viernes

Sin sufrir

Estar muerto es como estar vivo, pero sin sufrir la tiranía del tiempo.

Terry Salgado


Lo que había que hacer

Les enseñé fotos de distintos lugares del mundo donde se estaba dando el fenómeno de las cebras.

Un hombre en una ciudad del sur de Europa había sido retirado más de cincuenta veces del paso de peatones de una populosa avenida. El tipo, zapatero de oficio, se tiraba a lo largo en medio de la calzada, colocaba sus brazos debajo de la nuca y cerraba los ojos. No le importaba que los automóviles tocaran el claxon con insistencia, ni que los peatones le llamaran loco o que alguien le diese una patada disimuladamente.

Aquello es lo que había que hacer. El maldito libro así lo decía.
Hasta que aquel hombre fue arrestado y pasó la noche en comisaría.

Al día siguiente lo volvió a hacer.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Reconocimiento

Durante casi dos meses las mujeres del barrio, todas ellas dedicadas a las tareas de la casa, se declararon en huelga.

Como es difícil no hacer nada si estás dando vueltas por la casa, las mujeres propusieron, votaron y acataron no levantarse de la cama hasta que su labor fuera reconocida y remunerada.

Mamá no le falló a sus compañeras, se metió en la cama el primer día de huelga y no salió hasta que fue desconvocada.

Yo me sentí orgullosa de ella. Mi viejo empezó riendo y acabó llorando.

Aquello puso a cada uno en su sitio. La victoria no era lo más importante, lo importante era hacer una demostración de fuerza que supusiera un reconocimiento.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

Mi misión

Estoy muerto, pero sigo escribiendo,  puedo sentarme ante el ordenador y teclear cómo me siento o cuál es mi estado.

Pronto no podré escribir o no sabré cuál es mi estado o ninguna de las dos cosas.

Soy, por tanto, un muerto reciente. O eso creo porque, como digo, aún puedo escribir.

No puedo ni quiero contar cómo lo hago, sé que puedo, que este estado de sosiego es ideal para abrir la mente, pero debo darme prisa porque el tiempo no existe y, aunque parezca una paradoja, no puedo arriesgarme.

Siento la cabeza clara, pero a la vez llena de arena, como si tuviera cinco años y estuviera en la playa. Siento que debo correr hacia la orilla y vaciar con mi cubo el agua del mar.

Es lo que siento desde que estoy muerto, arena en la cabeza y la certeza de que mi misión es vaciar, cubo a cubo, el agua del mar.

Si no hiciera tanto calor sería más fácil.

Si no tuviera cinco años de repente sería más fácil.

Si mamá no me llamara constantemente para que no me acerque a la orilla sería más fácil.

Ahora que estoy muerto y que aún no me embarga la inmensidad del mar.

Terry Salgado, El informe amarillo


Cebras

Hubo gente que empezó a imitar los cuentos de los pasos de peatones.
Los llamaban las historias del semáforo o del paso de cebra.

Empezó a haber cebras por toda la ciudad. Lectores y lectoras letraheridos que paraban a otros peatones para encontrarse, que se lanzaban mensajes, que subían por encima de los capós de los autos o, los más radicales, que se tiraban en la calzada, en decúbito supino ellos y en decúbito prono ellas.

Pronto hubo una epidemia que traspasó fronteras.

Ahora yo tenía que explicar todo aquello, darle un sentido a sus mentes burguesas. 

Al fin algo divertido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Ya no tengo

Ya no tengo virtudes públicas.


No me quedan vicios privados.


Ángeles Mora, Los desastres de la guerra

Barry Sheene

A mi viejo le encantaba Barry Sheene, creo que a mamá también, y a mí, aunque no quisiera reconocerlo.


Sheene era un piloto de motos británico que en un entrenamiento en 1982, en Silverstone se le estalló un neumático y se estrelló con su Yamaha a 270 kilómetros por hora. Barry Sheene se salvó milagrosamente.


A papá le gustaba porque Sheeene era un vividor y un superviviente y él soñaba con ser alguna de esas dos cosas, a mí me gustaba porque cada vez que ganaba una carrera saludaba haciendo la V con los dedos. 

A mamá no sé por qué le gustaba.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


lunes

El cuento de las manchas de sangre

Tardé años en escribir el cuento de las manchas de sangre en la escalera.

No quería escribir el típico cuento de misterio para listos, ni de terror psicológico, ni poner una página más en aquello del misterio del cuarto encerrado.

Tampoco quería que se reconociera a nadie, ni siquiera a mí misma, como si eso fuera posible.

Por último quería escribir una historia tan bien enlazada, ten creíble a pesar de los elementos fantásticos, que finalmente no lograba escribir nada.

Leí mucho a Cortázar y al final no hacía más que copiarle.
Tenía que copiar a alguien menos bueno y, sobre todo, menos conocido.

Cuando terminé el cuento, una de sus versiones, estaba tan intranquila que llamé por teléfono a uno de los chicos que habían estado allí aquella noche. Fingió no conocerme, juró no recordar nada y ante mi insistencia me amenazó con llamar a alguien con el que seguro no querría encontrarme.

Ese alguien tiene el poder de que me flojeen las piernas y se me parta la voz.

Su imagen es la primera que viene a mi mente cuando tengo miedo, o estoy sola, o tengo miedo y estoy sola. 

Aunque esté tan lejos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Otro cuento absurdo

Un muchacho me abordó en el hall del hotel. Estaba muy nervioso, me dijo que nunca me hubiera imaginado así, es decir con mi físico, que pensaba que era mayor, no le cuadraban las fechas.

Por suerte para mí, cuanto más nervioso se ponía él más tranquila estaba yo. Tanto que le invité a tomar algo en el bar. No podía creérselo, enseguida sacó una de aquellas novelitas de su mochila y me la acercó mientras me rogaba que le perdonara. 

No tenia nada que perdonarle, pero le escribí una dedicatoria demoledora sobre la falta de confianza, las apariencias, los espejos y no sé cuantas patrañas más. Luego le dibujé una carita sonriente para quitarle hierro y lo firmé con aquella firma inventada tan estupenda.

El chico pidió un gin tonic. Me descolocó, ¿quién pide un gin tonic cuando una escritora famosa te invita a tomar algo a las cinco y cuarto de la tarde?

Afuera llovía. Todo era perfecto para otro cuento absurdo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Estás avisado

“Si estás leyendo esto, el aviso va dirigido a ti. Cada palabra que leas de esta letra pequeña inútil, es un segundo menos de vida para ti. 


¿No tienes otras cosas que hacer? ¿Tu vida esta tan vacía que no se te ocurre otra forma de pasar estos momentos? ¿o te impresiona tanto la autoridad que concedes crédito y respeto a todos los que dicen ostentarla? ¿lees todo lo que te dicen que leas? ¿Piensas todo lo que te dicen que pienses? ¿Compras todo lo que te dicen que necesitas? 


Sal de tu casa, Busca a alguien del sexo opuesto. Basta ya de tantas compras y masturbaciones. Deja tu trabajo. Empieza a luchar. Demuestra que estas vivo. Si no reivindicas tu humanidad te convertirás en una estadística. Estas avisado…”


El Club de la LuchaFight Club,1999 de David Fincher


sábado

Prematuramente

Odié mucho los cuentos de los pasos de peatones.

Los lectores tenían pasión por aquella estupidez en la que personajillos variados mezclaban sus vidas sobre el asfalto pintado con rayas blancas.

¿Nadie se daba cuenta de la tontería?

Vale que había algún personaje bien definido, algún encuentro con gracia o alguna frase ingeniosa. Pero la mayoría de las veces se traba de un montón de páginas disfrazadas de modestia y llenas de pomposidad.

No había visto novelista a la que le gustaran más los cruces de calles. Ella creía que esto le permitía mezclar personajes y abrir historias interminables, como el que abre una muñeca rusa.

La idea podía tener su gracia, el resultado era, sin embargo, irritante ¿por qué no ponía fin a alguna de aquellas historias? ¿no sabía o no quería? 

Me pasé parte de mi tiempo de doble respondiendo a estas preguntas.

Yo envolvía la respuesta en adverbios y les hablaba de que "no quería historias con finales llenos de ecos de escritores muertos prematuramente".

Prematuramente fue una de las palabras que elegí de comodín esos días.

Y funciona. Prueben.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





viernes

Un final perfecto

Isabel.

Hubiera sido demasiado fácil que de uno de los cajones de los que tiraba Darío hubiera salido Isabel.


Y que al aparecer el cadáver, Tomás hubiera olido el aroma al perfume aquel que él esparció por la casa que compartían y que nunca le dijo que no era de otra mujer.


— ¿No lo hueles?


— ¿El qué mi amor?


— ¿Cómo que el qué? ¿Me tomas por estúpida?


— Yo debo ser el estúpido, pero no sé a qué olor te refieres.


Si el cuerpo morado de Isabel hubiera salido de una de esas cámaras de la morgue hubiera sido un final perfecto para la representación que Tomás seguía representando en su cabeza. 

Por desgracia para él, Isabel hacía tiempo que había salido de Buenos Aires y vivía con un periodista de sucesos en Sao Paulo.


Nazaré Lascano Cuentos de parque Chas


jueves

El mejor actor del mundo

Nadie quería hacerlo, pero Tomás aceptó el reto.

Tenía que arrojar un perfume muy intenso y muy femenino por todo su departamento, especialmente en la cama. 

Lo interesante estaba en que su pareja, una linda muchachita con la que compartía su vida desde que llegó a Buenos Aires, no tenía que saber nada.

Tomás tenía que grabar sus reacciones, las conversaciones que surgieran y cualquier circunstancia derivada de aquel acto.

Tomás se quedó sin novia, pero consiguió la mejor nota en la escuela de arte.

Cuando, tras los aplausos y las felicitaciones, volvió a su casa y vio que estaba solo pensó como un imbécil que, sin duda, había nacido el mejor actor del mundo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Leal

Lupe decía que leales solo son los perros.


También decía que leal no era una palabra que debiera aplicarse a los seres humanos. La incluía en el mismo cajón que amaestrar o estabular.


Yo no estaba de acuerdo, pero lo aceptaba. Quizás yo sí era una perra porque pensaba que la lealtad era una cualidad.


No debió extrañar a nadie que Lupe saliera del encierro sin más problema que buscar un vestido adecuado. Unos periodistas la encontraron una mañana de niebla junto a una gasolinera, fue la reina de las noticias una semana entera. 


No pronunció mi nombre ni una sola vez.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Primeras páginas

Durante dos capítulos la chica oriental tenía una serie de reflexiones vomitivas sobre la vida, la superación, el amor y otras boludeces. 

Igual que avisaba Chejov con aquello del arma que aparecía en el primer acto, las reflexiones eran la preparación (el anuncio) para el drama. Si hablaba sobre pérdida habría una pérdida, si sobre venganza, venganza, igual con la superación, el amor, el asco o lo que fuera.

Era hilarante.

Se hartó a vender libros infames que yo ahora firmaba con dedicatorias ingeniosas.

Me avergüenza las burradas que llegué a escribir en esas primeras páginas. 

Quizás no me avergüenza.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



martes

Personajes reales

En la novela había una muchachita oriental.

No daré demasiados datos, pero a mí me parecía una mierda de personaje. Si Marguerite Duras leyera aquello buscaría a la autora para darle dos hostias.

¿Cómo podía crearse un personaje tan plano, tan lleno de tópicos, tan repetido, tan reconocible?

Una chica oriental en la Argentina de los noventa, llena de prejuicios y de deseos.
Argentina, me refiero.

No había quién se enamorara de aquella japonesa por mucho que la desnudara cada diez páginas.

Era repugnantemente literaria.

Hasta que descubrí (mucho tiempo después) que era real.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Perdido

¿Por qué se pierde un escritor? ¿Qué sucede para que un novelista maravilloso se hunda para siempre en el silencio como quien se hunde en un pantano? 


O algo aún peor, más inquietante: ¿a qué se debe el hecho de que un buen narrador comience de repente a redactar obras espantosas?


Rosa Montero, La loca de la casa