miércoles

Un tiempo sin metáforas

Hubo un tiempo en el que no creía en las metáforas. Tampoco creía en el amor, pero eso es otra historia.

Hubo un tiempo en el que tenía en mi casa alfombras debajo de las que escondía todo aquello que no me gustaba, pero que tampoco quería tirar, y eran alfombras de verdad que un día se llenaron de basura y caminaba sobre ellas como sobre arenas movedizas.

Durante aquella época mandé que me construyeran una escalera de caracol que no llegaba a ningún lugar en la terraza, era espectacular con sus peldañitos estrechándose y retorciéndose en la subida, era tan alta que conseguía que todo el que la usaba llegara un momento en el que no se acordaba que no llevaba a ningún sitio. A veces en el camino se cruzaba una persona que subía con otra que bajaba y la metáfora estaba a punto de suceder. Pero mi escalera era real hasta que el ayuntamiento y la junta de vecinos me obligaron a derribarla porque las leyes urbanas no entienden de asuntos reales.

Hubo un tiempo en el que en mi casa había habitaciones sin puertas y puertas que no llevaban a ninguna habitación. Las hice pensando en poder vivir en una de esas comedias en las que los protagonistas abren y cierran puertas entrando y saliendo de los dormitorios escondiéndose, evitándose y finalmente encontrándose sin remedio. Aquello me impedía tener una vida normal en mi piso, y fue lo más cerca que estuve de una metáfora, pero cuando logré montar aquel sainete, el amor, o el sexo, o la metafísica, consiguieron que nada fuera real.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




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