jueves

La lluvia y el azar

Desde que contratamos la línea telefónica los días de lluvia tenía la costumbre de hacer una llamada.

En casa de mis viejos teníamos el teléfono en una mesita de madera junto a la puerta de la calle. Había una silla con el asiento de tela verde junto a la mesita. La parte de abajo era el lugar para las guías telefónicas de la provincia.

Yo tomaba la guía y pasaba las hojas deslizándolas frente a mi cara con el dedo índice, me gustaba el olor de la tinta y del papel viejo. Cuando me parecía que era el momento adecuado paraba.

Me excitaba ver todos aquellos números, todos aquellos apellidos precediendo las iniciales misteriosas, y todas aquellas direcciones que iban pasando bajo mi dedo índice.
Llamaba muy excitada, como si fuera a hacer lago muy malo o muy importante. Cuando lo hacía estaba muy nerviosa y a veces terminaba equivocándome y llamando a un número distinto, entonces todo se retorcía, tomaba otra dirección, otro destino y a menudo tenía que disculparme.

Prefería tenerlo todo controlado, imaginar la calle a la que llamaba y la cara del que tenía este o aquel apellido.

— ¿Señor Santorini?
— Sí, aquí es, soy su esposa ¿quién llama?


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




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