miércoles

Estar contigo

Cuando Sonia se iba H. sentía algo así como un desasosiego, de envidia hacia alguien que no conocía.

— ¿Regresas a casa o al teatro?
— Mi casa es un teatro.

Después de varios días H. se atrevía a mirar directamente a Sonia. Al principio le parecía que era indecente mirarla cuando se vestía, ahora la costumbre que es esa facultad indeterminada que une el desgaste con la cotidianeidad y que es capaz de normalizar lo absurdo, le permitía mirarla sin vergüenza y que ella no se sintiera violenta.

Aún no se había puesto Sonia la camiseta cuando H. le propuso que se quedara.

— No puedo, ya sabes.

¿Ya sabes? H. odiaba saber lo que no tenía manera de solucionar. Insistió.

— Te pagaría, naturalmente.
— No puedo, además ¿cómo justifico estar contigo?
— Te obligaré, así no tendrás que justificarlo.
— ¿Me atarías?
— No tendría más remedio.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

El punto de vista

— Entonces... ¿hay casos que se resuelven por medio de un deux ex machina?
— A ver... lo que tú llamas deux ex machina otro lo puede llamar casualidad, decisión mal tomada, locura, estupidez humana, enredo, serendipia y, seguramente, conceptos que no tienen palabra que los defina.
— Se te olvidó la mecánica cuántica.
— Te aseguro que siempre la tengo presente.
— ¿Ahora también?
— Claro, ahora estoy aquí, hablando contigo, pero a la vez estoy muerto, existo en la medida que alguien me escribe, pero solo tomo forma si alguien me lee y también pueden estar leyéndome varios lectores a la vez.
— Pero...yo te veo. Y puedo tocarte

Carolina alarga la mano derecha y roza el antebrazo de Darío.

— Y eso que ya me has disparado, y que tu amigo Felipe ha venido, y que estoy en una bolsa de plástico.
— ¿Todo sucede a la vez?
— Quizás. El tiempo trata de darle un orden, pero hay múltiples puntos de fuga.
— ¿Vivimos en un punto de fuga?
— Es una buena expresión, si no vivimos en un punto de fuga deberíamos hacerlo.
— Cada vez te conozco menos.
— Es normal, tu punto es distinto del mío, ya nos encontraremos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




lunes

Olor a madera

Jorge lo tenía todo pensado. Él decía, sigue diciendo, que no, pero todo se enredó de tal manera que no hubiera sido posible si no estaba preparado.

El tipo que se acercaba en el pub fue haciéndose su amigo, comenzó a quedar con él, comían juntos, salían, algunas noches me pidió que yo me quedar en casa, que no fuera al pub porque tenía que hablar a solas con él. Le hice caso porque no sé hacer otra cosa.

Hasta que volvimos a hacer lo mismo, a vestirnos de gala, a buscar una joya discreta, a entrar en el bar, saludar al camarero y pedir una copa de brandy. La noche en la que yo regresé al pub el amigo de Jorge no estaba. Bebimos, pero esta vez no hablamos de nuestras tontería, Jorge bebió demasiado deprisa.

— ¿Vas a tomarte otra?
— No tenemos tiempo.
— No sabía que teníamos algo que hacer.
— ¿Recuerdas a Sebastián?

Intuí quién era Sebastián, pero le obligué a que me lo explicara.

— Creo que no conozco a ningún Sebastián.

Jorge miró el fondo de su copa como si allí hubiera algo.

— Sebastián es mi amigo, el caballero que conocimos aquí mismo ¿lo recuerdas?
— No sabía que era un caballero.
— ¿Sabes que me ha prometido un puesto importante?

¿Importante? La cabeza de Jorge estaba en plena ebullición.

— ¡Ah! Genial ¿de qué se trata?
— Muy importante, Naza. Solo tienes que ayudarme.

Sonreí, dije lo que tenía que decir, era como leer un diálogo escrito.

— Claro mi amor, te ayudaré en lo que necesites.

Jorge miró mi copa, aún quedaba más de la mitad del brandy.

— ¿De verdad lo harás por mí?
— Yo haré por ti lo que se necesario, ya lo sabes.

Me besó, sus labios olían a madera.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Un giro sin sentido

— Era un cadáver sin pies. Cuando un cuerpo sufre amputaciones tenemos un buen dato, el asesino nos proporciona de forma involuntaria una pista sobre los motivos del asesinato, y los motivos a menudo conducen hasta el propio asesino.
— ¿La viuda sin pies? no podría habérmelo imaginado nunca.

Carolina Suances se tapa sus pies con la manta de manera inconsciente.

— Aquí no se trata de imaginación, se trata de entender que la realidad camina por donde quiere.
— ¿Camina por donde quiere? Es la primera vez que te oigo una frase que no parece de un inspector de policía.
— Si haces caso a tu imaginación, si tratas de resolver un crimen imaginando una historia, seguramente escribas una buena novela, pero tomarás un camino que no va a tener nada que ver con el caso.
— ¿Cómo se hace entonces?
— Se toman pistas, se pregunta, se husmea, se apunta todo y se está preparado para cuando todo de un giro sin sentido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Perdido

Si alguien sabe de él, le ruego información.


Silvio Rodríguez, Mi unicornio azul

Verdadero amor

Los meses en los que Tomás fue un arquero no hubo lugar para el descanso. Se levantaba muy temprano con la cabeza llena de ideas, de misiones que alguien, una especie de gurú de otro tiempo, le ordenaba desde algún sueño muy profundo.

Tomás saltaba de la cama y tomaba el arco entre sus manos como el que toma a una amante traidora recién regresada a casa. Lo acariciaba, lo sujetaba con fuerza, pero con verdadero amor. 

Después salía a la calle en busca del lugar que esa noche había llegado a su cabeza como una lengua de fuego y desde el que, perfectamente apostado, comenzaba a disparar flechas comenzando por el norte y siguiendo el orden de las agujas del reloj, hasta que las horas o las flechas llegaban a su fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



sábado

Parecidos

Me parezco a mi tía abuela, de la que me cuentan que "leyó demasiados libros y se volvió loca".

Ruleta rusa festiva

El revólver daba vueltas por la cama igual que un chicle en la boca de una chica que espera a alguien que llega tarde. Podía dispararse de forma involuntaria, podía acabar perforando una pierna o destrozando el vientre, abriendo fuego en medio de un ruido sordo y blando.

Un revólver en la cama es una especie de ruleta rusa festiva, de complemento para un surrealista o un sentimental, un peligro del que te olvidas con rapidez, aunque siendo lejanamente consciente, como en la propia vida, de que todo va a acabar mal.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Botones pintados

Me encantan los chaflanes. Una esquina cortada es un atrevimiento, un elemento que suma restando, que añade espacio quitando materia.

Frente a mi casa hay un chaflán maravilloso, sin puertas, sin balcones ni ventanas, lo que le da un toque extra de banalidad exterior y, probablemente, de (intensa) vida interior.

Pensé que no podía dejar ese espacio, lleno de posibilidades, sin intervenirlo, sin voltearlo, sin forzarlo un poco más. Y una noche en la que volvía de algún lugar que no recuerdo, subí a casa, agarré tres botes de pintura y unas brochas y pinté en la pared un cuadro de mando, parecido al de las naves espaciales. En medio de un enjambre de luces y botones coloqué un botón enorme, de color rojo y, debajo, escribí en mayúsculas. "Botón del pasado" y más abajo, en letras un poco más pequeñas "Pulsar para volver 10 años atrás".

Quedó estupendo. Desde mi ventana podía ver el panel que parecía una auténtica máquina del tiempo, es cierto que solo servía para retroceder 10 años, pero era una ocasión única.

Al día siguiente me levanté tarde, coloqué una silla en mi balcón y me dispuse a mirar a los viajeros del tiempo. Llegaron, ese día, al siguiente y todos los días. Aún hoy, con el panel descolorido y manchado con una pintada de algún imbécil, sigue recibiendo viajeros, gente de cualquier edad, sobre todo personas de más de cuarenta, que observan, pasan, vuelven, miran a los lados y pulsan el botón cerrando los ojos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Nadie, Nunca, Nada, No

Hagamos cuentas: 700 metros de longitud, 6 metros de ancho, 15 metros de altura, 103 números, una plaza de hormigón con parque infantil y aparcamiento subterráneo, cuatro calles que cruzan y dos perpendiculares, 328 bolardos traicioneros, 22 papeleras, 46 árboles estresados que buscan en vano la luz, 52 faroles sujetos a la pared y 14 farolas sin mayor encanto que su discreción.

Un negocio de reformas y saneamiento, 2 oficinas para enviar dinero al extranjero, 2 casas okupas, 6 peluquerías africanas, un ciber-locutorio-videoclub con los últimos estrenos de Bollywood y alguna producción bangladeshí, un banco de madera, una oficina bancaria que cerró hace unos meses, una academia de dibujo llamada Habitar la Línea, un taller de diseño que produce ahora objetos singulares como un burro de porcelana con alas de Tente, un estudio de arquitectura sostenible y otro de un pintor que sirve de galería de exposiciones y que toma su nombre del “Villancico” de Ferlosio que reza por el nacimiento del niño negativo: Nadie, Nunca, Nada, No.


miércoles

Profecías ya cumplidas

H. iba acercándole a Sonia Ricco objetos en los que hubiera algo escrito para que ella lo leyera desde la cama.


Encontró una caja de analgésicos, un folleto de color amarillo de una adivina y  un sobre de azúcar con una frase de Maquiavelo "El que engaña encontrará siempre a alguien que se deje engañar".


Los tres textos adquirían en la voz de Sonia matices que iban más allá de lo que figuraba a simple vista. La composición química del analgésico se convirtió en un listado inquietante de planetas situados a años luz, el folleto mostraba pequeños versos olvidados de un código sumerio que descubrían profecías ya cumplidas, y la reflexión sobre la mentira de Maquiavelo consiguió que H. fuera consciente de que nada de todo aquello estaba ocurriendo en realidad.


La realidad era que  una mujer secuestrada leía como los ángeles; y que H. se estremecía y se avergonzaba a la vez al verla leyendo para él sobre la cama de una pensión barata. Cuando Sonia acabó de leer a Maquiavelo jugueteó con el sobre de azúcar, le dio la vuelta y se derramaron cientos de granos minúsculos sobre su cuerpo y sobre la ropa de la cama.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Otras personas

Durante unos meses Jorge y yo fuimos todas las noches a un local muy elegante, un pub con barra de madera y camareros mayores con chaleco y pajarita negros.


Jorge me pedía que me pusiera un vestido de noche, que me recogiera el pelo en un moño y que llevara alguna joya al cuello. Él iba muy elegante, impecable, con americana y corbata, nunca volví a verle así.


Siempre pedíamos dos copas de brandy, el camarero las servía con lentitud, como si aquello fuera un asunto de extrema importancia. A nuestro alrededor, los clientes del bar nos miraban extrañados y expectantes, no sabían interpretar qué hacían dos jovencitos como nosotros, vestidos como si de verdad tuviéramos dinero, hablando de asuntos importantes que nos inventábamos sobre la marcha.


No faltábamos ni una sola noche, el camarero de turno comenzó a saludarnos y algunos hombres se acercaban a nosotros, a mí sobre todo, con cautela y sonrisas amplias, tratando de entender de qué iba aquello.


Pero aquello no iba de nada así que era imposible desenmascararnos, el plan era que no había plan, solo disfrazarse, tomar una copa de un brandy muy caro en una copa parecida a una pecera y hablar con seguridad como si fuéramos otras personas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Trepar a un árbol

El calor de la tarde veraniega ya es sofocante, pero la temperatura se dispara cuando ella entra en el baile del pueblo. Luce un mínimo vestido rosa que se adhiere a su cuerpo y se confunde con la piel, así que parece que solo llevara puesto su propio sudor, muy denso, que le confiere una cualidad resbaladiza, como de bebé o de ser anfibio. 


Es una criatura hermosísima, de una sexualidad insolente. Al principio él se limita a mirarla con expresión de cordero degollado. Pero, cuando ella se acerca, le propone bailar. Ella dispara: “¿Y qué querías que hiciéramos, trepar a un árbol?”. Se seca las manos en el vestido rosa, se acopla a él y bailan la canción lenta. Él no se cree su suerte; tampoco sabe que ella ha comenzado así su venganza.


Ianko López, sobre Verano asesino (L'été meurtrier, Jeane Becker 1983)



lunes

El pánico de Sergio Mata

Lupe obligaba a Sergio Mata a que la atara a la cama. Compró unas bridas que fijaban sus muñecas a los barrotes del cabecero y sus tobillos a los pies.

Sergio se aplicaba con sumisión, pero también con mucha habilidad, al trabajo que le ordenaba Lupe. 

En una ocasión, como si formaran parte de una comedia erótica, Sergio apretó demasiado las bridas y no pudo soltarla, Lupe reía a carcajadas mientras los dos oían como se abría la puerta de la calle y entraba la madre de Sergio en casa.

Asustado como un cachorrillo, Sergio cubrió a toda prisa el cuerpo desnudo de Lupe con un edredón y salió de la habitación para evitar que su madre les descubriera, pero  entró en pánico y en lugar de encontrase con ella en el salón avanzó por el pasillo, llegó hasta la puerta y salió de casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Un rastro de agua

Fue una noche de mucho viento. Recuerdo que llovió a última hora. Bebí mucho, en un bar se apagó la música de repente, en otro entraba la gente con la ropa empapada dejando un rastro de agua, muchos reían.

Por la mañana regresé en autobús. Confundí la parada, confundí el número del autobús y hasta confundí la dirección. Di varias vueltas por la ciudad y acabé en un distrito, en un barrio y en una calle por la que nunca había pasado. Pensé que el viento había descolocado la ciudad, que el mapa se había agitado y todo estaba fuera de sitio, de su primer sitio.

Bajé casi a tientas, como una ciega. Miré todo como si fuera una niña pequeña, me tambaleé y un hombre me sujetó. Era mayor, llevaba un maletín, olía bien y sonreía con naturalidad.

— ¿Se encuentra bien?

Deseé decirle que no, que estaba perdida, mareada, con ganas de vomitar allí mismo. Deseé que me llevara a algún sitio.

— ¿Podría ayudarme?

El hombre me miró con más detenimiento, miró su reloj de pulsera y volvió a mirarme.

— ¿Se encuentra mal?

Asentí con la cabeza una, varias veces, sentí un mareo y tuve que agarrarme a la marquesina del autobús. El hombre volvió a sujetarme.

— ¿Quiere que le pida un taxi?
— ¿Puedes llevarme a casa?
— Sí, puedo acompañarla si se encuentra mal. ¿Dónde vive?
— A tu casa, ¿puedes llevarme a tu casa, por favor?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

El embobamiento

En ocasiones Jorge me presentaba como su musa. Era una expresión estúpida que al principio me hacía gracia y después me incomodaba. Cuando le preguntaban cómo nos conocimos contaba una serie de historias siempre distintas con el elemento común de encontrarnos en un museo. Al parecer yo estaba embobada mirando un cuadro y él supo que acabaríamos juntos.

A veces era un museo y a veces era otro, el cuadro era distinto, también el pintor y hasta el estilo, solo coincidía en que yo estaba "embobada" y que él me sacó de el embobamiento. 

La gente con la que hablaba quedaban maravillados por la historia, me miraban con cierta condescendencia y me sonreían satisfechos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Salir por la ventana

A veces me pierdo en las casas. En las casas de los demás, quiero decir, a menudo confundo la izquierda con la derecha y acabo en el baño cuando quería ir a la cocina o en un dormitorio cuando mi intención era salir a la terraza.

Me confundí a menudo en casa de la ciega, y no era por la falta de luz sino por una distribución que para mí era caótica. En el piso de Jorge nunca estuve cómoda, por las noches me despertaba y el plano de la casa tenía otra forma en mi cabeza, pensaba que tenía la ventana a la derecha y estaba de frente, en más de una ocasión estuve apunto de salir por ella.

A veces, todavía hoy, tan lejos, creo que estoy en la casa de mis padres en Parque Chas, y creo oír el tráfico, y la lluvia, y las voces de mis vecinos proyectadas por el patio de luces, pero solo están en mi cabeza que, al fin, es lo único que es verdad.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Rodajas muy finas

H. está convencido de que hay quien le mira, quien le sigue, quien sabe de él más de lo que debería. 
Sabe que hay un hombre llamado Calafell que está esperando el momento oportuno para saltar sobre él y acabar con todo lo que tiene. A veces H. hace repaso de lo que tiene y no es capaz de darse cuenta de que si Calafell se lo llevara ese vacío haría que su vida fuera mejor.

El vacío es algo que obsesiona a H. es por eso que no se ha atrevido a usar su pistola y es por eso que sabe que acabará usándola. El vacío le llena de responsabilidades, pero también le reclama.

Cuando desde su habitación de la pensión, H. oye el violín de la chica pelirroja y piensa que ella también sabe algo, que puede que también conozca a Calafell, y está seguro de que lo espía desde algún ventanuco oculto. Se avergüenza, se pone colorado y tiene que salir a la calle.

— ¡Carem! Tengo que salir un momento.

Carem le escucha desde la cocina, imagina que es su marido, que de nuevo está inventando una excusa para ir a ver a su amante. Cada vez que H. sale de casa Carem piensa lo de la amante, sabe cómo es, se la ha imaginado con tanta nitidez que no puede concebir que pueda ser de otra manera. 

Cuando oye cerrarse la puerta de la calle, Carem está cortando un tomate en rodajas muy finas.

Nazré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Perder valor

Luis García escondía un sobre con unas fotografías comprometedoras detrás del espejo. Las había realizado hacía cerca de un año en el club donde cantaba. En las doce fotos podía verse a un hombre muy importante de la capital junto a dos mujeres en una mesa apartada, una era demasiado guapa y otra demasiado vulgar, ninguna de ellas era su esposa.

Si Luis lograba encontrar un periodista los suficientemente valiente o ambicioso como para resolver el misterio del aspecto exterior de las dos mujeres y publicar esas fotografías podía dar un giro a su vida. 

Pero por cobardía o por costumbre Luis seguía conservando el sobre detrás del espejo, con miedo a que se lo robaran o a que aquel hombre se divorciara de su mujer y aquellas fotos perdieran todo su valor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Viento en Parque Chas

Una tarde de domingo en Parque Chas hacía mucho viento. 

Los días de mucho viento todo se complica. Las discusiones, por ejemplo, salen de las ventanas de las casas y viajan por las calles, y dan la vuelta en las plazas.

Los sueños son inquietos en noches de viento. Si la lluvia favorece el sueño, el viento favorece la locura.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Jugar al solitario

Si tuviera un dado, o una baraja de cartas, o si alguien le invitara a jugar todo sería más fácil.

Pero H. no tiene a nadie, solo camina por barrios apartados con su bolsa y su revólver, a veces ve una puerta abierta de un portal o aprovecha que alguien sale, y se convence que aquello es el azar, que aquello es como si hubiera tirado un dado y entra en el portal muy excitado. 

Pero una vez dentro ve que hay varios pisos y muchas puertas en cada piso y se queda paralizado delante de los buzones, haciendo como que lee los nombres escritos en las ventanitas, y piensa que no se ve con la moral o la autoridad o el poder de decisión. 

Entonces sube algunos escalones y  deambula un rato hasta que oye alguna puerta que se abre o el ascensor y sale a toda prisa de allí.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Aquel brillo

La realidad era un escenario febril en el que cada objeto tenía una función. 


Daba gusto levantar los ojos y observar las ventanas encendidas, apreciar el color amarillento de la luz y adivinar las vidas que discurrían al otro lado de los visillos. Todo estaba por estrenar, por ver, todo estaba por inaugurar. Incluso las esquinas más sucias, más rotas, más meadas por los perros, tenían esa calidad de representación, de parque temático, que producía asombro. 


Me pregunté qué habría ocurrido si aquel lejano día de mi infancia no hubiera regresado al sótano por el mismo agujero por el que había salido de él. Tal vez la vida hubiera mantenido siempre aquel brillo o aquella fiebre, que ahora acababa de recuperar y que nunca más, me dije, perdería


Juan José Millás, El mundo

sábado

Papel rayado

Convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

Julio Cortázar

Ser de puertas

— Hay gente de puertas y gente de puentes, todo el mundo lo sabe.
— Yo no lo sabía.
— ¿No sabes si eres de puertas o de puentes?

H. negó con la cabeza, Sonia retiró el libro que tenía colocado encima, dejando sus pechos al descubierto.

— Yo soy de puentes, por eso estoy aquí, por eso me secuestraste, por eso te voy a llevar hasta Calafell.
— Entiendo, yo soy de puertas entonces.
— No cariño, si llevas un revólver no puedes ser de puertas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Hablar en sueños

Desde que era una niña la señora Joaquina hablaba en sueños. 

Como le ocurre a la mayoría de la gente habla sobre su trabajo y, como es lotera, sus soliloquios casi siempre tratan sobre los números de la lotería. 

Cuando se supo que decía entre sueños los números premiados en el siguiente sorteo, todos los huéspedes de la pensión se colocaban en silencio tras la puerta de su cuarto con la oreja pegada a la puerta de madera. Las escenas que se montaban en el pasillo parecían sacadas de una película de Charles Chaplin, hasta que Carem se enteró y los echó a todos de allí amenazándoles con expulsarlos de la pensión para siempre si volvían a hacerlo.

Esa noche Joana pudo escuchar con claridad el número que saldría premiado en la lotería del fin de semana.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



El rastro

— Podría encontrarse su rastro, como el de los perros de la calle.
— ¿Qué rastro?
— Orinaba siempre después de cometer un delito.
— ¿Orinaba? ¿Dónde?
— Donde fuera, siempre en la calle.
— ¿Y eso? ¿Por qué lo hacía?
— Se ponía nervioso y no podía por menos que hacerlo donde podía.
— ¿Nunca lo hizo dentro de una casa?
— No se atrevía.
— ¿Y encima?
— ¿Cómo encima?

Carolina se echó a reír.

— Que si nunca se meó en los pantalones.
— Alguna vez, cuando tenían que salir a toda prisa.
— ¡Qué putada! ¿no?
— Y tanto, le pillamos por las meadas.
— Creo que es tan bueno que no es creíble.
— ¿Cómo que no es creíble?
— No lo es, cariño, no puedo escribir sobre este caso, no hay quién se lo crea.
— Pues es absolutamente real.
— Absolutamente real y absolutamente increíble.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



García

Luis G. aún no ha retirado su reflejo del espejo cuando escucha a la mujer, en la habitación de la señora Joaquina. Debe ser por la hora o quizás por el espejo, pero escucha todo lo que quiere y de la forma que quiere.

Luis oye cómo la mujer cuenta que es de origen ruso, que nació en San Petersburgo cuando aún se llamaba Leningrado, que es hija de un exiliado comunista español, pero que desde siempre lleva el apellido de su madre para evitar ser reconocida. Y Luis piensa en su propio apellido, García, y sonríe pensando en lo fácil que es para él pasar desapercibido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


jueves

Un cuarto con lavabo

Luis G. se mira en el espejo que hay sobre el pequeño lavabo de su habitación. Tener ese lavabo es un privilegio porque, aunque la patrona les haya prohibido expresamente orinar en él, todos saben que el que tiene lavabo tiene un lugar en el que poder aliviarse por las noches sin necesidad de salir de su cuarto.

Luis piensa que en realidad solo los hombres pueden hacerlo y, por primera vez, cae en la cuenta de que Carem solo da las habitaciones con lavabo a las mujeres, y piensa un poco más y se pregunta por qué él tiene un cuarto con lavabo desde que llegó a la casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El cero

— Nada es eterno. El cero, que parecía serlo, hemos demostrado que no lo era.
— ¿Te refieres a que todos salimos del cero?
— Me refiero a que nada es eterno.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Juegos capitales

La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano.

Julio Cortázar

lunes

Una ciénaga infinita

ERES UN MARCIANO. 


Has de saberlo, ERES UN MARCIANO, colega. Y no te preocupes, va a empeorar. A medida que tu malestar aumente, los “terrícolas” a tu alrededor van a seguir aconsejándote con sus mejores arengas e intenciones logrando que te colapses en una ciénaga infinita de malestar.


Víctor Amat

jueves

El tiempo de llorar

Fue aquel día cuando después de una historia de amor que duró ocho años, al despertar del sueño, Leonard supo que Marianne lo había abandonado. 

Entonces él tomó el cuaderno de notas que tenía sobre su pecho y escribió: “Tu cuerpo, Marianne, estará siempre en esta casa, en cualquier otro mar” Leonard entendió que había llegado el tiempo de llorar.

Manuel Vicent, Hydra, 1960 (El País, 30/07/2023)

miércoles

Sueñitos empapados

Será que no es admiración sino esa forma de apropiación antigua de los hombres, que miden a las mujeres en función de sus apetitos y sus fantasías.

Un pibón es, al fin y al cabo, un cuerpo que podría saciarlos en sus sueñitos empapados.


Martín Caparrós, La palabra Pibón (El País, 29/07/2023)