martes

Leire Mendoza

Leire Mendoza era amante de Lorenzo. Ella se hacía pasar por su esposa, vestía siempre como si fuera fin de año y lo acompañaba a los compromisos en los que tenía que ir acompañado por una dama.

Se enfadaba mucho si él no la presentaba como su mujer.

Leire pasaba algunas temporadas en la casa amarilla, pero Lorenzo prefería tenerla lejos. Fue ella la que nos apagó la luz durante el encierro. Lorenzo le había contado que estábamos allí y que no podía decir nada, no había problema, ella siempre hacía lo que él le pedía. 

Cuando Lorenzo nos dejó encerradas Leire se quedó a nuestro cuidado. Empezó por apagarnos la luz. Fueron tres días de oscuridad según Lupe, aunque yo siempre he estado convencida de que fueron mucho más.

Al principio fue una sorpresa, Lupe estaba sumergida en la bañera y quedó enmudecida, solo se oía una especie de chapoteo inocente como si fuera un animalito bañándose. Yo estaba leyendo a Bolaño y me quedé en medio de un pasaje que quedó varias horas retumbando en mi cabeza.

Ahora puedo imaginar a Leire Mendoza vestida como una princesita centroeuropea, con una falda roja muy amplia y un corpiño de encajes negros bailando sobre nuestras cabezas, yendo del salón al cuarto de luces y manejando nuestra vida.

Lupe no quiso darle importancia, aquello era un encierro y en los encierros pueden ocurrir cosas como esa. Solo teníamos que acostumbrarnos. 
Lo hicimos, la oscuridad nos hacía ser distintas, hablar más bajo, recordar asuntos que creíamos olvidados, comer menos, beber más.
Empezamos a agudizar nuestros oídos, a adivinar nuestros cuerpos en la oscuridad, a saber dónde estábamos en cada momento y que expresión tenían nuestras caras.

Quizás Leire esperara a que cuando Lorenzo volviera hubiéramos muerto o enloquecido, oíamos sus zapatos de tacón sobre nuestras cabezas, la oíamos levantar y acostarse de la cama, hablar entre sueños, cocinar, recibir gente. Pronto empezamos a distinguir palabras sueltas, golpecitos que significaban algo, toses y voces masculinas. 

A todo le pusimos imagen, lo mejor era cuando ponía música en el equipo de Lorenzo, aunque fueran canciones melódicas, de moda, repetitivas y almibaradas. Cuando la oíamos Lupe y yo reíamos a carcajadas, como dos adolescentes, entonces Leire caminaba deprisa hacia el cuarto de luces, subía los interruptores con furia y nos deslumbraba, a los seis segundos volvía a dejarnos en la oscuridad total.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


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