Pudrirse sin resistencia
Se llamaba Ramón. Venía a casa a menudo, discutía de fútbol y de caballos con el viejo, eran muy amigos desde siempre. Algunos años íbamos de veraneo con él, recuerdo meterme en el mar agarrada de su mano.
El viejo y él se conocían desde chicos, tenía la sonrisa siempre en la boca y uno de esos bigotes como los que llevaban los futbolistas antiguos.
A veces yo llegaba a casa de la escuela y él ya estaba allí, en el living, como un padre de repuesto mientras el viejo estaba en el laburo y mamá iba y venía por la casa canturreando con su delantal blanco.
Un día dejé de verlo. Por entonces mi imaginación ya se disparaba y empecé a imaginarlo en el fondo del mar envuelto en una tela blanca, o enterrado en nuestro jardín con un golpe de pala en la sien.
La imagen de Ramón se fue diluyendo, yo nunca pregunté nada y a base de no hablar de él conseguimos que su cadáver se fuera pudriendo sin resistencia.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas
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