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La batalla de Marsella

Los pequeños actos para trastornar-transformar el mundo realizados por Enrique podrían recogerse en una enciclopedia. 

Él los iba apuntando, soñaba con la Enciclopedia de la Transformación, una especie de Libro de los condenados de la cotidianidad. Pero la cotidianidad es frágil y la enciclopedia pronto fue perdiendo el hilo de la realidad. En los primeros capítulos ya imitaba a un libro de ficción.

En la letra ese (S) aparecía la palabra supermercado y, dentro de ese capítulo, se abrían, como muñecas rusas, otras letras en las que se nombraban los productos en los que Enrique intervenía. 

Cualquier cosa era modificable: Enrique podía cambiar los precios (lo más habitual), o colocar etiquetas en las que informaba de incompatibilidades o alergias imposibles. A veces metía algunas monedas sueltas en paquetes de detergente o dejaba una botella de lejía peligrosamente abierta. 

Otras veces, en la sección de librería, arrancaba algunas hojas a los libros, o dejaba escrito el final en una notita entre las primeras páginas. También cambiaba productos de lugar o los introducía disimuladamente en los carritos de otros clientes que, al llegar a su casa, se encontraban con una maceta, un kilogramo de kiwis, un libro de Asimov o un jabón de Marsella que no recordaban haber comprado.

Enrique pensaba con agrado en lo del jabón de Marsella. Es por eso que a aquella misión  de transformación  la llamó La batalla de Marsella.

Pronto empezó a haber heridos.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

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