jueves

Nacida para la comedia

Raquel Arévalo trabajaba de lunes a viernes en una tienda de antigüedades, pero aún no sabía que había nacido para la comedia.


Una mañana entró en la tienda un muchacho con ojos amables y barba rala y poco poblada, era Tomás que después de dar varias vueltas por la calle entró para proponerle algo a Raquel.


Una pista falsa necesita de mayor verdad que una pista verdadera. Eso lo sabe cualquier delincuente, cualquier escritor y cualquier guionista de cine.


Los inspectores de policía leen poca ficción, quizás por eso Darío se tragó la pista falsa que Tomás le colocó en una muñeca rusa con la ayuda de Raquel Arévalo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



domingo

El rabillo del ojo

Nunca te metas con un tipo grasiento en el ascensor. Ya sabes, uno de esos tíos de piel como de periódico viejo, de esos que miran con el rabillo del ojo tu escote, o los ves en el espejo con su imaginación pegada a la comisura de tus labios.

Uno de esos tipos de mirada bovina, con el pelo churretoso, pegado al cuero cabelludo, aplastado, repeinado, con caspa quizás.

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Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

La viuda del sexto

La primera vez que el inspector Darío Varona estuvo cerca de mí fue cuando acudió a la terraza de mi bloque de apartamentos a investigar un supuesto crimen que nunca existió.

El sol caía sobre la cal de la terraza sin apenas poder sacar una sombra de los objetos que nos rodeaban.

Todo comenzó porque una mujer, a la que yo conocía por cruzarme con ella en el portal, hacía varias semanas que nadie la veía. Yo, que a menudo olvido las caras de la gente, la recordaba bien porque pasaba los cincuenta y siempre vestía como una muchacha de veinte.

Siempre me la encontraba con una bolsa de plástico de un supermercado de la que sobresalía pan y algún paquete demasiado grande, supuse que tenía un marido y que volvía de la compra. No sé por qué pensé lo del marido.

Aquella mujer se pintaba un lunar en la comisura de los labios, como Marilyn, quizás esa mujer admiraba a la actriz, o se sentía tan mal como ella, o solo le parecía hermosa y quería imitarla. No sé por qué pensé lo de Marilyn.

Un día dejé de verla, al principio no me di cuenta, yo regresaba del trabajo y ella simplemente no estaba. Una tarde alguien me preguntó por ella y yo caí en que era cierto, hacía días, quizás semanas que no coincidía con ella en el portal.

— ¿Conoces a la viuda del sexto?

Caí enseguida, supe al instante que me preguntaba por ella, a pesar de que yo no sabía que era viuda ni que vivía en el sexto. Siempre era yo la que bajaba antes y ella seguía su ascenso hacia "lo desconocido".

— La conozco de vista ¿le pasó algo?
— No sabemos, nadie la vio desde hace más de quince días.
— ¿Quince días ya? Joder, ni me había dado cuenta.
— ¿No subías con ella en el ascensor al mediodía?

¿Cómo sabía aquel tipo que yo subía en el ascensor con la rubia del lunar todas las mediodías? 

Era un tipo alto, no muy mayor, en torno a los cuarenta y pico, desgarbado, con ojos saltones y pelo pegado a la cabeza.

— Subía pero no sé nada de ella ¿ya llamaron a la policía? ¿o a los bomberos?
— Pensamos en hablar antes con sus amigos.
— Lo siento pero yo no soy su amiga, solo hablamos en el portal.
— ¿Y de que hablaban?

Deseé salir de allí cuanto antes, pero aquel tipo grasiento se metió conmigo en el ascensor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



jueves

El tiempo en la mirada

Me quedaba absorta, como tonta, viendo como se pintaba las uñas. 

Yo nunca me las había pintado, ni siquiera las de las manos, ni siquiera en mi época de querer parecerme a lo que no era.



A veces llegaba, a mediodía y en la casa había un rumor suave, esa especie de murmullo ahogado que produce el pliegue de la mañana sobre la tarde. Yo caminaba en silencio, amortiguando mis pasos, quizás para sorprenderla o quizás solo para no ensuciar ese rumor. 


Cuando llegaba al baño podía ver cómo salía por el hueco de la puerta una luz que hubiera envidiado Fra Angelico, y yo me quedaba de pie en el quicio, mirándola, en silencio sin apenas respirar, envuelta en una toalla blanca, pintándose cada uña de cada dedo del pie como si el mundo pendiese de ese instante.


Y el tiempo quedaba atrapado en ese pequeño espacio, es ese gesto, en mi mirada.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas 

lunes

La perennidad del fárrago

Es un error querer facilitar la tarea del lector: no lo agradece. Detesta comprender, prefiere embrollarse, atascarse, le gusta ser castigado. 

De ahí el prestigio de los autores confusos, la perennidad del fárrago.

Emile Cioran, Desgarradura

domingo

Abuso

¡Qué lástima que la «nada» se haya desvalorizado con el abuso de que ha sido objeto por parte de filósofos indignos de ella!

Emil Cioran, Desgarradura

sábado

Rumor festivo

Una noche, de recién llegada a mi nuevo departamento oí, a lo lejos, que los vecinos cantaban el cumpleaños feliz. 

Puede oír voces riendo, vasos chocando y un rumor festivo de mesas y sillas.

A las doce en punto una copa se hizo añicos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


La casita de Adela

Adela:
Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana.


Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba

viernes

Olor a lejía

Lupe estuvo un curso entero viéndose con el Soca. En clase no se notaba nada, aunque ella a veces le tuteaba de forma consciente para ponerle nervioso.

El Soca empezó a vestir mejor, parecía más joven y estaba más contento, evitaba mirar a Lupe a la cara, pero ella lo miraba más a él, le hacía más preguntas y a veces lo tocaba en público.

Una mañana Lupe dejó de mirarle, de preguntarle y de tocarle, y el Soca parecía perdido, como si de repente fuera un profesor nuevo, de otra asignatura y con otro idioma.

Esperé al descanso para hablar con Lupe a solas.

— ¿Qué pasa con el Soca? ¿Habéis discutido?
— Anoche estuve en su casa.
— ¿Pasó algo?
— Llegué sin avisar y lo encontré vestido con un pijama horrible y zapatillas de felpa.
— Pobre, seguro que no te esperaba, no es para tanto.
— Olía.
— ¿Olía mal?
— Olía a lejía, sus manos, su casa, olía tanto que echaba para atrás.
— Habría estado fregando, ¿qué pasa?
— No soporto a los hombres que huelen a lejía.
— No te entiendo.
— No entiendes nada importante Naza, ¿qué clase de hombre huele a lejía?
— No sé, ¿un hombre limpio?
— Yo no quiero hombres limpios, Naza, quiero hombres que no huelan a lejía.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


jueves

Bogotá-Madrid

Acusaron a la doña y, por tanto, me acusaron a mí, de que sus/nuestros cuentos tenían exceso de personajes. "Es cierto", respondí sin inmutarme, con cierta desidia, "Es cierto, pero es la única manera que tengo/tenemos de poder matarlos sin remordimiento".

Lo del remordimiento lo puse por adornar, lo importante era tener muchos personajes para que no se acabaran, pero habar de cantidades en literatura queda mal, y responder sobre cantidades queda peor si no consigues un buen equilibrio entre la respuesta ingeniosa y el desdén.

Debí conseguirlo, al menos la gente rio, aunque siempre ríen si están juntos, en medio de un rebaño. Ocurre en el cine, en el teatro, en una clase o en un encuentro con autoras.

Ese día compartí mesa con dos otras dos autoras latinoamericanas, una de ellas me había leído y se notaba que no le gustaba nada de lo que yo hacía o decía, la otra no me había leído y parecía que quería ser mi amiga. 

Una de ellas era muy gruesa, gorda quiero decir, y vivía en Madrid, la otra era alta y delgada, vestía como una azafata y acaba de llegar de Colombia, llegué a pensar que ella tampoco era quien decía, que no habían podido traer a la escritora real y que, en el último momento, habían pagado a una de las azafatas del vuelo Bogotá-Madrid. Todo era perfectamente creíble, tanto que para disimular le hicieron presentarse con su trajecito azul de azafata.

Yo solo pensaba en ellas como dos personajes más para mis/sus cuentos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Por caridad

El lunes alguien había vomitado en el portal.

No sé porqué supuse que había sido una mujer, una chica joven que había vuelto a casa de madrugada y había echado sobre las baldosas los restos de una noche que prometía y se quedó en un charco de bilis y restos de alcohol.

Cuando volví al mediodía el vómito ya no estaba, pero aún olía a los restos de la noche de la vecinita.
Pensé en subir a su apartamento, llamar y preguntarle si le pasaba algo. Lo hice, pulsé el botón de su piso en el ascensor y llegué hasta su puerta, no llamé pero estuve un rato oyéndola moverse por la casa. Pude oír su ducha, pisadas húmedas, movimientos de tazas y platos, una llamada a su celular y una leve conversación en la que solo pude recuperar las palabras vacío, sueño y "por caridad".

Por caridad, ¿por qué diría "por caridad" la chica del sexto al tipo que la llamó por teléfono? ¿Sería un hombre? Sí, estaba segura de que era un hombre y de que ella había vomitado esa madrugada en el portal.
Me fui. Fantaseé con todo aquello, quise escribir algo, pero finalmente volví a mis recuerdos de Parque Chas, a mi sótano calentito.

Ese día tomé un espumoso que estaba en la nevera desde mi último cumpleaños, quedó esa botella porque no calculé bien con la comida que no llegó ni con la bebida que sobró. Estuve toda la tarde con mis copas de champán por la casa. Yo escribo generalmente mal con alcohol y si ese tiene burbujas lo lleno todo de adverbios normalmente fuera de sitio. O repetidos.

Acabé saliendo a la calle con el deseo oculto de encontrarme a la vecinita y preguntarle por su conversación y porqué alguien de menos de treinta años pronuncia la frase "por caridad".

No la vi, pero cuando regresé de madrugada ya estaba su vómito, reciente, caliente, oloroso, en el portal. En el mismo sitio, quizás un poco más cerca del ascensor. Esta vez había salpicado la pared y una constelación anaranjada había nacido sobre la pintura gris. Pensé que le daba alegría, pero entonces me di cuenta de que yo también había bebido mucho y, quizás por eso o porque me acerqué demasiado terminé vomitando yo también todos mis adverbios, mezclados con espumoso y dos copas de ron.

Por la mañana alguien estuvo escuchando detrás de mi puerta.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Una gallina en mitad de la noche

Cuando aún vivía en su pueblo, y era un chaval de quince años, Damián robó una gallina joven del corral de una casa. 

Todo resultó muy fácil, a la caída de la tarde cuando el sol estaba vencido y las casas del pueblo se iban emborronando Damián llegó hasta la última casa del pueblo, la de los panaderos, saltó la tapia del patio y entró en el corral donde las gallinas estaban en fila, agarradas a un listón. El olor de las aves sofocó a Damián, y la imagen de diez o doce gallinas subidas a aquel palo, con la cabeza entre las alas, le resultaba repulsiva.

Tomó la primera gallina de la fila y salió a toda prisa.

El animal no se movió, Damián llegó a pensar que se llevaba una gallina muerta y descabezada, pero el calor que emitía la delataba.
Subió a la tapia con la gallina acurrucada junto a su pecho y, cuando se giró hacia la casa, antes de saltar al otro lado pudo ver cómo, desde la ventana del primer piso, le miraba una chiquilla de unos doce años que, al verle, le saludó moviendo una de sus manos, sin apenas despegarla del cuerpo.

Damián sintió que el corazón le daba la vuelta, después la saludó con su mano libre y saltó al otro lado, a la calle ya casi anochecida, con el temor de que aquella chica, que seguro le había reconocido, le contaría a sus padres todo lo que había pasado.

Pero la chica no dijo nada, ni ese día ni nunca. 

Dos veranos después, en las fiestas de la Virgen de agosto, Damián se encontró con aquella muchacha en el baile de la plaza. La chica le preguntó por la gallina y Damián le confesó que pasó tanto miedo que la soltó en mitad de la noche.

Estuvieron juntos tres años.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Escritores delincuentes

Lo que mantiene intacta la pregunta esencial, aquí no formulada, pero implícita: el porqué de la literatura, más allá de las circunstancias particulares de toda la variada tipología humana que la cultiva.

J.M. Benítez Ariza



La estación de los amores

"Patricia tenía que haber sido una de esas muchachas universitarias que se levantan temprano entre semana. Esas chicas que viven fuera de casa cuatro años y que cuando vuelven a su pueblo miran a sus amigas entre culpables y desvergonzadas.

[ … ] Si en la maraña de calles y colectivos que la llevaban hasta su facultad algún día se hubiera perdido, si algún martes hubiera llegado tarde, si ,por ejemplo, hubiera perdido el 36 y subido al 37. Solo así hubiera tomado otro camino y quizás ahora sería una funcionaria de hacienda, una madre preocupada con dos hijos adolescentes y con un divorcio recién estrenado.

Hay otra Patricia viviendo en Buenos Aires a la que nadie ha empezado a olvidar. Otra mujer que acude a clases de baile con la esperanza de encontrar a alguien y que viaja en tren una vez al mes para alejarse de sí misma, como aquella otra Patricia que llegó hace años y que la espera en una estación que siempre llega."

La chica calló y me miró esperando algún comentario ingenioso, el auditorio me miraba sobrecogido tras una lectura estupenda. Los cuentos sobre muertas siempre funcionan. También las historias con trenes y estaciones.

Aguanté un silencio incómodo hasta que las respiraciones, las toses y los cuchicheos fueron espesando el ambiente.
Trataba de pensar, pero el cuento me pareció horrible, y sí, también me conmovió, pero fue solo por la lectura no por aquellas palabras cursis pegadas con cola de carpintero aguada, que colocaban pero no daban consistencia.

No tuve más remedio que ser cruel, aunque aquella chica fuera un encanto, que seguramente lo fuera.

— Gracias. Ahora entiendo por qué lo había olvidado.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Anuncios por palabras

Cualquiera que tenga unos pocos años sabe que nada es gratis.

Lupe empezó a ofrecer bienes y servicios gratis por toda la ciudad. Colocaba carteles en las farolas, ponía anuncios en el subte y en las paredes, y hasta pagó algún anuncio por palabras.

"Se hacen recados gratis".
"Se dan clases gratuitas de geología, latín e historia antigua".
"Se regalan gatitos de varios colores".
"Se invita a almorzar los lunes, miércoles y viernes".
"Se ofrece plaza gratis en auto viejo para viaje al interior".
"Se hacen arreglos caseros sin coste alguno".
"Se acompaña de forma gratuita a personas solitarias".
"Se regala motocicleta de segunda mano".
"Se ofrecen gratis elixires milagrosos contra enfermedades imaginarias".
"Se adivina el futuro sin pedir nada a cambio".
"Se ofrece alojamiento a media pensión sin coste".
"Se escriben de forma gratuita poemas y biografías".
"Se dan créditos sin interés".
"Se da interés sin crédito"
"Se regala botella de vino".

Todo era verdad.

La primera persona que llamó fue una mujer de mediana edad, vivía en un chalet en Recoleta y preguntó si también se hacían limpiezas, por lo visto se le había despedido la chica de servicio y necesitaba alguien que le limpiara la casa, a ser posible sin pagar.

Lupe se sintió decepcionada y le dijo muy serio que eso no estaba figuraba entre los regalos que ofrecía, y que lo que tenía que hacer es pagar a alguien que hiciera ese trabajo o hacerlo ella misma. La mujer no se ofendió, le dio las gracias y luego le preguntó si aún regalaba la botella de vino.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




jueves

La fascinación de los túneles

Una noche, después de un mal recuerdo y de un sentimiento abrumador de vergüenza, Leire Mendoza prendió fuego al sótano.

Por entonces habían pasado demasiadas cosas, Darío ya había recibido un tiro en la cabeza por parte de Carolina Suances, la prensa nos había olvidado y Tomás había conseguido llegar hasta la misma puerta de la casa siguiendo un guion que alguien le mandaba a su casa por correo todos los lunes.

Cuando las llamas empezaron a recorrer las paredes, Lupe dormía en la sala de los espejos mientras yo seguía en el túnel excavando como una loca, fuera del mundo y del tiempo.

Me fascinan los túneles, creo que mucho más que los puentes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Pisadas

Recogí el agua que fue dejando Lorenzo, pero lo hice tan mal que cuando regresó mamá se enteró de todo.

¿Cómo podía saberlo todo con solo mirar el piso mojado?

— ¿Ha estado Lorenzo acá?
— ¿Lorenzo?
— ¿Por qué estás tan colorada?
— Estuve fregando el piso.
— Lo fregaste muy mal.
— Sí, ya veo.
— Mira las huellas de las botas de Lorenzo se ven por el pasillo.

Mamá comenzó a caminar siguiendo las pisadas, como si fuera una exploradora india, al final se veían unas huellas más pequeñas que podían ser las de mis pies descalzos, pero no dijo nada.

— ¿Ves? aquí casi están secas, pero no apretaste bien con la fregona.
— Recogí el agua.
— No basta con recoger, hay que apretar bien y quitar las huellas, y el barro, cualquier cosa puede delatarte.
— No estoy acostumbrada.
— ¿A fregar o a ocultar pruebas?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


miércoles

Los mejores deseos

Coincido con Roberto Grana en que siempre que he tenido ocasión me he escondido debajo de una cama, no solo para mirar o escuchar, también para permanecer quieta.

Puede decirse que he disfrutado más a lo largo de mi vida debajo que encima de las camas y que eso debe decir más de mí misma de lo que yo quisiera.

No sé cuándo empezó su afición Roberto Grana, yo comencé a hacerlo de pequeña, sobre los ocho o diez años que es cuando una persona adquiere sus mejores deseos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



El sentimiento insular

¿Quién escribe este cuaderno? 


El personaje que se dibuja es alguien herido por el sentimiento insular y que medita sobre él y le busca explicaciones.


Túa Blesa