viernes

Secundarios

No todos los personajes son protagonistas. También hay secundarios.


Herman Mankiewicz (Mank, 2020)

jueves

Plano contra plano

Billy Wilder le dijo a von Stroheim “¿Sabe por qué no le dejan hacer cine? Porque está usted diez años por delante de su tiempo”. “Veinte”, respondió von Stroheim.


Antonio Drove





Neverland

Hay momentos que no van a ninguna parte.

T. Salgado


miércoles

Piezas de agua

Samuel de Sintra sabía cosas que la mayoría de la gente vulgar desconocemos, sabía, por ejemplo, que la sirena fue una figura del ajedrez hasta que a finales del siglo XV se recogieron las normas definitivas en las modificaciones publicadas por Luis Ramírez de Lucena en Salamanca.


Era una figura letal, su movimiento dejaba inmovilizada a las piezas situadas a su izquierda y si el oponente no la retiraba antes de tres movimientos quedaba eliminada.

Al parecer hubo grandes discusiones de carácter filosófico sobre el poder de una figura tan femenina y llena de connotaciones eróticas "Sirenas, hijas del mar y perdición de los hombres". Los teólogos no aceptaban la existencia de las piezas de agua y la sirena acabó olvidada en las galeradas de la última corrección del libro de Lucena.


Terry Salgado, Vidas poco reconocibles

martes

Cómo puedo cambiarle el color a una ola

"¿De que color quieres hoy el mundo?", le pregunta el señor Merlín al muchacho, mostrando una jofaina con agua maravillosa.

"Azul", le responde el chaval. Y con unas gotas salpicando el aire, los valles, los caminos, los árboles, las nubes, los pájaros aparecen de pronto, teñidos de fantasía.

Álvaro Cunqueiro, Merlín y familia

lunes

Lo prometido

Lidia Rodriguez, april. 24th, 2021 at 21:09 
to: robertopintado@hotmail.com

Qué guay Roberto!! Gracias por publicar mi correo, QUÉ ILUSIÓN!!

Lo prometido es deuda así que te cuento lo que pasó con mis dados, que creo que me estoy obsesionando, pero como todos los que están enganchados yo también digo ¡¡lo dejo cuando quiera!! ;) Aunque de momento no lo dejo porque me estoy divirtiendo mucho (esto es bárbaro como diría tu amiga Nazaré).

¿Sabes que me salió un 6? jajajaja. Recuerda que dije que si salía un 6 cumpliría con todas las opciones. Fue un verdadero circo, un exceso!!! pero te aseguro que me he divertido mucho y que se han abierto ante mí infinitas posibilidades ¿no es maravilloso?

Te cuento muy rápidooooooo

Tuve que llamar a mi ex, no veas qué putada, le había dicho hacía menos de una semana que no quería volver a saber de él!!  Quedamos en casa, el pobre no sabía qué decir, no sabía que hacer, lo cité a la misma hora y en el mismo sitio que al chico que te dije había conocido en el súper, en la sección de cafés "Te invito a uno" le dije y enseguida me conoció, "Yo lo tomo con mucho azúcar" me dijo, qué mono.
Debió pensar algo así como "Es la loca del pasillo de los cafés, algo va a suceder". Mientras esperaba mi doble cita busqué a Paul Auster en mi mesilla de noche.

Ya no era capaz de pensar ni de decidir. Como no se me ocurrió nada mejor, levanté el dinero en el puño y lo arrojé al otro lado del local.
- ¡El que quiera que lo coja! -chillé.

Me pareció fantástico ¿sabes a qué libro pertenece? te dejo pensando, (seguro que alguno de tus lectores te ayuda) pero creo que tengo que hacer algo así, ya veremos.

Te aseguro que estaba nerviooooosa, pero lo tenía todo preparado, solo me quedaba ponerme ese vestidito que te dije que  nunca me he atrevido a usar, pero el dado me ofrecía la oportunidad y no podía traicionarle, y creo que hubiera sido mejor no hacerlo!!!  jajajaja
Ya sé que si escribo más no me lo vas a publicar, lo dejo aquí y si quieres sigo otro día.

Gracias Roberto!!!

Un beso de seis caras. 

Lidia R.



domingo

El apartado de correos de Tina


Mucho antes de la popularización de Internet y de la proliferación de las redes sociales, Tina, la hermana pequeña de mamá, se hacía fotografías a escondidas y las enviaba por correo a desconocidos.


Todos los lunes Tina ponía un anuncio por palabras en La Nación en la que ofrecía fotografías artísticas a cambio de los sellos para su envío. Todo el que leía aquel anuncio sabía que fotografías artísticas significaba fotos de desnudos, y el apartado de correos de Tina se llenaba de peticiones a diario. 


Hombres, y también mujeres, de toda la Argentina y también del Uruguay y hasta de Brasil, le pedían fotos a Tina que no cobró ni una sola vez un peso más de lo que costaba el franqueo. En su casa tardaron mucho en enterarse, mamá fue la primera que empezó a sospechar que algo raro ocurría, Tina solía estar contenta cuando normalmente estaba malhumorada, también se encerraba más en su habitación con Luz, su amiga desde primaria.


Las fotos de Tina acabaron siendo espectaculares, Luz y ella hicieron tantas que terminaron siendo expertas, sabían crear el ambiente, manejaban luces y sombras y lograban una puesta en escena que las hacía parecer profesionales. Por aquel entonces Tina estaba gordita y no llamaba especialmente la atención, pero su cuerpo desnudo lucía espléndido en las fotos, como si el anonimato permitiera ver a una persona desconocida que nadie, quizás ni ella misma, se había atrevido a conocer.


Al principio se preocupaban de que el rostro de mi tía no apareciera en las fotografías. En las imágenes Tina volvía la cara, o la tapaba con velos o con las sábanas, pero a partir de una foto de espaldas en la que se veía su rostro en un espejo, optó por dejarse ver.


Desde la foto del espejo Tina tuvo cientos de admiradores, hombres que al principio solo estaban interesados en las redondeces de su cuerpo y que ahora se habían enamorado de un rostro joven y gracioso.
Las cartas de amor comenzaron entonces a superar a las que deseaban su cuerpo y Tina empezó a pensar que el juego ya no era tan divertido.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


jueves

Seamos azar

Lidia Rodriguez, april. 20th, 2021 at 23:12 
to: robertopintado@hotmail.com

Hola Roberto.

¿Crees realmente que lo de los dados es una opción? Te diré algo, lo he probado, llevo una semana con un dadito del parchís tomando decisiones. No son tan radicales como las de El hombre de los dados, pero sí estoy eligiendo caminos, conversaciones, puertas y algo más. Es una sensación extraña, inquietante pero sin culpa, el azar manda.

¿No es cierto que somos azar? Pues seamos azar.

¿Sabes que te he escrito después de preguntarle al dado? Había otras opciones que no te puedo contar.

Voy a tirar el dado ahora mismo. Si sale 1 llamo a mi ex, si sale 2, a mi madre, si sale 3 a un chico que conocí en el súper, si sale 4 me paso la tarde leyendo a Paul Auster, si sale 5 salgo a la calle con un vestidito que nunca me he puesto ;) y si sale 6 hago todo a la vez. 

Si me publicas el correo te digo el resultado mañana.
Un beso de seis caras. 

Lidia R.

Estamos en contacto

A menudo me han mirado como a un extravagante cuando no como a un antiguo o un friki, como se denomina ahora al que no hace lo mismo que la mayoría y además no lo oculta, por no tener redes sociales y, por tanto, no intercambiar opiniones con mis lectores tanto de mi literatura como de mis artículos de prensa. 

Primero, no es verdad del todo, porque con mis lectores sí hablo e intercambio opiniones, pero de igual a igual y a cara descubierta cuando me los encuentro, ya sea en una acto público, ya sea por la calle o en un bar, y, segundo, tampoco me enorgullezco ni hago bandera de una misantropía virtual que no sufro, al revés: lo virtual forma parte importante de mi vida, pero entiendo que alguien no lo comprenda.

Julio Llamazares, Redes sociales, El País, 17/04/2021

miércoles

Ruedas de molino

En el discurso cervantino pronunciado anteayer por Juan Goytisolo con ocasión del Premio Don Quijote, me reencuentro con una imagen que me ha perseguido obsesivamente desde mis primeros días de estudiante: la de Cervantes leyendo «hasta los papeles rotos de las calles». 

O, dicho de otro modo, leyendo con desesperación, con urgencia, con consciencia del tiempo. Me gusta imaginar a Cervantes, padre huérfano de nuestra lengua, haciendo correr sus ojos por el suelo, como quien intentase abarcar una pantalla tan amplia como el mundo. Me gusta imaginarlo hoy como un internauta pionero, fascinado ante la infinitud escrita, sin saber ni por dónde empezar, leyendo todo, nada. Con los ojos como ruedas de molino.


Respuestas

Ahora, mientras mi compañera prepara el encendedor, yo iré extendiéndole la gasolina.

Eva Díaz Riobello

martes

El color amarillo

El rosa como ya te he comentado, me parece muy delicado y combinado con negro muy sensual y juvenil, y el amarillo, es el color de la diversión, la traición, los celos, el optimismo, que también tiene mucho que ver con las historias que cuento. 

lunes

Estando despierto

Los sueños estando despierto se inician en algún momento de los primeros diez años del niño, normalmente a los ocho años o los nueve. En esa edad, el niño se proyecta inevitablemente en términos de poder, sin más. Por lo general es más rápido que una bala, tiene más potencia que una locomotora y puede superar edificios de un solo salto. Se convierte en el Gengis Khan del cuarto curso, en el Atila, el rey de los Hunos, del centro comercial, en el general George Patton del grupo scout. 

Sus padres se ven torturados hasta la muerte de un modo terriblemente creativo: por ejemplo, sobre el fuego, ensartados al final de unas lanzas, alguien los fríe como si fueran palomitas de maíz. A veces, el niño llega a tiempo para salvar a sus padres: a veces, de hecho casi siempre, llega demasiado tarde y, después de acabar con los malos, concentra su imaginación en sí mismo, y se ve desfilando en medio de un gigantesco cortejo fúnebre, bañado en lágrimas.

Luke Rhinehart, El hombre de los dados

domingo

Semáforo

Todas las canciones hablan de mí
   Leer de cuatro a seis horas diarias. 

   Escribir durante toda la semana.


sábado

Manojos mal atados

Estuvo a punto de ahogarse, tragó agua, tosió, sintió que pasaban por su cabeza olores y sabores de su pasado más íntimo, que se atropellaban por salir de su memoria manojos mal atados con los instantes más felices de la infancia, y pudo verse en el momento exacto de la adolescencia en el que perdió el paso y la dicha para siempre.

A. Palacios, Tratado de amor para un asesino

viernes

Palomas en Safeway

Las raras veces que Ter leía un libro, arrancaba las páginas a medida que las pasaba y las iba tirando. 


Al volver a casa, donde las ventanas siempre estaban abiertas o rotas, me encontraba un remolino de hojas en la habitación, como palomas en un aparcamiento del Safeway.


Lucia Berlin

jueves

Leer la realidad

Mientras la normalidad es cómica, la anomalía es elegante, sugerente, turbadora: tiende como la hiedra a leer la realidad como un constante cambio de cuerpo, de textura. 

Enrique Vila-Matas en la contraportada de Algunas familias normales de Mariana Sández

Correo de chicadecente

 
chicadecente, april. 15th, 2021 at 02:10 to: robertopintado@hotmail.com

¿Qué tal Roberto?
Ahora que se ha decidido a publicar cartas de los lectores me he animado a escribir. Me tiene subyugada Nazaré Lascano, espero sus episodios como si fuera una caña de cerveza fresquita después del trabajo, y cuando veo que has actualizado el blog y no es una historia de la Naza siento decirte que te odio un poco. 

Me ha flipado la del gordo Rici, creo que he conocido muchos Richis y alguna Lupe, yo misma quizás. La escena que relata Naza es morbosa, triste y hasta graciosa, es un encanto. También me he quedado pillada con El pentagrama, cuando dice "Un tigre la arañó" ¿se puede ser más cruel? 

Lo he hablado con una amiga que es camarera, dice que nos gusta Nazaré Lascano porque es como nosotras (como yo seguro), porque cuenta cosas que nos han pasado y otras que creíamos que nos habían pasado y solo las leímos. Te escribiré si prometes no dar mi nombre algunos trocitos de mi vida que podrían salir de un cuento de la Naza. 
Si un día puedes me contestas. Si no, pues con estas historias vamos tirando.
Besos.

chica decente

miércoles

Carta de Rosa

Rosa, april. 14th, 2021 at 00:11 to: robertopintado@hotmail.com

hola Roberto
No suelo escribir a estos sitios, pero esta historia de la mujer de la limpieza me ha llegado dentro. La buscaré en internet. Debe ser porque yo también soy empleada de hogar desde que llegué a Madrid. No puede imaginar la razón q tiene ese cuento, si yo le contara lo q he tenido q ver no lo podría escribir porque no se lo creería nadie. Por cierto yo también he puesto dinero para q la señora viera que era honrada, yo también he robado ansiolíticos y hasta ropa interior, braguitas rojas de añonuevo. Lo confieso.

Le cuento una cosa a ver si le gusta:
En una ocasión, en una casa a la q solo iba dos horas a la semana me pidieron q me quedara una noche para servir una cena a la que habían invitado al jefe del marido. Querían hacer creer q yo era interna y me compraron un uniforme q me quedaba dos tallas pequeño y yo misma tuve q comprar la comida en un bufet. Al final la comida no estaba a su gusto, bebieron demasiado, dijeron cosas que no debieron con el jefe delante y quedaron tan descontentos q no me pagaron ni siquiera lo q me había gastado de mi bolsillo!! Hay derecho? Por suerte me quedé con el uniforme que a mi chico le encanta.
Si habla de mi en su página estaré encantada. Un saludo-
Rosa Isabel


Extender los brazos


La intención del lector activo, del periodista y crítico, debería de ser la de estirar la lectura para saber hasta donde puede llegar. 


Extender los brazos para acabar alcanzándolo todo. Aunque eso también es pretencioso. Todo lo es.


Vicente Monroy


martes

Los guardo para un día de lluvia

A saber dónde, una señora en una partida de bridge hizo correr el rumor de que para poner a prueba la honestidad de una mujer de la limpieza hay que dejar un poco de calderilla, aquí y allá, en ceniceros de porcelana con rosas pintadas a mano. Mi solución es añadir siempre algunos peniques, incluso una moneda de diez centavos.

En cuanto me pongo a trabajar, antes de nada compruebo dónde están los relojes, los anillos, los bolsos de fiesta de lamé dorado. Luego, cuando vienen con las prisas, jadeando sofocadas, contesto tranquilamente: «Debajo de su almohada, detrás del inodoro verde sauce». Creo que lo único que robo, de hecho, son somníferos. Los guardo para un día de lluvia.

Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza

Correo de Cony

Cony, april. 10th, 2021 at 19:31 
to: robertopintado@hotmail.com

Estimado Pintado.

Le leo a diario, pero no nos deje con la incertidumbre, complete el relato Una mañana en el garaje o díganos dónde podemos leer la historia completa. 

Yo también he hecho rarezas como la del protagonista, pero nunca tuvieron buen resultado, de todas maneras hay que intentar cambiar, porque la única manera de intervenir en el mundo es dejar de hacer lo que todos esperan que hagamos. Seguramente no encontremos la felicidad pero algo encontraremos en el camino ¿no cree?

Concluya el relato de Terry Salgado o denos algún enlace para leerlo. Estoy emocionada en medio de ese garaje. Gracias por publicarlo.

Cony



lunes

La suerte es como un pez

El gordo Ricci siempre se quejaba de que nunca tenía suerte. Muchas veces nos reíamos a su costa, imitando su forma de hablar
"¡Che, nunca tengo suerte, nunca tengo suerte!".

Lupe era la que más se reía "Porque le tengo aprecio a ese cagón". A veces se negaba a ir con los chicos si él estaba presente "Ese boludo tiene que sacar los pies de la mierda de una vez".

Una tarde lo invitó a su casa, eran Las teorías sobre la vida de la Lupe que consistían básicamente en hacer lo contrario de lo que se esperaba de ella. Me lo contó todo, que el gordo tenía una barriga enorme y una minga pequeña. 

Ricci se presentó en casa de Lupe con una tarta de manzana que había hecho él mismo al horno y Lupe, en vez de darle las gracias le tuvo haciendo faenas toda la tarde. "Me daba rabia, pero también era morboso tenerlo rondando por casa, yo ordenándole y él obedeciéndome como un sirviente ". 

Lupe le ordenó que bajara al bar a por un café para acompañar la tarta y le pidió que se lo sirviera todo mientras ella se daba un baño de espuma. "Quería hacerle un regalo, que viera que no tiene mala suerte, pero al verme se puso tan nervioso que tiró al suelo el vaso de café y quedó todo pegajoso". 

Aquella tarde se produjo un incendio en casa del gordo Ricci, mientras él estaba limpiándose las manchas de café con leche, con la ayuda de Lupe, a sus viejos se los llevaba una ambulancia intoxicados por el humo del horno que Ricci se dejó encendido.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Cosas del diablo


— ¡Hola! ¿Cómo estás?

Una chica sonriente, envuelta en un abrigo gris y con un gorro de lana, me paró por la calle el martes pasado. Enseguida se dio cuenta de que no la conocía.

— ¡No me digas que no te acuerdas de mí!
— Lo siento... no te recuerdo.
— ¡Oh, que disgusto me das!—  bromeó.

Yo trataba de recordar a toda prisa,  pero era incapaz de acordarme de ella.

— No, ahora mismo no caigo, lo siento.
— No te preocupes, han pasado muchos años... pero tú has debido hacer un pacto con el diablo, ¡estás igual!

Aquella chica sabía cómo hacer sentir bien a alguien que ni siquiera la recordaba.

— Bueno sí, el otro día me dijo lo mismo una amiga— le dije sin pensarlo, como si yo hubiera tenido alguna vez amigas.
— Yo soy Beatriz, era amiga de Antonio.
—¡Antonio Castillo! —dije, contento por recordar a alguien— qué bueno, ¿qué tal le va? ¿sigues viéndolo?
— ¡Que va! Hace mil años que no veo a nadie.
— ¿Has estado fuera de Madrid?
— He estado fuera, he vuelto... llevo aquí ya mucho tiempo, pero es difícil volver a ver a los viejos amigos.
— Es verdad, yo a Antonio también hace mucho que no le veo.
— Me dijeron que estuviste saliendo con su hermana, con...
— Con Elena, sí, sí, estuvimos juntos un par de años.
— ¿Un par?
— Sí, un par— sonreí, nervioso, quizás ruborizado.
—Un par... qué bueno, como unos zapatos, o unos pendientes.

La mirada de Beatriz era entre divertida y acusatoria.

— Hace mucho tiempo que lo dejamos —dije por fin.

Beatriz cruzó los brazos, en una mano llevaba una bolsa con el asa de cuerda trenzada, como las que dan en las perfumerías.

 Todos nos dejamos, yo conocí a Antonio en una asamblea, el último año de facultad, cuando las huelgas.
— Ah sí, las huelgas.
— Tú eras de un sindicato de estudiantes y yo pensaba que erais unos blandos, no creía una sola palabra de lo que decíais.
— Creo que empiezo a acordarme de ti.
— Haz memoria, siempre he llevado gorro.
— Me acuerdo, llegaste con Antonio a la asamblea de la facultad de Medicina, llevabas un gorro rojo y una falda muy corta, enseguida pediste la palabra.
— Y tú no me la dabas nunca.
— Y te subiste en el pupitre y empezaste a dar voces... y amenazaste con tirarme un zapato.
— Sí. —Beatriz empezó a reír con ganas— esa loca era yo.
— Bea, la Roja.
— Sí... Bea la Roja.
— Estás desconocida Bea.
—Tú también, Roberto.
— Sí, yo también.







domingo

Correo de Esteban


Esteban, march 14th, 2021 at 18:20
to: robertopintado@hotmail.com


¿Que nos recomiendas a quién? Me recuerda a Vilas Mata disfrutando de citar a escritores que ni me suenan, página tras página, inagotablemente, en el Dietario Voluble. Que dan ganas de enviarle por correos un libro de Galdós, para que se joda y no pueda decir que lee lo que todo el mundo.


Yo, Roberto, a veces te leo un bar cutre que hay en la esquina de mi calle y pienso que, como vives por aquí, puedes ser cualquier tipo de los que pululan por allí con las cañas de cerveza en la mano y las mascarillas a media cara. 

Me gustan las fotos, ¿son todas de Madrid? 

Muchos giros

Los relojes atómicos han provocado un cambio en la definición del segundo. Antes un segundo era
1/86.400 de un día, pero ahora ha pasado a ser 9.192.631.770 giros de un átomo de cesio.

Me parecen muchos giros.

Erlend Loe, Naíf. Súper

El tren de las 8 y 12

Todo había empezado con una historia que no podía recordar si la había leído o se la habían contado: creía que, probablemente, había dado con ella en las últimas páginas de alguna revista con tiras cómicas abandonada en el tren.

Trataba de un hombre que vivía en las afueras de una ciudad. Todas las mañanas iba al centro en el tren de las ocho y doce, se sentaba en el mismo asiento del mismo coche y regresaba todas las tardes a casa, al lado de su esposa, en el de las cinco y diecisiete, sentado en el mismo asiento del mismo coche. Llevaba haciendo lo mismo veinte años de su vida. Y, de repente, una tarde no regresó a casa. Tampoco volvió al trabajo. Nunca volvió a aparecer.  

La última persona que lo vio fue el conductor del tren de las cinco y diecisiete.

Dorothy Parker, Qué bonita estampa

sábado

Cierta inquietud

Hace tiempo que lo de envejecer está asociado para mí a cierta inquietud.

En general el espacio me importa una mierda, pero tengo problemas con el tiempo.


Buzón del 7 de abril


Carlos Remy, 7th, april 2021 at 19:07. To: robertopintado@hotmail.com


Buenos noches señor Pintado.


Hace unos días coincidí con Nazaré Lascano en la sección de novela negra de una conocida librería del centro de Madrid. La conocí por las fotos de sus relatos, pero a pesar de que era una tarde primaveral y llevaba una camiseta de tirantes no pude ver la quemadura de la que habla en ninguno de sus brazos.


No estaba seguro de que ella era ella hasta que la llamaron por el móvil y pude escucharle una breve conversación en la que no fui capaz de reconocer el acento argentino, pero en la que le oí decir "Sí, soy Naza, ¿vas a venir?". En su conversación discutió brevemente con alguien con quien tenía una cita quince minutos después en una terraza de la Gran Vía. Sé que no debí hacerlo pero yo también acudí a esa cita, no sé por qué lo hice, necesidad de saber o de estar cerca de alguien a quien conozco tanto.

El caso es que pude verla tomar un café en vaso ¿sabía que lo pidió expresamente en vaso? y que hasta que llegó su cita estuve fijándome en cada uno de sus gestos ¿sabía que no fuma? ¿que apenas usa el móvil? ¿que estuvo escribiendo en una agenda de colores? y fantaseando con sentarme a su mesa y hablar con ella de algún relato suyo en el que me he quedado colgado.


Su cita era un hombre de unos cuarenta años, alto y con aspecto de profesor de instituto, se sentó frente a ella y de espaladas a mí. Hablaron durante largo rato, rieron y yo tuve que pedirme una segunda caña para poder seguir allí. Otro día le cuento más.


Carlos




La maleta amarilla


Ensayando géneros. Micro-foto-relato


El viajero aún tiene tiempo de entregar a alguien su maleta amarilla.



viernes

El pentagrama


Dina tenía la cara quemada. Se lo hizo de muy pequeña, en un almuerzo familiar, tenía seis años y se acercó demasiado a la parrilla donde se hacía el churrasco. Se le cayeron encima los hierros donde se hacía la carne y, desde entonces tiene una especie de pentagrama cruzándole el rostro de derecha a izquierda.

Dina siempre fue un encanto. La conocí en secundaria y salíamos juntas a menudo. En el Memphis los chicos siempre la miraban a ella. 
— No te hagás mala sangre Naza, les da morbo el pentagrama.

No era el pentagrama, Dina tenía algo que gustaba a todos los hombres, y a muchas mujeres. Su conversación siempre era interesante, solía acabar las frases con palabras que te dejaban un cosquilleo de champaña en el paladar. Muchos pibes querían sentir ese cosquilleo de cerca. Además tenía un cuerpo de escándalo.

Sé que hubo gente que no llegó a darse cuenta de que tenía la cara marcada, yo misma lo comenté alguna vez llena de celos "¿Te gusta la Dina con esa cara arañada?" ¿Qué decís? Me gusta, no me fijé ¿Quién la arañó?"

"Un tigre la arañó". 

Muchas noches yo volvía sola a casa, y en el colectivo miraba mi reflejo en la ventanilla y la odiaba y pensaba en por qué no sería yo la que llevara esa cicatriz en mi vida.
Muchos años después sufrí una quemadura grave en un brazo, recuerdo que me sentí muy desgraciada, y que en medio del dolor busqué el teléfono de Dina. 

No di con ella. no la he vuelto a ver, pero desde que tengo mi cicatriz no la echo tanto de menos.

Nazaré Lascano. Cuentos de Parque Chas


jueves

La mañana del jueves

La mañana del jueves no fui a la oficina.

Llevaba días dándole vueltas al asunto, pero no tenía nada decidido, de hecho el jueves hice lo que todos los jueves hasta que entré en el garaje, abrí mi coche y me senté al volante.
En ese momento, sin darle más vueltas, decidí no arrancar, no mover el coche, no salir del garaje y no ir a la oficina.

Puse la radio. Cambié a una emisora que no escucho nunca, después saqué el termo con el café y me lo tomé allí mismo. Me dispuse a pasar la mañana en el garaje.

A los diez minutos pasó un hombre de mediana estatura delante de mí, llevaba el manojo de llaves en una mano y una cartera de cuero en la otra, no me vio, tenía un rostro triste, de angustia, de aceptación.

Pité. 
El hombre se volvió asustado. Le saludé. El hombre sonrió y me saludó elevando su cartera de cuero. "Que tenga buen día", le dije vocalizando mucho para que me entendiera. "Igualmente".

Tomé más café y abrí el sándwich que normalmente no tomo hasta las diez y media. Cuando estaba comiéndolo pasó Mari Luz, una chica de no más de treinta, que vive en el quinto derecha, con sus dos niños. Ella sí me vio, se extrañó y me saludó "¿Todo bien?" "Hoy no voy a la oficina" le dije vocalizando mucho, "Hoy paso aquí la mañana". No supo qué decir o qué pensar, así que me señaló para que los niños me saludaran, el niño extendió hacia mí los dedos meñique y pulgar, y la pequeña, que tiene seis años, me enseñó un dibujo que llevaba al cole, era una tortuga de muchos colores. Ya había conseguido ver algo distinto a si hubiera ido a trabajar.

Media hora más tarde el pasillo central del garaje parecía una avenida del centro, varios coches empezaron a moverse de forma automática, un todoterreno de color verde estuvo a punto de darme un golpe, de hecho me tocó levemente el parachoques. De su interior salió muy apurada una mujer joven, vestida de negro y con gafas a juego. 

—  Lo siento, normalmente no hay ningún coche aparcado aquí y estoy acostumbrada a girar sin tener mucho cuidado.
—  No se preocupe, yo no debería estar aquí.
La mujer no sabía cómo interpretar mis palabras, se quitó las gafas, se agachó y miró mi guardabarros delantero.
—  ¿Le he hecho algo?
— Creo que no, no se preocupe, márchese si tiene prisa.
—  ¿No le importa? —la mujer sonrió, al verla de cerca me di cuenta de que ya la había visto alguna vez en el portal, y que en algún momento había sentido que fuera vecina del ala izquierda, de los apartamentos que miran al sur.
—  ¿Usted es del sur, verdad?
—  ¿Del sur?
—   Quiero decir que su piso es de los que dan al sur.
La mujer se echó a reír mientras volvió a colocarse las gafas.
—  ¿Y usted es del norte?
—  ¿Tanto se me nota?

La mujer del sur tuvo que marcharse, aunque antes me dejó su número de teléfono por si me había hecho algún desperfecto. Inmediatamente introduje el número en el WhatsApp. La cosa marchaba realmente bien.

Terry Salgado, Una mañana en el garaje




Veinte años

Ahora, que de casi todo hace ya veinte años.


Jaime Gil de Biedma

La colección de Adriana

Adriana enseñaba literatura en un instituto de un barrio de una ciudad del sur de Madrid. Tenía una pareja estable desde hacía cinco años y no se le pasaba por la cabeza tener hijos. Los jueves por la tarde acudía a una cita con un antiguo novio.


Adriana no quería acostarse con su ex, ni hacer daño a su pareja, lo que necesitaba era seguir sabiendo de la vida de ese antiguo novio, continuar presente en ese camino que él tomó cuando se separaron y que ella necesita seguir teniendo.


Le ocurre lo mismo con el resto de su vida, no puede dejar que nada ni nadie tome caminos en los que ella no esté presente, Adriana tiene la certeza de que muere cada vez que se queda en una de esas bifurcaciones que constantemente surgen en la vida siempre que tenemos que decidir.


Adriana lo escoge todo y su vida está llena, repleta, desproporcionada.


Terry Salgado, Naufragios de interior 



miércoles

Sobran libros

Sobran libros en las librerías y en las bibliotecas y en cualquier casa. Sobran libros incluso en formato digital.

Esos libros también estorban y quitan el espacio que deberían ocupar los libros bellos, los libros malditos, los libros que perduran, los libros que nos cautivan y nos estimulan y nos estremecen y nos muestran este mundo terrible y maravilloso, los libros que nos desnudan.

Lea Pérez


Alice in Wonderland

Alicia: ¿Cuánto es para siempre? 
Conejo blanco: A veces, solo un segundo.

Lewis Carrol, Alicia en el País de las Maravillas




























martes

Tiempo imperfecto

La mayor parte de nuestro pasado está mal construida, somos el resultado de un tiempo imperfecto que es imposible arreglar.


lunes

Soluciones

Y así, y con los silencios de los Rico y las Merlín, se le enseñaba a Simón que a veces los problemas se solucionan cuestionando si lo son de verdad.


Miqui Otero, Simón

Al oeste de Malibú

El verano que trabajé en la hamburguesería cometí varios errores. 
Una tarde empecé mi turno y olvidé mi uniforme. No me daba tiempo a volver a casa así que tuve que tomar prestado el de Lidia, una compañera mayor que yo con la que no tenía muy buena onda.

Durante todo el turno me comporté como si fuera ella, su uniforme era prácticamente igual al mío, solo me quedaba un poco más ajustado y más corto porque Lidia era muy flaca. Pero yo comencé a actuar de forma distinta, más rápida, más eficiente, más simpática.
Apuntaba las comandas igual que lo hacía Lidia, las pasaba a los cocineros usando sus mismas frases y las servía con la mano izquierda, igual que hacía ella.

Disfruté siendo Lidia y esa tarde conseguí más propinas que nunca y un cliente con una sonrisa de Brad Pitt apuntó su número de teléfono en una servilleta y la dejó junto a mi bandeja.
Al día siguiente Lidia ya sabia lo del uniforme, se enfadó mucho y yo le devolví sus propinas y la servilleta de Brad. No entendía nada, pero llamó al chico y comenzaron a salir juntos.
Mucho tiempo después, estando ya en España, me enteré de que aquel chico era actor de verdad y que Lidia y él terminaron viviendo juntos en una casa con jardín al oeste de Malibú. Tienen tres hijos y un gran danés.

Nazaré Lacano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Ni siquiera entrar

Aquel día en el parque supe que jamás en la vida conseguiría entrar. No ya encajar, ni siquiera entrar. En una esquina dos chicas le daban a la comba mientras, una por una, niñas preciosas de mejillas sonrosadas se metían y saltaban, saltaban, saltaban, y en el momento exacto salían y se ponían de nuevo en la cola. Pim, pam, nadie perdía el ritmo. 


En medio del parque había un columpio redondo, con un asiento circular que giraba vertiginosamente como un tiovivo y nunca se detenía, pero los niños risueños se subían y bajaban de un brinco sin… no solo sin caerse, sino sin cambiar el paso. 


Todo cuanto me rodeaba en el parque era simetría, sincronización. 


Dos monjas, sus rosarios entrechocando al unísono, sus caras limpias inclinándose a saludar a los niños como una sola. Tabas. La canica caía con un chasquido seco sobre el cemento, las tabas saltaban y una manita las atrapaba al vuelo con un quiebro de muñeca. Plas, plas, plas, otras niñas movían las manos en intricados juegos de palmas. «Había una vez, un pequeño holandés…». Plas, plas, plas. 


Deambulé por el parque, no solo incapaz de entrar, sino sintiéndome invisible. En cierto modo fue una bendición.


Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza

Mentir


Si las paredes hablaran, ¿quién nos asegura que no mentirían?


Isabel Bono

sábado

Sin tildes


Esther, march 27th, 2021 at 01:35
to:robertopintado@hotmail.com

(Lo siento, Roberto, no tengo tildes en mi teclado).
Con respecto a su apunte titulado Largarse una temporada a Trieste, quiero decirle que  creo que, al igual que le pasa a usted, siempre senti que era algo diferente a las demas personas, con el tiempo cada vez estoy mas convencida. 

A mi me pasa exactamente lo contrario, no me gusta que me quieran, me agobia, me siento privada de libertad. Para mi no hay sensacion mas liberadora que enfadarme con un amigo y desterrarlo de mi vida, que se mosquee la familia y me dejen libre, terminar un curso y no volver a ver a los companneros. A menudo doy un telefono movil equivocado en una cifra para que no me puedan localizar. Cuando me mudo de ciudad y se que no volvere a ver a los vecinos, al del supermercado, al camarero del cafe. Cuando por fin los vinculos afectivos se rompen me siento, euforica, libre, en paz, con un gran subidon. ? Le ocurre lo mismo, o soy una bicha rara?

viernes

Los nombres

Me fascinaba que Eladia llevaba la ropa interior de color rojo. Yo no podía entender cómo alguien podía llevar las bombachas de color rojo y andar tan tranquila por la calle. 


—  Naza, ¿por qué nunca me llamás Eli?
—  No sé, no me sale supongo.


Estábamos en un cuarto empapelado con un papel en tonos verdes, en la pared había un cuadro de la Patagonia y un Jesús Rescatado que nos miraba.


—  No está  mirando —le dije a Eladia cuando me saqué el pantalón.
—  Deberías llamarme Eli, somos amigas y las amigas se llaman de una forma especial.
No sé si somos amigas.
—  ¿Cómo? Estamos las dos en una habitación de mi casa en bombachas probándonos vestidos.
—  Eso no significa nada.

Eladia se colocó un vestido muy largo, una especie de prenda hippie muy bonita, parecía menos vulgar que de costumbre.


—  Te queda muy bien.
—  ¿Vos no te vistes?


Mi vestido era una falda muy corta y una blusa estampada, no me veía bien, me daba la sensación de que el Jesús Rescatado me miraba, pero esta vez pensando en que parecía un espantajo.


—  ¡Estás guapísima Naza!
—  No me llames así, por favor.


Nazaré Lascano. Cuentos de Parque Chas


jueves

Reinas

Eladia no era mi amiga, pero se comportaba como si lo fuera. Creo que a pesar de su amistad nunca dejó de caerme mal.


— Tenés que quererme como soy, Nazaré, un término medio entre Mafalda y Susanita.
— ¿Un término medio?
— Un híbrido, una mezcla entre lo repelente y lo sublime.

A mí la palabra sublime me parecía repelente, así que Eladia nunca fue mi amiga.


Algunas tardes, al salir del colegio, merendábamos y veíamos la tele es su departamento. Su vieja se esmeraba en tratarme bien, siempre me daba un chocolate suizo riquísimo, creo que iba hasta allí solo por el chocolate. Eladia veía la televisión solo cuando yo la visitaba y se sentaba en una sillita delante del aparato como el que se sienta frente a una imagen de la Virgen. A veces su vieja, que era modista, nos probaba vestidos y las dos reían y bromeaban como si fueran hermanas. Cuando nos veía con aquella ropa gritaba como si fuera ella la que tenía quince años.


— ¡Parecen dos reinas! ¡Dos princesitas rubias!


Eladia era morena, pero nadie se lo dijo nunca.


Nazaré Lascano, Cuentos del Parque Chas