viernes

Todo por el porno

Al Pancho le dio por el porno una temporada larga. No sabía hacer otra cosa, llegó a mentirme sin ningún pudor. Me decía que tenía que cuidar a su vieja y se quedaba la tarde viendo porno en la casa. Otras veces decía que tenía turno extra, para pasarse el tiempo muerto delante del ordenador pasando fotos y videos de muchachas desnudas o practicando sexo en todas las modalidades imaginables.

A veces se levantaba por las noches para ver porno y amanecía con los ojos irritados, pegado a la pantalla, pulsando el mouse sin control, o dejaba el trabajo en el taller para meterse en un ciber. Por aquella época aún no había smartphones.

Le pillaron varias veces. Cuando aún era un muchacho y se compraba revistas las escondía entre los libros o cortaba una hoja y la llevaba doblada en el bolsillo trasero del pantalón, hasta que encontraba una oportunidad la sacaba y miraba. En la escuela se apartaba de todos y veía sus revistas en un rincón del patio hasta que se acercaba alguien, y llamaba a los demás, y él se iba avergonzado.

En el trabajo también acabó sabiéndose de sus aficiones y perdió algún empleo después de que lo pillaran ensimismado delante de un vídeo x. No quiero ni imaginar lo que le decían y cómo le llamaban.

— Yo te quiero Naza, pero no puedo dejar de ver porno. Es lo que más me gusta.

Tenía razón, el porno era lo que más le gustaba, más que el dinero, más que la comida y más que yo. 

Yo no sentía que lo quisiera, el Pancho solo me daba ternura y a la vez un poco de mal rollo verlo siempre con las revistas o con las páginas de porno en el ordenador. 

En una ocasión quise darle una sorpresa y le invité a un cabaret erótico. Nos sentamos en una mesita redonda cerca de un escenario minúsculo y, al poco de pedir unas copas, salió una chica muy alta con un vestido ajustado muy brillante, un foco la iluminaba y apenas se distinguía entre tanto brillo. Cuando se apagó el foco ella ya estaba sin vestido frente a nuestra mesa, tenía unos pechos enormes y una boca pintada de un rojo intenso, puso su pie encima de nuestra mesa y bailó mientras se quitaba lo que le quedaba de ropa. 

El Pancho estaba rígido como una estatua, sus ojos estaban clavados en su copa y cuando la chica, completamente desnuda, le puso su mano en la cara, se encontró con una hombre con las constantes vitales de un muerto.

Aquello no fue ni una lección, ni un momento de catarsis ni nada parecido, al Pancho solo le gustaba ver porno desde la distancia y el anonimato, me agradeció el regalo y me pidió que nunca más le llevara a un sitio así. Aquella noche hicimos el amor y ni siquiera recuerdo sacarme toda la ropa.

Creo que el Pancho siguió viendo porno de forma compulsiva y seguramente lo siga haciendo. Yo dejé de verle mucho antes de venirme a España.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




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