jueves

Ser tonta y otras cosas terribles

Un día recibí en casa todos los libros de la autora a la que yo ponía cara. No sé cómo llamarla para no parecer una estúpida y para no dar ninguna pista. Es difícil no parecer una tonta si no hablas claro.

Durante mucho tiempo mi trabajo consistió en ser tonta y parecer lista.

Para hacerlo tuve que leerme su obra, no era mal trato, se suponía que la había escrito yo así que debía saber lo máximo posible. ¿Seguro? No tanto, uno de los directivos de la editorial pensó en voz alta y, como si yo no estuviera presente, dijo "¿No es mejor que esta pava no sepa nada de lo que ha escrito? Por si se pasa de lista, digo".

Es difícil que yo me pase de lista, a menudo no llego a lista, quizás me paso de tonta. Y aquella vez me pasé, aunque no sé si de lista o de tonta.

Leí todo porque me apetecía. Hice como hago siempre, extraje frases, anoté, corregí y traté de que me gustara. No todo me gustó, claro. Los cuentos eran pretenciosos y parecían querer ser novelas cortas. las novelas eran poco pretenciosas y parecían cuentos estirados. De vez en cuando alguna frase ingeniosa y metáforas, metáforas a troche y moche, sin venir a cuento, sin venir a nada. 

No cometí el error de criticarla en público ni en privado, a veces en alguna entrevista sacaba alguna de mis metáforas y notaba como las caras de mi editor se quedaba blanca. Blanca como una novia que sabe que la virginidad es roja. Cosas así de terribles.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas

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