Los jueves Jorge se hacía pasar por ciego. Era entonces cuando más me gustaba con sus lentes negras, su bastón blanco y una bufanda amarilla que, no sé por qué, decía que era de ciego.
La gente se apartaba en la calle y en las cafeterías siempre tiraba a propósito algún vaso o alguna taza.
Los meseros corrían a disculparse mientras Jorge me decía al oído:
— Me encanta cuando oigo estallar el cristal en mil pedazos contra el suelo.
A mí también me gustaba, aunque no podía evitar pensar en Sabato porque recién acababa de leer Sobre héroes y tumbas y andaba como loca rumiando el texto y tratando de curarme de su heridas.
Fue por él que empecé a sospechar de Jorge.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas
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