Lupe se envolvió en una toalla enorme, de color blanco.

— Me encanta esta toalla, no sé por qué Lorenzo trajo solo una, cuando quieras te la dejo Naza.

En ese momento sonó el tercer timbrazo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



sábado

Un giro de más


Lorenzo nunca debió pedir un rescate. Si no hubiera pedido el rescate aquello no hubiera pasado de una travesura o de un rito de dos jovencitas con demasiados libros en la cabeza. Pero Lorenzo siempre daba un giro de más a la tuerca.

Nos dijo que había que salirse de los límites del juego, como pasa con los deportes profesionales que pasaron de juego a formar parte de la vida de la gente. El sótano era nuestra cancha, Lupe y yo solo teníamos que leer libros y contestar cartas. La idea de Lorenzo era que la gente escribiera a las dos pobres chicas desaparecidas.

Dejamos de comunicarnos con nuestras familias, dejamos de llamarlas y de escribirles. Yo estaba leyendo a Bolaño y Lupe leía a Clarice Lispector. Las dos vivíamos en las cabezas de dos escritores.

La otra cabeza pensante era la de Lorenzo. Mandó un anuncio al diario que se publicó el domingo, pedía a los lectores alguna señal sobre dos jóvenes desaparecidas y daba nuestras iniciales. Nuestros viejos quedaron noqueados y corrieron a la policía.
Durante aquellos días, el estilo de la Lispector hizo que Lupe estuviera más distante, como más seca. Apenas comía, apenas hablaba, su mirada ya no era de gata, si acaso de gata encerrada. 

— ¿Qué lees que te tiene tan cambiada Lupe?

Y Lupe leyó para mí y para Lorenzo que acaba de llegar con una caja llena de comida y ropa interior y más cosas para nosotras.

— "La señora de Jorge B. Xavier simplemente no sabía decir cómo había entrado. Por la puerta principal no fue. Le parecía que vagamente soñadora había entrado por una especie de estrecha abertura en medio de los escombros de la construcción en obras, como si hubiera entrado de soslayo por un agujero hecho sólo para ella. El hecho es que cuando se dio cuenta, ya estaba adentro. Entonces siguió por un corredor sombrío. Éste la llevó igualmente a otro más sombrío. Le pareció que el techo de los subterráneos era bajo".

— Y hete aquí que este corredor la llevó a otro que la llevó a su vez a otro—  Continuó Lorenzo de memoria mientras abría la caja y sacaba de su interior dos muñequitas de trapo preciosas, una rubia y otra morena.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Llamar la atención

— Y tú con la manchita ¿crees que alguien se acordará de ti?
— ¿Por la mancha? No sé, era muy pequeña.
— Después de hacerlo ¿tomaste un taxi?
— ¿Estás loca? volví en el subte.
— Hubiera sido mejor en taxi, en el subte hay muchas cámaras.
— Y en el taxi hay chofer.
— Tenés razón, será mejor mantener la calma.


— Es una manchita muy pequeña, no creo que llamara la atención.
— ¿Te miraron?
— ¿Qué?
— En el subte ¿te miraron?
— Sí, no sé, ya sabes los tipejos esos que siempre miran los pechos de las chicas.
— ¿Los pechos o la mancha?
— ¿Qué?
— ¿Estás colocada? Que si miraban la mancha o solo te miraban las tetas.

— No estoy colocada y no sé lo que miraban. Trato de no mirarles a la cara a esos cerdos.
— ¿Tomaste algo antes de hacerlo?
— No sé.
— ¿No sabes? ¿Cómo que no sabes?
— Mierda, Lupe, no sé... solo una ginebra, para darme ánimo.
— ¿En un bar?
— ¿Dónde voy a tomarla? Claro, en un bar.
— Podías haberla tomado en casa.
— En casa no tengo, y nadie se fijó.
— ¿En qué bar?
— ¿Es importante?
— Puede serlo.
— No recuerdo.
— Haz memoria, carajo, ¿en qué zona? ¿cerca de la casa del vasco?
— No, cerca de mi casa, antes de subir al colectivo.
— ¿También tomaste el colectivo?
— Sí, ¿no lo dije?
— Tenemos que saber si te vio alguien en el colectivo.
— En el colectivo te ve la gente, Lupe.

— ¿Llevabas ya la mancha?
— No sé, no me la vi hasta la vuelta.
— ¿Te sentaste con alguien?
— Fui de pie, al lado de unos pibes que iban al colegio.
— Puede que te mancharan ellos ¿sabes si llevaban bocadillos o comida en las manos?
— Eran chicos grandes, no sé, creo que no.
— ¿Dónde bajaste?
— En San Lorenzo, cerca de Matheu.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Poca vergüenza


chicadecente, july. 20th, 2021 at 11:19 to: robertopintado@hotmail.com

¿Qué tal Roberto?

Aprovecho mis cortas vacaciones para escribirte ¿sabes que estoy tumbada como una reina junto a la piscina del hotel? ¿y que me estoy poniendo al día con mi Nazaré Lascano? 
Estoy realmente feliz!!!

No he podido por menos que escribirte para pedirte (por favorrrr) el final de esas historias que vas dejando como mordiscos y que me ponen la imaginación a 100 y me provocan un hambre feroz de Lascano. 

¿Por qué nos haces esto, Roberto? Es una técnica literaria o solo que nos quieres torturar?

Me he quedado muy pillada con la historia de Tina y sus fotos. ¿Sabes que yo misma hice algo parecido cuando era una jovencita? Era algo que casi tenía olvidado y el relato de Tina ha hecho que lo recuerde y me ponga colorada, ¿cómo pude hacer eso? ¡Qué cosas tenemos en nuestras vidas! ¿Sabes que he buscado y encontrado alguna de aquellas fotos?  Qué ingenuidad y qué poca vergüenza jajjaja. 

Si quieres te mando alguna para que veas que sigo siendo igual de inconsciente y que no te miento, pero ni hablar de publicarlas eh? Bueno podemos negociar un precio jajajaj.

Tengo un Blodymary a medias y se me están acabando tus últimos post, ¿te puedo encargar alguno para el verano? Pago bien.

chicadecente


jueves

El otro lado

Me gustaría escribir sobre el espejo de Lorenzo. No es fácil.

Lorenzo Castillo había colocado un espejo en la pared oriental del sótano, era inmenso, excesivo, ocupaba todo el muro y, por tanto, lo reflejaba todo. 
Si no estabas atenta podías confundirte, creer que el sótano, la salida, tú misma ,estabas del otro lado.

Era especialmente inquietante cuando se abría la puerta del fondo y entraba alguien, Lupe o el propio Lorenzo, desde fuera y a la vez desde dentro, o cuando yo misma llegaba y me veía entrar desde lo más profundo del sótano.

Como recién dije el sótano tenía las paredes forradas de estanterías repletas de libros, todos ellos se reflejaban de una manera infinita en el espejo y, cada vez que me acercaba a los estantes y giraba la cabeza con mucho cuidado, podía verme escogiendo libros que en el otro lado tenía títulos y destinos diferentes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Una isla griega

Me manché.
Caminé toda la tarde con una manchita amarilla sobre blanco de una blusa recién estrenada. 

Era como una islita griega cerca de mi pecho, quizás a la altura del corazón.

— ¿No notaste nada? ¿Nadie te avisó?
— Noté cómo algunos tipos miraban hacia mis pechos, pero ya sabés lo que pasa en la calle.
— ¿Y cuando llegaste a la cita?
— Luis apenas me miró, ahora voy atando cabos.
— ¿Era nueva?
— Me la regaló mamá el día de la madre.
— ¿Te regala ella a ti el día de la madre?
— Dice que así debería ser, que el concepto está equivocado.
— ¿Y Luis?
— Luis nada, me enseñó la pistola, la metió en una caja de zapatos y no me miró, ya te dije.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Eco patriótico

El Torri se definía como terrorista de salón. 

Lo primero que hizo fue prender fuego al sofá de su casa, tenía 13 años.
Yo lo conocía desde la primaria, fue en su época de quemar cosas. Después del sofá le llegó el turno a la bandera nacional que estaba en el vestíbulo de la escuela, junto a las escaleras, simplemente pasó y le pegó fuego, fue justo antes de la clase de inglés y algún imbécil gritó algo sobre Las Malvinas mientras la bandera ardía, muy épico. 

Al Torri le echaron de la escuela un mes, pero antes el maestro de ciencias naturales le dio una torta que sonó en todo el vestíbulo con un eco patriótico muy intenso.

Nazaré Lascano Cuentos de Parque Chas


lunes

Sonetos en la Gran Vía

Dieta literaria: de entrantes, refranes españoles; de primer plato, fragmentos presocráticos; de segundo plato, monólogos italianos, y de postre sonetos portugueses.

Benito Romero

domingo

Verano de interior

No sé qué tiene las tardes de verano en la Gran Vía que (casi) nunca te consigo ver.


Sergio M. de Lorenzo



viernes

La diosa mecánica

Estaba espléndida con su mono de trabajo.

A mediodía salía a fumar con los chicos, pero siempre almorzaba con su viejo.

— No sé cómo te puede gustar trabajar en el taller.
— Yo tampoco entiendo qué hacen en esas clases infames, con esos viejos babeando leyes y decretos.

Dina estuvo trabajando en el taller mecánico de su viejo desde que terminó la secundaria. Era muy buena en su trabajo, y habría estado mucho tiempo si no hubiera empezado a manipular las piezas de los autos.

— Cuando veo la ocasión coloco una pieza defectuosa en el auto de algún tipo.

Eso quería decir que Dina sabía en qué momento el auto iba a dejar tirado al conductor en medio de la carretera.

— ¿Estás loca? ¿Y si tienen un accidente?
— Soy una buena mecánica, sé exactamente lo que va a ocurrirle al carro.
— Ya... Dina, la diosa de los autos.
— Soy una diosa y decido sobre la gente, te lo recomiendo Naza, te sentirás mejor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Nubes grises en el techo del salón

Esta mañana, nada más levantarnos, hemos visto las primeras nubes grises en el techo del salón, junto a la lámpara. Papá estaba sentado en el sofá, todavía en pijama, con ese gesto serio que se le forma en la cara los días de lluvia y mamá andaba tapando los muebles para que no se mojaran con el agua. 


En casa, las lluvias lo mismo duran un instante, y enseguida asoma un arcoíris por detrás de la televisión, que se prolongan durante varios días.


Ernesto Ortega garrido, Días de lluvia

jueves

Integrarse en el ambiente

—  Le dije al taxista que estaba muerto, que yo estaba muerto.
— ¿Por qué le dijiste eso? ¿ya estabas borracho?
— Que va, lo hice sin pensar, sé que a los mexicanos les gustan esas cosas de la muerte y tal.
— ¿Quisiste impresionar a un taxista del DF?
— No, no. Esas cosas les gustan, pero no les impresionan.
— ¿Qué te respondió?
— Solo dijo ¿dónde le llevo caballero?
— ¿Caballero?
— Deben pensar que los españoles somos todos hidalgos por lo menos.
— ¿Y dónde te llevó?
— Le dije que me llevara a un sitio en el que hubiera chamacas y me pudiera divertir.
— ¿Chamacas?
— Me gusta integrarme en el ambiente, güey.
— Qué mala pinta tiene esto. 

Pablo J. Mendigurría, Viaje de vuelta


miércoles

La humanidad

Durante un curso fui una mano inocente. No es una metáfora, recién salida de la facultad encontré trabajo en un programa de televisión matinal. Era una cosa infame, un programita de cotilleos y de noticias sensacionalistas con un presentador pasado de moda rodeado de jovencitas con minifalda.

El primer día quisieron vestirme con una de esas falditas, por suerte falló la niñita que sacaba una carta con un envoltorio de tomate frito y leía el remitente. A diario el patrocinador del programa regalaba una vajilla con un tomate estampado en los vasos y en el fondo de los platos. Quienes sean de mi generación recordarán esas vajillas.

Les gustaron mis manos más que mis piernas y a partir de ese día despidieron a la niñita y era yo la que sacaba a las doce en punto del mediodía el sobrecito donde un ama de casa había escrito su nombre con la ilusión de que le tocara la vajillita.

Aquel año la gente me reconocía por la calle "Ahí va la mano inocente", cuchicheaban cuando me veían y yo, que aún era muy estúpida, sentía algo así como que hacía algo por la humanidad.

Nazaré Lascano, Cuaderno español

martes

Cosas que no son obvias

— ¿Cómo te metiste en asesoría financiera?

— Las estadísticas indican que es una de las profesiones de mayor crecimiento. Las ciencias actuariales también experimentan un gran crecimiento.

— Está bien. Me gusta el equilibrio. Me gusta descubrir cosas que no son obvias. Además, mi papá era contador.

El contador (Gavin O'Connor, 2016)



lunes

Recortes

El cobarde siempre acude a las citas dando un rodeo.


Florencio Luque

domingo

Nadie debe saberlo

Busqué en la letra pequeña del catálogo. La empresa tenía una dirección en un polígono industrial de Barcelona. Me imaginé buscando a aquella chica entre naves de talleres mecánicos y artículos de metalurgia.

También había un teléfono. Llamé. Era un número de atención al cliente y tuve que inventar que era un publicista que tenía que contactar con el estudio fotográfico que había hecho el reportaje. Tartamudeé demasiado y me colgaron dos veces, al tercer intento me dieron el número de las oficinas centrales.
 
Tuve que volver a contar mi historia otras tres veces, me inventé una empresa de publicidad 'Sol de Oriente' y que llamaba en nombre del director, un tal Emiliano Recalde. Me creyeron y acabaron facilitándome el nombre de una empresa de representación de actores y modelos con sede en Madrid.

Me estaba acercando.

Una mañana me corté el pelo, me puse una chaqueta de cuero negro y me fui hasta allí. Les dije que quería ser modelo, esperé en una sala llena de fotos de chicas sonrientes anunciando productos que prometían la felicidad. 

Pasé a un despachito lleno de ficheros en el que una secretaria muy amable, con los labios más rojos que jamás había visto, me habló de la necesidad de hacerme un book y me extendió un impreso para que lo rellenara, yo saqué la foto de mi chica recortada del catálogo y la puse encima de la mesa.

— ¿Conoce a esta chica?

La secretaria miró la foto con extrañeza, después me miró a mí y me respondió con la última frase que esperaba oír.

— ¿Eres policía?

Para equilibrar la escena yo también respondí de la peor manera que se me ocurrió.

— Sí, pero no debe saberlo nadie.

Terry Salgado, Personajes de fotonovela. (Cuentos sin moraleja)


sábado

El catálogo

¿Alguna vez os habéis fijado en esas chicas que salen en los catálogos de ropa interior?
Cuando tenía 19 años me enamoré de una de ellas.

No era una modelo espectacular vestida con prendas de lencería fina de color negro con medias y ligueros, no era una modelo de una marca internacional, solo era una chica de unos veinte años, sonriéndome desde la sección de ropa interior de un catálogo de una tienda de venta por correo que le llegaba a mi madre todos los meses y en la que se anunciaban prendas sencillas de colores inocentes.

Estuve ojeando ese catálogo en la cocina, mientras desayunaba y, cuando encontré a aquella chica me quedé con la mirada fija, incapaz de despegar los ojos de aquella foto.
Tenía la piel morena, los ojos ligeramente rasgados, el pelo negro y ondulado, la nariz pequeña, y vestía un sujetador blanco a juego con unas braguitas. Nada especial, si acaso que sonreía, que me sonreía desde algún instante.

Recorté la hoja y estuve toda la mañana dándole vueltas a esa fotografía. Por la tarde decidí buscar a esa chica.

Terry Salgado, Personajes de fotonovela (Cuentos sin moraleja)