jueves

La mañana del jueves

La mañana del jueves no fui a la oficina.

Llevaba días dándole vueltas al asunto, pero no tenía nada decidido, de hecho el jueves hice lo que todos los jueves hasta que entré en el garaje, abrí mi coche y me senté al volante.
En ese momento, sin darle más vueltas, decidí no arrancar, no mover el coche, no salir del garaje y no ir a la oficina.

Puse la radio. Cambié a una emisora que no escucho nunca, después saqué el termo con el café y me lo tomé allí mismo. Me dispuse a pasar la mañana en el garaje.

A los diez minutos pasó un hombre de mediana estatura delante de mí, llevaba el manojo de llaves en una mano y una cartera de cuero en la otra, no me vio, tenía un rostro triste, de angustia, de aceptación.

Pité. 
El hombre se volvió asustado. Le saludé. El hombre sonrió y me saludó elevando su cartera de cuero. "Que tenga buen día", le dije vocalizando mucho para que me entendiera. "Igualmente".

Tomé más café y abrí el sándwich que normalmente no tomo hasta las diez y media. Cuando estaba comiéndolo pasó Mari Luz, una chica de no más de treinta, que vive en el quinto derecha, con sus dos niños. Ella sí me vio, se extrañó y me saludó "¿Todo bien?" "Hoy no voy a la oficina" le dije vocalizando mucho, "Hoy paso aquí la mañana". No supo qué decir o qué pensar, así que me señaló para que los niños me saludaran, el niño extendió hacia mí los dedos meñique y pulgar, y la pequeña, que tiene seis años, me enseñó un dibujo que llevaba al cole, era una tortuga de muchos colores. Ya había conseguido ver algo distinto a si hubiera ido a trabajar.

Media hora más tarde el pasillo central del garaje parecía una avenida del centro, varios coches empezaron a moverse de forma automática, un todoterreno de color verde estuvo a punto de darme un golpe, de hecho me tocó levemente el parachoques. De su interior salió muy apurada una mujer joven, vestida de negro y con gafas a juego. 

—  Lo siento, normalmente no hay ningún coche aparcado aquí y estoy acostumbrada a girar sin tener mucho cuidado.
—  No se preocupe, yo no debería estar aquí.
La mujer no sabía cómo interpretar mis palabras, se quitó las gafas, se agachó y miró mi guardabarros delantero.
—  ¿Le he hecho algo?
— Creo que no, no se preocupe, márchese si tiene prisa.
—  ¿No le importa? —la mujer sonrió, al verla de cerca me di cuenta de que ya la había visto alguna vez en el portal, y que en algún momento había sentido que fuera vecina del ala izquierda, de los apartamentos que miran al sur.
—  ¿Usted es del sur, verdad?
—  ¿Del sur?
—   Quiero decir que su piso es de los que dan al sur.
La mujer se echó a reír mientras volvió a colocarse las gafas.
—  ¿Y usted es del norte?
—  ¿Tanto se me nota?

La mujer del sur tuvo que marcharse, aunque antes me dejó su número de teléfono por si me había hecho algún desperfecto. Inmediatamente introduje el número en el WhatsApp. La cosa marchaba realmente bien.

Terry Salgado, Una mañana en el garaje




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