sábado

Nitidez

La mujer abrió la puerta y entró en el departamento con los pies mojados. Sin pensarlo se quitó los zapatos y los llevó en su mano izquierda mientras revisaba la casa.

Sin apoyar los pies por completo en el suelo, lo primero que hizo fue correr las cortinas por si había alguien escondido. Después fue hasta el dormitorio y miró debajo de la cama.

La cocina tenía una mesa metálica bajo una campana extractora y dos taburetes, la nevera estaba repleta de botellas. Sacó una de espumoso y la abrió. Nunca había abierto una botella de champaña ella sola y, al descorcharla, sintió por primera vez, con nitidez, que estaba engañando a su marido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Roberto Grana

Hacía seis meses que la mujer del ascensor se encontró por primera vez con un hombre que no era su marido.

Media hora después de salir de casa entraba en un departamento de un bloque lujoso en Puerto Madero, con moqueta en el suelo y muebles de madera en cada rellano. El olor era seco, cargado, un olor como de terciopelo verde.

Poco antes de llegar llovió de improviso y sin ganas, y la mujer llegó con los pies mojados y dejó sus huellas en la moqueta. Sus huellas eran pequeñas y puntiagudas, de zapatos de tacón negro.

El portero debía darle la llave, la mujer tragó saliva antes de dirigirse a él y, un poco antes del encuentro, disimuló su miedo exagerando sus movimientos, pisando fuete y moviendo las caderas. 

El portero la miró de forma neutra.

La llave y el portero eran pequeños, simples, fríos, y a los dos les brillaba algo por dentro. Ella sabía que todo estaba en su imaginación, pero le pareció que había visto a aquel hombre en alguna parte, que quizás conocía a su marido, o a alguno de sus amigos o a sus cuñadas. Le atemorizaba que conociera a alguna de sus cuñadas. 

En un instante le entró tanto miedo que estuvo a punto de volver a casa. Pero le aterraba más dar la vuelta así que consiguió extender la mano derecha y recibir la llave.

Tenía razón, el portero la conocía. Mucho más de lo que ella pensaba. Desde mucho antes de lo que ella habría podido temer.

Se llamaba Roberto Grana, y en una ocasión, un domingo de madrugada en la que ella salió de un lugar que no desea recordar se cruzó con él. Unos pasos más adelante se cruzó con un hombre parecido, pero con menos dominio sobre sí mismo. El hombre del segundo cruce agarró a la mujer, que entonces no tendría más de veinte años, y la amenazó con una navaja.

Roberto Grana oyó cómo el filo salía de entre las dos mitades de nácar, se giró y dio un grito, en ese momento su voz no se parecía a su voz. También su rostro adquirió otra forma, y sus ojos se afilaron.

Golpeó al asaltante con sus puños como si le fuera la vida en ello, la navaja ya daba vueltas por el asfalto y sus manos estaban entumecidas. Cuando le separaron del delincuente miró hacia atrás buscando el rostro agradecido de la chica, que ya no estaba allí.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Mi pared

En el piso de al lado vive una pareja que todas las mañanas hace el amor.


Lo hacen muy pronto, de lunes a viernes, con intensidad, con furia, y comunicando cada una de las fases. Los fines de semana desaparecen y parece que nada ha existido, que todo ha sido mentira, una fantasía quizás.


No sabría explicarlo pero al principio me molestaba oírlos, después me excitaba y ahora me obsesiona. 


Todas las mañanas pongo la alarma para estar preparada en el momento en que empieza la función. Es una verdadera función para mí porque los imagino llegando al dormitorio, saludar al público invisible que sigue, que seguimos, la actuación desde el otro lado de los muros, y comenzar el espectáculo que siempre tiene un punto de partida silencioso, apenas perceptible, y en el que si agudizas el oído puede sentir como caen las prendas de ropa al suelo, para después ir creciendo en intensidad y volumen hasta el momento culminante en que hay gritos y golpes a la pared, a mi pared, y a veces a mí misma que estoy situada al otro lado, detrás, esperando.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

Esperando la lluvia

Los chanchos llegaban al barrio tres o cuatro veces al año, casi siempre en invierno, recuerdo poco de ellos, que llevaban la cara sucia, que olían a humo, que algunas vecinas se metían en casa cuando los veían llegar, a lo lejos, como si fueran indios o bandoleros en una película del Oeste.

A mí también me daban miedo, pero siempre encontraba alguna excusa para salir a la calle cuando el rumor del barrio anunciaba que habían venido.

Recuerdo a uno, era ciego o tenía alguna enfermedad en la vista. Siempre tenía los ojos del color del cielo y, como siempre venían en invierno, sus ojos estaban nublados esperando la lluvia, a punto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Apagar la luz

Era una agenda de tapas verdes y el año grabado en letras amarillas, casi doradas.

Abrió al azar, un día de octubre escrito en bolígrafo azul y con excelente caligrafía:
"Abrir la persiana a las nueve y media P.M. Mirar a Marian. No olvidar apagar la luz del dormitorio".

Jorge sintió un vértigo extraordinario. Dio vueltas por el departamento, sintió algo parecido a un escalofrío y una excitación animal, sexual". Buscó la dirección por todas partes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



martes

Otro mundo

Lorenzo esperó a que lloviera. 
"Somos distintos cuando llueve".

Decía que fue consciente de mí una tarde en la que llovía tanto que su auto quedó parado en un charco enorme cerca del barrio. Pensó entonces en venir a casa, bajó del coche y avanzó por la calle como un explorador, como aquellos españoles del siglo XVI que avanzaban por el Amazonas sin entender que aquel mundo era otro.

Cuando llamó al timbre yo estaba sola. Al otro lado de la puerta pude ver a un personaje borroso, casi no se distinguía su rostro bajo la lluvia.

— Papá no está.
— No vengo a ver a tu viejo, vengo a verte a vos.

Sentí un escalofrío en el vientre y le dejé pasar, fue dejando un rastro de agua por el recibidor, por la cocina donde dejó la gabardina y por el living. Yo solo pensaba en recoger el agua.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Comprar dulce

Jorge robaba bolsos. 

Bolsos de todos los tamaños, sobre todo grandes porque a Jorge le gustaba abrir los bolsos y encontrar muchas cosas.

Le gustaba encontrar agendas llenas de citas, cuadernos con anotaciones sin contexto.
Mucho tiempo después averigüé que a Jorge le obsesionaba el contexto, es por eso que a veces se hacía pasar por ciego.

Sentía que se le aceleraba el corazón cuando se le presentaba una buena ocasión. Yo pensaba que le gustaba robar bolsos por eso, por los nervios, o por la adrenalina, o como quiera que llamara a lo que él sentía.

Pero Jorge no era un tipo fiable y solo robaba por lo que había en el interior de los bolsos, por la plata, por las tarjetas, por el celular. A Jorge le daba tanto miedo que a menudo tiraba los celulares a un contenedor de basura antes de tratar de venderlos, no le gustaba esa parte del trabajo. Prefería encontrar objetos que pudiera usar en casa sin necesidad de andar en trato con gente de la que no se fiaba.

En una ocasión le encontré varias tarjetas en una caja de galletas, le pregunté y me dijo que las guardaba ahí porque le daba miedo que le descubrieran. Agarré una y bajé al súper, compré galletas, rosquillas, tarta y helados, solo sé comprar dulce.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

No ser

Soy una escritora sin lectores.


Antes fui:
una querida sin amantes,
una prostituta sin clientes.
una conductora sin frenos.


O quizás fue al revés

una amante,
un cliente.
unos frenos.


O quizás fue verdad, 

y no soy.


Nazaré Lascano

viernes

El caos funciona solo

Mucho antes de ser inspector de homicidios Tomás trabajó de doble.

Nunca supo quien le pagaba, pero cada quince días, si cumplía con su parte del trato, recibía un sobre repleto de pesos.

Su parte consistía en ser el doble de un empresario de una ciudad del sur del país. Alguien quería que la vida del empresario saltara por los aires y se le ocurrió un plan delirante. Contrataría a varios actores que se vistieran, peinaran, hablaran y pensaran como él. Después los dejaría a su albur por Buenos Aires, hasta que se cruzaran con el empresario. 

El caos cuando tiene un buen sustrato funciona solo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Enrique en el ascensor

No recuerdo bien su nombre, solo sé que yo lo llamaba Enrique.

Vivía ya en Madrid. Me gustaba aquel chico, aunque era muy joven y estaba gordito. Me gustaba encontrármelo en el ascensor y poder mirarle de cerca mientras él miraba el móvil o abría una carta. Olía a papel y a algo metálico.

Un día le pregunté por su carta.

— ¿Buenas noticias?
— ¿Qué?
— La cartita, si son buenas noticias, a menudo solo se reciben cartas del banco, facturas y cosas así.
— Ya... Esta no es del banco.

Enrique se parecía a Enrique VIII de jovencito, por eso le llamaba así.

— ¿No te han dicho que te pareces a Enrique VIII?

Enrique puso una cara rara, pero me sonrió, yo respiré aliviada.

— ¿A Enrique VIII? ¿Quién es Enrique VIII?
— Fue un rey inglés, mandó ejecutar a Ana Bolena.

El ascensor paró en mi piso.

— No tendré más remedio que buscarlo en Internet.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





jueves

Las lluvia de monedas

El dormitorio era demasiado grande para una sola persona. La cama estaba deshecha, muy bien deshecha, con pulcritud, como si hubiera costado el mismo esfuerzo que hacerla.

Darío buscó entre las sábanas. Le pareció que aún estaban calientes y retiró la ropa con cuidado hacia los pies de la cama. Se imaginó que era un marido cariñoso preparando el lecho. Observó que en el lado izquierdo había una forma redondeada, una especie de huella que la presión de un cuerpo pequeño había ido dibujando a lo largo de los años. 

Cuando estaba imaginando a quién pertenecería el cuerpo que podía haber perfilado esa huella, oyó un estruendo metálico sobre su cabeza. A modo de lluvia de cobre, un puñado de monedas se estrelló sobre el otro lado del techo del dormitorio. Darío pudo ver, como si el techo fuera transparente como monedas de todos los tamaños caían de los bolsillos del pantalón del vecino del piso superior.

Y la lluvia de monedas tardó un rato, demasiado rato, en parar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Líneas de vulgaridad

Decidí ser escritor para escapar de la vulgaridad, hasta que empecé a escribir novelas vulgares y me reconocí en cada línea.


Terry Salgado

miércoles

La tapa de la basura

Darío encontró una cuantas cuartillas hechas pedacitos junto al cubo de basura. Habían quedado alrededor del cubo, no en su interior. Cuando Darío terminó de recoger cada trocito, tuvo que abrir la tapa de la basura por si acaso había algo importante dentro.

Darío era de los que pensaban que en la basura también podía encontrarse la gloria. Todos sabemos que eso no es más que una ilusión de escritor rico o de inspector nacido en un barrio pobre.

Una vez que hubo recogido los trozos los fue dejando sobre la mesa de la cocina y comenzó a hacer el puzle.

Se trataba de una serie de rúbricas iguales hechas con bolígrafo azul. Sin duda alguien había estado intentando falsificar una firma.

Aquello llenó a Darío de excitación y de incertidumbre, había encontrado una pista, pero ¿de qué? ¿de quién? ¿para qué?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Levantarse con los lectores

No está bien conocer a los lectores.


No está bien escribir frases ingeniosas sin ensayar en la primera página de un libro dedicado, junto a una firma ensayada.


No está bien responder a las cartas, mucho menos si son manuscritas, ni a los tweets, ni a ningún tipo de mensaje, sean o no declaraciones de amor.


No está bien responder a sus llamadas ni siquiera disimulando la voz.


No está bien quedar con ellos en una cafetería porque pensarán, en su complejo de lector, que están siendo carne de novela y actuarán como personajes sin alma, o lo que es peor, como personajes de cuento con final cerrado.


No está bien, por último, acostarse, ni aún menos levantarse, con los lectores sean del sexo que sean.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Perder por costumbre

Solo he perdido el público que nunca he tenido.


Albert Pla

martes

Creer en el crimen perfecto

Al poco de entrar en homicidios Darío acudió a una conferencia anunciada dentro de unas ponencias reunidas bajo el título de "Jornadas sobre el crimen prefecto".


En un estrado de madera que crujía a cada paso, una escritora de la que nunca había oído hablar explicaba a un grupo de estudiantes cómo construir el crimen que nadie pudiera resolver. La conferencia era un despropósito porque explicaba con todo detalle cómo se podía resolver un crimen irresoluble.


Darío comenzó tomando notas, pero terminó fijándose en las chicas de las filas de al lado y dibujando en su bloc armas con un cañón desproporcionado.


Cuando ya iba por su tercer cañón, Darío se fijó en una chica con ojos grandes que le daban a su cara el aspecto de un dibujo japonés. La chica alternaba las miradas a la escritora y al bloc de dibujo. Cuando Darío la sorprendió la chica le sonrió y le dijo muy bajito y vocalizando cada palaba "No me creo nada".


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El cuerpo de Cenicienta

El cuerpo fue encontrado por Luis Gándara a las seis cuarenta de la mañana cuando tomó el ascensor para bajar al garaje.

Gándara era empleado público en la oficina de patentes. En alguna ocasión sintió deseos de robar alguna, y soñó con hacerse rico y con todos los lujos absurdos que sueñan los oficinistas sin dinero, pero su cobardía se lo impidió. 
 
No conocía a la muerta. Esa mañana llamó al ascensor, como siempre, pero a diferencia de otros días, el elevador tardó menos en llegar, eso quería decir que no estaba en el bajo, como el resto de las mañanas, sino un par de pisos más arriba. Luis Gándara vivía en el sexto, así que el ascensor debía de estar en el segundo o en el tercero.

Estuvo a punto de saludar al cadáver que alguien había colocado en la esquina del ascensor atado con dos correas a los agarradores del fondo de tal manera que no se pudiera mover.
Se trataba de una mujer de entre treinta y cuarenta años, vestida con un traje chaqueta, como el que usan las ejecutivas de las multinacionales que visitan los jueves la oficina de patentes. No la conocía, aunque tenía un rostro común que le era familiar. Tenía los labios amoratados y, quizás por ello, le pareció una mujer bella.

Luis pulsó el botón del garaje y bajó al sótano acompañado de aquel cuerpo que sacó del ascensor arrastrándolo. Cuando pulsó el interruptor pudo ver a la mujer bajo la luz blanca que le daba un aspecto más amenazante que irreal.

El cuerpo, arrastrado por el asfalto hizo un ruido que nunca había escuchado y cuando llegó a la puerta de su cochera lo dejó apoyado contra una columna marcada con varias señales negras, unas rozaduras con aspecto de borrón pertenecientes a su propio automóvil.

Antes de meterla en la cochera Luis se dio cuenta de que la muerta había perdido, como Cenicienta, uno de sus zapatitos de tacón.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Devolver el bocado al plato

No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. 

Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato.

Javier Marías, Corazón tan blanco

sábado

Lascas de tiempo

Recuerdo esas boludeces de la diferencia de edad.

Mis viejos siempre decían que Lorenzo era mayor para mí.
A mamá llegó a ofenderle de forma íntima que la pelirroja fuera más joven que papá, y quizás de todo aquel asunto fue lo que más le hirió.

Todos éramos demasiado viejos o demasiado jóvenes, como si no fuéramos una lasca de tiempo en este océano.

Lascas de tiempo en conflicto con otras lascas igual de ridículas, igual de efímeras.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Mapas improbables

Desde pequeña me fascinaron los mapas del tesoro.

Me gustaban tanto que mi viejo me los dibujaba, los envejecía chamuscándole los márgenes con un encendedor y los dejaba escondidos por las calles más alejadas del barrio.

Ya saben que mi barrio es de calles concéntricas e inexplicables por lo que encontrar los mapas era una tarea casi imposible, improbable.

Todo en Parque Chas es improbable.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

La superficie

En la espalda de la ahogada había varias marcas que Darío presumía saber interpretar. Es cierto que inventó algunas cosas para que Tomás fuese consciente de todo lo que le quedaba por aprender.

—Fíjate, hay todo un camino de marcas, pliegues que indican el tiempo y el lugar donde el cuerpo ha estado colocado.

Tomás miraba con extrema atención todo lo que le iba señalando Darío. 

— ¿No hay informes policiales de cómo se encontró el cadáver?

Darío siguió hablando de forma monótona, como si Tomás no hubiera dicho nada.

— Vamos a empezar por el principio. Es fácil concluir que estaba en decúbito supino.
— ¿Durante cuánto tiempo calculas que estuvo en esta posición?
— Tiene un mapa tan detallado en la espalda con el que podemos conocer detalles inimaginables.

Tomás trató de digerir la palabra inimaginable. Miró hacia la luz blanca y se hizo una idea.

— Está claro que estuvo durante muchas horas en una playa.
— ¿Qué? — la rotundidad de Tomás sorprendió a Darío.
— Hay muchas marcas finas como alfileres junto a surcos que se expanden, como estrellas fugaces, creo que una opción plausible puede ser que el cadáver pasó un tiempo razonable, quizás toda una noche sobre la arena de la playa.
¿Razonable?

Darío movió los cabellos de la ahogada, de su melena cadáver cayeron granos de arena amarilla. Después exploró sus oídos y la boca. En todos los pliegues encontró restos de arena y, en los labios, sal marina. Y cuando parecía que se demostraba sin remedio la premisa de Tomás, Darío le dio un giro a la historia.

— Todo eso no demuestra nada. El mapa de su espalda es el único que puede marcarnos la X del tesoro, pero te ha cegado lo evidente y te has quedado en la superficie.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

La espera de Lucio

En contra de lo que cualquier escritora pudorosa pudiera decir. Lucio no era repulsivo. Sus manos no eran gruesas y ásperas y su cabello no era grasiento. Es cierto que olía mal, pero era por culpa de los cubos de basura donde se escondía.


Cuando yo volvía casa por las noches lo imaginaba bajando de su casa con cualquier excusa, metiéndose en el cuarto de la basura y esperando a que yo llegara en medio de el olor y de la oscuridad. ¿En qué pensaría Lucio durante todo aquel tiempo? 


Se entretendría recordando los partidos de San Lorenzo o quizás solo escuchaba, muy atento, los ruidos del portal, a la gente que subía o bajaba, al ascensor chirriando y el reloj de la escalera corriendo, desbocado en su cuenta atrás.


Seguro que su ritmo cardiaco se aceleraba tanto como el mío cuando se acercaba la hora, seguro que él también tenía miedo cuando me oía abrir la puerta del portal.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La caja de los hilos

Hay quien piensa, a veces yo misma, que salí de Buenos Aires por el asunto de Lucio.


No salí por Lucio, ni por el revólver, ni siquiera por la muerte del viejo. Si salí fue por encontrarme lo suficientemente lejos para entender, para recolocar toda la literatura que el tiempo y el barrio habían construido, como un puzle en el que no encajan las piezas, en mi pobre cabeza.


Es cierto que cuando llegué a Madrid solo pensaba en el asunto de Lucio y que estuve un tiempo durmiendo poco y mirando en los armarios y debajo de la cama. Todo es cierto, pero solo vine acá para encontrar otro aire, otra gente, otras reglas del juego en mi propio idioma. Sé que suena a boludez pero la patria es el idioma y yo solo sé escribir en español, aunque sea tan mal, tan fragmentario, tan lleno de calles cortadas y de hilos perdidos.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Un muchacho de barrio

Si Carolina Suances no le hubiera pegado ese tiro en la cabeza a Darío, el asunto del sótano se habría arreglado de otra manera.

La mañana después del disparo Carolina rebuscó entre los pantalones y el abrigo de Darío alguna pista sobre el caso. Su ropa parecía más la de un delincuente que la de un policía y el olor profundo a humedad le descubría como un muchacho de barrio de clase baja.

Apartó la pistola que imaginó caliente, pero que ya había recuperado su temperatura natural, fría como un miembro amputado, y metió la mano en el bolsillo interior del abrigo. Allí encontró una cartera y una agenda, vació el contenido de la cartera sobre la cama, de su interior salieron varios billetes, recibos, dos entradas para El Nacional  y la placa de inspector que se desprendió y chocó contra el suelo. 

En ese momento llamó a la puerta Felipe Iríbar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Falsos delincuentes

Había mentido tanto en las recepciones de los hoteles durante tanto tiempo que cuando me hice pasar por la doña no me supuso ningún esfuerzo. 

En realidad tenía poca emoción porque nadie conocía su rostro y yo podía ser ella o cualquier otra. Me acostumbré a que me llamaran por su nombre y ya no atendía por el mío. Acabé oyendo mi nombre como una de esas palabras extrañas que a fuerza de decirlas parecen ridículas, aunque había llegado a ese punto por el camino contario, el del silencio.

Durante un tiempo Lorenzo y yo usamos nombres falsos en los hoteles, en los restaurantes y en cualquier sitio público donde hubiera que identificarse. Fue una época fabulosa donde todo en nuestras vidas era falso, el dinero, la matrícula del auto, los carnets de identidad. 

La gente con la que nos cruzábamos nos tenían por amantes, pero éramos falsos amantes, y nosotros nos teníamos por delincuentes, pero éramos falsos delincuentes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

La cara B

Cuando vivía con mis viejos me fascinaba el piso de mis vecinos, no porque tuviera nada extraordinario sino porque era exactamente igual que el nuestro. 

Siempre me han fascinado las cosas que se duplican, las dobles versiones, el reflejo, la cara B. 

Aquel piso era nuestra cara B, el marido trabajaba de viajante, igual que mi viejo, pero en lugar de representar una marca de relojes vendía antigüedades. 

La esposa era una mujer muy parecida a mamá, pero con el cabello rubio y los ojos tristes.

No tenían hijos, no había reverso de mí, por tanto, mi cara B no existía, mi otro yo era la nada.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Tomar decisiones

Felipe Iríbar era redactor de sucesos, pero deseaba ser crítico. Ya había realizado algunas críticas de teatro cuando el titular, un escritor de diarios íntimos  fracasado, no estaba disponible o no se dignaba a ver determinadas obras. Los estrenos de obras menores eran todos para Felipe. También hacía cine, aunque le gustaba menos, decía que no entendía el lenguaje cinematográfico ni le interesaba aprenderlo.

A las cinco y media de la mañana Felipe estaba en su cama, solo, soñando con algo que ya jamás recordaría por culpa de la llamada de Carolina Suances.

— Felipe, necesito que me me pagues.
— ¿Carolina? ¿que te pague el qué? ¿Estás borracha?
— Necesito que me pagues el favor que me debes.
— ¿Qué ha pasado?
— ¿Recuerdas al poli encargado del caso de las chicas del sótano?
— ¿El poli? Ahora mismo no recuerdo nada, Carolina, ¿Qué pasa con él?
— Me lo traje a mi piso.
— ¿Y qué le pasa? ¿ahora no quiere irse?
— Creo que está muerto. Necesito que me ayudes.

Felipe se incorporó en la cama, se cambió el auricular de oreja y encendió la luz.

— ¿Qué dices Carolina? ¿Es una broma?
— Nada de broma, creo que lo he matado y necesito decidir qué hacer con él. Y ya sabes que no soy nada buena tomando decisiones.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

La moral de Carolina Suances

— Las presentistas mentimos constantemente.

Darío se llevó el cigarrillo a los labios, le dio una calada y, tras echar el humo, respondió.

— ¿Los presentistas no tenéis moral?
— Tenemos, pero no nos hace falta.
— Mentís para conseguir algo.
—Como todo el mundo, pero constantemente, y sin remordimientos.
— ¿No sois religiosos?
— No sé, habrá de todo, supongo.
— Tú, por ejemplo.
— ¿Si soy religiosa?

Darío asintió.

— No, especialmente.
— ¿Cómo, especialmente?
— Mi familia lo era y, supongo que de alguna manera yo también lo soy, pero no me influye en nada de lo que hago, al menos conscientemente.
— ¿No tienes moral?

Carolina sintió un escalofrío, aquellas preguntas parecían que iban directas a su sexo y conseguían excitarla.

— No tengo, pero eso no tiene nada que ver con la religión ni con el presentismo.
— ¿Con qué entonces?
— Con las ganas que tenga de conseguir algo o a alguien.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Algo frío

Carolina pensó que lo había matado.

No se arrepintió, ni entró en pánico. No pudo evitar pensar en las alternativas que se le abrían. Podía llamar al teléfono de emergencias y contar todo lo que había pasado, pero le dio una pereza enorme explicar lo de la luz apagada y su angustia nocturna. Podía meter el cuerpo en un saco de basura y dejarlo en cualquier lugar, pero no le parecía un buen final para Darío. También podía dejarlo todo tal cual, no tocar nada y marcharse a Brasil en el primer vuelo. Aquello le gustó más, ser una huida de la justicia hacía que se abrieran un montón de posibilidades.

No hizo nada de todo aquello. Llamó a Felipe Iríbar, un compañero del periódico que le debía un par de favores importantes. Él le ayudaría o, por lo menos, podría hablar con alguien. Carolina se dio cuenta de que solo tenía ganas de hablar con alguien, y unas ganas enormes de beber algo frío.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El vacío de lo eterno

Carolina Suances disparó sobre la cabeza de Darío. 

Apuntó a la frente, pero el retroceso desvió la bala que solo le rozó el cuero cabelludo.

Darío sintió lo mismo que se supone que siente un hombre al que le han disparado en la cabeza. Algo irreal, claro está, porque un disparo bien efectuado no produce ningún tipo de sensación más allá de la milésima de segundo que te conduce al vacío de lo eterno.

Sin embargo Darío sintió un golpe tremendo, un chasquido en el interior de su cráneo y un impacto que le dejó sordo y que le garantizaba que aún estaba vivo.

Carolina sintió como si tronara dentro de su mano, se asustó mucho cuando la pistola retrocedió y el disparo tomó vida, también cuando empezó a salir sangre entre los cabellos de Darío, y de sus ojos muy abiertos.

Sin pensarlo corrió hasta el baño y estuvo un rato sentada en el váter con los pies descalzos y la pistola en las manos, sintiendo en su garganta el sabor del metal caliente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Presentismo

Carolina Suances tenía el convencimiento de que la memoria está sobrevalorada. Eligió ser periodista no para dejar constancia de los hechos si no para exprimir el presente.


Carolina tenía obsesión por el presente y no le daba importancia a los errores pasados ni a los resultados futuros de lo que pudiera hacer hoy, pero Carolina no era una hedonista, trabajaba duro, sufría cuando algo le salía mal, se enamoraba y hasta hacía dieta. 


Carolina solo era presentista y nadie está preparado para conocer a una mujer así.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

La mirada de las niñas ricas

El detective simplón, permítanme que le llame así, empezó a buscar como hacen todos los detectives, por calles húmedas de los barrios bajos, doblando con seguridad impostada esquinas manchadas con orines de perros y hablando con frases cortas a las chicas que habitaban aquellos barrios y aquellas calles.

La doña, en su torpeza de escritora autocomplaciente, le había inventado a aquellas chicas un pasado complejo y laberíntico sin saber siquiera dibujarles ni el rostro, ni sus vestiditos ajustados. La doña pretendía escribir una historia sórdida con la mirada con la que las niñas de los barrios ricos se asoman a las calles que huelen a orines.

Para hacerlo todo aún más falso metió al detective en un tugurio lleno de marineros y música de Jimmy Hendrix y, cuando lo sacó la niebla invadía la ciudad, una ciudad que se parecía a Madrid, pero que no se privaba de llamarla portuaria en una de cada tres páginas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un sueño de Carolina Suances

Carolina Suances siempre dejaba encendida una luz en su dormitorio.


La primera noche que pasó en su casa, Darío apagó la luz y Carolina se despertó entre noche con la sensación de que le habían robado.


Se levantó de la cama y, sin ponerse nada por encima, estuvo repasando cada rincón de su departamento. Cuando regresó desolada a la habitación pudo ver a Darío en el lado derecho de la cama completamente dormido, roncando levemente. También pudo ver su ropa amontonada en medio de la habitación y su arma asomando entre las solapas de la chaqueta. 


Carolina tomó el revólver con sus dos manos y se lo acercó a la cara, lo revisó con cuidado y después apuntó a Darío. Amartilló la pistola como si lo hubiera hecho toda la vida y se imaginó todo lo que pasaría si apretaba el gatillo.


Sonrió, dejó la pistola en su sitio y se acostó pensando cómo el mundo está lleno de posibilidades.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Huerfanitas

Su segunda cita con Carolina Suances fue en un pub elegante de Corrientes. Darío imaginó que era una mujer a la que conocía desde hace tiempo, una mujer casada a la que le volvían locos los inspectores de policía.

Sus amigos, su familia, su vieja le afeaban la idea de hacerse policía para atraer a cierto tipo de mujeres.
— Solo vas a conocer a reprimidas y huerfanitas que buscan un papá.

Ninguno contaba que podía conocer a mujeres como Carolina Suances que lo querían por interés, pero por un interés distinto, casi literario y eso le hacía sentirse bien.

Darío pidió un cóctel que nunca había probado y que no sabía pronunciar, compró una marca de cigarrillos que nunca había fumado y utilizó palabras nuevas, todo para construir un personaje a la altura de Carolina Suances que ya le esperaba sentada en un taburete, al fondo de la barra.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Vulgar

En una época de abusos, o de ego no dominado, Darío se dedicó a pasearse los días festivos por el puerto y parar furgonetas, camiones y turismos destartalados.

A veces solo los perseguía con su propio auto, se colocaba detrás de un vehículo sospechoso y lo seguía por toda la ciudad imaginando qué ocultaría en su caja.

Cuando el conductor se daba cuenta de que Darío le seguía empezaba a manejar de forma extraña, girando de repente, tomando calles secundarias o metiéndose por direcciones prohibidas. En ocasiones, cuando no aguantaban más, el tipo paraba y bajaba del carro. Alguno salía con un bate, una barra de hierro o cualquier objeto en la mano y se dirigía furioso a Darío que entonces se bajaba lentamente de su auto, sacaba la placa o dejaba ver su arma y disfrutaba viendo la cara descompuesta del conductor al que, a continuación,  obligaba a abrir el maletero o las puertas traseras de su camión para que lo vaciara en la calzada y le enseñara todo lo que transportaba.

Aquella afición le duró poco tiempo a Darío, se dio cuenta de que cada automóvil que paraba tenía algo que ocultar y que la emoción se venía abajo porque, casi siempre, la mercancía era de lo más vulgar. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


jueves

El misterio de las cucharillas

Durante varios días Carolina Suances descubrió cucharillas de café en el fregadero de su cocina.

Cuando encontró la primera se sorprendió de su mala memoria ¿cómo podía haber dejado una cucharilla allí y no acordarse? Tenía restos de café así que la fregó, la secó y la guardó en el cajón de los cubiertos.

La segunda vez sintió un escalofrío y tuvo que salir de casa. Cuando regresó tomó la cuchara la puso debajo del grifo de agua caliente y la fregó, después la secó con cuidado y la colocó en su sitio, en el interior del cajón de los cubiertos.

La tercera cucharilla la paralizó, estuvo un rato mirándola fijamente y después se le presentó en la cabeza la imagen de Darío. No podía ser otro, aunque no tenía llaves de su casa podía haber entrado con alguna ganzúa de la policía, alguna llave maestra o algo así. Decidió fregar con cuidado la cucharilla y no preguntarle.

La cuarta vez aparecieron dos cucharillas y las encontró por la mañana, al levantarse de la cama. Se asustó y registró toda la casa en busca de alguna pista. No encontró nada, la puerta de la calle estaba cerrada con la llave puesta y la cadenita echada, nadie había podido entrar.

Durante mes y medio siguieron apareciendo cucharillas en el fregadero de Carolina Suances que, a partir de la décima, se dedicaba a fregarlas y colocarlas en su sitio sin darle importancia.

Un día Carolina no encontró ninguna cucharilla y ella misma abrió el cajón de los cubiertos y sacó una que colocó en la pila para encontrarla a la vuelta del trabajo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Formato reducido

Cada película es una vida en formato reducido y cuando acaba, cuando se rompen brutalmente esos lazos tan apretados que nos unían a los actores, a los técnicos, es como una muerte. 


La película se estrena en las salas, se convierte en algo de todo el mundo. Dos horas de su tiempo, dos años del nuestro. Qué oficio tan extraño.


Louis Malle

martes

Constelaciones

Llevaba la chaqueta llena de migas. Se acercó a él, olía a café, era un olor agradable, caliente.

— Hueles a café.
— Tomé uno en la comisaría, antes de salir— Mintió.

Carolina cerró los ojos y aspiró el aroma de Darío. Poco a poco su cerebro fue colocando cada estímulo en su cajita correspondiente. No era adivina, pero podía hacerse una idea de cada uno de los lugares y de las personas por las que había pasado Darío esa noche.

Sabía, por ejemplo, que esas miguitas, que formaban pequeñas constelaciones en las solapas de la chaqueta, eran de de una napolitana demasiado reciente que Darío había tomada hacía al menos tres horas en un hotel cercano a la costa. El olor a salitre se había quedado entre la trama cruzada de los hilos y, cuando sacó su arma y la puso sobre la mesita de noche, el hierro también dejó un rastro de sal.

— He tenido una salida en Quilmes —dijo como media verdad para ocultar la otra media.
— ¿Algún asunto escabroso?

Darío sintió como si Carolina fuera su esposa y a punto estuvo de bajar la guardia y contarle todo con naturalidad, pero supo parar a tiempo y siguió mintiendo.

— Nada escabroso, una pelea de pareja, un asunto de cuernos mal solucionado.
— Me encantaría saber cómo se solucionan bien esos asuntos.

Nazaré Lacano, Cuentos de Parque Chas





lunes

Que no se salga un punto de la verdad

Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. 

Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha


domingo

La afición de Ricardo Risueño

Ricardo Risueño hacía cosas que nadie esperaba de él. Debe ser por eso que me gustaba.


En una ocasión arrojó billetes desde el balcón de su departamento. Se trataba de la pensión de su vieja, no había discutido, ni había tomado demasiado, ni estaba enfermo, simplemente una tarde se levantó de una larga siesta y fue directo a una cajita de bombones donde la madre guardaba el dinero, agarró un puñado de pesos, abrió la puerta del balcón y los tiró. 


No terminó ahí esa afición. Días después tiró toda su ropa y en verano arrojó sus libros, entre ellos uno que yo le había regalado. Aquello me gustó más aún que lo de la plata.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas