viernes

Change

Lupe y yo nos escondíamos tras las puertas de los baños del colegio cada mañana, allí nos sacábamos la camisa y subíamos la falda todo lo que podíamos. 

Algunas veces Lupe sonreía y gritaba ¡¡change!! entonces nos cambiábamos a toda prisa el uniforme entero, yo le pasaba mi cinta blanca para el pelo y ella a mí sus aros de plata, yo me sacaba la camisa y ella se la metía por debajo de la falda, yo me bajaba los calcetines y ella se los subía.

Nos convertíamos la una en la otra y pasábamos el día hablando con el acento de la otra, respondiendo por el nombre de la otra, diciendo las palabras que la otra decía, y las palabrotas, y la forma de llamar a los demás.

En nuestros cuadernos de clase también escribíamos con la letra de la otra, a mí me encantaban aquellas oes tan redondas, las emes con cinco picos y las tes cubriendo a toda la palabra de la que formaban parte. Lupe decía que le divertían mis adjetivos y cortar las frases cuando la idea principal aún podían estirarse sin caer en la cursilería.
Lupe temía caer en la cursilería cuando se convertía en mí.

— ¿Me estás diciendo que soy cursi en mi vida?
— Te estoy diciendo que me es difícil nos ser cursi con la cinta en el pelo y las medias hasta la ingle.

A mediodía íbamos juntas al comedor. Los chicos se fijaban más en mí y Lupe tenía que contenerse para no dejarlos con la boca abierta con cualquiera de sus gestos. Pero era buena actriz y mejor amiga. 

En una ocasión en la que estaba yo sola en la mesa, Jaime Janowitz, que dejó a su novia por Lupe a principio de curso, se acercó a mí y empezó a hablarme como si fuera ella. Fue una conversación llena de reproches en la que supe de intimidades que me traspasaron el vientre como un rayo. Yo apenas dije nada, lo miré como ella lo hubiera mirado y seguí comiendo una milanesa extrañamente buena.
Janowitz, que siempre me había parecido muy mayor, se fue con la cara descompuesta.

Cuando llegó Lupe no le dije nada, venía sonriendo, con las manos cruzadas sobre el pecho, sobreactuándome.

— Yo no camino así, estúpida.
—  Ya sé por qué das pasitos tan cortos y te tapas el pecho.
— ¿Yo doy pasitos cortos?
—  A los chicos les vuelve locos imaginarte.
—  Estás enferma.
—  Estoy celosa.

Lupe nunca estaba celosa, ni cuando yo era ella. Ni cuando yo salía ganando. En el cuerpo de Lupe se vivía mejor, era más seguro, más fuerte, más carnal. Los muchachos se quedaban mirando, los maestros creían lo que les decía, las puertas se abrían solas y la gente se apartaba con una sonrisa en la fila del comedor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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