miércoles

El valor de los deseos

[...]
 La sonrisa abandonó su gesto y frunció el entrecejo, aunque seguía sin mirarme.

¿Qué quiere decir?

— Trata todos tus deseos como si tuvieran el mismo valor, y todas tus creencias como si fueran tan ilusorias las unas como las otras.
— ¿Cómo?
— Deja de intentar trazar un patrón, una personalidad; limítate a hacer lo que te apetezca.
— Pero no me siento con ganas de hacer nada; ese es el problema.
— Eso es porque dejas que un deseo, el deseo de creer firmemente y de ser una persona claramente definida, inhiba el resto de tus deseos.
— Tal vez, pero no veo cómo puedo cambiarlo.
— Conviértete en una persona de los dados.

Alzó la cabeza y me miró a los ojos lentamente, sin emoción.

— ¿Cómo?
— Conviértete en una persona de los dados —repetí.
— ¿Qué quiere decir?
— Yo... —me incliné hacia delante con la seriedad adecuada— soy el Hombre de los Dados.

Sonrió levemente y apartó la vista.

— No sé de qué me habla.
— ¿Crees que cada uno de tus deseos es tan arbitrario, tan gratuito y tan trivial como el resto?
— Sí.
— En cierto sentido, no hay ninguna diferencia entre lo que haces y lo que dejas de hacer, ¿no?
— Eso mismo.
— Entonces, ¿por qué no dejas que los dados, la fortuna, decidan qué debes hacer?



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