domingo

El tren de las 8 y 12

Todo había empezado con una historia que no podía recordar si la había leído o se la habían contado: creía que, probablemente, había dado con ella en las últimas páginas de alguna revista con tiras cómicas abandonada en el tren.

Trataba de un hombre que vivía en las afueras de una ciudad. Todas las mañanas iba al centro en el tren de las ocho y doce, se sentaba en el mismo asiento del mismo coche y regresaba todas las tardes a casa, al lado de su esposa, en el de las cinco y diecisiete, sentado en el mismo asiento del mismo coche. Llevaba haciendo lo mismo veinte años de su vida. Y, de repente, una tarde no regresó a casa. Tampoco volvió al trabajo. Nunca volvió a aparecer.  

La última persona que lo vio fue el conductor del tren de las cinco y diecisiete.

Dorothy Parker, Qué bonita estampa

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