martes

Reproche

Cuando quedas conmigo no te arreglas tanto.


Terry Salgado, Oído en un bar

Estar de humor

Rosa Ingelmo tenía contratada por horas a una mucama.

Cuando Rosa viajaba a Córdoba para ver a sus padres, la mucama se ponía su ropa y sus perfumes, se sentaba en su butaca y a veces, si estaba de humor, salía a cenar o al teatro con el marido de Rosa Ingelmo.

Cuando Rosa volvía a casa tenía mucho trabajo de plancha acumulado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

Un dragón disimulado

Ya en mi primera infancia tuve las primeras prefiguraciones de aquel mundo perverso en mis pesadillas y alucinaciones. 

Todo lo que luego hice o vi en mi vida estuvo de una manera o de otra vinculado a aquella trama secreta, y hechos que para la gente común no significaban nada, saltaban a mi vista con sus contornos exactos, del mismo modo que en esos dibujos infantiles donde debe encontrarse un dragón disimulado entre árboles y arroyuelos. 

Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas

domingo

Somnium Astronomicum

En el siglo XVII, Kepler redactó un Somnium Astronomicum, que finge ser la transcripción de un libro leído en un sueño, cuyas páginas prolijamente revelan la conformación y los hábitos de las serpientes de la Luna, que durante los ardores del día se guarecen en profundas cavernas y salen al atardecer. 


Entre el primero y el segundo de estos viajes imaginarios hay mil trescientos años y entre el segundo, y el tercero, unos cien; los dos primeros son, sin embargo, invenciones irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón es clara. Para Ludano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible, como los cisnes de plumaje negro para el latino; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros.


Prólogo de Jorge Luis Borges a la edición española de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury

sábado

La fogosidad

—  La cama echó a arder.
— ¿Se te quemó la cama? ¿estabas fumando?
— Fue tras estar con mi primo, él acababa de salir.
— ¿Te acostaste con tu primo?
— Éramos muy jóvenes, él volvía del internado, era Navidad y la abuela estaba muy malita.
— Ya, y se metió en tu cama.
— Mi tía entró en la casa gritando que la abuela estaba muriéndose.
— ¿Os pilló?
— No, mi primo salió de la cama de un salto, se vistió y la alcanzó en las escaleras.
— ¿Y tú?
— Me quedé en la cama, con la vista fija en la goterita del techo.
— ¿No saliste?
— De repente empecé a oler a quemado y cuando quise darme cuenta las sábanas estaban ardiendo.
— ¿Qué pasó?
— Traté de apagarlo con las mantas, pero parecía como si alguien le hubiera echado gasolina. Solo me dio tiempo a ponerme el vestido y salir corriendo.
— ¿No me dirás que...?
— No fue por la fogosidad, no seas boluda, fue la abuelita, estoy segura.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



viernes

Australia

La casa de Dina tenía una gotera persistente en medio del living.

Los domingos tenía el aspecto de Australia, el resto de la semana variaba entre el perfil de Gandhi y la silueta de un caribú.

La mamá de Dina decía que los cambios se debían al estado de ánimo del vecino de arriba, un empleado de notaría que sufría ataques de tristeza.

— Mamá dice que son las lágrimas del viejo de arriba.
— No es viejo, ese hombre no debe tener más de cuarenta.
— Un viejo, entonces.

Una noche me quedé a dormir con Dina, en su casa, y oímos llorar al vecino. Estábamos en el cuarto oyendo a los Stones, fumando y hablando de un futuro viaje en auto, aún así se le oía con claridad.

— ¿Escuchaste? Es el viejo
— Da mucha pena ¿por qué llorará?
— Mamá dice que es mal de amores.
— Pobre, debe sentirse muy solo.
— Tendremos que subir a consolarlo.
— ¿Qué decís? ¿Estás loca?
— He visto cómo me mira cuando me lo cruzo en las escaleras.
— ¿Quieres seducir a un viejo?
— Debemos hacerlo.
— ¿Debemos?
— No querrás que acabe inundándose el salón.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Ruidosos portazos


Durante este período, Castorp empieza también a sentirse fascinado por Clawdia Chauchat, que ya el primer día le había llamado la atención por sus ruidosos portazos.




jueves

Callar

Deja a los médicos que lidiar con ellos es una muerte; el letrado es un embuste con golilla; el físico, un desaliñado loco; el político, un zalamero de buena ropa; el poeta, un mentiroso pintor; y los demás son hombres; todos te hablarán y nunca sabrás con quién hablas; y para no perderte, calla, que el buen callar te ha de hacer buen Sancho.


Diego de Torres Villarroel

El método de concordancia


[
] todo lo que nosotros, semifantasmas, llamamos evidencia de algo, puede ser muy bien la evidencia de cualquier cosa. 

Los lógicos, los detectives, los jurados, las mujeres celosas y los miembros de la Real Sociedad Astronómica reconocen esta indeterminación, pero conservan la ilusión de que el método de concordancia sustituye una evidencia real y final.

Charles Fort, El
libro de los malditos

miércoles

Emporio celestial de conocimientos benévolos

Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparente (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). 


Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría. Esta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La belleza figura en la categoría decimosexta; es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. 


Jorge Luis Borges, El idioma analítico de John Wilkins

martes

Lucia de Firenze

Ciao Nazaré.


Soy Lucia, de Firenze. Los últimos días me he dado un atracón con tus relatos. Mi profesor de español debe estar harto de mí porque le voy con muchas dudas. El pobre contesta a mis preguntas como puede. Es él el que me ha animado a escribirte y mandarlo a este correo.


Ahora no sé qué decirte, tengo preguntas sobre muchas cosas, ¿contarás todo lo que ocurrió en el sótano? ¿las mentiras que viviste con Jorge son verdad? Estoy subyugada con Lidia Bacchio y necesito conocer a fondo a Leire Mendoza.

¿Y Lupe? ¿alguien puede no amar a Lupe?


Hay demasiados hilos en este laberinto, estoy enredada y no me das soluciones, Nazaré.

Disculpa el atropello, esto parece una carta reproche. Cuenta lo que quieras, no lo que un loca llorona de veintidós años te suplica.


Yo también escribo constantemente, cuando no escribo leo y vuelta a empezar. Tengo también redes sociales, y también escribo para descontrolar un poco a quien me lee.


No te fíes de la foto, normalmente no soy tan trascendente.

Te escribo más otro día.


Lucia

Agustín de Hipona

Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo.


Agustín de Hipona

Hay otros mundos

f.izquierdo, oct. 30, 2021 at 01:12  
to: robertopintado@hotmail.com

Estimada señora Lascano.

Espero este se el camino para ponerme en contacto con usted. De cualquier manera este correo solo quiere ser una muestra de agradecimiento y un punto ingenuo de reflexión, espero disculpe mi atrevimiento.

Estoy convencido que desde Bourgeois, Oppenheimer o Joana Vasconcellos no había encontrado a una mujer con un trabajo de tan rabiosa femineidad, como si existiera una saga del cariño manufacturado. Su trabajo, su literatura, parecen el recuerdo de una etapa ya alcanzada y olvidada. Hoy el hecho de continuar vigente en este blog azaroso me llena de nuevos ánimos y fe en la escritura.

Estoy convencido de que hay otros mundos, pero están en Lascano.
Espero sea posible hacerle llegar este email.

Un saludo afectuoso.

Fran Izquierdo



lunes

Densidad

Pero, ¿qué sabría un pez de las grandes profundidades si una plancha de acero, desprendida de un pecio, le golpeara la nariz? 

Estamos sumergidos en un océano convencional de densidad casi impenetrable. A veces soy un salvaje descubriendo un objeto en la orilla de su isla, a veces soy como un pez de las profundidades y me duele la nariz.

Charles Fort, El libro de los condenados

Desolado

No soporto esperar. No lo soporto ni un minuto ni una hora.

El psicólogo me recomendó que para tratar mi enfermedad debía comenzar a esperar sin una causa, es decir, debía ir a un aeropuerto, a una sala de espera del hospital o a la cola de un supermercado y ponerme a esperar sin necesidad, el poder retirarme cuando yo le decidiese me ayudaría controlar mi ansiedad.

Empecé esperando en la parada del autobús. Parecía fácil, solo tenía que situarme bajo una marquesina y esperaba, si llegaba un autobús me retiraba y esperaba al siguiente, así hasta que me iba de allí. Lo importante era esperar con tranquilidad todo lo que pudiera.

No salió como esperaba, a la media hora de estar esperando me puse tan nervioso que discutí con varios pasajeros y acabé subiendo a un autobús cualquiera que me llevó hasta las afueras de la ciudad, a un polígono industrial donde al llegar a la última parada tuve que bajar y sentarme en un lugar desolado a esperar, ahora sí de forma irremediable, al autobús que me devolviera al centro.

Terry Salgado El informe amarillo


domingo

Mentiras

Un domingo por la mañana, en el cruce de Santa Fe con Ayacucho hubo un atropello terrible.

Yo volvía de pasar la noche con Román, habíamos tomado demasiado y en un momento, sobre las tres,  tuve el convencimiento de que tenía que irme de allí. No lo hice hasta la mañana, aprovechando que dormía. Me excitaba la idea de que despertara y no me viera a su lado.
 
No encontré taxi y decidí caminar. No me importaba ir andando hasta el subte o hasta casa o hasta donde quiera que pudiera llegar a esas horas.

Justo antes del accidente todo se quedó en silencio.

Corrí hacia allí y cuando llegué me paré en seco. Saqué el celular de forma automática y lo volví a guardar, varias personas estaban llamando a los servicios de emergencia. Un hombre estaba tendido en el suelo, era joven, vestía unos jeans gastados y tenía la cabeza apoyada en el asfalto.

El tráfico paró, la gente se arremolinó frente a la escena, un automóvil blanco y muy brillante tenía un golpe enorme en su parte delantera, el faro derecho había desaparecido y en su lugar había una gran mancha roja. Volví a fijarme en el asfalto, allí también había una mancha roja, imperfecta y salpicada por los cristales del faro.

La conductora del coche blanco, también vestida de blanco, no lograba quitarse las manos de delante de la cara.

Alguien gritó ¡un médico! como en las películas, y uno de los mirones se acercó hasta el cuerpo tendido, se agachó y negó con la mirada. Se oían las sirenas al fondo y el silencio del principio se había convertido en un barullo casi festivo. Por la Avenida Santa Fe avanzaba una romería con destino al cuerpo del peatón desmembrado.

Iba a marcharme de allí cuando sentí que me tocaban en el antebrazo derecho. Me volví casi furiosa.
 
— ¿Naza?

Era Jorge Sastre, hacía años que no lo veía. Estaba más mayor, tenía buen aspecto, una barba con alguna cana y sonreía.

— ¡Jorge! 

Nos abrazamos, a nuestro alrededor cada vez se arremolinaba más gente, que hablaban, que gritaban, que reían mientras el cuerpo caliente del peatón seguía tendido en la calzada con el cuello doblado en una posición imposible. 

— ¿Dónde te has metido Naza? No he vuelto a saber de ti.
— He estado lejos,
— ¿Sabés que te busqué por todas partes?
— No, no sabía, siempre fuiste un embustero.

Yo misma me sorprendí y me avergoncé al hablarle de forma tan directa.

— Pero, te marchaste sin decir nada.
— ¿Sabés? Acabo de hacer lo mismo.

Cuando llegó la ambulancia la gente empezó a apartarse con pereza, y Jorge y yo quedamos en primera línea mirando fijamente al cuerpo tendido mientras seguíamos hablando de mentiras y del paso del tiempo.

Nazaré Lascano Cuentos de Parque Chas





Simpatía popular

Conozco a escritores que escriben diccionarios, se dedican al periodismo o al precarizado arte de enseñar, escritores libreros, escritores abogados especialistas en divorcios; escritores que investigan la sinapsis del ratón, que trabajan en hamburgueserías o reciben un sueldo de una empresa municipal de basuras. Escritores taxistas y escritores amas de casa. Escritores inéditos y escritores que, además de inéditos, están en paro.

[ … ] Quizá deberíamos practicar el crimen y la estafa como esos Escritores delincuentes que recopila el magnífico José Ovejero. Tal vez, la delincuencia sea nuestra única oportunidad para ganarnos el pan y la simpatía popular.

Marta Sanz, Ni hablar


sábado

Menos metáforas

— Tenía que empezar por algún lado así que vendí mi cama.
— ¿Por qué? ¿A quién?
—  A un matrimonio hondureño recién llegado a Madrid, no tenían donde acostarse.
— ¿Los conocías?
— No, puse un anuncio en Internet y llamaron, vinieron ellos mismos a buscarla, se la llevaron a mano.
 — ¿Y ahora, dónde duermes?
— No me acuesto, me quedo dormido en el sofá, viendo la tele o escribiendo.
— ¿Y eso en qué ha cambiado tu vida?
— Por el día estoy más cansado, pero me levanto antes y hago más cosas, por la noche no pierdo el tiempo, veo más películas y escribo diferente. 

— ¿Cómo escribes ahora, con más adjetivos?
— ¿Estás loco? Con menos metáforas. 


Terry Salgado, "Oído en un bar", Bares sin nombre


Una carta para papá


 

Heterodoxos e iconoclastas

[
] todos somos renegados en nuestro interior: nos tenemos por más revolucionarios, heterodoxos e iconoclastas de lo que los demás pueden percibir; cualquier oficinista se siente en secreto un aventurero, puede que doble la espalda diez veces al día delante del jefe, pero muy por dentro es Dick Turpin o Barbarroja; curiosamente, como nuestra conciencia define en buena medida nuestra identidad, tendemos a creer que ese ser oculto, que no actúa sino solo piensa, es verdaderamente nuestro yo.

José Ovejero, Escritores delincuentes

Subtrama

En medio de la investigación, un miércoles por la tarde, Darío extravió su arma reglamentaria.

Aquello le daba un giro al caso. Se abría una especie de investigación paralela, una subtrama que, bien hilvanada, podría llevarle hasta el asesino o hasta un expediente reglamentario.

Darío tuvo que dedicar parte de su esfuerzo y mucho tiempo a buscar su arma. El jueves por la mañana se dirigió al local donde había pasado la tarde y donde se le hizo de noche. Un club de striptease de Palermo donde el whisky tenía un regusto a detergente y las chicas se acercaban demasiado a los clientes.

Recordaba a una pelirroja que había estado junto a su trocito de barra demasiado tiempo. Cuando se desnudaba siempre cerraba los ojos, como esas mujeres que siempre lo hacen con la luz apagada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Tramas y subtramas

En aquel encuentro, ambos creadores [Pedro Almodóvar y Paul Auster] llegaron a la entente de que perseguían la transparencia narrativa mientras practicaban la proliferación de historias en una misma narración. 

Ambos llenaban de tramas y subtramas sus obras porque eran incapaces de descartar qué les parecía menos relevante de crear. Querían hacerlo todo, cada vez que hacían algo.

Frances Miró, eldiario.es

viernes

Sábado por la tarde

Entre el público presente en la conferencia de este escritor había muchos adolescentes con cuaderno y bolígrafo, claramente obligados a asistir para hacer un trabajo de clase. Y Millás ha lanzado un mensaje dirigido a ellos que me ha encantado. 

Los jóvenes que se emborrachan y rompen cosas porque piensan que así se están rebelando, en realidad están afirmando el sistema. Las leyes existen porque hay quienes no las cumplen, y por ende quien no respeta las normas no hace más que afirmarlas. "El joven del que hay que preocuparse es aquel que se queda leyendo en casa un sábado por la tarde. Ese sí que es una bomba"

Ana, Viaje al centro de la Tierra

Precisión absoluta

Una vez más, en sus titubeos confusos, lo que la tranquilizó fue lo que tantas veces le servía de sereno apoyo: que todo lo que existía, existía con una precisión absoluta y en el fondo lo que ella terminase por hacer o no hacer no escaparía a esa precisión.


Clarice Lispector, Aprendizaje o el libro de los placeres

Marina


Marina se pasó la niñez escondiéndose, la adolescencia y la primera juventud estuvo escondida en su habitación, y luego se casó. El día de su boda estuvo mucho tiempo escondida viendo cómo los invitados bailaban. 

Los primeros meses de matrimonio cuando su marido llegaba a casa la encontraba metida en la despensa o en un rincón del garaje.

Marina tardó en dejarse ver, empezó a hacerlo enviando fotos a una revista de moda. Un editor vio su foto entre una montaña de imágenes repetidas de chicas muy jóvenes, y quiso jugar con su vida. 

La contrataron, y fue entonces cuando supo que era una mujer muy bella. A los tres meses salía en las portadas de las mejores publicaciones de moda, y al año envió las mismas fotografías a las oficinas de una revista erótica para ofrecerse como modelo. 

Antes de que acabara el verano las fotos a doble página de Marina cubrían las paredes de los talleres mecánicos de todo el país.

Terry Salgado, Bares sin nombre



jueves

Una mujer en la ventana

La llamaban Romina, por Romy Schneider.

Recuerdo sus ojos azules, sus jerséis ajustados de cuello alto y una cruz de oro entre los dos pechos, por encima del jersey.

También la recuerdo caminado por la acera y a mí detrás poniendo mis pies en el lugar exacto por los que habían pisado sus zapatos.

Yo era muy pequeño, pero intuía que todo aquello tenía que ver con la religión y con el pecado.

Terry Salgado, El informe amarillo


Jugaste, perdiste

La memoria y la historia son, en principio, opuestas: la memoria es individual, parcial y subjetiva; en cambio, la historia es colectiva y aspira a ser total y objetiva.

La memoria y la historia también son complementarias: la historia dota a la memoria de un sentido; la memoria es un instrumento, un ingrediente, una parte de la historia.

Javier Cercas, El chantaje del testigo

miércoles

Sumergirse en el ánimo de los protagonistas

[ … ] las peripecias de la levísima historia quedan en buena medida sugeridas, apuntadas, sin desarrollo, y muchos datos son deliberadamente brumosos y apenas cuentan en el conjunto del relato, porque al autor le ha interesado esencialmente sumergirse en el ánimo de los protagonistas.


Ricardo Senabre


martes

Con el botín puesto

Los olores de las comidas haciéndose en las cazuelas de cada cocina se mezclaban sin pudor en el portal de Susana.

Algunos días me acercaba hasta su calle, entraba en el portal y subía las escaleras hasta el último piso, ponía el oído en su puerta y escuchaba la olla o la cazuela, con las patatas y la verdura, que su madre había dejado en los fogones.

Mientras yo esperaba, a lo lejos, en algunas casas, se oía una lavadora centrifugando, cubiertos chocando o, si había suerte, un vaso estallando contra el suelo.

Hasta que oía que se abría la puerta de la calle y bajaba, con la respiración entrecortada, saludaba a alguna de las mujeres que regresaba de la compra y volvía a la calle con mi botín puesto.


Terry Salgado, El informe amarillo


Comprensión de una realidad

Desde Duchamp, hace casi cien años, no tiene sentido cuestionar la autoría de una obra porque el artista se haya apropiado de un objeto o una creación ajena. 

Pero, aunque no esté obligado, esperamos de él que con esa operación revele algo sobre la percepción o comprensión de una realidad, sobre el propio proceso artístico... Y yo aprecio que haya algún tipo de transformación del material apropiado que subraye la condición artística de la propuesta.


Elena Vozmediano, El Cultural

Significado

El individuo que desempeña un papel en el acontecer histórico nunca entiende su significado.


León Tolstói, Guerra y paz

lunes

Biografía

No es una novelista, no escribe ensayos, ni compone poemas. Es una artista que crea relatos en los que ficción y realidad, documento y mito, se cruzan y entrelazan. Para elaborarlos recurre al texto, la imagen o el objeto, sean estos propios o encontrados. 

Tanto nos sorprende describiendo una profecía que puede ocurrir o no, como fabrica un diálogo ficticio entre dos personajes o nos muestra una colección de imágenes de aquellas figuras masculinas que supuestamente han marcado su vida.

La obra surge del autor, pero no existe sin la mirada del espectador que la contempla. Su obra busca la relación entre los objetos, pero no la determina. Nunca terminamos de saber qué es verdadero o falso, lo que ha sido ideado por la artista o es resultado de un accidente. Para ella, el espectador deviene en actor de la pieza que contempla y, a la vez, cualquier actor puede convertirse sin solución de continuidad en espectador de su propia acción. 

Homicidios e hipocresía

Mejor que ignoremos lo que dicen de nosotros cuando no estamos delante, tanto los amigos como los enemigos. 

La hipocresía (si no es flagrante ni excesiva), la discreción, el secreto, forman parte de la educación y de la civilización, y si esas cosas no existieran, lo más seguro es que casi nadie saludase a casi nadie y que hubiera muchos más homicidios.

Javier Marías





Carnero degollado

Salí antes del trabajo, cogí el coche y volví deprisa a casa, quizás esperaba encontrar a mi mujer con alguien, o algún cambio importante en la urbanización donde vivo desde hace casi veinte años.

La única novedad que encontré fue que el portero no estaba en su garita y que un grupo de jardineros se afanaba con los setos de la entrada.
Mi casa seguía en su sitio, parecía distinta pero debía ser por la hora, con la luz del sol dándole por detrás y formando una especie de halo en el tejado.

No metí el coche en el garaje, lo dejé en la entrada para no estropear la sorpresa.
El interior estaba como siempre aunque todo era distinto. Quizás por el silencio o por la luz aquella.

Busqué a Miriam, no estaba en su despacho, ni en la cocina, ni en el salón, la tele apagada me produjo una sensación de soledad u orfandad que me avergonzó.
Subí al primer piso amortiguando mis pasos. Me imaginaba abriendo la puerta de nuestro dormitorio y viendo a Miriam con alguien, un vecino quizás, o un amigo. Pensé en mi amigo Jorge que siempre mira a Miriam con ojitos de carnero degollado. 

La puerta de la habitación estaba cerrada, era raro, siempre está abierta, pasé de largo y fui hasta los cuartos de los chicos. El de Luis tenía la ventana abierta, entraba el sol y daba de pleno a su ordenador, la cerré. Después fui hasta el cuarto de Sandra, recogí la ropa que estaba por el suelo y la colgué en su armario. Me pareció oír un suspiro. 

Regresé al pasillo y volví a nuestro dormitorio. La puerta estaba entreabierta, me acerqué como si fuera un ladrón y miré por el hueco.
Miriam ya no estaba.

Terry Salgado, El informe amarillo


domingo

Comienzos

Mis novelas comienzan como un naufragio.


J.J. Millás

El amor en horas de trabajo


Jorge era un embustero.
Lucas era un embustero.

Yo también mentía en aquella época, a todas horas, con todo el mundo.

Aquellos dos chicos me gustaban porque eran mentirosos y no me causaba ningún problema moral ser una mentirosa con ellos.

Jorge decía que estudiaba ingeniería, tenía libros y apuntes, y a veces iba a la facultad, se sentaba en las primeras filas y hacía preguntas inteligentes al profesor, pero no estaba matriculado. Jorge ni siquiera se llamaba Jorge.

Lucas sí era lo que decía, un ladrón, pero mentía en su tamaño. No solo robaba en supermercados, también engañaba a viejas a las que quitaba sus ahorros y estafaba a los seguros de accidentes. Tenía varios nombres y, por suerte, nunca supe su nombre real.

Cuando le descubrí con una de las viejas lo confesó todo, entre varias mentiras me dijo que también a mí trató de engañarme pero que le gustaba estar conmigo y prefirió interpretar el papel de pícaro que sobrevive robando latas en los mercados. No dijo nada del amor, pero no le hubiera importado.

— De amor no hablo contigo, Naza, eso lo dejo para horas de trabajo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Luz interior

Lo imaginó Lorenzo, pero fue Leire la que se ocupó de todo.


Después de la oscuridad vino lo que ellos llamaban la luz interior.
No sé cómo ni cuándo lo habían hecho, pero en el sótano había dos estancias forradas de espejos. 


Nos separaron, metieron a Lupe en una y a mí en la otra.

 
Se podía decir que mi habitación era un espejo perfecto. Techo, paredes y suelos en los que me veía reflejada hasta el infinito.

No solo era mi imagen la que se repetía, cada uno de mis pensamientos, presentes y pasados, rebotaba en las paredes pulidas de la habitación reproduciéndose sin fin.


Pensé que no podría resistirlo. Aquello era mucho peor que la oscuridad. 


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Aniversario

Papá llegó a casa con una tarta espléndida de ocho raciones. Estaba cubierta de chocolate y adornada con corazones muy rojos.
Recuerdo que nos sorprendimos y nos alegramos, creo que nos sorprendimos más.

Era lunes, o martes como mucho. Era un día de invierno o casi invierno, hacía frío y esa tarde había llovido. 

Mamá había tenido un día duro, Gina y yo nos dimos cuenta porque cuando fue a recogernos al colegio tenía ojeras y no aparcó el coche, nos esperó en segunda fila, frente al supermercado.

Estuvo preparando la cena y preguntó un par de veces la hora porque papá se retrasaba. Yo estaba con mis deberes de química y Gina repasaba en voz alta la tabla del siete.

Cuando llegó papá, Gina se levantó de un salto y corrió a recitarle la tabla, papá entró muy contento con su tarta en la mano derecha, sujetándola como un camarero. Nos besó, cuando se acercó a mí me di cuenta de que estaba muy contento. Olía a contento. Después fue hacia la cocina donde estaba mamá.

Nosotras nos quedamos en el salón recogiendo nuestras cosas, Gina seguía recitando la tabla del siete y yo le daba la vuelta a la tabla de los elementos cuando nos dimos cuenta de que algo iba mal. De la cocina no salía ningún ruido. Las dos callamos y tratamos de escuchar. Yo tenía los símbolos de los metales girando en mi cabeza y el tonillo con el que Gina había aprendido las multiplicaciones aún daba vueltas por el salón.

De pronto oímos a mamá, no era más que un cuchicheo, pero se notaba que las palabras se le quedaban en la garganta, "¿cómo has podido confundirme con ella?" después a papá que se disculpaba y volvía a ponerse el abrigo.

Al final oímos la puerta de la calle.

Brina Esposito

Hola Roberto, gracias por la dedicación que prestas a nuestro curso. Esperamos nuestra clase para comentar los cuentos de Nazaré Lascano y de Terry Salgado nos hacen disfrutar del español. 
Gracias por los comentarios y las correcciones y espero que te guste este cuento de algo que pudo suceder. 
Espero las correcciones.  ¡¡Gracias!!
Brina




Buffalo es Chicago

Si varias personas van hacia Chicago y llegan a Buffalo, y si una de ellas se persuade de pronto de que Buffalo es Chicago, opondrá una resistencia al progreso de los demás.

Charles Fort, El libro de los condenados

Comida a domicilio

Lorenzo comenzó a hacer dinero con las apuestas, según nos contó él mismo apostaba por todo y le parecía que confiarlo todo a la suerte era como vivir dos veces, como tomar dos caminos a la vez, si bien la realidad transcurría por uno, había una realidad alternativa, otro Lorenzo que caminaba por el otro lado de la apuesta.

Lorenzo ganaba o perdía, y se dio cuenta de que si prescindía de la realidad de los números, es decir, si perdía sus apuestas se veía en situaciones comprometidas, no solo de miseria, también de violencia.

Desde muy joven Lorenzo conoció a bandas organizadas que se dedicaban a cobrar deudas, una de ellas que tenía su radio de acción en el norte de Buenos Aires, estaba compuesta por seis tipos que te perseguían día y noche hasta que quedabas en paz.

Lorenzo estuvo casi tres meses huyendo de esta banda, hasta que finalmente decidió enfrentarse a ellos, fue cerca de la Navidad, hacía tiempo que no sabía de la banda y tenía que ir a ver a su vieja para las fiestas, los llamó por teléfono al restaurante donde sabía que paraban. Fue como pedir comida a domicilio, Lorenzo les dijo dónde estaba y ellos acudieron.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Autores vivos

Sé de un catedrático de literatura que dice que en su cátedra no se estudiarán jamás autores vivos, porque se mueven demasiado. O sea, que no da clases de literatura, sino de anatomía patológica. 


Una amiga me cuenta que su novio, en vez de hacerle el amor, le hace la autopsia.


Juan José Millás, Autopsias

Pentagramas

En el patio empezaron a aparece colillas de cigarrillos con marcas de pintalabios.

La profesora Lina Villegas fue la primera que se dio cuenta, pronto empezó a agacharse y recogerlas. Las iba metiendo en una bolsita negra, como si fuera de la policía científica. Cuando se agachaba se le veía el final de la espalda de donde asomaba la goma de unas braguitas rojas.

No sé la edad que podría tener la profesora Villegas por entonces, a mí me parecía mayor, pero seguro que no llegaba a la edad que ahora tengo yo. Puede que yo también sea mayor para llevar unas braguitas de color rojo, como las que ella usaba.

Esta vez no fue Lupe, ni tan siquiera a mí se me ocurrió una de mis ideas de loca, como decía mamá. Fue cosa de los chicos.

No recuerdo sus nombres, pero uno había estado con Lupe en la caseta del jardinero unos días antes de la Pascua. Lupe hizo algún comentario, seguramente hiriente sobre él, y al pobre imbécil se le ocurrió lo de las colillas.

Panchito Seara, que era un poco autista y que  jugaba a ser detective, lo averiguó todo. Al parecer el novio despechado y su amigo compraron un pintalabios y un paquete de cigarrillos Pall Mall y se dedicaron a pintarse los labios y a fumar. Después dejaron las colillas por todo el patio.

La Villegas decidió sacar la bolsita de las colillas tras la clase de música. Había sido una clase espléndida en la que nos habló de Bach con tanta pasión que todos estábamos deseosos de salir del colegio y correr  a la tienda  de discos a comprar la Pasión según San Mateo.
En lugar de eso sacó la bolsa con las colillas y mientras miraba a Lupe se le encendía la carita que tomaba el mismo color rojo de sus braguitas. Yo no podía evitar pensar en la profesora vistiéndose, mientras se me iban quitando las ganas de Bach.

Todos pensábamos hacia donde iría aquella charla ¿echaría a Lupe del colegio? ¿pediría que alguien delatara a los culpables? Desde hacía tiempo en el colegio se premiaba las delaciones, no tenía más que pedirlo. 

Pero la madeja que estaba hilando la Villegas se vino abajo cuando Panchito Seara se levantó y, colorado como un tomate, dijo que él lo había visto todo.
Panchito explicó con serenidad cómo había visto a aquellos dos estúpidos pintándose los labios y fumando Pall Mall.

La clase estalló.

Hubo risas, hubo gritos, Lina Villegas no sabía qué hacer y Bach escapó de allí para siempre. Solo Lupe seguía impasible, jugando con su encendedor y escribiendo algo en medio de los pentagramas de su cuaderno de música.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas







El piso es blanco


El piso es blanco. Nada de paredes amarillas y sofás azules como en las casas de clase media. Todo blanco. Laura me pide las referencias. "Comprende que tienes que cuidar de los niños". 


Empar Moliner

 

 

jueves

Mariola


Alguien, una periodista llamada Carolina Suances, empezó a llamar a la víctima La Venus de Lanús. Y en los periódicos apareció una fotografía en la que, presuntamente, la Venus asesinada salía de las aguas del mar.

Era una imagen sacada de una fotografía en papel, rasgada y amarillenta, que la reportera juraba que le había robado a Darío en su departamento de Tucumán.

Carolina Suances había encontrado a Darío una noche en un club de jazz y había ido con él a su casa. Por la mañana rebuscó entre las cosas de Darío sin saber que él lo había preparado todo para que ella encontrara aquella foto. 

La foto estaba cuidadosamente colocada en una página de Cien años de soledad y retrataba a su prima Mariola el día que soñaron con fugarse juntos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Números en el espejo

Darío no se atrevía a decir a los periodistas que no recordaba el número.


Trataba de hacerse el interesante, bebía largos tragos de whisky mientras miraba al infinito, después chasqueaba la lengua y negaba con la cabeza.


En realidad, Darío no se atrevía a confesar que el cadáver fue encontrado en medio de una habitación forrada de espejos y que no recordaba si lo que había visto en el antebrazo de la víctima era el 14 o el 41.


Darío, que siempre se avergonzó de su dislexia, tenía que conseguir entrar en el depósito y volver a ver el cadáver.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Un buen detective

Darío tuvo el caso de su vida en el asunto de los tatuajes. Fue su momento y estuvo a punto de ser un verdadero detective de ficción.

Por desgracia el asunto del sótano eclipsaría todo lo anterior y Darío ya no pudo quitarse nunca nuestra historia de encima, aunque él mismo comenzara llamando a los periódicos para contar sus hazañas de detective como si fueran parte de una novelita de aeropuerto.

Al principio la prensa no lo supo apreciar y cuando alguien hablaba de Darío lo llamaba "James Bon" pronunciando la jota en español y quitándole la última letra al apellido. Pero la historia fue tomando forma, fue haciéndose grande y algunos periodistas comenzaron a darse cuenta de que tenía su interés y, sobre todo, morbo. 

A comienzos de año apareció un cadáver en un departamento de Lanús. Se trataba de una mujer joven que no vivía en aquel piso, que no tenía relación con los dueños que ni siquiera residían en el país, y que no tenía ni ningún documento que acreditase su identidad.

Si aquello no era verdad era una mentira demasiado buena como para no hincarle el diente.

Poco a poco se fueron sabiendo detalles. Aquella mujer solo tenía un tatuaje en el antebrazo derecho en el que había un número, una clave demasiado evidente para solucionar un enigma que aún no había sido planteado.

Lo del número trajo de cabeza a la prensa durante varios días y empezaron a especular inventándose una posible secta y organizaciones clandestinas donde se mezclaba prostitución y juegos de azar. Entonces sí se dedicaron a perseguir a Darío que, deseoso de literatura, se dejaba encontrar en los lugares que se supone que debe frecuentar un buen detective como clubes de striptease, hoteles de carretera o casas de apuestas.

Darío gastó mucha plata en preparar un buen escenario para su historia.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Robar tiempo


—  Aquel hombre  me lo quitaba todo.
— ¿Qué te quitaba? ¿Qué es todo?
— Me quitaba el ascensor todos los días, por la mañana cuando iba a clase y por el mediodía cuando volvía. Y si salía por la tarde, ahí estaba él para llamarlo antes que yo.
— ¿Todos los días?—  Lupe no podía evitar tomarse aquello a broma.
— Sin faltar uno solo, hiciera lo que hiciera, saliera a la hora que saliera de casa y volviera a la que volviera, aquel tipo siempre llamaba el ascensor y yo me quedaba esperando como una estúpida.
— ¿No os llevabais bien?
— Ni bien ni mal, era un vecino más, vivía justo por encima de nosotros, era mayor, estaba divorciado, vivía solo y se dedicaba a espiarme para robarme el ascensor.
— A lo mejor le gustabas.
— ¿Y por eso me quitaba el ascensor?
— Tiene sentido, Naza, era la única manera que tenía de intervenir en tu vida, de manejar tu tiempo.
— ¿Tiene sentido? ¿crees que robando mi tiempo pretendía conquistarme?
— No quería conquistarte, solo quería tu tiempo.
— Si al menos me hubiera dicho algo.
— ¿Querías que te lo dijera más claro? Por lo que me dices solo le faltó escribirte una carta.
— La verdad es que también me escribió.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas