lunes

Paciencia

Cuando era muy pequeña leí que las ventanas de las casas eran como ojos, a través de ellas las casas veían, recuerdo el dibujo de una casita con dos ojos-ventana en su fachada y con una sonrisa en su puerta principal.

Cuando crecí quise ver a través de los ojos y me dediqué a mirar a las ventanas del barrio, a fijarme en los detalles, a tratar de saber qué pasaba allí.

Es difícil, la mayoría están muy altas o muy cerradas o tardan mucho en dejar escapar algún secreto. Para mirar ventanas, por tanto, hay que ser muy alto, muy perspicaz y tener mucha paciencia. Yo solo tengo mucha paciencia.

Al principio solo veía macetas, ropa tendida, jaulitas con canarios o botes descoloridos. Después comencé a ver jarritas de colores, botellas medio vacías, ceniceros a rebosar, algún libro.

Ver hacia dentro era aún más complicado, pero pronto empecé a ver sombras, bultos y luces encendidas. El mejor momento es el amanecer y el atardecer, a primera hora la gente está dormida y descuidada, caminan por la casa como por el último sueño y se dejan ver en pijama, con la taza del desayuno, apremiando a los niños o dejándose vencer por la cotidianidad. Por la tarde, la caída de la noche sorprende a muchos con las persianas subidas, con la cortinas separadas, y se les puede ver delante del televisor o haciendo cuentas en la mesita, charlando, leyendo a Vila-Matas o comenzando a cenar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



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