lunes

Cosas del diablo


— ¡Hola! ¿Cómo estás?

Una chica sonriente, envuelta en un abrigo gris y con un gorro de lana, me paró por la calle el martes pasado. Enseguida se dio cuenta de que no la conocía.

— ¡No me digas que no te acuerdas de mí!
— Lo siento... no te recuerdo.
— ¡Oh, que disgusto me das!—  bromeó.

Yo trataba de recordar a toda prisa,  pero era incapaz de acordarme de ella.

— No, ahora mismo no caigo, lo siento.
— No te preocupes, han pasado muchos años... pero tú has debido hacer un pacto con el diablo, ¡estás igual!

Aquella chica sabía cómo hacer sentir bien a alguien que ni siquiera la recordaba.

— Bueno sí, el otro día me dijo lo mismo una amiga— le dije sin pensarlo, como si yo hubiera tenido alguna vez amigas.
— Yo soy Beatriz, era amiga de Antonio.
—¡Antonio Castillo! —dije, contento por recordar a alguien— qué bueno, ¿qué tal le va? ¿sigues viéndolo?
— ¡Que va! Hace mil años que no veo a nadie.
— ¿Has estado fuera de Madrid?
— He estado fuera, he vuelto... llevo aquí ya mucho tiempo, pero es difícil volver a ver a los viejos amigos.
— Es verdad, yo a Antonio también hace mucho que no le veo.
— Me dijeron que estuviste saliendo con su hermana, con...
— Con Elena, sí, sí, estuvimos juntos un par de años.
— ¿Un par?
— Sí, un par— sonreí, nervioso, quizás ruborizado.
—Un par... qué bueno, como unos zapatos, o unos pendientes.

La mirada de Beatriz era entre divertida y acusatoria.

— Hace mucho tiempo que lo dejamos —dije por fin.

Beatriz cruzó los brazos, en una mano llevaba una bolsa con el asa de cuerda trenzada, como las que dan en las perfumerías.

 Todos nos dejamos, yo conocí a Antonio en una asamblea, el último año de facultad, cuando las huelgas.
— Ah sí, las huelgas.
— Tú eras de un sindicato de estudiantes y yo pensaba que erais unos blandos, no creía una sola palabra de lo que decíais.
— Creo que empiezo a acordarme de ti.
— Haz memoria, siempre he llevado gorro.
— Me acuerdo, llegaste con Antonio a la asamblea de la facultad de Medicina, llevabas un gorro rojo y una falda muy corta, enseguida pediste la palabra.
— Y tú no me la dabas nunca.
— Y te subiste en el pupitre y empezaste a dar voces... y amenazaste con tirarme un zapato.
— Sí. —Beatriz empezó a reír con ganas— esa loca era yo.
— Bea, la Roja.
— Sí... Bea la Roja.
— Estás desconocida Bea.
—Tú también, Roberto.
— Sí, yo también.







No hay comentarios: