jueves

Los reyecitos


En febrero ya estábamos hartas de recibir flores y cartas, y empezamos a pedir que nos mandaran cajas. 

Que estuviéramos encerradas por voluntad propia no quería decir que no tuviéramos nuestras necesidades.

Lupe decía que solo necesitaba objetos prescindibles, que no le interesaba lo útil o lo necesario. Yo le decía que todo lo que necesitara, fuese útil o no, para ella era necesario. Ella respondía que conocía a mucha gente que no era ni necesaria ni útil pero que no podía estar sin tenerlos cerca. 

No sabía si se refería a Lorenzo o a mí así que no le pregunté más.











Además de las orquídeas del uruguayo hubo mucha gente más a la que les bastaba que saliera una noticia nuestra en la sección de sucesos de los noticieros para mandarnos lo que pidiéramos. 

Podía verse a gente por las calles de Buenos Aires con cajas de todos los tamaños en las que lo más vulgar que podían contener eran fresas o ananás y en las que no faltaban las botellas de champaña, algunas metidas entre hielo picado.

Me encantaba la idea de imaginar a personas de todas las edades pensando en las dos y comprando para nosotras.

Me excitaba pensar en pibes saliendo del laburo y gastando sus últimos pesos pensando en mí.

— Estas loquita, Naza, si sigues pensando así te convertirás en la burguesita que siempre quisiste ser. Tendrás que salir a la superficie.
— No quiero ser una burguesita, solo me gusta imaginármelos ¿A vos no te gusta pensarlo?
— A mí solo me gusta abrir las cajas y ver que casi todas vienen a mi nombre.

Tenía razón, la prensa se recreaba en Lupe, en su historia y en sus fotos. A veces inventaban episodios escabrosos de su vida y otras publicaban fotografías de otras chicas con poco ropa que no se le parecían. A Lupe le encantaban aquellas mentiras y a sus admiradores también. 

De mí apenas inventaron nada y terminé enviando yo misma una falsa biografía a los diarios. Por desgracia nadie me hizo caso. Las fotos también eran peores que las de Lupe, en todas parecía una damisela triste y pálida, un saco de huesos del que era difícil enamorarse.

— Ché, yo no estoy tan flaca como parece en las fotos.

Lupe se sonreía, después empezaba a tocarme la barriga y me hacía cosquillas hasta que le suplicaba que me dejara escapar.

Aún así yo también recibía cajas llenas de pastillas de chocolate, de café, de libros o de otros objetos absurdos.

Lo dejaban todo junto a una tienda de pinturas, Lorenzo mandaba a dos pibes brasileros que le debían un favor importante. Traían las cajas en botes grandes de pintura y, cuando llamaban a la puerta, Lupe siempre decía "Ya están ahí los reyecitos magos".

Durante aquella época, después de febrero, todas los días eran día de reyes.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



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