lunes

Una letra exquisita

Encontramos en los bolsillos de su abrigo una decena de notitas con nombres y números.
Eran notitas de colores escritas a mano con una letra exquisita.

Miré al inspector, él hizo como que no se daba cuenta, pero puso cara de que aquello le interesaba mucho, tomaba cada nota, la leía susurrando y la dejaba encima de la cama de la viuda.

Contamos exactamente 11 notas.

— ¿Qué piensa que pueden ser esas notas?
— Parecen números de teléfono.
— Pero no todos tienen nueve dígitos, los hay de seis, de diez, de once.

Darío me miró con aire de cansancio.

— También pueden ser claves de una caja de un banco, o algún tipo de coordenadas.
— ¿Para qué tendría una viuda las claves de una caja en el bolsillo de su abrigo?
— No sabemos nada de la gente.

Sonreí, aquella frase parecía salida de una película, la escena, la entrada en el apartamento, todo parecía salido de una película. En un momento en el que Darío no miraba tuve que pellizcarme.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Subir

— ¿No tiene llave?
— ¿Llave?

Moví mi llavero con mis tres llaves delante de sus ojos. El inspector salió conmigo del ascensor y sonrió.

— Llave del piso de la viuda, las mujeres mayores suelen dejarle una llave a sus vecinas de confianza.
— Yo no era su amiga, apenas la veía de vez en cuando en el ascensor.
— ¿En este ascensor?

Empecé a pensar que ese inspector no podía ser tan simple, que estaba haciendo un papel.

— Sí, claro. En este ascensor, subía con ella hasta aquí, después yo bajaba y ella seguía hasta su piso.
— ¿Cómo sabe que subía hasta su piso?
— Tiene razón, no lo sé, solo lo supongo.
— Vamos a subir.
— ¿Qué?
— Suba conmigo, por favor, a ver si entre los dos adivinamos algo.

No sé por qué acepté, quizás por esos ojos que parecían estar pidiendo socorro, o quizás solo porque nada tenía sentido. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




En cuanto a los presagios

En cuanto a los presagios, ya decía Wilde que simplemente no existen. El destino no manda heraldos. Es demasiado sabio o cruel para hacerlo.


Enrique Vila-Matas, Bolaño en la distancia


sábado

La esencia de la vida

Aquel que dijo "más vale tener suerte que talento", conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control.

En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacía delante o hacía detrás. Con un poco de suerte sigue hacía delante y ganas, o no lo hace y pierdes.

Chris Wilton en Match Point (Woody Allen, 2005)


Juego de niños

 

Una pareja normal

Una noche, tras la cena, Carolina Suances recogió los platos. Estaba en la cocina cuando se le ocurrió quitarse las zapatillas y llegar hasta el comedor sin ser vista.

Pudo ver durante un rato a Darío en el sofá, revisando una agenda de tapas azul oscuro. Frente a él, el televisor le daba a todo un ambiente cotidiano, como si fueran una pareja normal y no un inspector desorientado y una periodista sin escrúpulos. A Carolina le dio tanta ternura Darío que a punto estuvo de decirle que se fuera a su casa, pero en lugar de eso le abrazó por detrás y le besó en el cuello.

— ¿Vienes a la cama, amor?
— Reviso unas cosas y voy para allá.
— No tardes.

La tele daba unos comerciales cuando Carolina salió del salón. Desde el pasillo pudo oír varios golpes contra una pared del piso de al lado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




viernes

La multiplicidad

Yo diría que el autor de Los detectives salvajes ve el mundo como un complicado sistema de relaciones, que es producto a la vez de múltiples sistemas interrelacionados. 


Es decir que ve el mundo de un modo más o menos parecido a —por citar a un gran escritor que seguro que Bolaño admira— como lo veía Carlo Emilio Gadda. Es muy probable, por tanto, que Bolaño pertenezca a la familia literaria que reúne Ítalo Calvino en torno a una de sus propuestas para el próximo milenio: la de la multiplicidad.                                                                                       

Enrique Vila-Matas, Bolaño en la distancia

     






 

lunes

Parecido con el original

Juan Bauzil

Hijo del francés Jean Bauzil y de la alemana Maria Koc, hizo sus primeros estudios en París bajo la dirección de Ganbert Labeyrie y obtuvo varios premios de la Academia en 1784. Se presentó al Salón desde 1784 hasta 1793.

En 1796, dedicado ya a la pintura de miniatura, se anunció en el Journal de France con la promesa de que pagaría 1.000 libras si el retrato realizado no presentaba parecido con el original. En 1797 y tras la llamada de Carlos IV, que le asigno un sueldo de 15.000 reales y le nombró miniaturista de cámara, se estableció en Madrid acompañado de su esposa María Carlota Fontillon. 

domingo

Ya me lo dirás

—  Tuvimos que parar un entierro.
— ¿Iban a meter el ataúd en la sepultura y lo impediste?
— Llegamos apurados, a la carrera.
— ¿Con la sirena y todo eso?
— Sí, como en las películas, estuvimos a punto de matarnos varias veces.
— ¿Y cómo fue?
— Fue que la investigación concluyó que había indicios de que el muerto que intentaban enterrar no era el que oficialmente había muerto el día anterior.
— ¿Y si lo enterraban?
— El juez no iba a estar dispuesto a pedir una exhumación porque no nos creía. Solo aceptó que se comprobara su identidad.
— Y hasta última hora no lo autorizó.
— En realidad pensaba que ya estaba enterrado, pero le engañamos con las horas.
— ¿Qué interés tenía en que se enterrara a ese cuerpo?
— Si no fueras periodista te lo diría.
— Ya me lo dirás.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Ropa puesta a secar

Cuando terminó el libro, muchos de cuyos cuentos estaban inconclusos porque faltaban páginas, Aureliano Segundo se dio a la tarea de descifrar los manuscritos. 

Fue imposible. Las letras parecían ropa puesta a secar en un alambre, y se asemejaba más a la escritura musical que a la literaria.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

sábado

Una mujercita encantadora

Aquello sería tan teatral que no habría manera de explicarlo sin usar grandes adjetivos.

Tomás y Sonia Ricco prepararon una cena con H. y su esposa. 

Lo harían en el escenario donde ensayaban. Montarían una escena íntima con una mesa en medio de un saloncito con muebles caros, pero modernos, con una vajilla de plástico de aspecto clásico y con comida de atrezo.
 
Tomás sería Calafell, Sonia sería la amante traidora que había llevado a H. hasta su enemigo; y la esposa de H. sobre la que giraría el engaño debía pensar en todo momento que aquella era una cena con un compañero de trabajo de su marido y su encantadora mujercita.

Solo quedaba disponer el escenario de tal manera que fuese posible la presencia de espectadores.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Más triste y más muerto

Morir de un disparo era honroso para un inspector de homicidios. Lo era mucho menos ser asesinado por su amante en una crisis nerviosa y por un impacto tan superficial que no tendría que haber pasado de un rasguño en el cuero cabelludo.

Darío fantaseaba con un disparo a bocajarro que le hubiera volado la tapa de los sesos.

Pero el caso es que ahora estaba muerto dentro de un saco y aquello le parecía injusto y le entristecía. Darío se dio cuenta de que se puede estar muerto y triste a la vez y eso le pareció aún más triste y se sintió más muerto.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Viernes Santo

"¿Cuándo cayó el Viernes Santo en martes?", y la respuesta era: "El Viernes Santo es un caballo que corría en Wolverhampton y cayó por primera vez en un obstáculo el martes 22 de junio de 1864".

Alfred Hitchcock
Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock

jueves

Errores tipográficos

Mientras Zeffirelli, estudiante revolucionario de Timothée Chalamet, está en la bañera, la famosa periodista Lucinda Krementz (Frances McDormand) entra para hablar con él. 

Con él, tiene un manifiesto que contiene el conjunto de tareas que los revolucionarios desean realizar. Él le pide (algo arrogantemente) que lo corrija, diciendo “Mis padres piensan que eres una buena escritora”.

Después de esto, Zefirelli sale rápidamente de la bañera y le entrega el manifiesto. Ella dice: “Está un poco húmedo”. Él responde, preguntando: “¿Física o metafóricamente?” Después de responder que el problema es de ambos, Zeffirelli sugiere enfáticamente que no lo critique (a pesar de habérselo dado por ellos). 

Ella pregunta qué quiere que haga, a lo que él responde que básicamente quería que ella le dijera que estaba bien. Krementz lo mira y dice: “Empecemos por los errores tipográficos”. Aparentemente, estaba muy por debajo del nivel de calidad que asumió.

La crónica francesa, (The French Dispatch, Wes Anderson, 2021)

miércoles

Escenas de amor

Lo que me emocionó aquella tarde, al volver a ver todos esos trozos de películas que recordaba de memoria, pero por una noche aislados de su contexto, fue a la vez la sinceridad y la brutalidad de la obra hitchcockiana. 

Era imposible no ver que todas las escenas de amor estaban filmadas como escenas de asesinato y todas las escenas de asesinato, como escenas de amor.

Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock

martes

Hasta el último detalle

Rebeca tenía en su poder el maletín lleno de dinero y debía guardarlo. 
Lorenzo le iría dando instrucciones precisas por medio de un mensajero. 

La previsión de Lorenzo era que Rebeca acabaría escapando con el dinero con la ayuda del mensajero. Se abriría así una trama que desde fuera podía parecer incontrolable, pero que Lorenzo tenía controlada hasta el último detalle.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

La firma del gobernador

H. comenzó a pagar a Sonia Ricco por su trabajo. Fue a partir del día en el que le habló de su pistola. H. quería tener un vínculo mayor con Sonia y no se le ocurrió nada mejor que pagarle sus visitas. 

Sonia cogía los billetes desde la cama, como no tenía otra cosa que hacer los contaba con pereza, los doblaba y desdoblaba, los enrollaba, y leía las cifras y la firma del gobernador como el que lee un poema.

— Me gusta mucho tu voz Sonia, el próximo día te pagaré por que me leas una buena historia.
— ¿El próximo miércoles?
— Puedes venir otro día, si quieres.
— ¿Llevas dinero en esa bolsa?
— Ya sabes que solo llevo la pistola.
— ¿Por que no cambias la pistola por dinero? ¿Por que no fantaseas con repartir dinero en vez de con meterle un tiro a alguien?
— No tengo tanto dinero como para fantasear con él.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





Ser quien dices que eres

Cuando a los dos días Rebeca recibió en la tienda a un repartidor sabía que era un envío de Lorenzo. Se puso nerviosa como una colegiala, dio mal el dinero de la vuelta a un cliente y tartamudeó al saludar al mensajero.

Se trataba de un paquete grande del tamaño de un maletín y con forma de maletín, pero forrado de papel de embalaje negro y amarillo. Rebeca firmó el recibo y sonrió al mensajero.

— ¿Es tuyo el negocio?
— ¿Qué?
— La tienda, el súper este... ¿eres la dueña?

Rebeca miró al chico, era alto y delgado, su rostro era gracioso, pero tenía unos ojos que no daban confianza.

— Solo soy una dependienta.
— Me parecía.

El chico miró el recibo.

— Pero ¿eres Rebeca?
— Sí, soy Rebeca ¿pasa algo?
— No te enojes es solo por seguridad.
— ¿Qué seguridad?
— No sé, estás muy nerviosa, quizás no seas quien dices que eres.
— ¿Necesitas ver mi carné?
— No, no, está bien, está bien. Espero que lo que haya dentro del maletín no te complique la vida.
— ¿Qué maletín? ¿Cómo sabes lo que hay dentro?
— Yo no sé nada. —el chico dio media vuelta—  Adiós Rebeca, que pases buen día.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Comedido

— ¿Quién te hizo eso?
— ¿El qué?
— El golpe... la herida en los labios ¿quién te la hizo?

La mujer se toca los labios con el dedo pulgar de la mano derecha, lo mira y ve la espuma mezclada con el color rojo de la sangre.

— ¿Esto?... No lo conoces.
— Mejor para él que no le conozca.

Damián da un trago largo a la cerveza que deja el vaso a medias, la mujer sonríe.

— Vas a tener que ser más comedido, muchacho.
— ¿Comedido?
— ¿Cuánto hace que llegaste a Buenos Aires?
— ¿Y a ti, cuánto hace que te pega ese tío?
— ¿Tío?
— Tu marido.
— No tengo marido.
— Pues quien sea, si lo veo lo deshago.

Damián da otro trago al vaso y acaba la cerveza. Se limpia los labios con el envés de la mano.

— Bebes muy deprisa, gallego.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

La espuma de la realidad

Pidieron dos vasos grandes de cerveza fría. 

La espuma separaba la cerveza de la realidad como las pastas de un libro o el espacio entre fotogramas en las películas de cine. 

Damián la sopló porque no estaba acostumbrado, pero la mujer mojó sus labios que quedaron manchados de blanco; a su vez, la espuma quedó manchada de rojo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Ruleta rusa

Lorenzo entendía el sexo como una conquista sin fronteras, una sobreimpresión de tiempos ajenos, una fastuosa fiesta animal.

A pesar de ser mayor que Rebeca fue con ella con quien experimentó por primera vez algo ajeno, con quien pudo comprobar que una pistola escondida entre las sábanas es más peligrosa que una ruleta rusa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

De cerca

El mismo lunes por la mañana Damián consiguió el cirio. Lo guardó entre las sábanas de su cama durante toda la semana y el domingo se vistió como si fuera a misa. No entró en la iglesia, pero esperó a su clienta frente a la puerta. 

A las doce y media comenzaron a salir las feligresas más jóvenes, algunas cambiaban la expresión de su cara (que pasaba del abatimiento a la impiedad) en cuanto bajaban los tres escalones que separaban la iglesia de la calle, otras se quitaban la chaqueta de punto y se subían la falda. Damián las miraba una a una mientras agarraba el cirio con fuerza. 

Después aparecieron a cuentagotas algunos hombres y mujeres muy mayores. Por último salió una mujer que se parecía a ella, Damián dio un respingo, se incorporó y se dirigió hacia las escaleras. Cuando llegó hasta esa mujer vio que, a pesar de que sus labios eran igual de rojos, no era quién esperaba, aún así estaba tan cerca que le ofreció el cirio. La mujer sonrió y lo tomó en sus manos. De cerca sus labios sangraban.

— ¿Te gustaría tomar una cerveza conmigo? No me gusta entrar sola en los bares.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Estás en una elipsis

El 95 por ciento del tiempo en el cine transcurre en elipsis.


Juan José Millás

sábado

Mujeres de cera

Damián consiguió trabajo como mozo en una fábrica de cera. De aquella cerería salían las velas y los cirios para las iglesias de todo el país.

Pronto Damián empezó a llevarse velas bajo los pantalones. Después las vendía a las puertas de las iglesias. Tras una misa de domingo, una mujer con aspecto de maestra se le acercó mezclada con las beatas y con algunos militares uniformados.

— ¿De donde sacas las velitas?

Damián la miró de arriba abajo, era morena, llevaba un vestido ajustado azul oscuro, medias y los labios muy pintados. Fue por los labios y no por las medias por lo que se atrevió a responderle.

— Me las ha regalado mi abuelita.
— ¿Necesitas dinero?
— El realidad no, en realidad vengo aquí a conocer a las beatas.
— Yo no soy una beata.
— Quizás, pero viste como ellas,
— Te falla la vista pibe, ¿no te diste cuenta de que no salí de la iglesia?
— Me di cuenta, por eso no me interesa venderle las velas.
— ¿Crees que no soy una buena clienta?
— Me espanta a las buenas clientas.
— Tienes razón, no me interesan tus velitas.
— Entonces deje que se acerquen las demás.
— Pero si mañana me consigues un cirio grande, como el de las iglesias te lo pagaré bien.

Damián pierde la confianza, el sol cae con fuerza sobre los dos, la mujer se acerca demasiado y solo puede pensar en complacerla.

— No sé si podré conseguirlo.
— Yo creo que sí, pregúntale a tu abuelita, ya verás como le queda alguno.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Personajes secundarios

Veíamos al pocero como a Simeón el Estilita. Tardé muchos años en encontrarle, les aseguro que aunque muchos hombres lo parezcan hay muy pocos que tengan las cualidades de un estilita.

Aquel hombre en lugar de estar sobre una columna resistiendo tentaciones, pasaba los días debajo de la tierra, cavando y buscando agua. Cuando volvía a la superficie estaba lleno de polvo y, a veces, si había tenido suerte, manchado de barro.

Era un placer sacudirle la tierra seca de los cabellos.

Era un placer, para Lupe y para mí, proporcionarle las tentaciones necesarias sobre la superficie de la tierra. Era como formar parte de una especie de liturgia, como ser personajes secundarios de un futuro libro sagrado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Los culpables

Carem está trajinando en la cocina. Prepara un sofrito que luego añadirá a las alubias que se cuecen lentamente en una olla enorme. 

Cuando Carem echa el sofrito a las alubias producen un ruido, una especie de chisporroteo festivo que casi se puede degustar. H. lo oye desde el pasillo, se acerca hasta la cocina y ve a Carem de espaldas, la ve muy concentrada, le recuerda a alguien, a muchas mujeres, a su madre, a su mujer, a otras madres y a otras mujeres. Siente ternura, pena y un sentimiento de culpa difuso que no sabe como quitarse de encima. En ese momento Carem intuye su presencia, da la vuelta con una cuchara aún en su mano y, al hacerlo, golpea un vaso que cae al suelo y se hace añicos. Antes de agacharse a recoger los trozos, Carem ve a H. solo, enorme, enmarcado por la puerta, y se alegra de verse reflejada en aquellos ojos culpables.

Carem siente un cariño especial por los culpables y sabe que H. desde hace años juega a serlo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Una escena amarillenta

La pareja sale a la vez que Rebeca y Lorenzo del restaurante. En realidad salen un poco antes que ellos. Rebeca se da cuenta de que se apresuran por ser los primeros en pagar, en despedirse, en salir y en llegar a la calle. 

No es una hora para parejas, ni para momentos románticos, es una hora tan dura, con un sol tan fuerte que hay una carencia de sombras gracias a lo cual se crea una escena amarillenta digna de un teatro.

A Rebeca le gustaría que Lorenzo, con alguna excusa, iniciara una conversación con aquella pareja, que conociera al hombre de algún negocio turbio, que le apartara a un lado, junto al muro que se dobla al final de la calle, que ella y la otra mujer sin mirarse, con los ojos clavados en el asfalto agrietado o en la acera quebrada, oyeran la conversación ahogada por la hora y el calor, que las frases sueltas fueran formando una historia incomprensible pero llena de tensión y de reproches.

Lorenzo terminaría por coger a aquel hombre por la solapa de su chaqueta y ordenándole que desapareciera. Rebeca intuye que todo aquello tiene que ver con la maleta y con el dinero. Tendrá que recordar todos los detalles cuando vuelva a la tienda.

Cuando la pareja desaparece por la derecha, Rebeca le dice a Lorenzo que su casa está por la izquierda.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Liberada de la realidad

Sonia Ricco era tan buena actriz porque llevaba toda la vida ensayando afuera. Quiero decir que a Sonia Ricco le habían pasado cosas tan teatrales en su vida que  en el escenario era capaz de actuar liberada de la realidad.

Me gustaba mucho verla caminar por la línea aquella pintada con tinta, con los tacones vertiginosos y la falda corta. Yo nunca utilizaba falda, pero aquella mujer era yo, sin duda.

Nadie podía cansarse de ver a Sonia hacer equilibrios sobre aquella línea. Cuando por fin perdió el equilibrio cayó a las tablas y sus piernas y su trasero chocando contra la madera sonaron como una bofetada.

Lo siguiente era bajar al sótano.

Tomás montó aquella bajada a los infiernos de una forma espectacular. Sonia abrió con mucho esfuerzo, utilizando máquinas que cortaban la madera, un agujero en medio del escenario, bajó y desapareció. Cuando, minutos después, logró volver a la superficie, todo el patio de butacas estaba al borde del ataque de nervios.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

El tío de las naranjas

Las mejores ideas, o las más excitantes salían siempre de la cabeza de Lupe. Una mujer no es bella o sensual solo por su cuerpo, si su cabeza es excitante el cuerpo lo sabe.


Lupe propuso que fuéramos a ver al tipo de las naranjas. A mí me daba miedo, pero Lupe decía que los mirones nunca dan miedo, son como espectadores de cine que solo disfrutan si las películas son de verdad, aunque sean malas, con malos actores y una trama estúpida, pero tienen que ser reales. Pero si es real no es cine, tampoco teatro, aunque está cerca, si es real simplemente está ahí y si miras eres un mirón.


El tío de las naranjas era un mirón impresionante. Un campeón de los mirones con técnicas muy sofisticadas, llegué a admirarlo y a conocerle bien.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Mujer que huye

Luis G. apartó la mirada de los billetes.

— Gracias.

Los ojos de aquella mujer le abrazaron, le rodearon y le hubieran tirado al suelo si hubieran querido.

— Pase, deprisa, no haga ruido por favor.

Luis cerró la puerta de la pensión con mucha suavidad y provocó un sonido antinatural, como un suspiro femenino con final metálico.

— Mi nombre es Joana Yurineva, le estoy muy agradecida por lo que ha hecho.

Junto al pasillo que se abre al lado del mostrador de recepción, iluminados únicamente por la luz del recibidor, se adivina la presencia de otros dos huéspedes de la pensión. Se trata de Joaquina Montes, una vendedora callejera de lotería, de entre sesenta y cinco y setenta años de edad, que ocupa desde hace una década una habitación con balcón, y Sebastián Ocampo, un autodenominado hombre de negocios que nadie sabe a qué se dedica y que lleva alojado en la pensión desde hace dos veranos.

Joana mira a todos con amabilidad, les sonríe y les saluda. Joaquina, vestida con una bata vieja se avergüenza un instante, al ver la elegancia de la mujer y después le da las buenas noches. Sebastián le hace un gesto con la barbilla, enseguida da media vuelta y se dirige a su habitación. Al poco vuelve a dar la vuelta y le habla con firmeza a Luis G.

— García, tiene que avisar a la patrona.

Luis asiente.

— Por supuesto Sebastián, váyase tranquilo.

Cuando Sebastián Ocampo se ha retirado a su habitación y todos oyen como da la vuelta a su llave, Luis G. se dirige a Joaquina.

—Señora Joaquina ¿tendría sitio en su habitación para que pase la noche la señorita? Mañana a primera hora hablaré con la patrona.

Joaquina echa un vistazo rápido a la mujer, la situación se le escapa, no entiende qué está pasando, pero a la vez siente una enorme confianza y la certeza de que tiene que hacer algo. Piensa que quizás lleve diez años vendiendo lotería y alojándose en esa casa para actuar de forma correcta en este mismo instante.

— Pase por aquí, señorita.

La mujer avanza por delante de Luis G, que siente como le roza su vestido y aspira con disimulo su olor de mujer que huye.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


domingo

Botones

A menudo, debido a su obesidad, H. tenía que desabrocharse el botón del pantalón. Solo lo abrochaba cuando tenía previsto hacer algo importante. Podía llevar la pistola cargada, pero conservar el botón desabrochado.

Algunas mañanas, desde la habitación que tiene alquilada en la pensión, se oye un violín. Se trata de una serie de notas que siempre comienzan desacompasadas y descolocadas, pero que poco a poco se van calentando y tomando forma. Como el hierro fundido, piensa H.

Al principio odiaba ese ensayo y al aprendiz que lo ejecutaba, pero una mañana se cruzó en la escalera con una joven de cabello rojo que llevaba una funda de violín en la mano izquierda, ella bajaba a toda prisa y él subía con lentitud. A H. solo le dio tiempo a fijarse en lo que parecía un violín en su funda y a avergonzarse por llevar el botón del pantalón desabrochado.

Desde ese momento, cada vez que H. escucha como la chica pelirroja ensaya con su violín, contiene un instante la respiración y se abotona el pantalón. 

H. piensa muy dentro que aquello es un acto de amor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Las reinas

Una noche Tomás le cuenta a Sonia Ricco la historia de
Las reinas, una obra de teatro en la que lleva trabajando tantos años que ya forma parte de él mismo.

En Las reinas hay un país sin nombre pero con una geografía muy precisa, hay un sistema de gobierno que es una monarquía donde la única persona que no lleva una corona sobre la cabeza es la reina. 

Todo el pueblo quiere a su reina y desean que ella lleve la cabeza cubierta pero la reina no quiere porque no hay coronas para todos y prefiere cargar ella misma con el símbolo de sumisión. Alguien, un fanático dentro del grupo ultra de monárquicos, planea matar a la reina para colocarle la corona a su cabeza muerta. 

Después de muchos planes e intentos consiguen asesinarla. Llevan su cadáver a un depósito secreto, le colocan una corona y la dejan entre los muertos. Pero para coronarla han tenido que despojar de su corona a otra persona a la que un grupo rebelde consideran la nueva reina y esto da lugar a una revuelta que amenaza a la propia monarquía. Mientras, en palacio, hay otra reina, hija de la monarca muerta, que tiene planes terribles para garantizar la pervivencia de su dinastía.

Sonia Ricco sueña con representar esa obra, pero Tomás no sabe si logrará terminarla antes de que Sonia se vaya de casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

El Turco

En 1769 un autómata llamado El Turco, construido por el ingeniero austríaco Wolfgang von Kempelen, visitó todas las cortes europeas retando al ajedrez a todo el que se atrevía a jugar contra él. Jugó contra Napoleón, contra Benjamin Franklin, contra maestros del ajedrez, y los venció.

Años más tarde se descubrió que El Turco estaba manejado por un humano que se escondía en el interior de la mesa de juego. Unos espejos situados en los ojos del autómata le permitían ver el tablero, y gracias a unos ingeniosos mecanismos de relojería podía controlar la mano del autómata para mover las piezas por el tablero. 

Hasta 15 maestros de ajedrez manejaron a El Turco, siendo el más famoso un enano llamado Tibor Scardanelli, que cabía sin problemas en el interior de la mesa y además era un extraordinario jugador de ajedrez.

Juan Antonio Pascual Estapé, Inteligencia artificial: qué es, cómo funciona y para qué se utiliza en la actualidad

jueves

La mujer de un cuadro de Hopper

“Porque New York —apunté allí— es una ciudad que no se puede captar ni transferir solo con la pluma, se necesitan imágenes. Ha empezado a llover, es de noche, tengo la radio puesta, la lluvia se ha convertido en tormenta. 

Casi todas las luces de las casas están apagadas, pero aún queda alguna encendida. Desde la soledad de mi cuarto las dudosas figuras de los demás, a la luz de las lámparas, son siluetas fugaces de la gente desconocida que se mueve detrás de sus ventanas: parecen interiores de Edward Hopper. 

Yo misma ahora soy como la mujer de un cuadro de Hopper, mientras pienso en él y siento un poco de melancolía y desarraigo, comiéndome una manzana en soledad”.

Carmen Martín Gaite