Carolina, abrumada por los restos del alcohol y la noche, trataba de acompasar su respiración a la de Darío y sus silencios a los gemidos de la vecina, de tal manera que por momentos pareciera que su amante estaba al otro lado del tabique, que ella estaba sola, y aquel cuerpo que respiraba sobre su cuerpo solo existía en los breves silencios entre jadeo, y respiración, y jadeo.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas
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