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El apartado de correos de Tina


Mucho antes de la popularización de Internet y de la proliferación de las redes sociales, Tina, la hermana pequeña de mamá, se hacía fotografías a escondidas y las enviaba por correo a desconocidos.


Todos los lunes Tina ponía un anuncio por palabras en La Nación en la que ofrecía fotografías artísticas a cambio de los sellos para su envío. Todo el que leía aquel anuncio sabía que fotografías artísticas significaba fotos de desnudos, y el apartado de correos de Tina se llenaba de peticiones a diario. 


Hombres, y también mujeres, de toda la Argentina y también del Uruguay y hasta de Brasil, le pedían fotos a Tina que no cobró ni una sola vez un peso más de lo que costaba el franqueo. En su casa tardaron mucho en enterarse, mamá fue la primera que empezó a sospechar que algo raro ocurría, Tina solía estar contenta cuando normalmente estaba malhumorada, también se encerraba más en su habitación con Luz, su amiga desde primaria.


Las fotos de Tina acabaron siendo espectaculares, Luz y ella hicieron tantas que terminaron siendo expertas, sabían crear el ambiente, manejaban luces y sombras y lograban una puesta en escena que las hacía parecer profesionales. Por aquel entonces Tina estaba gordita y no llamaba especialmente la atención, pero su cuerpo desnudo lucía espléndido en las fotos, como si el anonimato permitiera ver a una persona desconocida que nadie, quizás ni ella misma, se había atrevido a conocer.


Al principio se preocupaban de que el rostro de mi tía no apareciera en las fotografías. En las imágenes Tina volvía la cara, o la tapaba con velos o con las sábanas, pero a partir de una foto de espaldas en la que se veía su rostro en un espejo, optó por dejarse ver.


Desde la foto del espejo Tina tuvo cientos de admiradores, hombres que al principio solo estaban interesados en las redondeces de su cuerpo y que ahora se habían enamorado de un rostro joven y gracioso.
Las cartas de amor comenzaron entonces a superar a las que deseaban su cuerpo y Tina empezó a pensar que el juego ya no era tan divertido.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


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