Los días que se levantaba tarde le despertaba la luz blanca de los fluorescentes, las limpiadoras que echaban serrín por el suelo antes de barrer o los primeros clientes que se paseaban por la tienda como paseantes domingueros o con el metro en la mano.
A Enrique le gustaba oír los comentarios, casi siempre acompañados de risitas nerviosas, o ver como se le acercaba a la cara un metro metálico con el terrible zip sonando en su oído al recogerse.
Pero lo que más le gustaba era oír a las parejas fantasiosas que simulaban que ya estaban en su salón, o en su dormitorio, y tenían conversaciones que empezaban siendo impostadas para terminar siendo auténticas, entonces Enrique se incorporaba, si estaba en la cama, o se acercaba hasta el sofá donde conversaban y les preguntaba quiénes eran y si podía acompañarles a su nueva casa.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas
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