viernes

El pentagrama


Dina tenía la cara quemada. Se lo hizo de muy pequeña, en un almuerzo familiar, tenía seis años y se acercó demasiado a la parrilla donde se hacía el churrasco. Se le cayeron encima los hierros donde se hacía la carne y, desde entonces tiene una especie de pentagrama cruzándole el rostro de derecha a izquierda.

Dina siempre fue un encanto. La conocí en secundaria y salíamos juntas a menudo. En el Memphis los chicos siempre la miraban a ella. 
— No te hagás mala sangre Naza, les da morbo el pentagrama.

No era el pentagrama, Dina tenía algo que gustaba a todos los hombres, y a muchas mujeres. Su conversación siempre era interesante, solía acabar las frases con palabras que te dejaban un cosquilleo de champaña en el paladar. Muchos pibes querían sentir ese cosquilleo de cerca. Además tenía un cuerpo de escándalo.

Sé que hubo gente que no llegó a darse cuenta de que tenía la cara marcada, yo misma lo comenté alguna vez llena de celos "¿Te gusta la Dina con esa cara arañada?" ¿Qué decís? Me gusta, no me fijé ¿Quién la arañó?"

"Un tigre la arañó". 

Muchas noches yo volvía sola a casa, y en el colectivo miraba mi reflejo en la ventanilla y la odiaba y pensaba en por qué no sería yo la que llevara esa cicatriz en mi vida.
Muchos años después sufrí una quemadura grave en un brazo, recuerdo que me sentí muy desgraciada, y que en medio del dolor busqué el teléfono de Dina. 

No di con ella. no la he vuelto a ver, pero desde que tengo mi cicatriz no la echo tanto de menos.

Nazaré Lascano. Cuentos de Parque Chas


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