miércoles

Un hurón

—Se supone que los escritores viven de escribir y yo no lo hago. Yo estoy en mi casa poniendo lavadoras. 

Soy ama de casa y soy feliz. Yo no quiero trabajar en la calle, no soy sociable, aunque lo parezca. Soy un hurón que lo único que quiere es estar en casa escribiendo. Desde los siete años me encerraba en mi cuarto a escribir.

Isabel Bono

El valor de los deseos

[...]
 La sonrisa abandonó su gesto y frunció el entrecejo, aunque seguía sin mirarme.

¿Qué quiere decir?

— Trata todos tus deseos como si tuvieran el mismo valor, y todas tus creencias como si fueran tan ilusorias las unas como las otras.
— ¿Cómo?
— Deja de intentar trazar un patrón, una personalidad; limítate a hacer lo que te apetezca.
— Pero no me siento con ganas de hacer nada; ese es el problema.
— Eso es porque dejas que un deseo, el deseo de creer firmemente y de ser una persona claramente definida, inhiba el resto de tus deseos.
— Tal vez, pero no veo cómo puedo cambiarlo.
— Conviértete en una persona de los dados.

Alzó la cabeza y me miró a los ojos lentamente, sin emoción.

— ¿Cómo?
— Conviértete en una persona de los dados —repetí.
— ¿Qué quiere decir?
— Yo... —me incliné hacia delante con la seriedad adecuada— soy el Hombre de los Dados.

Sonrió levemente y apartó la vista.

— No sé de qué me habla.
— ¿Crees que cada uno de tus deseos es tan arbitrario, tan gratuito y tan trivial como el resto?
— Sí.
— En cierto sentido, no hay ninguna diferencia entre lo que haces y lo que dejas de hacer, ¿no?
— Eso mismo.
— Entonces, ¿por qué no dejas que los dados, la fortuna, decidan qué debes hacer?



martes

Ligera

[...]  La poesía espero que vuelva porque se camina más ligero por la calle cuando se lleva la cabeza llena de poemas, que cuando llevas una novela.


Isabel Bono

Historia de España XVI

¿Por qué lo llaman libertad cuándo quieren decir dos cañas y unas bravas?

Ignatius Farray

Autorización

En mis libros, que yo sepa, no se mueve nadie sin mi autorización. Y pobre del que lo intente.

Enrique Vila-Matas

lunes

Complicados cruces

Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.

Instantes congelados de vida

A lo largo de Ficciones de verdad, las autoficciones de Jorge Semprún, Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Marta Sanz se redescubren en su archivar creador, creativo y sospechoso. 


Bajo el “ímpetu irrefrenable de organización de documentos históricos o personales, citas propias y ajenas, fotografías, recuerdos o reflexiones del día a día” en la pantalla o sobre el papel, estos autores producen autoficciones que se detienen en el tiempo ampliado de universos posibles, en las digresiones del pensamiento, en la apertura hacia esa otra vida a la que siempre ha invitado el archivo.


Mar Gómez Glez acerca de “Ficciones de verdad y el derecho a la (auto)ficción”, ensayo de Patricia López-Gay

domingo

De libros y murallas


Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. 

Que las dos vastas operaciones —las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir, del pasado—  procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.


[...] Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte. [...] Quizá el emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no puede entrar en un orbe cerrado.


Jorge Luis Borges, La muralla y los libros


El archivo de la sospecha

La obsesión por archivar marca nuestra época tanto como las noticias falsas marcan nuestra realidad. 


Ficciones de verdad analiza proyectos de artistas españoles que han trabajado con el archivo generando una poética de la sospecha, como Montserrat Soto o Isidoro Valcárcel Medina. 


Como el arte, la literatura sospechosa de archivo, la autoficción, sirve como resistencia a la manipulación. Dentro del campo literario, en plena “era del retoque digital”, las autoficciones sirven para dislocar la lógica del archivo que se propaga, rebasando las artes, tras la invención de la fotografía.


Mar Gómez Glez acerca de “Ficciones de verdad y el derecho a la (auto)ficción”, ensayo de Patricia López-Gay

sábado

Trampantojo

Marina colocó un maniquí de su marido junto a la puerta del balcón, de manera que desde fuera daba la sensación de que estaba en casa, sentado en una silla en un continuo perfil con la mirada puesta en los tendales del edificio de la izquierda.

En el barrio todos sabíamos que Román, el marido de Marina, era un ser despreciable que gustaba mucho a algunas mujeres, entre ellas mi amiga Jimena. Román se había marchado recién entrada la primavera con una muchachita muy linda que ayudaba en la carnicería de los Newman por las tardes.

La presencia del maniquí en el balcón de Marina se aceptaba con normalidad, igual que se aceptaba que en el barrio aún hubiera calles sin luz eléctrica, que los perros corrieran sin dueño dando vueltas a la plaza o que, cuando llovía en la ciudad, en nuestro distrito no cayera una sola gota.

Había un profesor jubilado, Cosme Volpi, que murió hace años en el asiento de en un colectivo y estuvo dando vueltas durante varios días sin que nadie se diese cuenta. Volpi siempre decía que cuando llegó al barrio descubrió que había ciertas leyes que no se cumplían, aunque a nadie parecía importarle. 

Todos decían que el viejo, en cuanto tomaba demasiado, no sabía lo que hablaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




viernes

Una sola línea II

Pasé, como si fuera un escritor ruso del siglo XIX, todo el viaje de vuelta con la cabeza puesta en aquella mujer. Era absurdo, había regresado a los veinte años y a la literatura de salón por ver mi nombre en aquel brazo.

Traté de burlarme de mí mismo, traté de pensar en todo lo que me esperaba cuando regresara a Madrid, miré mi móvil varias veces, busque en mi agenda y comencé a preparar un artículo que llevaba tiempo atascado. 

Aún no habíamos cruzado la sierra cuando me di cuenta de que todo era mentira, de que lo único importante en mi vida en esos momentos era recibir un mensaje de mi lectora. Tuve que confesarme que sí, que lo había hecho, que  había escrito mi número de teléfono en la dedicatoria, y que ahora solo esperaba que mi móvil se retorciera en una vibración y que fuera ella. 
¡Cómo he odiado siempre a los escritores que hacen algo tan ruin!, cómo me odiaba y, sobre todo, cómo esperaba noticias suyas.

Mientras tanto los paisajes pasaban por la ventanilla, y mi reflejo se mezclaba con todo lo que veía y pensaba, y la cabeza se me llenaba de historias en las que siempre aparecía aquella mujer hermosa de la que casi había olvidado su rostro, pero de la que recordaba su chaqueta de cuero negro y su coleta amarilla.

Poco antes de que me llamara ya había empezado a escribir.

Terry Salgado

jueves

Una sola línea

Poco antes de la pandemia participé en una firma de libros en una ciudad española de interior. Hacía una buena temperatura. Estuve toda la jornada de un aceptable buen humor, hablando con gente de todo tipo y edad. A las 12 me trajeron un bocadillo de tortilla y un café. Firmé cuanto pude, utilicé algunas dedicatorias originales que tengo preparadas para estas ocasiones. Hice incluso algún dibujito horrible del que pronto me arrepentí. Tomé dos Coca Colas y un agua con gas, y cuando todo parecía que iba a acabar con cierta normalidad apareció ella como surgida de un párrafo de una novela mal escrita, el pelo rubio recogido en una coleta espléndida, con una cazadora negra llena de hebillas sobre el brazo izquierdo y mi libro en la mano derecha. 

Se acercó a la mesa con buen paso, mirándome a los ojos desde la lejanía, como si me conociera, y cuando estuvo delante puso el libro junto a mis manos.
— Ya lo leí, ya lo tengo, este solo lo he comprado para que me lo firmes.

Yo no podía quitar mi mente de su vida ¿cómo sería su mundo? ¿de dónde vendría? y sobre todo ¿por qué me leía?
No me dio tiempo a hacerme una composición del lugar y del momento, ni de aquel pasado ni siquiera de mi futuro inmediato porque, al dejar el libro junto delante de mí pude ver su brazo estirado y en él, tatuado, mi triste nombre con letras negras, fuertes y rotundas, llenas de una intensidad con la que yo jamás he escrito una sola línea.

Perder el tiempo

 


—Y eso es precisamente lo que más me gusta del asunto —dijo el gordo.
 —¿El qué?
 —¿Pues qué va a ser? Perder el tiempo en los trenes y autobuses. ¿De qué otra manera se me hubiera ocurrido semejante idea?


miércoles

No es literatura, son flores

 
A veces me compro flores y voy por la calle como si me las hubieran regalado.

El nombre de la calle

Busqué signos de violencia. La palmera de la calle aún seguía en pie, poco después llegó el picudo y la pudrió por completo. 

Un día enfilé la calle con mi viejo coche rojo y sentí la tristeza de su ausencia. Pregunté por la palmera como quien pregunta por un familiar entrañable. Significaba algo. También cambiaron el nombre de la calle, de modo que ahora era una calle sin palmera y sin un nombre fascista. 

Mis padres se mudaron de allí. Ahora vive mi hermano en esa casa de esa calle sin palmera y sin nombre fascista donde ya no aparco el viejo coche del que me deshice una tarde de primavera a cambio de trescientos euros. Un coche bonito y muy baqueteado, que asumió una cantidad nada desdeñable de violencia por mí o por mis pecados.

José Bocanegra,  SE7EN TECH CLUB

martes

Santos

Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.


Adam Zagajewski, Zurbarán, (Antenas, 2005)

lunes

Donde hay Dios

España había encharcado el campo de gasolina con una red monstruosa de pases que fingían ser inocuos; en cuanto Morata prendió la mecha Turquía ardió como una iglesia. 

Y hacia ella, olfateando, se acercaron los españoles a recoger el botín. Donde hay Dios, se decía en el medievo, hay sexo; las obras de los templos atraían a los albañiles, como las gaviotas a los tiburones.

Manuel Jabois, El País


domingo

Cervantinos

Entre nuestros paisanos terribles falta la esencia cervantina de la locura y del humor.

Enrique Vila-Matas

sábado

Promesas

Estuve veinte días con un sarpullido en la cara. 

No quería salir de casa y mi madre consiguió que una compañera del instituto me trajera los deberes todas las tardes. Yo me ocultaba detrás de una puerta decorada con letras chinas sobre un fondo rojo intenso. Detrás de la puerta solo había libros, figuritas de metal, cajones con calendarios de bolsillo, sellos, cromos y otros objetos sin valor que mi padre había coleccionado desde niño y que ahora guardábamos en ese cuartito esperando un golpe de valentía para vendérselos a un trapero.

Lidia, que así se llamaba la compañera que me llevaba los deberes, llamaba siembre sobre las dos y cuarto de la tarde. A esa hora yo me preparaba como si fuera una cita, me peinaba, me ponía colonia, me apostaba como un centinela detrás de la ventana que daba al parque y la veía llegar con los libros de la mano, en dirección a nuestra puerta.

El timbrazo de Lidia sonaba como deben sonar las mentiras inocentes o las promesas que no se cumplen. Yo apuraba mi tiempo y me metía en el cuartito chino a la vez que mi madre giraba el pomo de la puerta de la calle.

Oía a Lidia muy lejana, su voz clara se hacía densa desde el otro lado de la puerta, el olor a tinta, a polvo y a papel viejo se mezclaban con la excitante presencia de aquella chica de mi clase contándole a mi madre cómo debía resolver las ecuaciones de segundo grado.

—  ¿Cómo está Fernando? ¿Se recuperó ya un poquito?
— Está mejor, cariño. El lunes volverá a la clase, te agradecemos mucho lo que estás haciendo por él.
— No tiene importancia, vivo muy cerca.

Cuando se iba Lidia, mamá se llegaba hasta mi escondite, yo podía oír sus pasos acercándose y después sus nudillos golpeando maternalmente contra la puerta roja.

— Ya puedes salir, Don Juan.

Y yo seguía allí un rato allí dentro, disfrutando sin prisas de aquella ausencia tan cercana.

Juan Fernando Rendes, Lascas de tiempo

miércoles

Solo adecuadas para el burdel

En su extraordinario The book of lost books (El libro de los libros perdidos, 2005), Stuart Kelly estudia los casos de destrucción de textos por parte de algo más de ochenta autores cuyas obras distribuye en cuatro epígrafes que funcionan como una tipología de la sustracción, ampliando cuanto he propuesto hasta aquí para incluir ya no solo los libros destruidos, sino también aquellos “perdidos”, “inconclusos”, “jamás iniciados” e “ilegibles”. 


Así, de las dos mil obras catalogadas de Lope de Vega solo sobrevivió una cuarta parte; de Edmund Spencer se perdieron unas catorce obras con títulos como “El pelícano agonizante”, “Sus sueños”, “El poeta inglés” y “El infierno de los amantes”; de William Shakespeare se perdieron las piezas “Love’s labour’s won” [Trabajos de amor recompensados] y “Cardenio” y de Ben Jonson, “Robert II of Scotland” [Robert II de Escocia], “Page of Plymouth” [El paje de Plymouth], “Richard Crookback” y “Hot anger soon cold” [La ira caliente se enfría pronto] (Kelly 177); de Jean Racine se perdieron las piezas “Les Amours d’Ovide” [Los amores de Ovidio], “Amasie” y “Théagène et Chariclée” [Théagène y Chariclée] (Kelly 211). George Gordon, lord Byron escribió unas “Memorias” que su editor quemó por considerarlas, al igual que el crítico William Gifford, “solo adecuadas para el burdel” (Kelly 275).


Patricio Pron, El libro tachado

martes

Destello de diamantes


La semana pasada alguien me dio like desde tu cuenta de Instagram. Creo que tienes que saber, no sé si te interesa, que alguien te jaqueó la cuenta y anda por ahí reaccionando a las fotos que le parece. 

Cuando vi el corazonito rosado en la lista de me gusta, por un momento pensé que otra vez estabas viva y me puse toda privada, toda contenta. 

Luego recordé que también sigues teniendo Gmail y que eso no implica gran cosa, salvo que a veces entro en mis contactos de Hangouts y me fijo con mucha fuerza en que siga brillando un circulito blanco con tu cara dentro, tu preciosa cara morena y tersa como un durazno pelón, tu cara bordeada de mariposas lila, insectos pixelados con destello de diamantes.

Andrea Abreu, WARNING: Alguien te jaqueó la cuenta y te devolvió a la vida

                                      




lunes

El descrédito de la realidad

Vuelvo a sentir en torno el creciente descrédito de la ficción. En la crítica literaria y en el espíritu del hombre de la calle, en su sensibilidad. 

Pero ese descrédito de la ficción no anuncia otra cosa que el descrédito de la realidad (telebasura, información basura, etcétera), porque la ficción y la realidad son una sola y misma cosa.

sábado

Imposturas

En Londres, a finales de los setenta, salí con una joven que leía a Hobbes. Y en latín. De hecho, me dejó precisamente por un profesor de latín; el hombre preparaba una tesis sobre Tibulo, cosa que se le antojaba el no va más, y a mí una impostura.


David Bowman, Las chicas que molan leen libros

viernes

Paradojas

Me gustaría ayudarles. Pero tenemos un conflicto, puesto que deseamos cosas contrapuestas. Escuchar y callar. Saber y silenciar. Ahora bien, la vida es siempre así, ¿no es cierto?


Llamamos vida al complejo equilibrio que nace del choque entre contrarios. La realidad es siempre paradójica. Las cosas se definen por lo que son, pero también por lo que no son; sin el otro, sin lo otro no existiría nada. la luz no se entiende sin la oscuridad, lo masculino sin lo femenino, el yin sin el yang. El Bien, sin el Mal.


Rosa Montero La hija del caníbal

jueves

Humildad

Nadie que escribe debería ignorar que siempre donde hay soberbia hay ignorancia. Me ha complacido encontrar en Menéndez Salmón, en su impecable y admirablemente arriesgada última novela (La luz es más antigua que el amor), los famosos versos de Eliot: "La única sabiduría que podemos esperar adquirir / es la sabiduría de la humildad: / la humildad es interminable".

Dicho de otro modo, dicho en forma de máxima oriental, propia de un precursor de Kafka: Donde hay humildad, hay saber. 

La emoción

Cuando Sylvia Sydney lleva el plato de verdura a la mesa, está realmente obsesionada por el cuchillo, como si su mano fuese a cogerlo independientemente de su voluntad. La cámara encuadra su mano, luego sus ojos, luego la mano y una vez más los ojos hasta el momento en que su mirada, bruscamente, adquiere conciencia de lo que significa el cuchillo. En este instante pongo un plano completamente vulgar que muestra a Verloc comiendo su guiso, distraídamente, como todos los días. Después vuelvo a la mano y al cuchillo.


[...] En ese momento gracias a la cámara, el público forma parte de la escena y es preciso sobre todo que la cámara no se haga bruscamente distante y objetiva, so pena de destruir la emoción que se ha creado. Verloc se levanta y rodea la mesa, pero, al hacerlo, va directamente hacia la cámara, de manera que se establezca en la sala la sensación de que hay que retroceder para hacerle sitio; si esto está logrado, instintivamente el espectador debe retroceder ligeramente en su butaca para dejar pasar a Verloc delante de él; cuando Verloc ha pasado ante nosotros, la cámara se desliza de nuevo hacia Sylvia Sydney y vuelve al objeto principal, el cuchillo. Y la escena prosigue, como sabe usted, hasta el asesinato.


François Truffaut, El cine según Hitchcock

martes

Imagen especular

Lavandería Ángel está en Albuquerque, Nuevo México. Calle 4. Comercios destartalados y chatarrerías, locales donde venden cosas de segunda mano: catres del ejército, cajas de calcetines sueltos, ediciones de Higiene femenina de 1940. Almacenes de cereales y legumbres, pensiones para parejas y borrachos y ancianas teñidas con henna que hacen la colada en la lavandería de Ángel. 


Adolescentes chicanas recién casadas van a la lavandería de Ángel. Toallas, camisones rosas, braguitas que dicen «Jueves» . Sus maridos llevan monos de faena con nombres impresos en los bolsillos. Me gusta esperar hasta que aparecen en la imagen especular de las secadoras. «Tina», «Corky», «Junior».


Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, Lavandería Ángel

Arcoíris


La única vez que hablé fuera de la lavandería con la señora Armitage fue cuando su váter se atascó y el agua se filtró hasta mi casa por la lámpara del techo. 

Las luces seguían encendidas mientras el agua salpicaba arcoíris a través de ellas. La mujer me agarró del brazo con su mano fría y moribunda y dijo: «¿No es un milagro?».

Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, Lavandería Ángel

domingo

Las piernas de los escritores

Cuando cumplí los 18 edité con mi propio dinero un librito con cuentos y poemas, yo soñaba con cambiar el mundo con aquel librito. 

Traté de dejarlo en algunas librerías, pero solo obtuve buenas palabras y algunas miradas a mis piernas o a mi pecho.
Finalmente, tras muchas vueltas inútiles, decidí empezar a soltar el libro en cualquier parte, a dejarlo solo para que su existencia tuviera algún sentido.

El primer ejemplar lo dejé en la plaza de mi barrio, junto a una fuente en la que jugaba de chica. Estuve casi una hora mirando desde la distancia quién se llevaba mi libro, nadie lo miró siquiera.

Recogí mi librito abandonado e hice una ruta por las bibliotecas públicas, en ninguna de ella se interesaron ni por mi obra ni por mis piernas, así que en un acto de valentía comencé a dejar ejemplares como el que deja una bomba. Cuando los bibliotecarios estaban distraídos colocaba mi libro en una estantería en la sección de narrativa y en un escrupuloso orden alfabético en el que me hacía sitio entre Magdalena Lasala y Scott Lash, o entre Philip Larkin y Antoine Laurin o, más frecuentemente, entre Mariano de Larra y D.H. Lawrence.

Nazaré Lascano, Cuaderno español

sábado

Risa nerviosa

Planeamos entrar en la casa de los viejos el domingo por la noche. El Luca los conocía bien porque su padre había trabajado con el viejo y a veces coincidían en la bodega de Marcos.

A media noche aún estábamos en los billares, había una tía que no le quitaba ojo al Luca y el muy idiota no quería marcharse, al final fue todo una pérdida de tiempo, la chica solo estaba jugando con él y a la segunda birra desapareció. El Luca estuvo esperándola hasta más de la una y salió a buscarla a la calle. El gordo le amenazó poniéndole una de sus manazas en el cuello y salimos para San Martín en su coche.

Recién llegamos pasó una patrulla de la policía como si fuera un mal presagio. El gordo les saludó mientras les insultaba entre dientes y el Luca y yo reímos como dos críos. 
A la una y media ya estábamos delante de la casa de los viejos.

El gordo se quedó al volante de su auto, el cabrón estaba tan tranquilo que hasta cerró los ojos para echar una cabezada.

Tenían las puertas y las ventanas cerradas como si fuera el Banco Nacional, parecía más fácil hacer un agujero en la pared que forzar la puerta. Caminamos por el patio delantero rondando como dos gatos, y al Luca a veces se le escapaba una risita nerviosa hasta que le tenía que mandar callar chistándole.
Acabamos subiendo a un cobertizo cochambroso desde el que alcanzamos una ventanita muy estrecha que habían dejado mal cerrada.

— Menos mal que no vino el Gordo—  dijo el Luca en medio de otra de sus risitas.

Entramos sin hacer ruido, aquello parecía un despacho o una pequeña biblioteca, la farola le daba una luz amarilla y había un olor extraño como a tinta dulce.

Terry Salgado, No llames a las cosas por mi nombre

viernes

Un día magnífico

Oreste Calosso. Roma, 16 de marzo de 1978


El día 21 de abril de 1945 amaneció espléndido, como todos los otros días de ese mes terrible. Lo recuerdo perfectamente, y también recuerdo que, cuando encontramos el cadáver de Luca Borrello, éste tenía los ojos abiertos y miraba el cielo, como si un instante atrás también Borrello hubiera estado considerando que se trataba, efectivamente, de un día magnífico.

Patricio Pron, No derrames tus lágrima por nadie que viva en estas calles

jueves

Exterior

El hombre vulgar espera lo bueno y lo malo del exterior, el hombre que piensa lo espera de sí mismo.


Anton Chéjov

martes

Un material inaceptable

Escribir es un procedimiento para integrar en una vida un material inaceptable.


Absalón Amet

A mediados del siglo XVIII el relojero francés Absalón Amet inventó una máquina capaz de escribir sentencias poéticas y filosóficas de manera automática; su “filósofo universal” consistía en cinco grandes cilindros accionados por un mecanismo de relojería sobre los que Amet había pegado una serie de palabras:
el primer cilindro contenía sustantivos con su correspondiente artículo, el segundo estaba dedicado a los verbos, el tercero reunía preposiciones, el cuarto adjetivos y el quinto presentaba otra vez sustantivos. 

Al accionar el mecanismo, los cilindros giraban hasta detenerse conformando una frase no necesariamente carente de sentido. A pesar de que Amet aspiraba a la automatización total del procedimiento, este requería intervención humana, más específicamente de su hija, Marie Plaisance, que seleccionaba las frases que creyese de valor y descartaba las que le parecían insensatas. Al comienzo, el “filósofo universal” ocupaba la mitad de una mesa; al final –su creador le había agregado negaciones, conjunciones, adverbios y estructuras subordinadas–, toda una habitación. 

En 1774, Amet y su hija publicaron una antología de frases “escritas” por el autómata con el título de Pensées et mots choisis du Philosophe Mécanique Universel [Pensamientos y sentencias escogidas del Filósofo Mecánico Universal]. 
Juan Rodolfo Wilcock afirma en La sinagoga de los iconoclastas (1972) que el libro contenía, por ejemplo, “una frase de Lautréamont: ‘Los peces que alimentas no se juran fraternidad’, otra de Rimbaud: ‘La música sapiente falta a nuestro deseo’, una de Laforgue: ‘El sol depone la estola papal’; también, ‘Todo lo real es racional’; ‘El hervido es la vida, el asado es la muerte’; ‘El infierno son los demás’; ‘El arte es sentimiento’; ‘El ser es devenir para la muerte’”.

Patricio Pron, El libro tachado
    

lunes

La nariz rota

Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.


Anton Chéjov