martes

La réplica

H. toma el cuadro en sus manos y se fija en la fotografía, su imagen se refleja y se sobrepone a la de Marilyn y Gable. La coloca de pie, apoyada en el escritorio.

Sonia se ha sentado en la cama, esa mañana no hace frío, pero no se ha quitado la camiseta, a H. le da vergüenza decírselo, mientras tanto hace tiempo jugueteando con la fotografía.

— Santos.
— ¿Sí? — A H. le gusta que le llame por ese nombre porque le permite ser otro, pensar distinto, cambiar su vida.
— ¿Te importaría revisar la cremallera?
— ¿Quieres que intente arreglarla?
— Sí por favor.

Esas palabras hacen feliz a H. que se acerca a la silla donde Sonia ha dejado la ropa, coge la falda y se sienta en el sillón mientras mira la cremallera. Sonia le dice que tenga cuidado, que es una falda que le ha dejado una compañera del teatro y H. reconoce la falda de su mujer, mira hacia Sonia Ricco y se queda pensando con la mirada clavada en sus ojos. Sonia se siente incómoda.

— ¿Pasa algo? 
— No, no, ¿tienes frío?
— No, — Sonia se da cuenta de que no ha terminado de desnudarse—  disculpa, ahora me quito la camiseta.
— No, no... es que pensé.
— Lo había olvidado, tú avísame que yo tengo la cabeza siempre en otro lado.
— ¿Dónde la tenías?
— Estoy preparando una obra un poco rara.
— Si quieres puedes ensayar aquí.

Sonia se quita la camiseta y la deja en la silla. H. levanta la vista de la cremallera.

— Bueno, si quieres puedes darme la réplica.
— Me gustaría mucho.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Hacerse a la idea

 — ¿Damos una vuelta en la moto, Ramón?

Ramón Estévez miró a Lupe con inquietud, sentía una especie de mano metálica arañándole la boca del estómago, aún así dijo que sí.

— ¿Dónde vamos?
— No lo había pensado, pero si me dices cualquier sitio yo te llevo.

Lupe se colocó en la moto y Ramón subió detrás.

— No sé, ¿podré traerla de vuelta?
— Claro, es tuya Ramón, vete haciendo a la idea.
— A mi casa entonces, quiero que me vean en el barrio.
— Tú me dices.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La pared

H. le pide permiso a Carem para colocar un espejo en la habitación. Un espejo grande colgado en la pared frente a la cama.

Carem piensa que H. quiere el espejo para algún juego con Sonia Ricco e, inmediatamente, piensa en decirle que no, que es un lío, que tendrían que retirar el pequeño escritorio que está colocado en esa pared y el cuadrito con la foto en blanco y negro de Clark Gable y Marilyn Monroe.

— De acuerdo, si lo necesita puede traerlo.
— No se preocupe, yo me encargo de todo.

Cuando a los dos días regresa Sonia Ricco no se da cuenta del espejo nuevo y solo echa en falta la fotografía. 

H, está inquieto, quizás emocionado. Sonia está enredada con la cremallera de su falda que se ha enganchado y no consigue bajar. H. piensa en ofrecerle ayuda, pero no quiere que lo malinterprete y, para disimular su inquietud, pregunta a Sonia si no ve nada raro en la habitación.

— Has quitado la foto de Vidas rebeldes.

H. no sabe de qué habla, mira hacia el espejo tratando de encontrar una pista y allí ve el reflejo de Sonia que sigue tratando de bajar la cremallera.

— ¿Vidas rebeldes?
— La película de Marilyn. Me encantaba esa foto ¿por qué la has quitado?

H. siente ganas de darle un golpe al espejo y hacerlo añicos, pero en lugar de eso se acerca al armario y saca el cuadro con la fotografía.

— ¿La quieres?
— No — Sonia mueve la cabeza— me gustaba verla aquí, me encantaba verlos, tan guapos.
— ¿Te ayudo?
— ¿Qué?
— Con la cremallera, ¿quieres que te ayude?
— No hace falta. — Sonia se baja la falda con la cremallera puesta— Pero me gustaría mucho que volvieras a colgar la foto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Labios que preguntan

A Tomás le llamó la atención que los labios de la última muerta eran de un azul intenso, casi eléctrico.

— ¿Es normal que tenga los labios tan azules?

Darío miró pensando que serían lo azules que deben ser los labios de un cuerpo metido en una cámara de conservación de la morgue.

— Creo que son demasiado azules, incluso para un muerto.
— ¿Y eso puede significar algo?
— Estoy seguro que sí, pero esos labios abren tantas preguntas que no me veo con valor de enfrentarme a ellos.
— ¿Te importa que lo haga yo?
— No me importa y, si lo necesitas, puedo ayudarte.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

La lluvia de los vivos

Hoy ha llovido en el mundo de los vivos y Darío ha echado de menos volver a casa. 

No hemos dicho que los muertos no tienen casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Casi todo

Una mañana en la que H. entra en el portal de la pensión se encuentra, justo frente a los buzones, con la chica del violín. H. lleva su bolsa azul con el revólver dentro, la chica lleva una funda negra con su violín.

Es un espacio pequeño, en el que la madera del pasamanos brilla por la luz que entra por el tragaluz de la puerta y donde los buzones, viejos, verdes, metálicos, parecen una amenaza.

— Buenos días.
— ¿Hoy no tocarás el violín?
— No. Hoy tengo clase, pero si vuelvo pronto quizás me oigas.
— No sé, creo que hoy no estaré mucho.
— ¿Hoy no viene tu amiga?
— ¿Mi amiga? ¿Conoces a Sonia?
— No sabía que se llamaba Sonia.
— No se puede saberlo todo.
— Casi todo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El piloto automático

Estuve año y medio cenando dos veces. 

Fue durante la época en que conocí a Sandy (es un nombre inventado), una mujer que siempre pensé que había conocido en la oficina pero que, años después, cuando nos encontramos en el aeropuerto y recordamos los viejos tiempos, me dijo que me había hecho una película en mi cabeza, que en realidad nos conocimos en una cafetería donde yo iba a desayunar todas las mañanas.

Desayunaba y cenaba con Sandy, después, como digo, cenaba otra vez con mi mujer porque siempre hacía cenas muy elaboradas y muy ricas y le encantaba que los dos comiéramos frente al televisor. Yo odiaba todo aquello, pero cuando llegaba a casa estaba tan lleno de Sandy, tan saturado de Sandy que no me importaba poner el piloto automático y ver la televisión, y volver a cenar, o lo que hiciera falta.

Años después de divorciarnos mi esposa y yo volvimos a vernos en un funeral, yo había tomado unas copas esa mañana y me acerqué a ella con media sonrisa, y no sé porqué le recordé lo de las cenas y la televisión y ella me dijo que tenía un falso recuerdo, así lo llamó "falso recuerdo", que nosotros dos  nunca veíamos la tele por la noche.

— ¿Entonces, qué hacíamos por las noches?

Ella sonrió y me invitó a desayunar.

Terry Salgado

Experimentar estando muerto

Es una maravilla experimentar estando muerto, es como volver a tener 16 años y descubrir el mundo de los adultos con tantas pequeñas cosas por hacer.

Darío pone la voz grave y habla con una mujer que espera en la calle.

— ¿Puede usted verme?

La mujer lo mira con extrañeza, en su boca están preparadas respuestas del tipo "¿Usted qué cree?" "No eres el hombre invisible" o "Váyase por favor". Pero de pronto ve algo distinto en Darío, reconoce su cara como si lo conociera desde siempre, de hecho lo conoce desde siempre, se siente emocionada, se alegra y se entristece a la vez, algo que, por lo visto, los vivos sienten cuando recuperan a un muerto.

— ¿Eres Darío, verdad?
— Sí, soy Darío, ¿nos conocemos?

Y la mujer, que es solo unos años más joven que Darío, le cuenta con la voz rota las veces en las que se cruzaron a lo largo de su vida, las que se separaron y las que se unieron en pequeñas decisiones que nunca ocurrieron pero que se deslizan en otros mundos y en otros días en los que Darío no está muerto.

Y aquella mujer, que se llama Renata y que solo esperaba a que alguien la recogiera para ir al trabajo, aterriza de pronto y ve que Darío ya no está, y se queda muy quieta, y busca un lugar para sentarse y siente muy dentro algo parecido a la melancolía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Conspiración

No estoy seguro de que los dinosaurios desaparecieran antes de que llegara el ser humano. Creo firmemente que convivieron, que hay miles de pruebas (literarias, periodísticas, científicas, cinematográficas) que lo demuestran y que grupos poderosos se encargan de eliminar o hurtar a nuestros ojos y a nuestra memoria.

¿Qué por qué? Por envidia, claro.

Terry Salgado

Parte de guerra

Tenía delante decisiones tan importantes que no podía confiar al azar y que dejaba a la pereza.

Pero la pereza acaba invadida por la necesidad, y ejecutada por la precipitación, y colonizada por los lamentos.

Terry Salgado

sábado

Baraja española

Durante toda su vida Damián se la jugó con las mujeres. 

Las mujeres también se la jugaron con Damián, aunque nunca sabremos hasta dónde.

El azar ponía a Damián delante de una mujer y él lo interpretaba como una mano de la baraja, al descubrirlas podían traer triunfos o cartas vulgares, reyes o números bajos, oros o bastos, copas o espadas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

Un destello

"Si lo que quieres provocar son sensaciones, la incomodidad también es una”. 

De ahí que conciba sus cómics más parecidos a “un disco o una canción” que a una novela. Es decir, a una emoción, una atmósfera, un destello. 

A veces no hay nada que entender, o se trata sobre todo de sentir.

TOMMASO KOCH, El éxito de los tebeos incómodos de Borja González: “Hay que perder el miedo a putear al lector”

jueves

Salir mal

Patricia le cita en un almacén de libros.

Damián decide ir caminando, pero está demasiado lejos e intuye que se le hace tarde. Piensa en coger un autobús, pero no sabe muy bien cuál y acaba preguntando a una pareja de ancianos que reconocen su acento español. 

El hombre se presenta y le da un billete, y le dice que pida un taxi o no llegará nunca a su cita.

— ¿Es una cita de trabajo o con una mujer?
— Las dos cosas.
— ¿Las dos?
— ¿Pasa algo?
— Pasa que saldrá mal.
— ¿Usted qué haría?
— Yo iría, pero sabiendo que todo saldrá mal.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Cosas, estados y elementos

Hacía un día de viento que traía gotas de lluvia y palabras sueltas, cortadas. Hay que tener mucha cautela los días de viento.

Darío nunca se había fijado que hubiera tanto viento en las calles, sobre todo al doblar las esquinas o al caer la tarde, momento en que se hacía insoportable. Pero ahora ya no tiene sentido que use esa palabra, insoportable.

Tampoco se había fijado en que hay gente que aprovecha una ráfaga especialmente favorable y se eleva, y se deja llevar unos metros. También hay personas, sobre todo mujeres muy jóvenes y muy ligeras, que se elevan tanto que se cuelan por las ventanas más altas de los edificios.

Darío entiende cosas, estados y elementos que nunca había entendido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Automatic Stop

Dijiste que estaríamos en la habitación solo tu y yo escuchando the strokes, pero ahora solo me encuentro yo.

@dulcedelcid852

Tiempo nuevo

Darío apenas se extraña de poder hacer cosas después de muerto. Piensa (o lo que quiera que hagan los muertos con lo que los vivos llaman pensamiento) que ha habido épocas de su vida en la que estaba más muerto y no solo metafóricamente.

Hablar con los vivos es lo que más le gusta, y le parece raro porque antes no le gustaba demasiado. También le extraña que ahora siempre tiene la boca seca y necesita beber agua constantemente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Materia noble

Cuando el gigante de los plásticos de Péchiney le pidió al joven
Alain Resnais que hiciera un documental breve y banal sobre el poliestireno, "esa materia noble, enteramente hecha por el hombre", Resnais sintió una relación entre el verso alejandrino y el CinemaScope. 

Lo que entregó fue una película totalmente surrealista.

www.numax.org

Mil años

En China habría escrito excelentes artículos; aquí esa tarea es bastante más difícil. Allí todo ha sido previsto y planificado con mil años de antelación; aquí todo está patas arriba desde hace mil años.

Allí no tendría más alternativa que escribir de modo comprensible, así que no sé quién iba a leerme. Aquí, si quieres que la gente te lea, vale más que escribas de modo incomprensible.

Fiódor Dostoievski, Diario de un escritor

martes

La policía llega a la pensión

A la hora del almuerzo llegaron dos policías a la pensión. Carem estaba sirviendo una sopa de pescado y se avergonzó cuando se dio cuenta de que había abierto la puerta con el delantal puesto.

El cadáver de Joaquina seguía en la habitación, sobre la cama después de que dos de los hombres volvieran a colocarlo en su sitio.

Los agentes vestían de calle, uno de ellos tenía el pelo demasiado largo para ser policía, el otro lo tenía corto, pero grasiento. Carem les llevó hasta la habitación de la muerta y abrió la puerta. Todos los huéspedes habían salido ya al pasillo.

— Esta es la habitación.— dijo Carem con la voz de un maestro de ceremonias.
— ¿La víctima durmió en este cuarto?— preguntó el del pelo grasiento.
— Sí claro, ¿por qué?
— No huele a la habitación de una persona mayor.
— Siempre ha sido su habitación.
— ¿La compartía con alguien?
— No —dijo Carem— 
— Sí —dijo al mismo tiempo Luis G.— 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Los que no dijimos nada

Si te roza una bala estás salvado, desde ese momento tienes un plus de vida y caminas por la calle como un náufrago recién llegado, un ser con aura de semidiós con el premio envenenado de la isla desierta. 

A los que no pudimos contarlo nos fue peor, los que no dijimos nada fue porque la bala nos dio de lleno.

Terry Salgado


Algo nuevo

En el momento en el que se genera el caos algo nuevo sucede. 

La mañana en la que apareció muerta la señora Joaquina, Luis G. aprovechó la confusión para hacerse con la llave maestra de la pensión.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Los registros civiles

Quería entender cómo tres huérfanos procedentes de la misma nación, porque mis padres también fueron niños abandonados —mi madre fue acogida por monjas gallegas; mi padre era hijo de una prostituta de Bilbao—, acababan formando una familia en la Francia de los ochenta. 

El problema fue que casi no tenía información. Si pude empezar a escribir el libro, fue gracias a los registros civiles. 

María Larrea

lunes

La puerta cerrada

Pasaba la mañana y nadie salía de la habitación de la señora Joaquina.

Informada de lo que había ocurrido la noche anterior Carem llamó con suavidad a la puerta de la habitación, al no obtener respuesta llamó con fuerza mientras gritaba el nombre de la anciana.

A las doce en punto fue a por su llave maestra y abrió.

El cuarto estaba a oscuras, la invitada había desaparecido y la señora Joaquina seguía en la cama. Cuando Carem la movió para despertarla su cuerpo rodó hasta el suelo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

El futuro en su sitio

La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro.

Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio.

Luis García Montero, Luna en el sur

Avance

Estoy pensando en el segundo libro, pero no avanzaré nada: como decía Barthes, un escritor debe escribir en la clandestinidad. 


María Larrea

domingo

Lo mismo

Desde muy pequeña Linda se esconde. 

Podía pasarse horas bajo la cama, en la despensa, en el hueco de la escalera o en el cuarto de la maquinaria del ascensor. Le gustaba sentir los olores y los ruidos de aquellos espacios, sobre todo del cuarto del ascensor, y no pensar en nada más.

Linda desaparecía tantas veces que sus padres y sus hermanos no hacían nada, solo dejaban que volviera a aparecer. Y al volver parecía que hubiera salido del fondo del mar, las pupilas muy azules y la piel casi transparente,

Cuando creció siguió haciendo lo mismo. En realidad siempre somos los mismos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


El otro carácter de las cosas

— Estás muy callado, ¿la lluvia te deprime?
— No, me gusta la lluvia, pero me pone un poco incómodo.
— La lluvia le da otro carácter a las cosas.
— Sí —H. sonríe como si Sonia hubiera dicho justo lo que él estaba pensando— los días de lluvia parece que como si no estuviéramos aquí, o estuviéramos de otra manera.

Sonia busca el edredón con los pies desnudos y los mete debajo, a H, le parecen dos conejitos escondiéndose.

— Hoy en la calle hay más jaleo, un ajetreo cómico y a la vez serio, como de película muda.
— ¿Tienes frío?
— No sé, un poco en los pies.
— Tengo un calefactor, disculpa debí ponerlo antes de que llegaras.
— No importa, déjalo.
— No, no. Lo enchufo enseguida.
— A ver si se va a enfadar tu patrona,
— ¿Carem? no, ¿por qué?
— Por el gasto y porque no le gusta que venga.

H. frunce el ceño y tuerce la boca como en una mueca de disgusto que no controla.

— ¿Por qué? ¿Te ha dicho algo?
— No, pero se ve que está celosa.
— ¿Celosa? No creo. 

H. disimula su incomodidad y enchufa el calefactor que enseguida expulsa un chorro de aire y llena la habitación de un ruido sordo y seco, como de una pequeña bestia doméstica. A Sonia le divierte que H. esté apurado y continúa la conversación.

— Yo creo que sí. —H. no responde, Sonia continúa hablando— ¿Sabes un cosa?
— ¿Qué?
— Creo que a Carem le gustaría ocupar mi sitio en esta cama.
— No creo.
— Piénsatelo, seguro que ella no te cobra.

Nazré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Metáforas en vez de labios

Los labios de Rebeca sabían a azúcar. 

No es una buena metáfora, pero es que realmente tenían el sabor del azúcar pegado a un bollo recién hecho.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Construir sobre la marcha

Siempre arranco con una imagen y voy construyendo sobre la marcha. Nunca sé cómo termina hasta que me voy acercando al final.

Borja González

Los márgenes

Hay escritores que viven en sus novelas y que, cuando las terminan, quedan desahuciados en medio de la calle. 

Yo, que sólo vivo en los márgenes, cuando salgo de ellos quedo desahuciado en las novelas de los demás.

Terry Salgado

Las páginas no escritas

Raquel Arévalo tardó demasiado en encontrar a Darío Varona.

A veces la gente tarda tanto en encontrase que su historia transcurre sincopada, como tratando de buscar las páginas no escritas de su vida anterior.

Raquel se acercó a Darío con demasiada cautela, siguiendo un guion de Tomás demasiado elaborado, solo cuando olvidó su guion en los servicios de la estación pudo encontrar a Darío.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Imaginar la verdad

Decían que habían visto a Gina caminando, a primera hora de la mañana por la carretera, fuera del pueblo.

Caminaba con su vestido de siempre, por el caminito de tierra que hay bajo los postes del tendido eléctrico. Andaba ligera y no llevaba maleta.

— ¿Podría asegurar que era ella?
— Sí, era ella.
— ¿Podría jurarlo delante del juez?
— ¿Del juez? Sí... no sé ¿por qué delante del juez?
— Porque necesito saber que lo que dice es verdad y no lo ha imaginado.
— ¿Imaginado?
— A veces la gente cree ver cosas que no ha visto.
— Creo que era ella.
— ¿Cree? Debemos estar seguros ¿no podría ser otra?
— No sé, a Gina se la conoce bien.
— Pero puede haber otras mujeres que se le parezcan ¿no?
— A Gina se la conoce bien señor inspector.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Menos que papel mojado

Durante la Guerra Civil Española, el inspector Calafell salvó varias vidas, algunas no debieron ser salvadas. 

El trabajo de un inspector de homicidios durante una guerra a veces toca el absurdo, Calafell siguió trabajando con el mismo celo, aunque a menudo la ley fuera menos que papel mojado.

El abuelo de H. fue uno de esos hombres que no debieron de ser salvados por Calafell, y H. le busca desde entonces.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cortocircuitar

Cuando conocí a Jorge me interesé mucho por la gente que sufría de prosopagnosia. La incapacidad para reconocer rostros, incluso el propio, me parecía fascinante e intuía que podía tener algo que ver con la personalidad de Jorge que a menudo cortocircuitaba con la realidad.

A pesar de que no le gustaba hablar de este tema supe que en alguna ocasión había tenido encuentros y desencuentros brutales por su causa. 

Jorge había llegado a confundir a la chica que le vendía el pan con una novia y a su profesora del instituto con su madre. Lo de la madre me hizo reír, pero Jorge no quiso hablar del tema nunca más.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Intercambio

A Linda Firenze le gusta jugar al escondite, pero es H. el que se esconde. A Linda Firenze le gusta el teatro, pero es H. el que paga a una actriz para que represente su obra. A Linda Firenze le gustan las botellas, pero es H. el que bebe en el bar.

A H. le gusta fantasear con su revólver, pero es Linda Firenze la que guarda un cadáver.

Las parejas con demasiados años entran en una especie de simbiosis, de intercambio de papeles no consciente que, curiosamente, les aleja cada vez más.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Sin preocuparse en exceso

En el interior, desfilan chicas sin rostro ni futuro, a ratos vestidas de princesas o brujas; páginas enteras sin palabras, o con bocadillos vacíos, y otras llenas de debates sobre alguna película o grupo musical. Aves, ciervos, esqueletos o botellas de vino rotas. 

Hasta el tiempo parece moverse a su antojo, adelante y atrás, sin preocuparse en exceso. ¿Qué sucedió antes? ¿Cómo se llegó hasta aquí? ¿Y cómo terminan los personajes? A saber. Lo que se narra es esto. Y punto.

Tommaso Koch, El éxito de los tebeos incómodos de Borja González: “Hay que perder el miedo a putear al lector”

jueves

Labios emborronados

Hoy Sonia Ricco trae los labios muy pintados, quizás venga de una prueba o de un ensayo. H, prefiere no preguntarle por esos asuntos que considera que la hacen más irreal, más lejana. Mientras se desnuda piensa en hablarle de la chica del violín, pero al final se le quedan las palabras en la garganta y apenas emite un graznido muy débil que Sonia no llega oír.

Cuando Sonia se quita la camiseta, que hoy es extremadamente blanca, H, teme que la manche con el rojo de los labios. Mira para otro lado, pero después se fija, aún a riesgo de que ella piense que está mirando sus pechos.

H. piensa en que le gustaría acercarse a ella y limpiarle, emborronarle, los labios con su dedo pulgar. Reflexiona un instante, piensa en cuánto podría ofrecerle por quitarle el pintalabios con sus dedos.

Mientras H. piensa, Sonia ya se ha quitado la ropa y está sobre la cama.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cayendo al agua

H. le habla, durante diez minutos, sobre la chica del violín a Carem, que la conoce y que sonríe mientras echa patatas cortadas en tacos a una cazuela con agua hirviendo. 

Carem se imagina así misma hecha un taquito, cayendo al agua y no sintiendo nada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Figuras geométricas

Algunas mañanas, en vez de ir a la facultad, la chica del violín se queda en la escalera, se sienta junto a un trozo de pared con la pintura manchada por la humedad y allí graba con el arco del violín, y con la máxima delicadeza, figuras geométricas.

Mientras tanto las clases continúan, y su sitio está vacío, y hay quién la busca con la mirada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La huella de ambos

Tenía una carita sencilla en la que su nariz y todos sus rasgos apenas salían del plano de su rostro.

Cuando H. tuvo que definirla solo se le ocurría decir que era como si su cara la hubiera dibujado un niño de ocho años. Tenía, eso sí, la música. Cuando tocaba su violín conseguía agarrarle por la garganta y elevarlo, como a un pelele, como a un soldado de cualquier guerra antigua, de cualquier batalla pretérita en la que aún no existían las armas de fuego.

— ¿Eres tú quien toca el violín por las mañanas?

La chica lo mira con curiosidad. Asiente con los ojos. La escalera está recién fregada y las huellas de ambos quedan marcadas en el suelo húmedo.

— Y tú eres el gordo de la pistola.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

El armazón

“Las tramas me interesan, pero las utilizo como una excusa y un elemento más, como la elección del color o el estilo visual. Y las acabo torpedeando. El armazón es el ritmo”.

Borja González

Egos dormitando

"Encaja mal las críticas y digiere mal los elogios".

Eso escribieron de mí en un suplemento cultura de un periódico de Madrid, tras una de las alucinantes presentaciones de los libros de la Doña.

Me hizo gracia, sabía que no podía destacar, que me debía remitir al dosier y no decir nada de lo que yo realmente pensara o sintiera, eso significaba que aquella crítica me iba a traer problemas, pero  aún así me parecía que era una buena definición para una escritora con demasiados lugares comunes y demasiados egos dormitando en cada uno de ellos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Correr

Enrique tenía un cuarto trastero lleno de paraguas.

— Todos robados.
— ¿Qué?
— Robados... lo siento Naza, tienes un amigo delincuente.
— ¿Lo saben tus padres?
— No, no. Lo sabe poca gente, en realidad no lo sabe nadie.
— ¿Por qué?
— ¿No te dan rabia los paraguas?
— ¿Rabia? No, no sé.
— Los paraguas no, la gente que lleva paraguas.
— Yo llevo paraguas a veces.
— ¿Tú? ¿Por qué?
— La lluvia, ya sabes...
— ¿No es mejor mojarse?
— No sé, no siempre.
— O meterse en una cafetería.
— (…)
— O correr.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Te jodes

“De vez en cuando deberíamos perder el miedo a putear al lector.

Y si no te has enterado, te jodes y vuelves a mirarlo. O lo dejas reposar”.

Borja González

lunes

Metáforas urbanas

Había un cuento de la Doña en la que un grupo de jóvenes burguesitos aburridos y no sé si atolondrados se dedicaban a reescribir metáforas urbanas. Disculpen la pedantería, pero la expresión no es mía.

En medio de esta iconoclastia de salón deciden, un día de sopor otoñal, dedicarse a romper la tradición de dejar libros abandonados en los parques o en las calles, esa práctica filantrópica en la que con ayuda del azar conseguimos que otros lean lo que nosotros creemos que hay que leer.

Pues bien, este grupito pseudo intelectual decide hacer lo contrario, es decir, meterse en las casas ajenas para robar un libro de las bibliotecas familiares. De esa manera, pensaban, que hurtarían a ciertas personas de la lectura de ciertos libros y su vida no sería influida por este o aquel autor.

La idea no parecía mala, si acaso arriesgada para el pobre resultado esperable, porque era probable que en la mayoría de los casos esos libros momificados en la viejas bibliotecas domésticas no fueran a ser abiertos, puede que incluso nadie los echara nunca en falta y, en el caso de que realmente impidieran que alguien los leyera, nuestro comando iconoclasta nunca sabría, al menos directamente, de las repercusiones que eso tendría en esas vidas ajenas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Volver a ver las cosas

Dice Moresco que cuando empezó a escribir la novela no es que volviera a ver el enigma de su propia vida, sino del mundo entero. 

Y para intentar descifrarlo tenía que forjar una nueva herramienta poética, narrativa, lingüística, y apartarse de convenciones y estilos. 

“Necesitaba ver otras relaciones y conexiones entre las personas y las cosas, dar un paso al lado, ralentizar o acelerar el tiempo para volver a ver las cosas y liberarlas de las cadenas de abstracciones en las que a menudo están atrapadas. Porque creemos que vemos el mundo, pero lo miramos, no lo vemos”, explica el autor.

Sergio C. Fanjul, Antonio Moresco, el autor que escribió una gran novela a mano durante 35 años. El País 13/10/23


domingo

La bruja de Blancanieves

— Te ayudaré.
— ¿Me darás una pista?
— Espejos.
— ¿Qué?
— Piensa, reportera, piensa y no preguntes.
— Los periodistas preguntamos.
— Hay que pensar más y preguntar menos.
— No estoy de acuerdo.
— Vale, como quieras, pero yo no te diré más.
— ¿Espejos, has dicho?
— No hay más declaraciones.
— ¿Había espejos en la casa? —Darío no mira a Carolina, solo coge su vaso y bebe un trago largo— Muy bien, inspector... a ver la vecina le había pedido algo a la mirona para permitirle seguir con su juego, ¿le había pedido un espejo? No entiendo nada.
— Vamos, vamos, ¿tienes espejos en casa?
— Vale, sí tengo espejos.
— ¿Te gustan?
— Me inquietan.
— No me esperaba esta respuesta.
— ¿Le inquietan a la vecina?
— No es importante. Solo piensa para qué sirven.
— Los espejos duplican nuestra imagen, ¿había un doble?
— Te estás pasando de frenada.
— A mí me inquietan, pero los necesito, me miro mil veces antes de salir de casa.
— ¿Qué temes de un espejo? ¿A la bruja de Blancanieves?
— No, no sé, no me gusta verme.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas