lunes

Tabaco de contrabando

El Soca fumaba tabaco norteamericano de contrabando. De alguna manera eso le hacía único, porque solo él olía así. 

Una mañana, tras el recreo, la Guapa, una profesora de literatura que se parecía a María Félix, aunque por entonces ninguno conocíamos a María Félix, entró a la clase oliendo al tabaco del Soca, y Lupe se puso muy colorada, celosa como una alimaña a la que le han robado la comida.

Daba miedo ver a Lupe acercarse a la Guapa y lanzarle preguntas que la escandalizaran, pero la profesora no movió un músculo de la cara y solo cuando Lupe se puso grosera la invitó a marcharse a casa.

Esa tarde Lupe y yo buscamos por el patio del colegio colillas de cigarrillos que guardábamos en una botella de agua cortada por la mitad. Después las clasificamos en el patio y pudimos encontrar tres de los cigarros que fumaba el Soca. Lupe sacó un encendedor de debajo de la falda y encendió la colilla más larga. Cuando aspiraba el humo cerraba los ojos y lo dejaba en los pulmones todo lo que podía, hasta que lo echaba entre toses.

Yo también probé una de aquellas colillas. Era como besar al Soca, pero le dije a Lupe que aquello me daba asco.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Julia Roberts

La dependienta se llamaba Rebeca y tenía en su nombre y en su fecha de cumpleaños una serendipia que contaba a todo aquel que quería oírla.

— Me llamo Rebeca, como Rebeca Schaeffer.

A Lorenzo no le sonaba, no podía saber si era una cantante, una actriz o una científica alemana.

— Lo siento, no sé quién es.
— Deberías, hay un montón de coincidencias que nos llevan hasta ella desde ese número apuntado, pasando por mí.
— ¿Te pusieron Rebeca por ella?
— No, fue una casualidad, pero el mismo día en el que nací, el 18 de julio de 1989 mataron a Rebeca Schaeffer.

Lorenzo no era demasiado impresionable, pero aquello le cerró la boca del estómago.

— ¿Quién era esa Rebeca?
— Fue una actriz norteamericana, solo tenía veintidós años, la mató a al puerta de su casa un fan que la estuvo acosando durante años. ¿Sabías que iba a interpretar a la protagonista de Pretty Woman?

Lorenzo negó con la cabeza.

— ¿La película de Julia Roberts?
— Julia Roberts la hizo porque mataron a Rebeca.
— El mismo día en el que naciste.
— El 18 del 7 del 89.
— El número de tu taxi.
— ¿Crees que significa algo?
— No sé, ¿vas a matarme?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




viernes

Escándalo público

Si esto fuera una novela diría que la primera persona que arrestó Darío pronosticó su futuro.


En la comisaría recibieron varias llamadas en las que, con diferentes versiones, se avisaba de que alguien estaba disparando desde algún lugar de la avenida Córdoba. Hubo gente que decía que los disparos venían de una floristería, otros que de un bloque de departamentos, unos que en un cruce, otros que en un parque.


Se mandaron varias patrullas y en una se ordenó entrar a Darío al que nadie hizo demasiado caso. Cuando el coche patrulla volaba por las calles Darío solo sabía que sus compañeros llevaban chaleco antibalas y él no.


En cuanto llegaron, el sargento responsable de su dotación le envió con un rollo de cinta policial a tapar varias bocacalles. La gente se acumulaba en las aceras y nadie sabía explicar con claridad qué estaba pasando.


Según estaba desenrollando la cinta Darío miró hacia arriba y vio un brillo extraño, un fulgor que le hirió los ojos y que provenía del edificio que tenía enfrente, a escasos pasos. Era el arma que caía desde la azotea, y tras la pistola cayó el aprendiz de francotirador, un hombre de unos cuarenta años que gracias a los múltiples rebotes en balcones, banderolas y toldos llegó entero a la acera.


Mientras todos sus colegas buscaban al sospechoso por los edificios de los alrededores Darío se lo encontró a sus pies, desnudo, inerte, respirando con dificultad y quejándose en un murmullo como el de una persona que sueña profundamente.


Darío no sabía qué hacer, pero vio como todo empezaba a moverse de forma extraña a su alrededor y supo que tenía que actuar con rapidez, entonces sacó sus grilletes y se los puso en las muñecas al hombre estrellado a sus pies.


—Señor, queda detenido por intento de asesinato, tenencia de armas y escándalo público.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

Noche de gatos

Leire era uno de esos personajes a los que hay que justificar aludiendo a un pasado traumático. Odio a esas personas, prefiero que sean crueles porque sí, sin el colchón de los traumas, de forma natural.

Una noche en la que estaba más sola de lo normal bajó al sótano y se sentó a hablar con nosotras. A los diez minutos supe que no podía seguir escuchándola, me excusé y me encerré en el baño, y llené la bañera para que el rumor del agua caliente tapara sus palabras. 

A pesar del agua las palabras de Leire atravesaban las paredes y llegaban, sueltas y mojadas a mis oídos.

— Antes de conocer a Lorenzo estuve casada, era una de esas esposas que solo aspiran a hacer un buen papel al lado de su marido.

¿Esposa? ¿papel? ¿marido? Tenía que sumergirme pronto para no escuchar tanta simpleza.

— Todo acabó cuando me quedé embarazada y perdí a mi bebé.

¿?

Contuve la respiración y me metí a toda prisa debajo del agua.

Cuando emergí ya no se oía nada. Estuve un rato sin atreverme a mover y me descubrí varias veces conteniendo la respiración hasta que tenía que dar una bocanada de aire caliente. 
En medio de una de esas bocanadas apareció Lupe, llevaba el pelo recogido. 

— ¿Se marchó esa loca?
— Acaba de irse. Tenía una crisis de melancolía.

Lupe se sentó en el váter y se puso a orinar. Me molestaba que no criticara a Leire.

— ¿Te creíste lo de su bebé?
— No sé. Creo que esas cosas no se dicen porque sí.
— Solo echa de menos a Lorenzo. Cuando lo echa de menos es peligrosa.
— Me habló de que todavía puede oír al bebé.
— ¿A su bebé no nacido?
— Dice que lo oye en noches como esta.
— Es una liante, ¿por qué en noches como esta?
— En noches en las que hay muchos gatos en la calle.
— ¿Hay gatos hoy?
— ¿No los oíste? Hoy es noche de gatos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Una virgencita nacarada

Tomando como excusa el aniversario de nuestro primer encuentro, Jorge me regaló una pulsera con una imagen de una virgencita nacarada.

No era verdad lo del aniversario y la pulserita la había comprado en una casa de empeños. Lo supe porque no se molestó en quitarle una etiqueta en la que figuraba el nombre de la casa y un número de referencia.

De alguna manera me hizo ilusión que se acordara de nuestro encuentro, aunque fuera mentira. A esas alturas ya sabía que todo era mentira, así que aquello tenía cierta gracia, cierto toque novelero que me gustó. Le abracé, le dije con voz de gatita que sentía mucho no haberme acordado de aquel no aniversario y no se dio por aludido, sonrió de medio lado y presumió de lo buena que era aquella pulsera que sin duda había pertenecido a alguna reina, o zarina, o presidenta de alguna república de la Europa comunista.

Me encantó lo del número de serie. Aquello sí podía considerarse un regalo, aunque yo misma tuviera que ir a recogerlo. Busqué con alegría la dirección de la casa de empeños, pregunté por la calle y tomé el subte una mañana de miércoles, porque los miércoles suelen pasar cosas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Deprisa

El cine aún era mudo y había un pianista rubio del que estábamos enamoradas todas las chicas. Nos gustaba ver su espalda triste iluminada por la luz que caía de la pantalla. No era de aquí, de Bovra. No sé de dónde vendría, ni lo que fue de él. 

Todo parecía que iba a durar siempre, y todo se ha ido deprisa, sin dejar nada.

Rafael Chirbes, La buena letra

Perder las llaves

Miguel Granada era inspector de homicidios cuando Darío llegó al departamento. 
Era un hombre grueso y con cara de dedicarse a cualquier otra cosa que tenía un secreto maravilloso que le había hecho llegar hasta ese puesto. 

Miguel tenía sinestesia y veía cada caso de asesinato de un color determinado. Cuando llegaba al lugar del crimen percibía un tono en el ambiente que se acentuaba en los espacios donde había tenido lugar el crimen. El inspector solo tenía que seguir los restos de ese color para hallar al asesino.

Nunca dijo nada a nadie, pero en un caso de homicidio en Mar del Plata en el que le acompañó Darío bebieron de más, Miguel se relajó con el nuevo y se lo contó todo. Darío no le creyó, estaba seguro de que era la típica broma a los novatos y no se le ocurrió decírselo a nadie. 

Se lo contó a Carolina Suances una noche en la que perdieron las llaves del apartamento.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Salir del living

A mamá no le gustaba hablar de lo que ella llamaba el episodio del español. Sé que se acordó de él siempre que tenía algún problema con mi viejo, así que debió recordarlo demasiadas veces.

También se acordaba cada vez que entraba en un taxi.

Una vez le pregunté si reconocería aquellos ojos y se ruborizó tanto que tuvo que salir del living.

— No está bien que hagas sonrojar a tu madre. No me preguntes más sobre ese asunto Naza.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Un asunto absurdo

Darío por las noches le contaba a Carolina Suances historias de sus tiempos de patrullero.

— Una noche de verano alguien llamó a comisaría sobre las cuatro de la mañana porque había oído un disparo de arma de fuego en su edificio.
— ¿Solo uno?

Carolina sabía que una pregunta de aparente simpleza consigue que tu interlocutor tire del hilo sin marcas ni límites.

— A menudo solo hay uno, pero basta un disparo para cargarte a alguien.
— ¿Y resultaba una llamada creíble?

A Darío se le mezclaban casos viejos con otros que le habían contado, pero los conseguía unir con detalles escabrosos.

— No parecía que hubiera sucedido nada, pero la mujer estaba muy nerviosa y se decidió que fuéramos a su casa para que se calmara.
— ¿Y encontrasteis algo?
— Nada, pero una mujer de unos treinta y tantos años  abrió la puerta en pijama.
— Ya, supongo que estaba durmiendo.
— Era verano.
— ¿El verano es un dato importante?
— Llevaba un pijama de esos de felpa, de esos que abrigan mucho.
— ¿Y eso la hacía sospechosa?
— Estaba tapada hasta las orejas.
— ¿Hasta las orejas?
— Y el calor que hacía en el departamento era espantoso.
— ¿Qué hicisteis?
— En principio le pedimos permiso para entrar y que nos explicara qué había pasado, si le parecía que era un disparo y si ella realmente sabía cómo suena un disparo de arma de fuego.
— ¿Qué contestó?
— Que estaba en la cama y el calor no la dejaba dormir, entonces sobre las cuatro se levantó a la cocina a por un vaso de agua y en ese momento oyó el disparo.
— El calor no la dejaba dormir, a la del pijama de esquimal.
— Y cuando oyó la detonación se asustó, se le escurrió el vaso de la mano y se estrelló contra el suelo de la cocina.
— Puede ser ¿no?
— Mi compañero le preguntó si el vaso estaba lleno o vacío.
— ¿Es importante?
— Lo es, ella en principio no lo recordaba, pero si se te cae un vaso con agua el lío que montas hace que te acuerdes seguro.
— Al poco de pensarlo dijo que estaba lleno y le pedimos que nos enseñara el lugar de la cocina donde había caído.
— ¿Os lo enseñó?
— Claro, caminamos detrás de la mujer hasta la cocina donde ella señaló el lugar donde cayó el vaso.
— Habría recogido todo.
— No había rastro de agua ni de cristales.
— Es una chica muy minuciosa en su trabajo.
— Le pedí que nos enseñara la basura para ver los restos del vaso.
— ¿No había restos?
— No había restos.
— ¿Cómo se explicó?
— Dijo que los había tirado por la ventana.
— Salida de emergencia.
— Que sabe que no está bien lo que había hecho, pero que tiene esa mala costumbre.
— Supongo que no la creísteis.
— No era nada creíble. Lo del pijama además no tenía sentido.
— ¿Y cómo lo solucionasteis?
— El asunto que cada vez era más absurdo, pero por suerte sonó otro disparo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




La memoria de Calafell

Tomás había tomado su apellido de inspector, Calafell, en honor a un policía catalán que murió durante la Guerra Civil española. 

Su historia se la contó su abuelo en la época en que empezaba a olvidarlo todo. Tomás nunca supo el final de Calafell porque al abuelo no le dio tiempo a recordarlo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Piernas infinitas

Mamá se compró unos zapatos de tacón alto el primer día que quedó con mi viejo.

Nunca había llevado tacones y se le hacía difícil caminar por la calle. Finalmente, tras varios tropezones, viendo que no llegaba a tiempo a su cita y temiendo caerse decidió tomar un taxi.

El taxista era un chico joven, un español con el cabello y los ojos muy negros que se quedó extasiado cuando vio entrar por la puerta trasera de su auto a aquella chica con unas piernas infinitas. 

Dicen que he heredado las piernas de mamá, pero nadie lo sabe porque nunca uso pollera.

El taxista y mamá estuvieron hablando durante toda la carrera, ella le contó que tenía una cita y él le dio un rodeo tratando de que no llegara nunca a su destino. 
 
Pero ya sabemos que el destino no existe y que, por tanto, llega siempre.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Leche caliente

Algunos investigadores reciben llamadas a las cuatro de la madrugada. 

Tomás recibió una de esas llamadas cuando apenas había iniciando la investigación del caso del sótano.

— ¿Inspector Calafell?

Era la primera vez que alguien le llamaba por su nombre de policía.

— Sí, ¿con quién hablo?
— Escuche Calafell porque solo se lo voy a decir una vez. Deje el caso de las chicas, márchese de la ciudad y no asome más sus narices por el sótano. 
— ¿Quién es usted?
— No te importa quien soy, lo importante es quién eres tú y que entiendas lo que te estoy diciendo. ¿Lo entendiste?

Tomás se imaginó como un auténtico detective en ropa interior, con el teléfono fijo en la mano y un vaso de whisky en la mesilla. Nada de eso salió como pensaba. Tomás dormía en pijama, usaba celular y en lugar de whisky tomaba leche caliente.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Todo sucede

En realidad hace mucho que dejé de correr. No vale la pena correr. Basta con caminar al paso que más se acomode a los pies de uno y se acaba llegando a donde se iba a llegar en cualquier caso. 


O quedarse quieto: últimamente me da la impresión de que son las cosas las que andan. Solo hay que esperar sentado: no fallan, porque nada falla nunca y todo sucede.


Javier Montes, La vida de hotel

Algo así

Mientras almorzaba en un italiano con la dependienta de la tienda de bebidas, Lorenzo apuntó el número del taxi en una servilleta. 180789.

La chica, que no había dejado de sonreír, cambió su expresión cuando vio el número. Lorenzo se dio cuenta.

— ¿Ha pasado algo?
— Ha pasado algo muy extraño.
— ¿Conmigo?
— Con los dos.
— ¿No nos van a traer la comida?
— El número que has escrito en la servilleta.
— ¿Sí?
— Es la fecha de mi nacimiento.

Lorenzo sacó la servilleta de su bolsillo y leyó el número.

— ¿Naciste el 18 de julio de 1989?
— Así es, ¿lo sabías? ¿eres adivino o algo así?
— Ni siquiera sabía que fueras tan joven.
— ¿Es una casualidad?
— Debe serlo, este es el número del taxi que me ha traído hasta aquí.
— ¿Apuntas los números de los taxis?
— Los memorizo siempre y luego los apunto.
— ¿Eres un loco o algo así?
— Soy algo así, acostumbro a memorizarlos por si me dejo algo olvidado en el asiento.
— ¿Te dejaste algo olvidado hoy?
— Me dejé una valija con mucho dinero.
— ¿La valija que me ibas a dar?
— No te confundas, solo te la iba a confiar durante un par de horas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



lunes

La chica del puzle

Se metió en un taxi y le dio una dirección en La Plata. El chofer le miró un instante, le hizo una radiografía rápida y concluyó que era de fiar. Llevaba una pequeña valija azul cielo, como la que se usa de equipaje de mano en el avión.

Lorenzo se fue fijando en los peatones que circulaban por las aceras, quiso envidiar sus vidas anodinas. Al día siguiente era lunes y toda esa gente tendría que volver a sus rutinas. Imaginó que podía haber tenido alguna de aquellas vidas rutinarias, pero ya era demasiado tarde.

Llegaron a Berisso y Lorenzo le pidió al taxista que girara varias veces a izquierda y derecha hasta que le mandó parar junto a una pollería. Pagó la cantidad exacta del viaje y bajó. Pasó junto a un taller mecánico y una tienda de bebidas, entró y pidió una botella de cerveza, la chica que le atendió tenía una cara bonita, pero vestía mal y se peinaba mal, parecía como si su vestido y su cabello estuvieran mal cortados. Lorenzo pensó que quizás ella podría ayudarle, mientras esperaba el cambio le preguntó cuándo salía del trabajo y la mujer se ruborizó.

— Salgo a la hora del almuerzo— le dijo mirando un reloj muy pequeño que llevaba en la muñeca.
— ¿Horario partido?
— Oh sí, un horror.

La chica tenía un acento suave, sonreía constantemente y, al hacerlo, dejaba ver una fila de dientes mal alineados. Lorenzo pensó que todo en aquella mujer estaba mal encajado, como un puzle mal resuelto. Pensó en dejarle la valija y volver a la hora del almuerzo.

— ¿Podría dejarte una valijita pequeña hasta la hora del almuerzo?

La muchacha sonrió, pero le miró desconcertada.

— ¿La traerás ahora?
— ¿El qué?
— La valijita, ¿la tiene afuera?

Lorenzo dejó la botella en el mostrador y se tocó la ropa como si buscara algo mientras se daba cuenta de que se había dejado la maleta con el dinero en el taxi. Por suerte nunca olvidaba un número.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Cuchillos para niños

Jorge era uno de esos niños que juegan con cuchillos.

A Jorge le faltaba la mitad del dedo meñique de la mano izquierda. 

Desde pequeño a Jorge le gustaban las apuestas.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



domingo

Recuerdos de Bahía Blanca

No fue verdad, pero he decidido creérmelo.

Años después de que le abandonara en la gasolinera me encontré a Jorge. Fue en medio de la plaza del barrio, parecía el mismo de siempre, fumaba los cigarrillos de siempre y llevaba un sombrero de fieltro. Recordé cuando compramos aquel sombrero.

Se acercó como si me esperara, a mí me dio un vuelco el corazón, me alegré de verle y, a la vez, sentí una especie de vergüenza adolescente. Me dio dos besos, como si fuéramos amigos y realmente estuviera esperándome en medio de la nada.

— ¿Dónde paras Naza? Hace tiempo que te espero.

Sonreí como si aquella frase fuera una broma, pero no lo era, al menos en su cabeza.

— ¡Jorge! ¿Qué haces por aquí?
— Te esperaba desde que te fuiste.

Se me borró la sonrisa y traté de encajar aquella escena en mi mente. Yo regresaba de casa de mis viejos y caminaba hacia el subte dando una vuelta por el barrio, hacía poco que había alquilado un departamento y escribía a todas horas, aún no había pensado en huir a España.

— ¿Cómo que me fui? Fuiste tú el que te quedaste.

Me escuché como si hubiera hablado otra persona, me dio miedo oírme como si fuera un personaje de un autor con poco aprecio por sus personajes. Por un instante no tuve duda de que era el personaje de un cuento de otra escritora. 
Jorge no parecía nada, si acaso un actor interpretándose, un actor malo porque nada de lo que hacía en su vida era creíble, tampoco ese día.

— Me quedé años esperándote en aquella gasolinera.
— ¿Cómo años? ¿Estás loco Jorge? 

Recordé la estación de servicio, pero no era un buen momento para nostalgia, era mediodía y Jorge me miraba a los ojos mientras fumaba, el sol le daba en la cara, pero el sombrero evitaba que la luz tocara sus ojos.

— ¿Recuerdas cuándo me regalaste este sombrero?

Lo recordaba, pero a esas alturas ya dudaba de todo, también de que alguna vez hubiéramos estado en aquella gasolinera, yo no era de ese tipo de mujeres que desaparece sin más. Traté de salir de allí atacando.

— ¿Estás interpretando el papel de hombre abandonado? Lo haces bastante mal.
— Fue en Bahía Blanca, lo compraste en un puestecito callejero.

No estaba dispuesta a sucumbir, si era necesario saldría de aquella escena por la calle del medio.

— Nunca hemos estado juntos en Bahía Blanca.
— ¿Te apetece ir ahora?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




sábado

Un cuento resbaladizo

Alguien me preguntó por el cuento de la muerta.

La Doña tenía tantos cuentos y tan parecidos que, a pesar de que me había estudiado el dossier, no conseguía recordarlos todos. 

— ¿La muerta? Discúlpeme, tengo muchas muertas en mi armario, ¿qué muerta?

Rieron, los auditorios ríen con facilidad si eres una persona a la que creen que conocen o que admiran. Conmigo reían siempre, aunque dijera estupideces. Aquella vez no lo dije por estupidez sino por ignorancia, que aunque se parezcan son distintas. Necesitaba tiempo, una tabla de salvación que me llevara hasta aquella muerta.

La mujer que preguntó, una chica con el cabello muy largo y vestida como una bibliotecaria de colegio mayor norteamericano, también rio y me echó una mano. Pensé un instante cómo haría para que el cabello suelto no le molestara en su trabajo, con los libros. Pensé en libros conservando sus pelos en sus páginas durante generaciones y a estudiantes de literatura buscándolos, excitados, entre citas de autores muertos.

— Lo tengo aquí mismo, subrayado, si quiere le leo el comienzo.

Me pareció un encanto, no tenía nada que perder así que se lo pedí por favor, alguien le acercó un micro y lo leyó de forma excelente. Era un cuento con demasiadas ces y ella las remarcaba con su acento español, llenando el ambiente de ces resbaladizas que contrastaban con las erres templadas de Cortázar.

Quizás solo yo pensé que aquellas erres la sujetaban al suelo, que de no ser por Cortázar se deslizaría sin poder detenerse por el piso encerado de aquel salón de actos.

Cuando al terminar la charla se acercó y me enseñó el libro comprobé que su subrayado, una fina línea de lápiz de color anaranjado era, sin duda, lo mejor de aquel cuento.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Dos tarados

Éramos dos tarados, y cuando dos tarados se juntan provocan que sus locuras crezcan de forma exponencial.

Pasábamos días sin hablarnos, había noches que uno de nosotros no dormía en casa, o ninguno de los dos. Alguna mañana estaba en la facultad y recibía una llamada de la policía diciéndome que habían detenido a Jorge por un hurto, o por un robo, o una estafa.

He pasado horas esperando en la sala de espera de un juzgado.

Algún viernes a la tarde llegaba con un auto nuevo y un plano de carreteras mal doblado y conducía durante horas sin decir nada, hasta que salíamos de la provincia y luego del país. Comíamos como si lleváramos años de ayuno, invitábamos a gente que no conocíamos, nos alojábamos en los hoteles más caros y a veces, en la vuelta, en los más cochambrosos. 

En varias ocasiones nos robaron porque les dábamos todas las facilidades. Siempre discutíamos y volvíamos a casa cada uno por su lado.

En uno de aquellos regresos me encontré con Lorenzo, yo acababa de dejar a Jorge mientras repostaba el auto. Hacía años que no le veía, hablamos toda la noche y a la mañana se encargó de que no volviera a casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Cosas de mujeres

En los sueños los hombres tropiezan, las mujeres caen.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cosas de hombres

Pensé que eran cosas de hombres. 

Pensé que las cosas de hombres son como las de las mujeres, pero sin una mínima reflexión. Pensé que la reflexión condena más que salva. Pensé que por eso hay más mujeres que envenenan, más mujeres que aman, más mujeres en las iglesias y en los centros psiquiátricos.

Lorenzo tenía que haberse negado a meternos en el sótano. O no haber iniciado aquella ficción absurda, pero el día que vi todo aquel mundo subterráneo me volví loca, y pensé que había que hacer algo, y él aceptó sin más.

Tampoco debía haber puesto a Leire Mendoza a vigilarnos o, al menos, tenía que haberle puesto al corriente y no hacerle creer que estaba viviendo un secuestro real. Leire sí que reflexionaba, lo hacía en soledad y la reflexión le fue comiendo espacio en su cabeza hasta que la trastornó. Por eso hizo todo aquello, por reflexionar de más, y por despecho, y quizás por amor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Reconocimiento

También me gustaban cosas, algunas cosas de Jorge.

Me hacía gracia cuando reía sin más, por la calle, cuando se encontraba con alguien y le saludaba y él nunca sabía quién era. Jorge tenía un problema serio con el reconocimiento facial. Jamás recordaba ninguna cara.

Ahora estoy segura de que cuando nos conocimos me confundió con otra persona. Nunca se lo pregunté porque no se acordaría.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cancelar el contrato

Tras leer el primer borrador del libro en marzo de 2011, Assange dice que "las memorias son siempre prostitución" y quiere cancelar el contrato. Lo malo es que el millón de dólares que ya ha recibido se lo ha gastado en los abogados que preparan su defensa.

Bernabé Sarabia

miércoles

El tiempo en una esquina

He visto la eternidad, lo juro... pero fue solo un sueño y en la mañana había desaparecido.

Cardenal Thomas Wolsey, Los Tudor (The Tudors)

Tras un largo paseo supuse que el tiempo, que está demostrado que tiene una relación directa con el movimiento (y con la velocidad que se aplique a este), se puede transgredir en cualquier esquina de cualquier calle.

Si lo piensan bien no debería ser complicado transgredir algo que en pura esencia no existe o que solo existe en relación a otras variables objetivables.

Me apliqué a demostrar mi teoría y me dispuse a transgredir esquinas como el que transgrede leyes sociales.

El resultado fue decepcionante y a la vez lleno de esperanzas. No logré trastornar el tiempo, pero sí la vida de todos los peatones con los que conseguí chocar a lo largo de tres horas y media de demostraciones empíricas doblando esquinas con los ojos vendados y a la máxima velocidad que mis músculos y mi capacidad pulmonar me permitían.

A continuación les presento mi cuaderno de campo.

Guillem Rius, Els temps en un racó (Traducción de Severina Mateu)